IGNACIO DE LOYOYA Y SU
ESPIRITULIDAD
Como portada esta bella
oración de San Ignacio:
San Ignacio de Loyola
Enséñanos, Señor, a servirte como
mereces:
A dar sin contar el costo.
A luchar sin contar las heridas.
A trabajar y a no buscar descanso
A laborar sin pedir recompensa
excepto que saber que hacemos tu
voluntad.
Es sin lugar a dudas la orden más importante de este periodo. Va a marcar un
rumbo nuevo a la vida religiosa. No hay monasterios, sino casas en las que
viven sus miembros. Éstos están a la libre disposición del Papa, pero en el
mundo actúan como simples sacerdotes. Pueden poseer bienes, pero todos ellos
hacen los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Hacen el voto de
obedecer a Papa, en aquello que éste les mande.
El primer general o prepósito fue Ignacio de
Loyola. Instruido en la caballería de la corte, fue gravemente herido en el
combate y en su convalecencia oyó la llamada de Dios. Se retiró al monasterio
de Montserrat y se dio un año de prueba para mayor discernimiento espiritual.
Leyó la vida de muchos santos, la imitación de Cristo, la obra más relevante de
la “devotio moderna”, y la biblia. Hay quienes afirman que también leyó el
“Ejercitatorio de la vida espiritual”, de García Jiménez de Cisneros, abad de
Montserrat. El núcleo de sus ejercicios espirituales nació en este retiro.
Sintió la necesidad de una formación superior en Filosofía y Teología, y marchó
a Paris.
San Ignacio la llamó la Compañía de Jesús (societas Jesu). El día quince de
agosto de 1534, un grupo de siete estudiantes universitarios pronunciaron sus
votos en Montmarte de Paris. Los acompañantes eran Francisco
Javier, Pedro Fabro, Diego Lainez, Alfonso Salmerón, Nicolás de
Bobadilla, Simón Rodríguez, Juan Caduri, Simón Rodríguez y Claudio Gayo. Sus
constituciones fueron aprobadas por el Papa en 1540. La constitución presenta
una institución centralizada, que la diferencia de las órdenes
mendicantes. El general es elegido por la congregación general para
siempre, esto es, con carácter vitalicio. Todos los demás cargos inferiores son
nombrados por él. El ingreso en la orden se produce en dos etapas. Voto simple
a los dos años de noviciado. Voto perpetuo a los diez. Hay presbíteros y
miembros laicos, llamados coadjutores. No hay horas canónicas, ni
clausura, ni ejercicios de penitencia normativa, ni un uniforme
determinado. Visten como los sacerdotes seculares. Existe una movilidad
absoluta, y van, donde la Iglesia los necesita.
La obsesión de Ignacio fue la preparación intelectual de sus miembros, ya que
quería que los jesuitas estuvieran al frente de toda la ciencia de su época.
Por eso quiso desde el principio que se especializaran en los saberes de
su tiempo. La segunda visión fue muy importante, la sociedad sería un reflejo
de lo que enseñara la escuela y empezó a crear colegios de mucho nivel
científico en todo el mundo. En 1650 contaban con quinientos colegios. En
1.620 unos 14.000 mil jesuitas cooperaban con el Papa en la reforma católica,
que fue una de las encomiendas que este le dio.
En su educación asumieron el trívium y quatrivium de los antiguos,
adaptándolo a la mentalidad actual. Con Suárez se profundizará en el tomismo
que se impuso con Santo Tomas de Aquino. No olvidaron las misiones,
corriendo todos los confines del mundo (Japón, China, India, América) y
su evangelización en los nuevos países descubiertos fue muy fructífera. Los
jesuitas en sus colonias en el nuevo mudo fundaron colegios, eran unos grandes
centros de enseñanza con su iglesia, como alma del grupo. En ellos dormían y
comían los alumnos y los profesores. En cuanto a las grandes iglesias que
fueron construyendo, se adaptaron al barroco, que era el estilo de la época.
Sus modelos eran el Jesú de Roma y la iglesia de San Miguel de
Munich.
San Ignacio y Los Ejercicios
Espirituales
San Ignacio estuvo en la cueva de Manresa durante muchos meses, dedicado a la
oración. Llevaba a Dios en su interior. Durante este tiempo, Ignacio aprendió a
buscarle en las experiencias ordinarias y místicas, que le enseñaron que su
vida debía girar en torno a Jesús de Nazaret. Aprendió que Dios estaba
moldeándolo y formándolo para ser amigo de Jesús.
Se encaminó a Montserrat, donde hizo confesión general y durante
toda la noche estuvo en oración ante la Virgen. Desde aquí marchó a un pueblo
cercano para pasar unos días, escribiendo sus experiencias.
Posteriormente se dirigió al pueblo de Manresa, donde estuvo once meses. Allí
se dedicó a la oración y a la penitencia.
Dios probó su alma con la noche oscura de san Juan de la Cruz. Las
semanas transcurrieron y su angustia continuaba asentada en el fondo de su
alma. Un día despertó de un sueño. Dios estaba trabajando con él como si fuera
un niño. De repente, de una manera completamente inesperada, se despertó
del sueño. En breves momentos pudo ver que sus escrúpulos eran simples
mentiras y falsedades, y logró liberarse de estas obsesiones.
