jueves, 26 de septiembre de 2013

EL RETORNO DE LA MISTICA




El retorno de la mística

         La mística se ha puesto de moda desde que A. Malraux, novelista francés, afirmó: “El siglo XXI o será místico o no será”. K. Rahner lo predijo más explícitamente: El hombre religioso de mañana será un místico, una persona que ha experimentado algo, o no podrá seguir siendo cristiano... El cristiano de mañana será místico o no será cristiano”.

En el siglo pasado Fr. Juan Arintero, O.P. especializado en el estudio de la  mística[1], afirma citando a uno de los autores espirituales de su época ( P.Weis) algo parecido: “La Mística es verdaderamente la flor y el término de la vida cristiana. Es el cristianismo en su entero desenvolvimiento. Por eso concierne a todos a todos cuantos quieren aceptar el cristianismo entero”.

La mística en la actualidad se ha convertido, sobre todo para la juventud en un centro de atención. Los motivos son múltiples. Tal vez el principal sea que el mundo actual vive en el frenesí de la prisa y el estrépito de los coches, el ruido de una televisión y, en una palabra, está siempre aprisionado, por tanta multitud incomunicada, con la que no habla. Decía Chesterton estoy en el metro de París,  rodeado de millones de personas, y jamás he estado tan solo. Para los más inquietos, esta farándula, no les atrae, y necesitan retirarse a su desierto.

Para unos será el yoga, el zen o la montaña, para otros la filosofía hindú o budista,  para un cristiano la mística cristiana en un sentido amplio. En esta soledad el hombre se encuentra consigo mismo y con Dios y descubre el sentido de su vida. Frente a la superficialidad, se necesita la profundidad de la contemplación; frente al estrépito el hombre busca el silencio. En este mundo en el que Dios ha muerto, es necesario que pongamos en su mismo corazón al Dios vivo,  que despierte en nosotros un sueño de lo eterno.

Los místicos nos ayudan a relativizar  nuestro presente. Estamos tan enfrascados en la temporalidad, que nos hace descubrir el sentido de la vida. Los relatos de los místicos, sus gestos, su austeridad, sus visiones, tal vez nos parezcan llenos de fantasías y utopías, irrealizables en el presente. Es verdad que en nuestro tiempo suenan nuevos acordes. Pero la palabra mística nos sumerge en mundo de contemplación, de encuentro con lo trascendente y con nosotros mismos y nos ayuda a humanizarnos, a domar a la bestia que hay en nosotros, a volar por encima de la tierra. San Francisco de Asís ha sido el hombre más libre de la historia de la humanidad, ya que lo relativiza todo y lo trasciende todo. En el místico hay una capacidad de ensimismamiento y lejanía de la temporalidad, que ve la tierra con una mirada distinta.

Si el “homo tecnicus” se hiciera místico, miraría a la tierra como Francisco de Asís, no la destruiría y comprendería  que hay una hermandad universal entre todos los hombres, porque aprendería a despojarse de sí mismo y de sus falsedades y en una apertura casi infinita sería  capaz de abrazar a la humanidad. No tiene intereses, por se ha vaciado de sí mismo. Ama a la naturaleza y al otro como así mismo.

Aprendería que frente a la prisa, es necesaria la quietud; que frente al derroche es necesaria la austeridad; que frente al tumulto es enriquecedora la soledad y el silencio; que frente a la dispersión de nuestra vida, hay un centro, que lo hace más radiante. La espiritualidad cristiana ha ido tomando en el tiempo, distintos matices, según se haya enmarcado en uno u otra aspecto la vida y la obra de Jesús.

La Espiritualidad Benedictina, que domina en el Occidente europeo, comienza con San Basilio. Prevalece una visión dualista del hombre: cuerpo y alma y mundo y religión. Es propia de los monjes. La espiritualidad dominicana no nace con santo Domingo, se va a ir perfilando, en la medida, en que los nuevos intelectuales, especialmente santo Tomas, van haciendo sus aportaciones. Santo Domingo entra en escena en una época de gran despertar social, intelectual, moral y religioso. Los fundamentos de esta escuela de espiritualidad los encontramos en la cultura escolástica, en la que prima el entendimiento sobre la voluntad y el afecto, aunque sin excluir la contemplación.
          La mística es menos afectica. Se sitúa más en el camino de la ascética, ya que lo comunitario pasa a un segundo plano. El fraile se ha tirado al mundo a anunciar el evangelio. Su espiritualidad se individualiza.  El monje se quedaba en su monasterio, y trabajaba dentro del monasterio. Partiendo de esta  opción intelectualista, se orienta a la contemplación, adquirida o infusa con una apariencia más teocéntrica que cristocéntrica. Desarrolla la teoría y la acción de la gracia de Dios y de los dones del Espíritu Santo, llegando casi a anular la participación activa del hombre.

La espiritualidad franciscana: Surge en la baja Edad Media (Siglo XIII) y su precursor es San Francisco de Asís, que se abraza a la pobreza radical. Hay una primacía de la voluntad sobre el entendimiento. Predomina la afectividad, y el sentimiento. Su visión es cristocentrica. En su vida hay tres focos: La pasión de Cristo, la encarnación y el anuncio de Jesús (el evangelio). Como motor de esta espiritualidad está el amor. Amor a Dios y amor a las criaturas.

