jueves, 26 de junio de 2008

MATRIMONIO XVI


XVI. EL MATRIMONO COMUNIDAD DE VIDA Y AMOR

Ante el miedo de muchos padres, el Concilio exaltó la dimensión del amor en la vida matrimonial, ya que comprendió que el matrimonio cristiano, de acuerdo con la tradición de la Iglesia, debería impulsarlo cada vez más. Al amor matrimonial son aplicables todos los aspectos del amor de los que habla el nuevo testamento, aunque hay uno aspectos específicos, que son de los que voy a hablar. La esencia del cristianismo está en el amor.
La antropología y la teología nos han ayudado a conocer las profundidades de ese amor y sus tiranías.
Pero cabe preguntarnos cuál es el contenido del amor propuesto por el concilio:
Es un amor sacramental, es decir conformado por .la gracia de Dios, mediante la recepción del sacramento., como hemos explicado anteriormente
El amor conyugal es una acto de la voluntad por el que los esposos se dan y aceptan mutuamente para constituir una institución y vínculo sagrado, por el se forma una comunidad de vida y amor.
Se trata de un amor humano, que se expresa en todas las dimensiones de la persona humana: biológica, psicológica, espiritual y sobrenatural.
Es un amor electivo, ya que nace como vulgarmente se dice de un flechazo, de una elección concreta y voluntaria de una persona, que no se define sólo por el sexo, sino por el conjunto de cualidades, que se descubren en la otra. De ahí la importancia de no equivocarse.
Es un amor personal, no instintivo
Santo Tomas decía: Amare nihil aliud est quam velle bonum alicui. Amar es querer el bien del otro.
Amar es aceptar al otro como es, con sus virtudes y defectos, con sus grandezas y pequeñeces.
Es una amor eterno, fiel, indisoluble. Si el amor no es eterno, no es pleno. Si no es fiel, es un amor disperso. Si no es único, pierde la fuerza de la totalidad.
Es un amor abierto a la procreación. Es una comunidad en la que se educan los hijos
Es un amor abierto a la sociedad. Somos hijos de una historia, de una familia, de unos hermanos, de unos amigos, de un pueblo, de unas costumbres..No estamos fuera del tiempo, sino en el tiempo y en el espacio. El amor no es aislamiento, ni casa cerrada, ya que debe tener los ventanales abiertos a todos los aires
Es una casa abierta hacía la eternidad desde la creencia, ya que en el largo peregrinaje de la vida, no se puede romper ese hilo de la trascendencia. Dios debe ser la llama que encienda el amor de los esposos y al que ellos deben acudir en los días malos: La carga muchas veces es pesada, pero somos dos en llevarla. O, más bien, gracias al don recíproco, formamos una comunidad en la que ya no se distinguen el tú y el yo. Tu alegría es mi alegría: tu pena es mi pena; tu grandeza es mi grandeza; tus pecados mismos son también mis pecados; Para tomarlo así todo, lo mejor y lo peor, es preciso antes haberlo dado todo.[1] Es un amor recíproco. Darse enteramente, sin reservas, sin esperar. Siempre dispuestos a amar.
El amor de la mujer y del hombre son distintos: Goethe hablaba de la ternura del eterno femenino.
Escuchar siempre la historia de cada uno, de su trabajo, de sus experiencias, de sus lecturas. Dos mundos en uno, separados, pero caminando por la misma senda..
Estar dispuesto a esperar al otro cuando viene cansado o agobiado para calmar su sed, extenderle la mano llena de caricias y amor.
El diálogo, los silencios, las sonrisas, las palabras son vehículo de comunicación.
Las mujeres hablan del egoísmo masculino. Pero a ellas corresponde vencerlo, y sólo pueden conseguirlo, a fuerza de amor y paciencia.[2]Es una donación generosa y recíproca.
Se puede amar en el silencio de dos miradas.
El amor humano viene de Dios y debe volver a Dios. Dios es causa de felicidad y esperanza y al mismo tiempo fuente de gracia y amor.
La gracia del sacramento crea el amor, lo renueva, o consolida, y lo hace más alegre, y más fuerte Buscad a Dios, amad a Dios, estar unidos con Dios. Dios es alfa y el omega del amor humano.
La oración es fuente de amor, ya que en ella nos despojamos de nuestros egoísmos..
. El amor, fuente de la alegría en el matrimonio, es también fuente de gracia y salvación
El amor es vulnerable y si no se riega, terina secándose.
El amor supone esfuerzo, combate y trabajo para librarlo de los enemigos exteriores, especialmente contra la apatía, la desidia y la indolencia
El enemigo más grande del amor es el egoísmo y el amor propio.
Quien mucho pide y no da nada, termina matando al amor. Quien lo da todo, termina recibiéndolo todo.
El egoísmo de uno termina quebrando el amor solidario.
El amor es protegido por la cruz.
Una felicidad sin eclipses es fatal para el amor.
El sacrificio por amor hace más profundo el amor
El matrimonio es una comunidad indisoluble, estable y eterna
Esta comunidad de vida no está solo dirigida a la vivencia comunitaria e interpersonal del amor entre los esposos, sino a la procreación y educación de los hijos