Dios le había revelado su
fragilidad para que ‘todo poder sobrenatural’ (2 Cor 4:7) se manifestara en
Dios únicamente. Su tranquilidad espiritual regresó y disfrutó de gran
consuelo spiritual. Recibió grandes iluminaciones, así como de la Trinidad, la
creación del mundo, la Eucaristía Sacramental, con la presencia de la humanidad
de Cristo. Pero estas iluminaciones parecían casi insignificantes como una que
ocurrió en la orilla del Río Cardonès.
Escribió unas cuantas
oraciones concisas. Ignacio describió una iluminación spiritual en forma abrumadora
que parecía “Un hombre nuevo, con un nuevo intelecto” “Estando sentado contemplando el río, el cual era muy hondo. Mientras
permanecía sentado, los ojos de su entendimiento se empezaron a abrir. No vio
visión alguna, pero lo llevaron a entender y a conocer muchas cosas; cosas
espirituales, a sí mismo como aquellos de Fe y de aprendizaje, fue todo esto
con gran deleite que todo lo veía nuevo para él”.
Como el fruto
de esos meses de oración y reflexión escribió, los Ejercicios Espirituales. Intentó explicar de esta manera su
itinerario hacia Dios y puso por escrito su experiencia. Posteriormente dio
estos ejercicios, a muchos de sus discípulos, y siguiendo un orden determinado
iba guiando el alma hacia Dios. En este libro, sin pretensiones literarias y
con mucha perspicacia psicológica, expone el camino del hombre hacia
Dios. En este libro se recoge prácticamente toda la espiritualidad
ignaciana, que es fundamentalmente cristocéntrica y evangélica.
Este libro es el que más se ha leído en la historia de la iglesia.
Sus discípulos explicitaron este contenido. El más conspicuo fue Luis de la
Fuente S.J (1544-1614), que en su libro Medicación de los misterios de la santa
fe.[1]
desarrolla el pensamiento ignaciano. Este libro ha sido el alimento de muchos
fieles, ya que deja de tener el carácter monacal, que tuvieron los libros
anteriores. Se centra en la espiritualidad franciscana y en la imitación
de los misterios de Cristo. Estuvo muy influenciado el libro de los ejercicios
por la lectura frecuente que hizo de la vida de Cristo de Ludolfo el
Cartujano.
Buscar a Dios
San Ignacio, en la cueva de Manresa descubre la
llamada de Dios y se
ntrega y enamora plenamente de El. Rompe con su vida
pasada y ahora su pensamiento esta sólo dirigido a Dios. Ha encontrado a Dios
en sí mismo, pero quiere buscarlo también reflejado en el mundo y en la vida.
Admite la espiritualidad contemplativa del monje, pero él quiere encontrar a
Dios en el tejido humano de la temporalidad. No quiere quedarse
únicamente en la contemplación, su actitud es pasar a la acción. Es lo
que después se ha llamado la teología de la encarnación Sus discípulos definieron
su actitud de esta manera.
El jesuita debe ser “in actione contemplativus”. Siguiendo la línea evangélica quiere
juntar las dos cosas: Una María contemplativa y una Marta hacendosa. Dios
también está en el mundo, porque es imagen de Dios. La conclusión era clara,
hay quedarse en el mundo. Sigue existiendo el binomio (Dios-hombre), pero se
añade un nuevo elemento (Dios-hombre-mundo). El es
siempre Dios con nosotros,
actuando con nosotros y por nosotros, y atrayéndonos al Amor
del Padre. La contemplación es algo que está en la misma sustancia cristiana y
de su forma de entender el mundo. Él no quiere ser del mundo, pero quiere estar
en el mundo. El no tiene una concepción pesimista del mundo, pero sabe que el
mundo hay pecado y quiere salvar al mundo desde el mundo.
El jesuita Karl Rhaner lo explica mejor que yo: “A
Dios hay que buscarlo siempre a donde quiera dejarse encontrar, y
significa también encontrarlo en el mundo, cuando quiera manifestarse en él. En
este buscar a Dios en todas las cosas tenemos la fórmula ignaciana de la
síntesis superior de la división de la piedad usual en la historia de las
religiones, el de piedad mística de la huida del mundo y la piedad profética
del trabajo en el mundo por mandato de Dios…A San Ignacio sólo le importa el
Dios de más allá de todos los mundos, pero sabe que ese Dios precisamente por
ser el Dios de más allá del mundo…, puede dejarse encontrar también en el
mundo, cuando su soberana voluntad nos impone el camino hacia el mundo..”[1]
Decía el Padre Arrupe: “Nada puede importar más que encontrar a Dios. Es decir,
enamorarse de Él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te
enamoras atrapa tu imaginación y acaba por dejar huella en todo. Será lo que
decida qué es lo que te saca de la cama cada mañana, qué haces en los
atardeceres. En qué empleas los fines de semana, lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo será de otra manera”.