En el circuito aparece una fraternidad, que salta de lo humano a las criaturas (el hermano sol). El optimismo, la alegría, y el gozo son la secuencia de su vivencia mística. Francisco no quiere libros, sino testimonios. No busca las teorías, sino la praxis. Predomina la experiencia mística de los carismas sobre la teoría.
            Espiritualidad Carmelitana: Como escuela de espiritualidad se consolida en la Edad Moderna (Siglo XVI), aunque tiene sus orígenes en el Siglo XII, como veremos. Nace esta espiritualidad de la mano de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que plasmaron ambos en sus libros las experiencias personales, tanto en el campo de la ascética como de la mística. Su mística es vital y afectiva. No obstante ambos estuvieron muy atentos por temor al santo oficio, en no caer en un puro iluminismo o panteísmo místico (árabe). Se observa en la espiritualidad carmelitana cierta prevención al saber.

 Dos son los caminos para llegar a la unión con Dios: la oración y la contemplación. Dios y el hombre, por la contemplación, se funden en un éxtasis místico, que llama desposorio. Hay un lenguaje y una simbología nueva, propia de la mística carmelitana, como después veremos. Pero es sobre todo san Juan de la Cruz, en el que esta simbología, se hace poesía en el Cántico Espiritual. Su mística escala las cimas de espiritualidad cristiana y su poesía se coloca en la cubre de poesía castellana. A Ávila corresponde el merito de habernos dado estos dos santos. A Jaén la gloria de que Juan muriera aquí y a Beas de Segura, que Teresa recorriera sus calles y fundara un convento, en el que sus monjas siguen aún cantando maitines.   

Espiritualidad Ignaciana: Surge en la Edad Moderna (Siglo XVI) por obra de San Ignacio de Loyola. Cambia el paradigma de la  tradición monástica. Suprime el rezo comunitario de las horas, ya que el nuevo jesuita tiene que estar más dispuesto a la lucha secular. El medio que usa para cristianizar a la sociedad son los Ejercicios Espirituales. Su nuevo movimiento se llama compañía. Con la cual nos indica, que el nuevo movimiento, está centralizado, como un ejército.

No nos podemos olvidar  del ambiente renacentista y humanista, que exalta la autonomía humana. Por esto no busca el tremendismo monacal, rompiendo el dualismo de la primacía del espíritu sobre el cuerpo. Su ascesis está fundamentada en la oración, en el examen, en la mortificación de los sentidos. Su lema es que todo redunde “ad maiorem Dei gloriam”.

Insiste en el ejercicio de las virtudes morales y teologales. Su espiritualidad centra su atención en Cristo obediente. Ignacio en su estancia en Paris, centro del saber en aquella hora,  ha percibido  el estruendo, que han producido los místicos, de los siglos pasados y la influencia, que tuvo "tríada mística renana", formada por el Maestro Eckhart y sus dos discípulos, Taulero y Susón. Los tres fueron profesores universitarios. Los tres se convirtieron, además, maestros de vida, y su influencia apenas podemos hoy imaginarla. Ignacio, recociendo lo positivo del pasado, quiere abrir unos horizontes nuevos, anclado en la ascesis. Ello no quiere decir que no fuera un místico.

En Santa Teresa vamos a descubrir a una mujer castellana, rebosante de humanidad y feminidad, que se encuentra con Dios y le fascina. En la mística alemana del siglo XII, Hildegarda de Bingen es una mujer visionaria, contemplativa, profetisa, abadesa, teóloga, poeta, cosmóloga, boticaria, científica, miniaturista y música. Una mujer intrépida, que llama al Obispo de Colonia azor de rapiña. Me impresionó, cuando leí en la prensa,  que la periodista italiana no creyente  Adriana Fallaci tuviera un retrato suyo en el dormitorio.

 

 En san Juan de la Cruz, el Cantico Espiritual, es uno de los poemas, más sublimes de la lengua castellana. De su estudio se ocupan las más plurales disciplinas: La psicología de la religión, la antropología religiosa, la filosofía de la religión y fenomenología. Hasta hay estudiosos del cerebro, que intentan explicar estos fenómenos por los cambios que se producen  y de filólogos, que estudian su poesía.      