El matrimonio no se puede entender sin amor. Gracias al amor, en la vida matrimonial, se establecen unas relaciones entre el marido y la mujer, que dinamizan la vida matrimonial en una unidad, en una comunión, en una comunidad en la que Cristo está presente en virtud del sacramento. Pero siendo el amor lo esencial en esa relación hay otra serie de aspectos, que aunque no formen el núcleo esencial del matrimonio, ayudan a que se realice de una manera más plena.
En ese amor, por el sacramento está Dios y es a su vez fuente de santificación y de gracia. La gracia cura y fortalece el amor humano; lo hace más radiante y trasparente. La gracia renueva, recrea y multiplica el amor humano. Dios no estorba. Dios es el alfa y el omega del amor conyugal. El amor es el alma viviente del sacramento. El amor no sólo está santificado, sino que es a su vez santificante.
Este amor es un don, una entrega generosa y recíproca.
Por el amor el hombre se hace más disponible, más abierto al corazón del otro. Nos hace salir de nosotros mismos.
El amor hay que estar rehaciéndolo toda la vida, ya que el hombre es el único ser que no tiene medida en el amor. Cada día puede amar un poquito más.
Es el compromiso mutuo de darse total y eternamente. Si no es eterno o está condicionado, no es total. Quien lo da todo, lo recibe todo.
Es un amor que hace vibrar a toda la persona, cuerpo y espíritu. No necesariamente tiene que estar atado a la afectividad, ya que muchas veces es silencioso, y contemplativo. El amor tiene sus curvas en la vida de la persona, pero no por ello deja de ser amor, aunque haya oscuridades.
Quien ama rebosa de felicidad y percibe en si mismo la alegría y la dulzura del vivir
El amor es fuente de vida, de alegría, de paz y fortaleza.
El amor tiene también sus peligros. Si el rosal no se riega y abona, no florece la rosa. El vivir el amor supone renuncias, sacrificios, esfuerzo, en ocasiones tensiones, trabajo, combate. El sacrificio y la cruz fortalecen el amor. Por esto hay horas radiantes y opacas, horas de luz y de noche.
Al amor le rondan muchos peligros: La apatía, el egoísmo, la desgana, el silencio.
Puede haber un egoísmo de dos que se encierran sobre sí mismos y no son capaces de abrirse al mundo. Viven en una isla. Al unirse en matrimonio con una persona, cada uno de ellos lleva detrás de si una larga historia: Unos padres, unos hermanos y unos amigos. Ese mundo antiguo, lleno de recuerdos y añoranzas, no se ha perdido, sique estando vivo y es bueno que sea así. Al amar al otro es necesario amar ese pasado, ya que no estorba, nos enriquece. Una casa con las puertas abiertas rompe los silencios de la soledad y nos descubre otros mundos No somos islas. El mundo es de todos y tenemos que construirlo entre todos. Todos somos hijos de la Iglesia y tenemos que colocar nuestras piedras.
El amor es algo vivo que crece, que evoluciona. Crecemos en experiencia, en conocimientos, en amistades y al ritmo de esta historia de cada uno y incluso de la historia común, el amor crece, se configura, toma nuevos matices y tintes, se hace más maduro. Por eso es necesario activarlo, alimentarlo, nutrirlo cada día, como se hace con las ascuas encendida en nuestra chimenea para que no se apaguen el brillo de su luz.
El camino del amor es largo. No siempre está lleno de rosas. Hay espinas en el camino y atardeceres oscuros. Hay minutos y horas tensos, pero con la mirada puesta en Dios, el horizonte se hace más luminoso. En este largo camino de la historia de cada uno los primeros pasos serán firmes y vigorosos, con el paso del tiempo se pierden las fuerzas y la lozanía, los pasos son titubeantes, vienen los achaques y los gestos son menos efusivos, más silenciosos. Se ha llegado a la plenitud del amor, sin la plenitud de los primeros años. Los hijos vuelan del nido, la casa se llena de silencios. Ya no tienen que mirar a nadie, sino mirarse a mismos. La jubilación les ha apartado del trajín de la vida. Vuelven a reencontrarse, en el silencio del salón y en su silencio interior, con sus achaques, con sus pastillas, con sus manías etc. Yo admiro a estos matrimonio, preparados a dar el salto al Padre, llenos de un amor tan profundo a Dios y a los hijos, que descubro una nueva luz en sus ojos cansados de tanto mirar. Nunca ese amor ha sido tan gratuito, tan contemplativa y purificado en la tierra.
El sí al amor no sólo se dice en el momento de contraer matrimonio, la vida entera desde el amanecer hasta la noche debe estar llena de sies.
El primer hijo, el segundo, el tercero son fruto de ese amor. Este se transforma en nosotros, ya que el amor en dos, se transforma en una familia. Corre un nuevo aire, una nueva alegría, suenan unos nuevos llantos. Ambos esposos siente el gozo y el don de la paternidad y maternidad.
El amor tiene en ocasiones su noche oscura, como la tuvieron los santos. Incomprensiones, rebeldías, choques, desacoples, tensiones, egoísmos y roces salen al camino. Es necesario buscar el encuentro, estar dispuestos a perdonar y cambiar en ocasiones los comportamientos. La crisis, en esta nueva perspectiva, ayuda a profundizar en el amor, y a relegar al olvido la oscuridad. Son crisis de crecimiento