Esta actitud de búsqueda la explicaba bellamente Raimundo
Lulio:” Como el hombre sea creado para conocer y amar y rememorar y honrar y
servir a Dios, así hacemos estos mil proverbios para que con ellos demos
doctrina, por la cual el hombre sepa importarse para con su fin, para el cual
es creado (Libro de los mil proverbios). Todo hombre en el fondo de su corazón,
tiene necesidad de lo trascendente. No ha nada que pueda llenar totalmente su
corazón. A este fin quiere llevar Ignacio, por el camino de la oración, de la
contemplación, de la reflexión y el examen. El hombre se funde por ese amor en
ese Dios, que se no ha manifestado en Jesús de Nazaret. Al mismo tiempo
descubre la grandeza del amor humano, porque comprende que somos hermanos e
hijos de un mismo padre. Esta búsqueda de Dios Ignacio la hizo pasando por la
noche oscura. Hay dificultades en el camino. Esta forma de llegar a Dios,
la va a enseñar en los Ejercicios espirituales. Aconsejaba el santo que el
hombre viviera esa permanente presencia de Dios en todos los momentos del
día. Su vida pretendía que fuera una imitación de Cristo.
Otro jesuita el Padre Urbano Valero, ex provincial, dice que todo jesuita
debe hacer una propuesta en seguimiento de Jesús, luminosa y alentadora
para el camino de Dios, como lo único necesario, en propia vida y en la de los
demás. Una viva sensibilidad para captar las carencias y necesidades de la
humanidad y un deseo ardiente de salir a su encuentro y remediarlas, con un
servicio esmerado y cualificado, el de la caridad y la justicia. Y todo esto
con la más limpia y recta intención de “ayudar y servir, sin ningún otro
interés”. Ya sería bastante.
La alegría del mundo en san Ignacio
Esto que
acabo de decir lo explica Karl Rhaner en un artículo publicado, hace
tiempo titulado la mística ignaciana de la alegría del mundo. (Escritos
de Teología, III, Taurus, 1959, p.313). El tema es sugerente, porque la postura
de Ignacio ante el mundo, va a tener una relevancia teológica de cara a una
nueva teología de la creación y del laicado. El mismo Yves Congar trata
ampliamente esta evolución en su libro “Jalones para una teología del laicado”.
Sólo pienso hacer un esbozo sobre este tema. Karl
Ranher dice:“La cristiana “fuga saeculi”, tal como se encuentra en la ascética
y mística órfica, neoplatónica y budista”, no es aceptada por el cristianismo.
Lo explica, porque supone un desprecio del mundo y a su vez una divinización
del mundo. El cristianismo cree que el hombre, en la huida del mundo, busca a
Dios, como un absoluto, pero Dios, también puede aceptar su servicio al
mundo, que es creación de Dios, como camino hacia Él, que está allende el
mundo, de forma que el hombre encuentra a Dios no sólo en la radical
contradicción al mundo, sino en el Mundo”…..Sigue: “El cristiano tiene que
confesar que también se puede llegar al mismo Dios trascendente a través del
mundo, a ese Dios por cuyo encuentro el cristiano abandona el mundo.”
Analiza la falsa interpretación que se ha hecho del sentido de la actuación
jesuítica sobre: “La adaptación, la afirmación de las exigencias de la
época, la actividad cultural, el amor a las ciencias, la aceptación del
humanismo y del individualismo del renacimiento, el alegre buen humor del
barroco, el evitar las formas externas del monacato….como signo de una
afirmación del mundo”(.p.327). De esta concepción se derivan la postura
ignaciana sobre indiferencia, y sobre todo la máxima de “encontrar a Dios en
todas las cosas”. Francisco Javier, sin dejar a Dios, corrió todos los caminos
del mundo para salvarlo. Y los corrió con la alegría de Dios reflejada en sus
ojos, con indiferencia Ignaciana, porque esa era la voluntad de Dios.
Comprendió san Ignacio que la “consacratio mundI” era una tarea muy difícil.
Emprendió un camino nuevo de espiritualidad, y muchos los siguieron.
La indiferencia ignaciana
De la indiferencia ignaciana hemos oído hablar todos los que hemos hecho los
ejercicios espirituales. No obstante es una palabra, que no hemos entendido
plenamente e incluso se ha desfigurado, ya que creemos que se trata de
una actitud estoica ante la vida. Y no es así. Es el decidido amor a Dios sobre
todo y ante todo, al estilo de san Francisco. El hombre en todos los momentos
de la vida debe buscar a Dios en todas las cosas como un absoluto y en esto no
puede ser indiferente. Tiene que estar abierto a que Dios le enseñe su camino.
Debe servir a Dios, en el lugar y sitio, que mejor sirva a los hombres. Muchas
veces nuestros intereses no coinciden con los de Dios. Este tema está muy unido
al concepto de obediencia. Descubrir la voluntad de Dios es difícil. La
indiferencia es no estar anclado en un sitio y creer que ese es tú destino. Te
hace comprender que si Dios te pide seriamente que cambies de destino, debes
hacer las maletas. Una palabra muy parecida, que usa mucho la compañía, y
viene a indicar casi lo mismo, es la flexibilidad. No estar enquistados en un
puesto, sino estar abiertos a los caminos de Dios.