[1]  La evolución mística, BAC, 1952

MIRÉ AL CIELO Y LA LUNA




Mire al cielo y busque a Dios.
Pensé en el big-ban, del que habla la ciencia,   los infinitos agujeros negros
y en los millones de estrellas que nacen y mueren, cada día,
rodando por los espacios infinitos.
El universo se expande, y camina en la curvatura del espacio.
Es un placer mirar por un telescopio los millones de galaxias inflamadas en el cielo a millones de años luz.
En la bóveda celeste miles de luceros brillan con esplendor.
Por el espacio corrían los planetas a velocidades de la luz
y más cerca el sol dorado calentaba la tierra y la luna blanca recorría la bóveda del cielo. Era  como un duende que sigilosa pasa y pasa y me saludaba en el horizonte.
           Millones de puntos luminosos brillaban en la altura. Todo es belleza deslumbrante, todo es inmensidad en la lejanía y en la noche se palpa el silencio y el brillo de las estrellas. Latierra, la madre tierra, rodando por los espacios. Las nubes como madejas de lana blanca,corrían por encima de la montaña y la nieve blanca, dormía sentada en su vientre.
Aristóteles mirando a la tierra madre y al universo, pensaba que la razón de su ser se debe a un tercer “algo” anterior, al que le debía su fundamento y concluyó,  que debe existir un ser que sea necesario por él mismo, que no sea contingente. Para él ese era Dios.   
Entonces le hice una pregunta a mi amigo Aristóteles ¿Dónde está Dios? El me respondió el mundo es contingente. Existe, pero pudo no existir. Debe por lo tanto haber un algo exterior que sea necesario por sí mismo y  sea a su vez fundamento de lo contingente. ¿No ves que el mundo  es una obra de Dios?. Mira los espacios infinitos, los millones de galaxias y estrellas, que tintinean en el espacio. Allí está Dios, como un ser, que ordena los espacios infinitos. Ese es su  trono, desde el que contempla las maravillas que hizo.
 Los hombres que miran con buena voluntad, lo encuentran. Los hombres, me responden: no lo buscan y por eso no lo encuentran. No saben que está arriba en el espacio curvo o  abajo entre el olor  de los jazmines, capullos y las rosas.
Dios no les importa. Sólo les interesa el ahora, el aquí. No les interesa ni el cómo ni el qué ni el por qué de las cosas. Ya no miran al cielo, sino a la tierra. No preguntan por nada. Son dioses de sí mismos, adoradores de su yo. No tienen ojos para sondear  los horizontes. Ya la tierra no es su madre. Con las gigantescas máquinas la maltratan, la destruyen, rasgan su piel, penetran en lo más profundo de sus entrañas y la sangran. ¡Pobre madre tierra! ¡No te mueras! ¡Quieren matarte! Yo te amo, te acaricio, te mimo. Me gusta hincarme de rodillas y besarte. Secar tus lagrimas, limpiar tu cara, restaurar tu pie ajado por tanto veneno, tanto plástico, tanta técnica cruel, tanto coche humeante y contaminante.
 
  Admiro la grandeza del  cosmos, pero más misterioso es el microcosmos. Ese mundo en miniatura, que no lo vemos, pero lo palpamos.  En su pequeñez es un mundo deslumbrante.  El macrocosmos es belleza y armonía, pero mucho más insondable es el microcosmos, los científicos nos van describiendo cada día. El mismo hombre es un milagro: 100 millones de células en el cerebro, que se mueven al ritmo de millones de conexiones, para poder conocer, movernos, saltar o reír.
Cada vez que penetramos en estos misterios  rebosamos de admiración y encantamiento.  En la biología descubrimos parásitos, bacterias, hongos y virus que cohabitan con todos los animales y plantas. Para la química, el microcosmos son las moléculas, aproximadamente el 95% de la materia viviente está constituida por hidrógeno, carbón, nitrógeno y oxígeno, que con muchos otros elementos se encuentran, organizan, y forman las proteínas, los  ácidos nucleícos, los  carbohidratos y muchas otras moléculas complejas. Para la Física el microcosmos está representado a nivel atómico, subatómico y nuclear. Es bella la tierra y el cosmos. Pero este mundo tan imperceptible y misterioso, está tan bien o más organizado que el macro cosmos. En él descubrimos el sentido, el orden, la finalidad y  su belleza interior, que nos deslumbra al verlo en el microscopio.
  El Filosofo Antony flew, que murió el año pasado era ateo, pero había seguido en su investigación filosófica, aquella frase de Sócrates: “Sigamos la argumentación a donde quiera que nos lleve”. Aristóteles descubrió a Dios en el macrocosmos, Flew  en el microcosmos. Llego a la conclusión de que el universo fue traído a la existencia por una inteligencia infinita, a quien los científicos llamaban la Mente de Dios. Por eso él repetía: “Creo que la vida y la reproducción  tienen su origen en una fuente divina. ¿Por qué creo ahora esto, después de haber expuesto y defendido el ateísmo durante más de medio siglo? La breve respuesta es la siguiente: “Tal es la imagen del mundo que, en mi opinión, Dios ha emergido de la ciencia moderna” .
           En su evolución intelectual descubrió un concepto de Dios lógicamente asumible y una serie de hechos que hacían factible que ese Dios existiera, más aún, que ese Dios era el marco que encuadraba perfectamente el mundo que descubría y describían las ciencias. Quizás algún día, decía él,  pueda oír una Voz que dice: “¿Me oyes ahora?”
Buscando un lugar a Dios y abierto a la Omnipotencia, tiene que ver con la coherencia del concepto Dios como Espíritu incorpóreo y omnipresente y cómo el camino recorrido le ha llevado a aceptar la existencia de un Ser autoexistente, inmutable, inmaterial, omnipotente y omnisciente.
Lo buscaba como Sócrates y lo encontró. Encontró al Dios de la filosofía, no plenamente al Dios de la fe.