Este amor lleva al hombre a vivir una plena comunión de vida y una comunidad de intereses. Gracias a esa donación mutua se forma una comunidad en la que ya no se distingue el tu del yo, ya que sólo se declina el nosotros: tus alegrías, tus sonrisas, tus cruces, tus grandezas son mías. En esta nueva comunidad se da sin esperar, sin recibir, sin reservas.
En el introito de la misa de matrimonios decimos: Que el Dios de Israel os una. Esta unión, fundada en Dios, es la más fuerte que existe en la tierra, ya que es obra del mismo creador. Son dos seres complementarios, por esto la fusión es más completa y enriquecedora.
Cada uno aporta lo que es en su misma estructura vital como complemento del otro. Esta unidad invade los estratos de los dos seres: El cuerpo y el espíritu, las actividades y caracteres, la inteligencia y las almas, la afectividad etc.
Esta unidad hay que quererla y tener el firme propósito de realizarla.
Es poner en común lo que somos, lo tenemos y lo que queremos. La independencia es una trampa.
Para ello no hace falta ceder, ni dejar de ser persona, ni anular al otro. Simplemente respetar y no imponer criterios. Ello sería cargar con un muerto
El dejar de ser uno mismo, el perder nuestra propia personalidad, en aras de la paz y de la armonía, es romper la unidad que enriquece.
Estar atento a la vida del otro, a sus gustos, a sus aficiones y querencias. Con frecuencia la apatía, la rigidez y la rutina son fuerzas disgregadoras.
La psicología ha ido descubriendo los diversos campos en los se puede ir conjugando esta unidad:
1. Unión en las actividades, gustos y sensibilidades..
Los gustos de uno y de otro se complementan y ayudan a la formación estética. Los sentimientos de uno, sus percepciones de la vida, sus aficiones nos hacen comprender lo que el otro lleva dentro, si existe la comunicación.
Cuando hay desencuentros o incomprensiones irreductibles, es mejor buscar lo que une que lo que separa.
El estar con los amigos comunes, saber acogerlos, compartir sus palabras, favorece el salir del cerco del hogar para compartir con otros nuestros pensamientos y lo que llevamos dentro
Las actividades del hombre y la mujer son a veces completamente distintas. Si uno no se interesa y se preocupa del trabajo del otro, de sus problemas, de sus dificultades en el trabajo, la unión se siente resquebrajada, ya que el trabajo llena la esfera de cada uno.
Muchas veces los gustos o hobbies de cada uno no asumidos por el otro, se demuestra desinterés o cansancio por sus actividades, ello lleva a la decepción
Aceptar los gustos del otro, sumarse a ellos, interesarse por ellos fortalece la unión ya que se realiza en común. Hay aflicciones deportivas, paseos en el campo, viajes de turismo, visita a museos etc. que si se realizan juntos, y se armonizan, favorecen la unión.
Cuando los gustos no se conjugan y cada uno queda aferrado a los suyo, y quiere llevar al otro a lo que nos agrada, se desinteresa del otro, porque eso es lo que él ama. La caza, las motos.
Cuando uno de los esposos o los dos se desinteresan de las actividades el otro, eso equivale a seguir cada uno su camino, sin que prevalezca la unidad.
Es necesario armonizar las actividades.
En el amor quien no avanza retrocede.
Es con frecuencia uno de los problemas que más contribuyen a la desunión. En el noviazgo se impone armonizarlos. Si no se consigue, hay que replantearse la oportunidad del matrimonio, ya que muchos matrimonios se van a pique por este capítulo. Una vez casados, hay que estar atentos a ello. Es evidente que hay que tener en cuenta la psicología masculina y femenina. No se trata de ser idénticos, pero se impone siempre el dialogo, y la comprensión. Todos tenemos defectos. Tenemos que amar al otro tal como es y no como nosotros quisiéramos que fuera. La paciencia y la calma, más que el grito, nos ayudará a corregirnos o al menos atenuarlos.
2. Unión de voluntades
En el matrimonio se hacen proyectos, se señalan metas, surgen problemas y es necesario ponerse de acuerdo, para conjugar en diálogo los objetivos esenciales que se deben cumplir. Cada día, cada semana se impone este diálogo, y más aún en estos tiempos de la prisa, en los que estamos tan aturdidos por tantas cosas; nos falta tiempo y reposo para dialogar y hablar. Hay siempre un peligro de absorción, que rompe la armonía. Los proyectos deben ser concordados, y asumidos, nunca impuestos. La abdicación por la terquedad corre malas pasadas. Es mejor esperar para un dialogo más sereno.
3. Unión de inteligencias
La formación intelectual es normalmente distinta. El compartir saberes enriquece. El mundo está lleno de misterios, la ciencia avanza, las visiones del mundo cambian. El poner en común estos cambios y estos descubrimientos los enriquece. El comentar una lectura, una película, una canción ayudan a intercambiar los aspectos de la vida y los descubrimientos que cada uno ha ido haciendo.