La indiferencia te hace mirar siempre hacia Dios y te
obliga a que ames, estimes, deseches o rechaces las cosas en función del fin
último del hombre. En su búsqueda hay que aparcar el corazón, ya que no se
busca lo que agrada, lo bueno, lo mejor, sino lo que está en función del amor
definitivo, que es Cristo.
Rhaner dice en el artículo citado, que no se
trata de pasotismo, sino que es una concepción más profunda:”De esta actitud de
indiferencia nace por sí mismo el duradero estar dispuesto a oír la nueva
llamada de Dios para tareas distintas de la presentes y anteriores, a
despojarse continuamente de las tareas, en las que se quiso encontrar a
Dios y servirle; cree que la voluntad de estar dispuesto como un siervo de Dios
a nuevas tareas; crece el ánimo para cumplir el deber de transformarse y no
tener morada fija más que en el inquieto caminar hacia Dios sereno y tranquilo;
el ánimo de no creer que no hay un solo camino hacia El, el ánimo de buscarlo
por todos los caminos.
Desde ese espíritu, el apasionado amor a la cruz
y a la incorporación a la ignominia de la muerte de Cristo esta todavía
dominado por la indiferencia: “La cruz, sí, cuando place a su divina majestad,
llamarnos a esa vida mortal. La indiferencia sólo es posible cuando está viva
la voluntad de huir del mundo….Dios está también más allá de las
vivencias del místico, puede renunciar el místico al don de las lágrimas,
porque el médico lo quiere. San Francisco rechazó indignado el mismo
reproche del médico en caso parecido” (328) No se puede ser indiferente a lo
mandado o prohibido.
La “animatio mundo.”
San Ignacio tiene una visión cósmica del mundo, como Francisco de Asís, aunque
de una forma distinta. Pero también tiene sus reparos: “De nada me aprovechan
los límites del mundo ni los reinos de este siglo. Para mí es mejor morir en
Jesucristo que dominar hasta los confines de la tierra.” Esta concepción del
mundo no es negativa, ya que para él el mundo está lleno de belleza y es
necesario estar presente en él para que la imagen de Dios brille en el.
Nuestro centro está en Dios, pero no es necesario huir del mundo, para que
Dios siga siendo el centro de la vida espiritual. Esta concepción explica que Ignacio después
de su conversión marchara a
Paris a estudiar. Comprendía que la animación del mundo tenía que hacerla desde
la cultura, desde la ciencia, desde la misma existencia humana. No podía
quedarse como los monjes en el monasterio.
El mundo no hay que mirarlo con ojos pesimistas. Por el mundo caminó
Jesús, en el mundo hizo los milagros, en Palestina se encontró con Zaqueo
y la Samaritana y en la cruz perdonó al buen ladrón. Ignacio rompe el
dualismo monacal mundo-Dios. Por lo tanto, el mundo es un
lugar de gracia en donde se puede vivir la gracia. Es un mundo, en el que
Cristo, se humanizó. En él encuentra a Dios en lo creado, siendo contemplativos
en la oración y unidos a Dios en la acción. Este tipo de espiritualidad
es una llamada a la encarnación.
La mística ignaciana
Se ha discutido mucho, si Ignacio de Loyola era
un místico. Personalmente
o lo dudo. Es cierto que no estaba todo el día en un
éxtasis contemplativo, como
estaba San Juan de la Cruz. Su camino era buscar un
camino y unos medios para que los seglares buscaran a Dios en el mundo. En su
vida hay muchos hechos que lo confirman. Su vida está centrada en Jesús, en su
vida y en la cruz. Las primeras vivencias visionarias en Manresa lo atestiguan.
La “gracia
del llanto y suspiros” fue concedida a San Ignacio con suprema largueza
como manifestación somática de la magnitud y exquisita virtualidad del Amor
Divino. La visión de la santísima Trinidad llenó su corazón con tal suavidad
que con sólo este recuerdo, se estremecía; más tarde, le hacía derramar muchas
lágrimas. Largas y largas horas de oración sembraron su vida. Nadie duda, que
Ignacio priorizó la reflexión sobre la pura contemplación, como había hecho
santo Tomas y como se puede comprobar en los ejercicios.
Su espiritualidad, como la de Francisco de Asís,
está centrada en Cristo encarnado y en la cruz. Un hecho curioso: Un
médico aconsejó a San Francisco de Asís, que dejara de llorar y este
contestó: “¿Qué me importa perder los ojos que me son comunes con los
mosquitos?”Cuando se advirtió a San Ignacio de ese mismo peligro, procuró poner
dique a su corriente mística de lágrimas. Dos almas gemelas, pero distintas.
Cuando meditaba en la pasión, Dios le concedió el don de lágrimas a ambos. Por
esto su camino es el camino de la cruz, del sacrifico, del Cristo pobre y
afligido. La pasión de Jesús era objeto de su contemplación. Afirma su biógrafo José Ignacio Tellechea Idígoras, “El Ignacio asceta, inflexible, voluntarista y
hasta pelagiano hay que conjugarlo con el Ignacio místico, dotado de abismales
intuiciones de las cosas divinas”.
