domingo, 23 de marzo de 2008

MATRIMONIO II

II.-EL MATRIMONIO EN LA CARTA A LOS EFESIOS
La sacramentalidad del matrimonio no está expresamente expresada en el nuevo testamento, ni siquiera el rito.
El Concilio de Trento, frente a los reformadores, nos presenta una teología completa del matrimonio:” El perpetuo e indisoluble lazo del matrimonio proclamado por inspiración del Espíritu divino por el primer padre del género humano, cuando dijo: Eso sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Por lo cual, abandonará el hombre a su padre y a su madre y se juntará a su mujer y serán los dos una sola carne (Gen. 2, 23-24).
Que con este vínculo sólo dos se unen y se juntan, lo enseñó más abiertamente Cristo nuestro Señor, cuando refiriendo como pronunciadas por Dios, las últimas palabras, dijo: Así, pues, ya no son dos, sino una sola carne (Mt. 19, 6), e inmediatamente la firmeza de ese lazo, con tanta anterioridad proclamada por Adán, confirmóla él con estas palabras: Así pues, lo que Dios unió, el hombre no lo separe (Mt. 19, 6; Mc. 10, 9) Ahora bien la gracia que perfeccionará aquel amor natural y confirmará la unidad, indisoluble y santificará a los cónyuges, nos la mereció por su Pasión el mismo Cristo, instituidor y realizador, de los venerables sacramentos. Lo cual insinúa el apóstol Pablo, cuando dice: Varones, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a si mismo por ella (Ef. 5, 25), añadiendo seguidamente: este sacramento es grande: pero yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia (Ef. 5, 32 (D. 969-970).
El mismo Concilio de Trento define que el matrimonio es uno de los siete sacramentos instituido por Cristo, que confiere la gracia (D. 971).
Los padres de la Iglesia y los teólogos medievales interpretando la carta a los efesios, 21-23, ya preveían la sacramentalidad del matrimonio.
La carta a los Efesios está impregnada de un profundo sentido religioso y salvífico.. Este texto va a tener una importancia muy grande en la reflexión teológica posterior, ya que el amor entre los esposos se va a colocar en una nueva dimensión de la historia de la salvación. Será la teología escolástica antigua (Hugo de san Victor) la que va a clarificar en el siglo XII, de una manera científica y sistemática la teología de los sacramentos.[1]
El texto de la carta a los Efesios dice: “Sujetaos los unos a los otros ante el temor de Cristo. Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, y salvador del cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a su iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentarla así gloriosa, sin mancha o arruga, o cosa semejante, sino santa e intachable. Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán dos en una sola carne. Gran misterio es éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia. Por lo demás, ame cada uno a su mujer, y ámela como a si mismo, y la mujer reverencie a su marido (Ef. 5, 21-33).
Pablo aludiendo al texto del Génesis, viene a indicarnos el origen creativo de la unión del hombre y la mujer. Esta unión enclavada en un plano humano es a su vez un misterio. O bien, porque es algo escondido, que no se puede explicar o porque es una realidad terrenal iluminada desde la fe, ya que Pablo la refiere a Cristo y a la Iglesia.
La relación entre Cristo y la Iglesia es reanunciada en el matrimonio.
El amor entre Cristo y la Iglesia es la medida del amor entre los esposos. Este amor por parte de Cristo supuso darse de una manera total a la Iglesia, hasta llegar a dar su vida por ella. En el matrimonio la entrega mutua debe ser tan total y absoluta que no sólo consiste en darse en este sentido martirial, sino a través de la entrega diaria del uno al otro.
Es un misterio, porque Cristo misteriosamente está presente en esta unión en virtud del sacramento, aunque no sea la intención de Pablo hablar del sacramento en nuestra concepción actual. El matrimonio con Cristo entra en el ámbito de lo sagrado y en el ámbito del amor, que constituye el tema central y cardinal del mensaje de Jesús. Por eso este amor mutuo como el de Cristo es salvador y santificador en todas sus dimensiones. Esta dimensión humana irrumpe en la Historia de la salvación, con un nuevo dinamismo y con una nueva radicalidad.
Entre los bautizados la nueva relación entre un hombre y una mujer entra en una dinámica nueva, ya que empieza a entrar en el torrente salvífico de su gracia, que Dios da a los que se unen en el Señor.
El matrimonio cristiano es una imagen de la relación que existe entre Cristo y la Iglesia. Cristo es cabeza de la Iglesia, en cuanto que de él recibimos la gracia. El marido es cabeza de la mujer en sentido figurado, pero nunca en el plano de la sumisión.
En el matrimonio se realiza la alianza existente entre Cristo y la Iglesia. La teología posterior clarificará este concepto de sacramentalidad.
[1] Smaus, Teologia dogmática, 6, 18).