[1] H. Caffaret, Matrimonio. Nuevas perpectivas, Edit. Litúrgica1962, 45.

[2] (H. Caffaret, o. ci, p.47)

jueves, 19 de junio de 2008

MATRIMONIO XV


XV. MATRIMONIO Y SEXUALIDAD

Frente a la concepción negativa de la sexualidad heredada de San Agustín, el Concilio presenta un aspecto positivo de la sexualidad; Este Amor por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y, por lo tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlos como elementos y señales especificas de la amistad conyugal. (GS.49).
Cristo ha sanado, perfeccionado y elevado el amor humano por el sacramento: El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y de la caridad, Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de si mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura e impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad crece y se perfecciona. Supera por tanto mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo de egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente (GS. 49)
El Concilio expresa la dignidad de las relaciones carnales y consumación de esta forma: El amor se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen intima y castamente entre sí son honestos y dignos, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud (GS.49 ).
La iglesia, por influjo de san Agustín ha tenido siempre ciertas reticencias a la sexualidad.
La sexualidad tiene dos fines o metas: La vía unitiva y la procreativa.
La antropología actual ha superado los dualismos tradicionales: El cuerpo es malo, sólo el espíritu es bueno o en otra versión el cuerpo es bueno, pero el espíritu es superior. Esta desconfianza ha perdurado casi hasta nuestros días por el jansenismo. La sexualidad no es algo puramente biológico, ya que mira al núcleo íntimo de la persona. La sexualidad es una expresión de la persona en su integridad. En la relación carnal se produce una comunicación de los cuerpos y de los espíritus. Abarca las diversas esferas de la persona: la inteligencia, la afectividad, los sentimientos, la genitalidad, y la espiritual.
Dar el cuerpo al otro, sin haber donado antes la vida en su totalidad sería un fraude, ya que falta la profundidad del amor.
Por esta donación mutua el hombre se trasforma en padre y la mujer en madre
Por el influjo de las filosofías personalistas y otras concepciones antropológicas conocemos que el hombre es una unidad maravillosa y que tanto la corporeidad como el espíritu están fundidos en una unidad, en la que tan importante es el cuerpo como es espíritu. Ambos son criaturas de Dios y por lo tanto son buenas. El cuerpo, en virtud de la redención es templo de Dios. Esta nueva concepción, ya existente antes del concilio, fue asumida por el, como vimos anteriormente, y últimamente el Papa Juan Pablo II ha vuelto sobre el tema en unas catequesis, que tituló teología del cuerpo y en la Encíclica Familiaris consortio.[1]
El Papa en la audiencia general dijo estas palabras: El cuerpo de hecho, y sólo éste, es capaz de hacer visible, lo que es invisible, lo espiritual y lo divino (Audiencia General, 20, 21, 1980)
El concepto de sexualidad suele analizarse desde dos concepto griegos: eros y ágape.
Según Platón “El eros no es ni el dato puramente físico o biológico, ni la simple realidad espiritual, aunque participe en alguna medida en los dos campos. Su nivel parece más bien coincidir con lo psicológico, siendo por una parte la resonancia de los físico genital en el mundo de nuestros sentimientos, y, por otra la consecuencia de la plenitud espiritual en nuestras aspiraciones y deseos más profundos El eros es un fuerza del hombre, que arranca de la atracción de los sexos, y que nos impulsa al encuentro con el otro como realidad capaz de saciar nuestra apetencia. El Eros incluye la complacencia en el otro, el deseo de un encuentro corporal y carnal, la voluntad de acercamiento y contacto físico, el anhelo de fusión completa.. En sí mismo el eros es, pues, una apertura al otro, posibilidad de encuentro personal, fuerza y dinamismo para la relación con la otra persona diferenciada sexualmente.[2]
La sexualidad fue querida por Dios en el acto de la creación. Es buena. El hombre la puede deformar por egoísmo y cuando se queda en la pura genitalidad. La sexualidad tiene sus riesgos y su ambigüedad. El transformar la relación en pura animalidad, ya que no se trata de un relación personal recreada por el amor. Es fácil transformar al otro en un puro objeto.
En el nuevo testamento no aparece la palabra eros. En muy pocas ocasiones se usa la palabra philia o philein (amor-amar). Se usa con mucha frecuencia la palabra ágape, que hace referencia al mandamiento del amor fraterno (Mt. 22, 34-40), en el samaritano (Lc.10, 39-37). El ágape cristiano, frente al eros, tiene unas resonancias especiales, ya que Dios es amor, Dios se hace hombre por amor a los hombres, se comunica con ellos por amor, y les da sus dones y sus gracias; el amor de Dios es gratuito. Este amor tiene resonancias divinas. Jesús nos invita a vivir este amor.
Esta nueva revelación del amor invade el eros humano y se hace más gratuito, más oblativo, menos egoísta, y más dinámico; Dios está presente en él y se hace más expansivo. Las fragilidades de la carne son curadas y salvadas por la clarividencia del ágape, que no devora al otro como objeto. Unidos los dos se transforman con tintes nuevos de penetración, y de relación, que abarca a toda la persona en su integridad, cuerpo y espíritu. Ya no son antagónicos e irreconciliables, sino complementarios. Los hijos son el complemento necesario de ese amor total e integrador y la respuesta a una llamada divina “creced y multiplicáos”.
El Papa Benedicto XVI ha descrito esta relación de esta forma: El hombre es realmente el mismo, cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; el desafío del eros puede considerarse superado, cuando se logra una unificación. Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne, como si fuera una herencia meramente animal, el espíritu y el cuerpo perderían su dignidad. Si por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza. Pero ni la carne ni el espíritu aman: Es el hombre, la persona, la que ama, como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo. Únicamente de este modo el amor, el eros, puede madurar hasta la verdadera grandeza.[3]
La realidad sexual es un acto de amor. Dice Caffaret: “Una tal unión, cuando es expresión de amor, cuando sirve al amor, constituye verdaderamente una alabanza a Dios. La intimidad es buena, la fecundidad es buena, porque Dios ha dado al amor esa vocación y porque él ha querido darle esas dos caras inseparables. Pero si no hay amor…¡Que caricatura del amor!....La gracia del sacramento, permanente, no hace más que curar a la naturaleza caída.[4]
Estos dos elementos son materia integrante o elementos esenciales del matrimonio. Cuando esa integración entre el eros y el ágape no es posible, no habría matrimonio, o bien, porque fuera imposible esa integración por incapacidad psicológica o física, dada la unidad del ser humano o bien porque existe una exclusión positiva de esa totalidad.
En esa integración Dios está presente como creador del hombre y Cristo como salvador en virtud del sacramento, El amor es fuente de gracia y santificación; es una llamada al acto creativo, y simultáneamente una comunicación de gracia, porque Dios es la fuente del amor cristiano.
Esta relación, para que quede purificada de egoísmos, necesita renuncias, sacrificios, abnegación, morir a uno mismo, perdón..La gracia renueva, recrea, refuerza el amor humano y la hacen más fuerte y alegre.
Que bellas son estas palabras de Van der Meersch en la novela cuerpos y almas: ¡Te amo¡ Por encima de las tristezas, y de las miserias de la humanidad, por encima de tus debilidades y de tu indigencia, por tus mismas debilidades y por tu misma indigencia, por tus renunciamientos, las servidumbres, los sufrimientos, los sudores, las lágrimas, que me habrás costado, te amo.
E. Cafaret, fundador de los equipos de Nuestra Señora define esta relación de esta manera: El amor es una donación generosa y recíproca, más que un fervor compartido; es el compromiso de dos personas que se entregan la una a la otra totalmente, exclusivamente, definitivamente. Es una anhelo, que surgiendo lo más profundo del alma, traspasa el ser, haciéndolo vibrar en su totalidad, y alcanza a otro corazón, a través de su envoltura de carne; pero ese vibrante fervor no es siempre igual a sí mismo; puede conocer horas de fracaso sin que, sin embargo, sufra menoscabo….es una melodía pura que no requiere necesariamente la compañía del fervor sensible, aunque éste último le da a menudo un soporte y un útil medio de expresión.[5] Juan Pablo II lo explica así: En cuanto a espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo, informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en esta totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo humano se hace partícipe del amor espiritual (FC. 11).
El cuerpo es redimido por la gracia del sacramento y la nueva alianza.
Juan Pablo II: El amor conyugal comparte una totalidad, en la que entran todos los elementos de la persona: Reclamo del cuerpo, fuerza del sentimiento y afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad. Mira a una unidad profundamente personal, que va más allá de la unión en una sola carne, y conduce a no ser más que un solo corazón y una sola alma (FC. 13)

[1] (vide Ivest Semen, La sexualidad según Juan Pablo II, Desclée de Brouwer, Bilbao) y Benedicto XVI en la encíclica Deus est caritas, 5)

[2] Barobio D, La celebración en la Iglesia 2, Sígueme, 1980, p. 566.

[3] Benedicto XVI, Enc. Deus est Caritas, n. 5
[4] H. Caffaret, Matrimonio. Nuevas perspectivas, p. 72.