El discernimiento
La discreción de espíritus para san Ignacio y
los que ha intentado explicarla es muy compleja (Vide Eusebio Fernández García,
Guiones para un cursillo practico de Dirección espiritual, Comillas, 1954, p.
264 s.). Ya Casiano decía que es necesario que discernamos lo que viene de
Dios, de nosotros o del diablo, para poder progresar en el camino de Dios. San
Ignacio distinguía el espíritu carnal, el diabólico, el angélico, el
humano.
Discernir es un proceso intelectivo,
aunque a veces haya que mirar al corazón. En el discernimiento es
necesario reflexionar y orar, para descubrir lo que Dios quiere de nosotros
Este compromiso se llama discernimiento.
Jesús obedece al Padre. El hombre tiene que buscar la llamada de Dios en su
corazón y discernir cual es su voluntad. Dios le ha dado esa libertad de
elección y es él el que tiene que seguir la llamada de Dios, siempre con la
vista puesta en su voluntad. y en aquello que redunde en la mayor gloria de
Dios.. El medio es la oración y el examen. Buscar y hallar la voluntad de Dios
sobre su vida. No lo más perfecto, lo más sublime, lo más grandioso sino
lo que Dios quiere de él. Es necesario conocer las posibilidades y caminos
abiertos y examinar y ponderar cada posibilidad con una libertad integral. El
discernimiento debe estar dirigido por la fe, ya que para él el examen es una
oración, porque se hace en su presencia. La persona debe poner su mente en Dios
y descubrir lo que quiere de él. Cuando ha hecho esta opción fundamental, el
hombre siente la paz y el gozo de su elección, ya que esta es la senda que Dios
le señala.
El examen de conciencia
Decíamos que en san Ignacio hay un predominio de lo
intelectivo sobre lo meramente contemplativo. El examen general de conciencia
es una reflexión intelectual sobre lo que somos y sobre lo que debemos ser. Es
un acto de la inteligencia, pero no es simple reflexión, como podemos hacer al
tratar un tema filosófico. En una reflexión hecha en la presencia de Dios. Es
Dios también el que nos guía, nos invita y mueve a elegir lo mejor. Se debe de
hacer al final de cada día, aunque se puede hacer más frecuentemente. El examen
de conciencia ayuda a cambiar el rumbo en un sentido u otro. Ayuda a ver
los fallos de cada día, e incluso nos invita a pedir perdón por nuestras
flaquezas. San Ignacio aconsejaba hacerlo más a fondo en los días de retiro
espiritual o al finalizar el año. El examen particular se lleva sobre un
vicio o una fala que se quiera erradicar. San Ignacio sugirió cinco pasos del
examen de conciencia.
Su consejo es sólo un indicativo,
ya que es evidente que cada cual puede elegir o dividir las parcelas de su vida
y examinarlas en la forma que quiera. No obstante es interesante lo que dice
San Ignacio: “Recuerda que estás en la presencia de Dios: Tú estás ante Dios
que te ama y te da la bienvenida, que te ilumina y te guía. Abraza al Dios que
mora y habita en ti, el Dios que siempre se manifiesta en ti”. El examen
era una oración.
Le gracias a Dios por todos sus
regalos: “Dale gracias a Dios por lo que te ha permitido hacer este día. Y por
lo que has recibido este día, por las alegrías y las dificultades, por las
palabras de aliento y gestos de generosidad, por tu familia y amigos, por todos
los aquellos que te retaron a crecer como persona”.
“Examina cómo viviste este día: Que ha pasado
en tu vida y tus relaciones. Cómo Dios se ha manifestado en ti ¿Qué te ha
pedido? Y cómo has respondido: con generosidad o con egoísmo, con honestidad
con falsedad. Pide perdón: Pide perdón por fallar en entender o responder a
otros en sus dificultades y dolor. Pide perdón por no amar a Dios en todos los
aspectos de tu vida”.
Ofrece esta oración de compromiso lleno de
esperanza. Estoy consciente de mis
debilidades, pero aun confío en
la fortaleza de Dios. Renuevo mi compromiso de seguir el camino que Dios me ofrece como fuente de luz para toda la
creación. ‘El que está en Cristo es una criatura nueva; para él no lo antiguo ha pasado; un mundo nuevo ha llegado.’ (2 Cor.
5:17).”
Pasaron casi veinte años entre la experiencia de
Ignacio en Loyola y Manresa y la fundación de la Compañía de Jesús en 1540. Lo
que distinguió la Compañía de Jesús recién llegada, de las otras órdenes
religiosas preexistentes fue el predominante e implacable deseo de trabajar con
Cristo en el mundo. El misticismo de Ignacio fue atento al servicio de los hombres, en una actitud de entrega total. La Compañía de Jesús
fue configurada para seguir este patrón de la disponibilidad.
Ad maiorem Dei gloriam
Desde
el comienzo de los Ejercicios, en el Principio y Fundamento, es la palabra
“más” aparece para indicar la disposición básica del ejercitante para el
encuentro con Dios, de ir siempre a más y más adelante
sin regatearle a Dios . Ir siempre a más. Esto nos pide que se busque su mayor
gloria (AMDG). Esta frase se ha convertido en el anagrama de la compañía de
Jesús. A Karl Ranher en 1966 se le pidieron una conferencia sobre el lema
“Ad maiorem Dei gloriam”.
Realizó un amplio análisis histórico y teológico del tema. En resumen vino a
hablar de la ambivalencia del tema, ya que Dios no necesita que lo
glorifiquemos. Más bien quiere decir que el cristiano debe obrar siempre de
acuerdo con la voluntad de Dios y así resplandece su gloria. Es una
aptitud y una apertura infinita a Dios sin trabas. Muchas veces sin
conocer la altura de la montaña que hay que subir.
Contexto histórico
Con san Ignacio va a nacer una nueva era y otra manera
de concebir la
Vida. Es la época de la razón, de las ciencias
naturales, de la experimentación
y de de la técnica. Se pasa de un mundo
teocéntrico a un mundo antropocéntrico. San Ignacio vivió
este momento, en que todo se focalizaba hacia
el hombre. En la ilustración se va a predicar una
autonomía sin Dios.
Dios sin embargo en el renacimiento sigue estando
presente en todas las manifestaciones humanas, especialmente en la pintura.
Antes todo era sagrado, el mundo empieza en este momento la desacralizarse, y
aún sigue. El hombre empieza a ser autónomo, aunque Ignacio permanece fiel a su
tradición cristiana (sentire cum ecclesia) pero tiene que actuar de otra manera
en este mundo cambiante. Siendo contemplativo debe ser también activo y
reflexivo. Ignacio es el peregrino, el
buscador de Dios, el que desea el encuentro con Dios en Cristo y en el Espíritu.
Tiene que dar más importancia a la ascesis que a la mística. Los laicos
no pueden tener la misma espiritualidad o forma de vida cristiana que los
monjes, porque viven en el siglo. La vivencia del amor en su doble vertiente es
la esencia de vida cristiana y esto sigue siendo igual que antes. En el nuevo
contexto es necesario vivir y actuar. Para los
cristianos, la espiritualidad se puede definir como una vida de acuerdo con el
Espíritu de Dios, una vida que nos puede hacer a nosotros hijos e hijas de
Dios. (Rom. 8:9,14) Al estar en el mundo, tiene que examinarse y ver
cómo va su vida. El monje no lo necesitaba, porque su vida estaba enmarcada en
la misma rutina todos los días. En el mundo hay otro ajetreo, otros
problemas. El tiempo y el espacio en que vivimos, nos configura.
La obediencia ignaciana
Para justificar la obediencia, Ignacio parte de este principio. El hombre debe
entregarse a cumplir la voluntad de Dios y por tanto debe obedecerle porque es
indiferente. La voluntad de Dios debe buscarla cada hombre en su libertad por
medio de la oración, la reflexión personal, e incluso por el consejo. Pero cabe
una Pregunta ¿La voluntad de Dios se manifiesta por medio de superior? San
Ignacio respondió positivamente. San Buenaventura igual, pero con la
coletilla, de que el mandato estuviera mediado por el amor. Desde San Ignacio
sigue siendo un tema candente, ya que la autoridad hay entenderla desde
el ángulo del servicio, no desde la prepotencia, como dice el Concilio.
La
oración
San Ignacio distingue tres clases de oración: mental, vocal y mixta. La
oración mental es el ejercicio del pensamiento y del afecto en cosas
espirituales, sin que al mismo tiempo se profieran palabras o se recite un
texto de oración. La oración mental la describía así un religioso jesuita que
nos daba ejercicios espirituales. Nos decía, a la oración hay que entrar con
una actitud de creer, esperar y amar y de pedir, humillarse y ofrecerse. Tiene
tres partes: 1.-Lectura de un texto, evangelio u otro. 2.-Meditación: Reflexión
investigando la enseñanza. Este proceso es de ponderación, deducción de
consecuencias y aplicaciones prácticas a la propia vida, de
profundización en el mensaje. Es un acto, fundamentalmente racional.
3.-contemplación. El corazón se pone en manos de Dios. Entra en escena lo
afectivo. Es goce en la presencia de Dios. Todo es luz, descanso, sentimiento,
y quietud. Es un diálogo con Dios o un silencio en el que el alma se empapa de
Dios.
La oración de petición fundada en la humildad. La oración vocal es la
recitación, articulando o sin articular, de un texto precatorio preestablecido,
a la cual ha de acompañar por lo menos la atención necesaria `de honrar a Dios
con ella e impetrar una gracia. Mixta cuando se mezclan ambas en el mismo
momento (J. Calveras, Práctica de los ejercicios intensivos, Balmes, Barcelona,
1p55, p. 387; Idem, Los tres modos de orar en los Ejercicios espirituales de
San Ignacio (librería religiosa, Barcelona, 1951).
También
habla de la contemplación, que la define el P. de la Puente “el modo como
algunos pueden tener oración mental sin muchedumbre de discursos. También habla
de la contemplación mística, como la descubrimos en los místicos, de la
que hemos hablado en otro lugar fueel Peregrino. Su gran ilusión
fue ir a la tierra santa, donde Cristo nació y murió. Él, en su propia
autobiografía, muchas veces se denomina "el
peregrino",y "el buscador de Dios". Es el peregrino
de Dios. Con lo que quiere decir la palabra peregrinar siempre para cumplir la
voluntad de Dios, que fue la ilusión de su vida.