[5] H. Caffaret. Matrimonio. Nuevas Perspectivas, Edito. Litúrgica Española S.A. 1962, 20

miércoles, 18 de junio de 2008

XIV.MATRIMONIO SACRAMENTO


XIV. MATRIMONIO SACRAMENTO: LA GRACIA ESPECÍFICA DEL SACRAMENTO

El matrimonio se inserta en el amor de Cristo y de la Iglesia (Ef 5, 22-23); esta alianza humana se coloca en el ámbito de la Alianza entre Dios y su pueblo. En la relación al cónyuge, éste no es ya un objeto, sino una persona. La unión entre un hombre y una mujer es la respuesta a la llamada de Dios, que los bendice para ayudarles a construir una nueva vida bajo su mirada y la efusión de sus gracias.
La gracia específica del sacramento del matrimonio es la presencia actuante del misterio del amor de Cristo a la Iglesia y su unidad con la Iglesia.
La agracia del sacramento ayuda a los esposos a una adecuada integración del eros y del ágape.
Esta gracia ayudará a los esposos a vivir su dimensión comunitaria y su fidelidad.
Es fuente de santificación, ya que por el sacramento su vida ha sido consagrada a Dios.
La actuación del sacramento podemos contemplarla desde estos dos aspectos.

1. Desde el mismo sacramento.
El matrimonio es un sacramento que confiere la gracia, como acabamos de ver. La gracia del sacramento actúa no solo en el momento, en que los esposos se dan el sí ante el altar, sino durante toda la vida.
El matrimonio no sólo se realiza en el momento de la celebración, sino a través de toda la existencia. Su función es permanente. El matrimonio es un compromiso para siempre, que se actualiza en la medida en que los esposos, por la fe, se esfuerzan en alimentarlo por el amor, y por el sacrificio de cada día. Dicho de una manera más sencilla, el matrimonio se realiza en el momento de celebrarlo de una vez para siempre, pero no permanece muerto o inerte, sino que sigue vivo y actuando hasta el final de la vida.
El amor en el matrimonio es algo que está sometido a un continuo dinamismo, ya que el amor no tiene ni fin ni límites. Cada día, cada, hora y cada minuto los esposos pueden crecer en ese amor con la ayuda del sacramento.
¿Cuáles son las características especificas de esta gracia?
Las han explicado los teólogos y especialmente las nuevas corrientes de espiritualidad matrimonial elaboradas por los mismos laicos.
La primera pregunta que nos hacemos es sobre la relación que existe entre el amor humano y el amor divino. Cuando marido y mujer se deciden a unirse en matrimonio, Jesucristo santifica ese amor y está en el centro de esa unión no sólo en el momento de la celebración, sino durante toda la vida. Paul Claudel ponía en la boca de un personaje estas palabras: La fuerza con que te amo no es distinta de aquella por la cual tú existes”.
“Jesucristo no sólo estará junto a ellos, sino también en ellos; quiere, desde dentro, purificar y ennoblecer cada instante de su vida conyugal. Los esposos tienen, según dicen los teólogos, un derecho estricto a las gracias de su estado; no nos dejemos engañar por el aspecto jurídico de estas palabras, que parece resbalar por las superficie de las cosas; este derecho es más que una certidumbre, es una Presencia; es Dios trabajando en su vida.[1]
¿Cuáles son estas gracias?
1.-El amor humano está herido por el pecado original. En su trayectoria recibe muchas emboscadas, por los egoísmos, por la pasión, por la comodidad. Por la gracia del sacramento el Señor cura nuestra carne, alivia nuestras debilidades y egoísmos y nos da fuerzas para crecer en generosidad, entrega y servicio.
Ese amor es fecundo. Dios les dio el mandato de poblar la tierra. Los hijos son el fruto de ese amor. Los esposos han sido los colaboradores de Dios en esta obra creadora y a las vez los corredentores, porque van a llevar a sus hijos a la Iglesia para recibir el bautismo, incorporarlos al misterio de la Iglesia y enseñarles el camino del amor a Dios.

2. Desde la fe de que los recibe.
El sacramento para que actúe y sea fructífero necesita la activación de la fe. Sin fe el sacramento no produce sus frutos.
Es necesario que haya cooperación por parte de los esposos. Dios respeta la libertad humana y quiere que el hombre tome la iniciativa para responder a esa llamada. El camino es amarse cada vez más y Dios llenará con su plenitud ese amor. La esencia del cristianismo y la santidad están en el amor.
San Pablo dice que somos del Señor, vivimos para el Señor y nuestra vida debe estar dirigida a El. Esta vivencia por la fe lleva a los esposos a ser conscientes de ese compromiso permanente de que toda su existencia está dirigida a Jesucristo.
Los teólogos distinguen estas dimensiones en la vida de los esposos.
1. Dimensión eclesiológica.