La Enseñanza
Son Ignacio no había previsto dedicarse a la enseñanza en el principio. No
obstante muy pronto comprendieron que la mejor manera de evangelizar era
enseñar. Este ámbito se extiende en todos los niveles: Universidades, colegios,
centros de formación profesional etc. Tienen en el mundo en la actualidad
207universidades y 74 centros de enseñanza técnica o profesional. Una de las
más importantes es la SAFA de Úbeda (Jaén). En España tienen 67 colegios y
nueve universidades.
Pretendo
hacer un breve resumen de cómo funcionaban las misiones de los jesuitas en
América, también llamadas reducciones. La compañía de Jesús es aprobada por
Pablo III en 1539. Llega a América en 1549, nueve años después de
la fundación. San Ignacio envió a Manuel de Nobreja y a seis compañeros
más al Brasil. Otros jesuitas llegaron posteriormente a Perú en
1567, y a Méjico en 1772. Llegaron muy tardíamente, y constataron, que
aunque no eran esclavos los indios, porque lo había prohibido la Reina Isabel,
eran tratados de hecho en las Encomiendas como si fueran esclavos.
El problema de la evangelización se hacía difícil por los abusos y malos
ejemplos de los colonos. Comprendieron que era necesario que los indios se
escolarizaran al menos tres años para poder sacarlos de la
barbarie. Fueron fundamentalmente jesuitas los que emprendieron esta
aventura, casi utópica, para fundar estos nuevos poblados. Las 30 reducciones
estaban ubicadas 15 en Argentina, 8 en Paraguay, y siete en Brasil. En cada
reducción había dos jesuitas. Cada una de ellas no debía tener más
5.000 habitantes. En un territorio de 250.000 mil kilómetros
cuadrados se fundaron 30 reducciones.
Había una plaza grande cuadrada, de 110 a 120 de
larga. En ella había una iglesia, para 5,000 feligreses. Al frente
dos jesuitas. Cuando por las muertes, a consecuencia de la gripe, de la
escarlatina u otras enfermedades había epidemias, venían de fuera
algún médico o se reforzaba con algún jesuita. Para construir las casas del
poblado trajeron a técnicos, que enseñaron a los indios a construir iglesias y
las casas necesarias para que vivieran los indios. La construcción de la
iglesia era la mayor parte de madera y los muros de adobe o ladrillos.
A la entrada de la Iglesia se encontraba el
baptisterio. Junto al Colegio estaba la casa de los dos misioneros. A la
derecha de ésta la casa de las viudas. A la izquierda del colegio los almacenes
donde se guardaban los frutos del campo, los laboratorios y los demás servicios
para la elaboración del hierro, para los artesanos, para los artistas, los
pintores, los escultores, la cárcel etc.
A cada familia se le entregaba una determinada
cantidad de tierra, el huerto familiar para que sembraran patatas, mandioca,
trigo, legumbres, algodón y otras hortalizas, enseñándoles a su vez
nuevas técnicas de cultivo y la forma de criar los animales domésticos
para que le dieran la leche y la carne para la familia, aunque parte de esta la
conseguían los hombres con la caza y la pesca. Producían lo que necesitaban
para comer o lo intercambiaba con los vecinos en una economía de trueque.
Con el tiempo llegaron a exportar artesanías hechas por ellos a España y
a otros lugares de América. Además de esta propiedad privada, existía la
propiedad de Dios, cuyas ganancias se dedicaban a las necesidades de la
comunidad, que no tenían medios para poder subsistir al no poder
trabajar. Atendían gratuitamente a las viudas, que al haber muerto sus
maridos en la guerra y encontrarse solas, era necesario prestarles un especial
atención, ya que ellas no podían trabajar.
Los domingos se dedicaban al descanso e iban todos a
la misa. Existían rodeando a la iglesia unas casas independientes para
los grupos familiares, que tenían una puerta de cuero y una ventana, agua
corriente y servicios y en centro de la estancia estaba la chimenea para el
fuego. No podía faltar en la plaza el reloj de sol.
Eugenio
Corti y Giorgio Zauli, en su artículo las reducciones de Paraguay, del
que he tomado estas notas,[1]
concluye en el artículo de esta manera: “Todos frecuentaban durante cinco años
la escuela y los que no tenía aptitud para ello trabajaban en el campo con sus
padres. Muchos llegaban a ser pintores, escultores, músicos. Llegaron a
construir instrumentos musicales, que se exportaban a Europa y las mujeres
aprendieron a hacer bordados, que se vendían en los mercados
españoles. El nivel que adquirieron fue tan alto, incluso para las niñas,
ya que mientras en Italia la mitad de la población era analfabeta, en las
reducciones todos estaban alfabetizados. La enseñanza se hacía en la lengua
guaraní; un misionero italiano había escrito la primera gramática y diccionario
en esta lengua. Tenían tipografías, cuando aún no existían en Buenos Ares. A la
entrada había un poco de Jardín”.