Por el bautismo entramos a formar parte de la Iglesia. Por el matrimonio el cristiano entra en esa comunidad, que va a ser la base del crecimiento de la Iglesia y de la sociedad. De hecho la Iglesia empezó siendo doméstica y creció en la familia y desde la familia evangelizo al mundo pagano en los primeros siglos. Por este motivo el Concilio ha vuelto a rescatar el concepto de Iglesia doméstica con estas bellas palabras: En esta iglesia doméstica los esposos deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación propia de cada uno (LG.11; AA. 11; Lg. 41; GS. 48).
Juan Pablo II de una manera más detallada explica esta misión: Entre los cometidos fundamentales de la familia cristiana se halla el eclesial, es decir, que ella está puesta al servicio del Reino de Dios en la Historia, mediante la participación en la vida y en la misión de la iglesia. Son múltiples y profundos los vínculos que unen entre sí a la Iglesia y a la familia cristiana, y que hacen de ésta última como una Iglesia en miniatura (Ecclesia domestica), de modo que sea, a su manera, una imagen viva y una representación histórica del misterio mismo de la iglesia…La familia está llamada a tomar parte activa y responsable en la misión de la Iglesia de una manera propia y original, es decir, poniendo al servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y amor….Su participación en la misión de la Iglesia debe realizarse según una modalidad comunitaria; juntos, pues, los cónyuges en cuanto pareja, y los padres e hijos, en cuanto familia, han de vivir su servicio a la Iglesia y al mundo (FC. 49, 50).
La familia y la iglesia no se identifican, pero en el matrimonio los padres incorporan a sus hijos a ella por el bautismo, los educan y les ayudan a crecer en la fe con su testimonio y sus enseñanzas. La familia tiene que ejercer su acción evangelizara en el mundo con su testimonio y con la proclamación de la palabra de Cristo. La familia es una iglesia en pequeño, porque ellos, como sacerdotes, cada día ofrecen en el altar de su casa sus ofrendas, sacrificios y oraciones.
2. Dimensión cristológica.
El matrimonio tiene una base natural, ya que es una realidad terrena. Cristo lo eleva a la categoría de sacramento y entra a formar parte del misterio de Cristo, Vosotros os casáis en el Señor, decía Pablo, ya que la presencia de Cristo en este amor, santificado por su gracia es una realidad viva.
Los esposos al casarse entran a formar parte de la Historia de la salvación, especialmente en el misterio pascual de Cristo.
Cristo, muriendo en la cruz por los hombres en la cruz es la respuesta a la unión de amor existente en el matrimonio. Si esa entrega de Cristo fue tan absoluta, esta relación sacrificial tiene también que producirse en el matrimonio. La muerte y resurrección de Jesucristo son la medida de esta entrega. En Cristo la muerte se ha hecho don, sacrificio, entrega y salvación. La muerte de Jesús, como donación total, es el ejemplo a seguir. Saber morir cada día en la presencia del amor pascual, que les acompaña. Esta presencia de Cristo en su amor es una realidad santificadora de dones y gracias. La figura de Jesús de Nazaret debe estar tan presente en sus vidas, como un Alguien, a quien tienen que seguir.
Se trata de una relación no meramente simbólica, sino de una relación real, ya que Cristo vive, está y actualiza en cada momento esa relación.
3.Dimensión pneumática
La iglesia es el sacramento del Espíritu de Cristo. El Espíritu Santo actúa, está presente en todos los sacramentos. El Espíritu Santo no sólo actúa, sino que es un don. Este don es la gracia del Espíritu, que actúa en nosotros para cumplir la misión y los compromisos mutuos que los esposos deben realizar en su vida matrimonial. El Espíritu con sus dones, les da fuerzas para permanecer en la fidelidad, en la entrega y en la generosidad. Por el bautismo somos incorporados a la iglesia, por el sacramento del matrimonio somos consagrados para realizar la misión salvífica de Cristo en la familia y en la sociedad. El Espíritu es principio de comunión y renovación (Ef.2, 22; 4, 4-6).
4. Dimensión trinitaria
El matrimonio es imagen de la Trinidad. Hagamos, al hombre, a semejanza nuestra. Este plural, dicen los exegetas, no es algo meramente simbólico, sino real, ya que el hombre y la mujer, son expresión de las relaciones interpersonales, existentes entre la divinas personas. Estas relaciones son fundamentalmente de amor, ya que Dios es amor. El Ser trinitario crea en los esposos un ser intermatrimonial, para ser también una sola carne.
[1] E. Caffaret, Nuevas perspectivas del matrimonio, 248, E. Litúrgica Española, 1962.

miércoles, 4 de junio de 2008

MATRIMONIO XIII



XIII.- ELABORACIÓN TEOLOGICA DESDE SANTO TOMAS DE AQUINO
Santo Tomas de Aquino partió de Aristóteles para explicar la esencia del matrimonio, La tarea principal de la unión entre un hombre y una mujer va dirigida a la procreación. Esta sería la finalidad primaria del matrimonio (Suplemento q. 44, art. 1). Partiendo de la doctrina aristotélica de la materia y de la forma dice que la mujer no presta nada más que materia puramente pasiva. La formación de esta materia inerte, se trasforma en viviente gracias a las fuerzas viriles, que producen la forma que se da a la materia por la acción divina..
La teoría de las formas de Aristóteles cayó en desuso, desde el momento en que la ciencia fue descubriendo que era falsa, ya que tanto el hombre como la mujer son parte activa en el nacimiento del hijo desde ángulos diversos.
Para que los padres puedan educar a los hijos es necesario para Santo Tomás que colaboren, que se pongan de acuerdo, que se comprendan, que se respeten.
El fin primario de matrimonio está dirigido a la procreación, La procreación es la consecuencia de la unión de un hombre y una mujer
El matrimonio es remedio de la concupiscencia
Es un sacramento que concede las gracias necesarias para afrontar todas estas obligaciones.
No obstante en los siglos posteriores se va a ir perfilando la estructura del matrimonio partiendo de tres ejes: Teología, derecho y moral. Van a entrar en juego los nuevos movimientos matrimoniales, que va a crear una nueva espiritualidad en el matrimonio, elaborada no desde los monasterios, sino desde su misma vida. En este aspecto ha sido un campeón Cafaret.
En este camino han ayudado mucho la antropología, la psicología y psiquiatría y las nuevas filosofías personalistas.
La teología empezó a reflexionar que los esposos se casaban no sólo para tener hijos, sino para el desarrollo interpersonal. Se empieza a estudiar con más detenimiento la teología del matrimonio, elaborada desde la praxis existencial de los mismos movimientos laicos. El amor comienza a perfilarse con el motor de la vida matrimonial, dando más importancia a las relaciones interpersonales. Más que de contrato se prefiere hablar de alianza.
En relación a la indisolubidad se plantea este problema: Es en el siglo XII, cuando empiezan a nacer las primeras discusiones sobre el particular. Aparecen dos posiciones extremas. La teoría de la cópula y del consentimiento. Para Graciano el constitutivo del matrimonio es el coito; para Hugo de san Victor, en atención al matrimonio virginal de María, excluía del consentimiento cualquier elemento sexual..En Balogna se siguió defendiendo la teoría de la cópula y en la escuela parisina la del consentimiento. El papa Alejandro III (1159-1181) intervino en la disputa y declaró que la única causa eficiente del matrimonio es el consentimiento, aunque el Papa puede disolver un matrimonio rato, pero no consumado.
Es a partir de estas discusiones, cuando empieza a esbozarse una nueva teoría sobre el matrimonio.
Hubo varios teólogos egregios, que se adelantaron a las nuevas orientaciones del Concilio Vaticano II.
Estas nuevas orientaciones fueron rechazadas mediante un decreto del Santo oficio de echa 1 de abril de 1944 (AAS. 36(1944) 103 en las que se dice: que el fin primario del matrimonio no es la procreación de los hijos y su educación o que la personal perfección de los cónyuges, fomentada y conseguida, mediante la entrega personal y anímica, es decir, el fin secundario del matrimonio no se subordina esencialmente a la procreación de los hijos y educación de ellos, sino que es un fin coordinado e independiente, no puede ser tolerada,
La Rota el 22 de junio de 1944 se pone en la línea de esta declaración, pero añade otros aspectos. Esta declaración de que la procreación es el fin primario del matrimonio es compatible con la opinión de que el matrimonio no sirve solo para la descendencia, sino que además es expresión del amor, porque puede realizarse en los matrimonios estériles..
Los juristas hicieron un distinción entre el finis operis et finis opoerantis. En la intención personal el hijo está por lo general en segundo término, aunque en el orden objetivo esté en primer lugar la procreación.
Pio XI en la Casti Connubii (1930), da un paso adelante en la nueva concepción del matrimonio:
Esta formación interior o recíproca de los esposos, este cuidado asiduo de la mutua perfección puede llamarse también, en cierto sentido, como enseña el catecismo romano, la causa y razón primera del matrimonio, si es que el matrimonio no se toma estrictamente como una institución que tiene por fin procrear y educar convenientemente los hijos, sino en un sentido más amplio, como comunión, costumbre y sociedad de toda la vida.