Un antropólogo no católico dice de esta experiencia: “·Los jesuitas fueron los
más decididos e inteligentes de las órdenes misioneras. Sus misiones en
Paraguay constituyen el mayor éxito de la conversión e inculturación de todos
los indios. Ningún colonizador del siglo XVIII estaba dispuesto a
soportar tantas privaciones, sin ningún interés.
Los guaraníes que eran furiosos guerreros, eran muy aficionados a la música y
tenían una gran actitud para trabajos manuales. Aprendieron muy pronto a hacer
estatuas de madera y de piedra. Las iglesias, al final, las
construían con bloques de piedra. Tenían una habitación de unos 70 metros
para el grupo famular, que se componía de 60 o 70 personas y vivían en
promiscuidad. Se guardaba en ella la leña para el fuego y un pequeño almacén
para las comida. La hoguera estaba en el centro.
A los pocos años de estar funcionando vino
un ejército desde el Brasil (Los paulistas) para llevarse a muchos
guaraníes como esclavos, ya que en Brasil estaba permitida la esclavitud.
Llegaron Incluso a traer esclavos negros de Angola. Los guaraníes no podían
defenderse porque los ejércitos brasileños traían armas de fuego, mientras que
ellos sólo tenían flechas. Los soldados llegan a las reducciones y se llevaban
como esclavos a todos los habitantes del poblado.
Algunos de los misioneros jesuitas siguieron la caravana hasta san
Pablo del Brasil, donde los jesuitas locales presionaron al gobernador para que
los dejaran libres, pero sin resultados. Los jesuitas que vivían en las
reducciones era la mayoría miembros de la aristocracia española. El padre
Montoya, que había escrito un libro sobre las reducciones, fue uno de los
primeros jesuitas, que estuvieron trabajando en ellas, oponiéndose a estas
incursiones con el riesgo de su vida. Era un gran predicador y un hábil
diplomático.
Marchó a España. Se presentó al rey a pedirle permiso para que en las
reducciones españolas se pudieran tener armas para defenderse de los bandeiros
brasileños. A la vuelta los guaraníes que eran muy hábiles, comenzaron a
construir cañones con una madera muy dura, reforzada, con pieles de animales y
otras armas menores.
Con las nuevas armas prepararon un ejército de
unos 600 hombres, que se movía por las praderas con sus carros y caballos, o
por los ríos cercanos, montados en piraguas, por donde podían atacarlos
los enemigos. Se encontraron con los cazadores de esclavos (los paulinos) que
iban por el rio montados en sus piraguas. Los guaraníes hicieron
una descarga con sus cañones, que dio en el blanco de la piragua enemiga
y mató al comandante y a la mayor parte de los acompañantes.
Después de una larga refriega en tierra,
quedaron definitivamente vencidos, quedando muertos muchos de ellos en el
combate. Durante cien años, no volvieron a molestarlos. En 1750 el
rey de Portugal y el español hicieron un pacto en virtud del cual se
comprometía el rey de Portugal a ceder la colonia del sacramento,
que era un refugio para los piratas que atacaban a los barcos españoles.
La contrapartida era la entrega de un territorio cercano a San Pablo, en
que se existían siete reducciones jesuíticas o pueblos.
Los guaraníes se opusieron a esta cesión y les
aconsejaron los jesuitas, que con las armas no defenderían sus derechos. Les
hicieron desistir, ya que, aunque vencieran ahora, los reyes de España y
Portugal, mandarían sus ejércitos y serian deportados a la fuerza y hechos
esclavos
.A pesar de todo empezó la guerra de los siete
pueblos, que duró dos años. Aunque al principio ganaron los guaraníes,
ayudados por las otras reducciones, al final terminaron sucumbiendo. Un jesuita
de la familia noble italiana de los Gonzaga se unió a los sublevados. Al
ser conquistada la última reducción el Padre Jesuita Baldas, se marcho con
20.000 hombres al bosque. Desde allí podían impedir el asentamiento de los
nuevos colonos.
Los jesuitas intentaron disuadirlos de nuevo. Pero
ellos querían seguir abriendo nuevas reducciones, ya que tenían terrenos
para ello. A los jesuitas les iban mal en Europa con la revolución Francesa a
la puerta. Carlos I en 1768 los expulsó de España. El 21 de julio de 1773
Clemente XIV suprime la compañía de Jesús, Después de treinta años es
restituida por Pio VII, ya que comprendió los atropellos, que cometieron contra
ellos. Llorando por dejar a los indios a los que amaban como hijos,
fueron todos ellos embarcados en Buenos Aires para España, después de realizar
una utopía que parecía imposible.
Los indios quedaron desamparados y poco a poco fueron
muriendo la reducciones. No quiero entrar a estudiar las causas por las que se
suprimió una de las utopías más grandes de la historia, protagonizada sólo por
seguir los mandatos de Jesús y siempre dispuestos a dar sin recibir nada. La
envidia, el odio y el oro andaban por medio.
[1]
Apostolado de la Prensa, Madrid, 1944.
[1]
Escritos de Teologia, III, Taurus, p.329.
[1]
Pensare la Storia, 72