MATRIMONIO XII



XII. EVOLUCIÓN DE LA CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIOI Y LOS MATRIMONIOS CLANDESTINOS.

El hecho más importante del matrimonio es la publicidad del mismo. La iglesia desde el principio admitió que el matrimonio se realizaba por el consentimiento. Pero no constaba jurídica y públicamente la existencia del vínculo y la libertad de los contrayentes. Esta regulación la va a hacer definitivamente el Concilio de Trento. El matrimonio empezó a celebrarse en la iglesia en las condiciones con las que hablaremos posteriormente, aunque sí asistía al matrimonio de los esclavos que no podían celebrar matrimonio civil.
En Normandía el consentimiento debía prestarse ante las puertas de la Iglesia en presencia de toda la asamblea cristiana. Ya no se hace en la casa de la novia como se hacía en el derecho romano.
En los moralistas de la época se empiezan a distinguir dos fueros: el fuero de Dios, llamado interno o del cielo y el fuero externo, o publico o in facie ecclesiae (en presencia de la Iglesia. En un moralista del siglo XI leía esta curiosa historia: Un Señor había contraído matrimonio públicamente (In facie ecclesiae), pero con anterioridad había contraído un matrimonio secreto (in foro Dei). Su matrimonio público era nulo, ya que existía el impedimento de primer vínculo, desconocido para la sociedad (clandestino). Pregunta a un confesor, sobre la licitud de sus relaciones conyugales. La respuesta del confesor es muy curiosa. No puede tener relaciones con la mujer que se ha casado públicamente, ya que ella no es su mujer, porque el matrimonio era nulo. Con la primera mujer, sólo, cuando no haya escándalo social, ya que nadie sabe que esa es su verdadera mujer y si vive con ella hay escándalo. En concreto no puede convivir con ninguna de la dos.
La iglesia va tomando conciencia de que es necesario suprimir los matrimonios clandestinos y antes de darles una nueva configuración en Trento, se empieza a actuar en otros aspectos.
El misal de Reenes nos presenta las distintas partes de este ritual de esta manera::
Vaya el sacerdote primero delante de la puerta de la Iglesia, revestido de alba y estola, con el agua bendita. Después de rociar a los esposos les interrogará con prudencia para saber si quieren desposarse conforme a la ley; se informará de si acaso son parientes y les enseñará cómo vivir juntos en el Señor.
Después de esto diga a los padres, según la costumbre, que den su hija al esposo y a éste que le dé su dote, cuyo escrito hará leer en presencia de todos los asistentes.; haga también que la despose con un anillo bendecido en nombre de la Santísima Trinidad, poniéndoselo en la mano derecha, y les haga permutar algunas piezas de oro o plata según sus posibilidades. Haga luego el sacerdote la bendición que está indicada en los libros.
Una vez terminada ésta, entrará en la iglesia y comenzará la misa. Entonces el esposo y la esposa llevarán luces encendidas en las manos. Durante la misa harán ofrenda de ellas al ofertorio. Antes de que se diga el pax domini se pondrá bajo un velo según la costumbre; entonces recibirán la bendición nupcial. Al final el esposo recibirá la paz del sacerdote y la dará a su esposa.[1]
En el transcurso del tiempo, resumiendo el rito matrimonial ha ido asumiendo distintos aspectos.
Previamente a la boda se celebraban las vísperas, con su carácter nupcial.
Se hacía la bendición del que había de ser el tálamo nupcial.
La entrega de las arras y del anillo nupcial es antiquísimo, ya que se usaban en el derecho romano. La palabra arras, provienen de la palabra griega arrahalôn, que significa paga, refiriéndose posiblemente a la cantidad que el padre de la novia debería pagar por la novia en forma de dote, de acuerdo con el derecho teutónico. Costumbre que había existido en la antigüedad en el derecho romano. Posteriormente el simbolismo se pone en el intercambio de bienes o dote.
El Concilio de Florencia(1438-1445) en el decreto para los armenios dice: “El séptimo sacramento es el del matrimonio, que es signo de la unión de Cristo y la Iglesia, según el Apóstol que dice: Este sacramento es grande; pero entendido en Cristo y en la Iglesia [Eph. 5, 82]. La causa eficiente del matrimonio regularmente es el mutuo consentimiento expresado por palabras de presente. Ahora bien, triple bien se asigna al matrimonio. El primero es la prole que ha de recibirse y educarse para el culto de Dios. El segundo es la fidelidad que cada cónyuge ha de guardar al otro. El tercero es la indivisibilidad del matrimonio, porque significa la indivisible unión de Cristo y la Iglesia (tomado de San Agustín). Y aunque por motivo de fornicación sea licito hacer separación del lecho; no lo es, sin embargo, contraer otro matrimonio, como quiera que el vinculo del matrimonio legítimamente contraído, es perpetuo.
El Concilio de Trento, por medio del decreto «Tametsi» manda que el matrimonio se celebre con la presencia del párroco y de dos testigos, ya que quedan prohibidos los matrimonios clandestinos. Esta va ser la forma canónica ordinaria, necesaria para la validez del matrimonio
Esta manera de celebrar el matrimonio se impuso de tal manera que se consideraban nulos si no tenían estas condiciones.
Se discutió mucho entre los teólogos, si la iglesia podía o no poner estas condiciones con la condición de nulidad.
La respuesta que daban los teólogos es que la Iglesia no puede cambiar la sustancia del sacramento, pero puede determinar el signo externo o forma en que debe celebrarse como sucede en los demás sacramentos.
Resumiendo todo este proceso podemos decir que consideran que es lícito el matrimonio el Concilio de Toledo (a.447), el de Braga(a. 1-5-561), y el de Lertrán (1139)
Hablan de la sacramentalidad del matrimonio el Concilio de Verona (a. 1184), la carta Quanto te magis, de Inocencio III (1-5-1199), La Bula Exultate Deo (22-11-1199), y el Concilio de Trento, sesión 24 (11´11.1563)
En el siglo XVIII empezó a esparcirse el trigo al salir los novios de la Iglesia como signo de fertilidad y prosperidad.
EN GRECIA y en todo Oriente el matrimonio tiene dos momentos:
La ceremonia de los esponsales, en la que los novios se entregan los anillos, uno de oro y otro de plata. Se los intercambian mutuamente.
La coronación que es el equivalente a la velación en occidente. El sacerdote coloca una corona sobre cada uno de los contrayentes. Intercambio de un beso entre los esposos y la misa.
En las Iglesias de Oriente, desde una época antigua, los pastores tomaron parte activa en la celebración de los matrimonios, sea en lugar de los padres de familia o conjuntamente con ellos. Este cambio no fue el resultado de una usurpación: se realizó, por el contrario, a petición de las familias y con la aprobación de las autoridades civiles. A causa de esta evolución, las ceremonias que se realizaban primitivamente en el seno de las familias fueron progresivamente incluidas en los ritos litúrgicos mismos, y se formó asimismo la opinión de que los ministros del rito matrimonial no eran sólo los cónyuges, sino también el presbítero asistente. La luna de miel procede de los celtas
[1] Martinot, o.c. pg. 646

MATRIMONIO XI


XI.-EL MATRIMONIO EN EL SIGLO IV

Aunque no hay un rito para celebrar el matrimonio aún, se introduce la velatio nuptialis (imposición del velo), que ya viene en el sacramentario de Verona. La ceremonia consistía en colocar un velo blanco sobre la cabeza de la mujer y los hombros del varón. Se decía una oración, que en sus grandes líneas se conserva en el actual ritual, en la que se pedía al Señor que bendiga a su sierva y que haga brillar en ella todas las virtudes cristianas de las mujeres del Antiguo Testamento.
De la iconografía romana se toman las virtudes que deben adornar a las esposa. Debe ser amiga de la paz, amable, casta, fiel, inocente, pía, santa, venerable, sabia, servidora de Dios y vigilante. Presenta como ejemplo de ellas a las mujeres del antiguo testamento: A Raquel, a Rebeca, a Sara etc.
Las nupcias de Cristo con la Iglesia, vividas en el sacramento, serán en adelante su gozo y su bienaventuranza.
La velatio se situaba dentro de la misa. Les dan un valor de simbolismo, ya existente en el derecho romano. Aunque no es un rito matrimonial, existe al menos constancia pública de que el matrimonio se realizó.
El velo ya se usaba en Roma, era de color amarillo intenso y se llamaba flammeum. El vestido era también amarillo. El velo lo llevaban las casadas para que los hombres no las vieran y era un símbolo de modestia y pudor o como signo de sumisión a sus maridos, según otros. En el siglo XVIII empieza a usarse el color blanco.
Los anillos, símbolo de la fidelidad, parece ser que provienen de Egipto de la III Dinastía del imperio antiguo (4.800 a.c.) Por su forma redonda, en cuanto que no tienen ni principio ni fin, significan la eternidad. El matrimonio era indisoluble y eterno. Los anillos eran signos de adorno, y se colocaban en cualquier dedo, incluso en los pies. Los reyes antiguos, en sus anillos, colocaban el sello con el que sellaban sus documentos. Estos anillos tenían el significado de poder y autoridad. El anillo, además de adorno, tenía en ocasiones el símbolo mágico de talismán. Tal vez lo más probable es que fueran signos de adorno, ya que aparecen en muchas tumbas egipcias. De aquí pasaron a Roma, llamándose alianzas, ya que eran signo de la alianza de Cristo con la Iglesia. Por este motivo el matrimonio se dice que es una alianza. En Roma los personajes más importantes, los llevaban de oro o plata, y las personas más pobres de hierro. Según los celtas, que también usaban el anillo, la alianza se ponía en el dedo anular, ya que afirmaban que este dedo se comunicaba directamente con el corazón. El anillo era el símbolo de la rueda del año, del sol, de la tierra, del huevo cósmico. Era símbolo de elevación, perfección y paz. En muchos anillos encontrados en las catacumbas ya aparece una simbología religiosa. La iglesia asumió en las bodas el anillo como símbolo de fidelidad. Es un hecho difícil de explicar, que se hubiera universalizado de tal manera el uso del anillos en todos los ámbitos de la existencia humana..
Dada la indisolubilidad enseñaba por Cristo, el matrimonio era para siempre, y no se rompía como decía los romanos cuando faltaba la afectio maritalís.