viernes, 18 de julio de 2008

matrimonio XVII






XVI. MATRIMONIO CAMINO DE SANTIDAD.

El Concilio Vaticano II ha dicho que la llamada a la santidad es universal. La santidad daba la impresión, que era una montaña tan alta, a la que podían ascender sólo las almas privilegiadas y escogidas por Dios. A esta alta montaña solo ascendían los místicos, los que tenían visiones extraordinarias etc.

EL Concilio nos ha hecho ver que el acceso a este camino es fácil y está a la mano de las personas más ignorantes. Para ello se necesita amar. Tener el corazón muy lleno del amor a Dios y al prójimo. La viuda del evangelio, que entregó en el cepo del templo, una moneda muy pequeña, fue alabada por Jesús, ya que había ofrecido a Dios todo lo que tenía. Unos magistrados habían entregado más que ella, pero era de los que le sobraba. Por una concepción muy negativa, que viene de San Agustín, el camino de la virginidad era el más perfecto, mientras que el camino del matrimonio era reservado a aquellos que no querían ser generosos con Dios.
Hoy, gracias a la teología y a las nuevas corrientes de espiritualidad matrimonial, entendemos que Dios llama a todos los hombres por eso camino en la conformidad cada uno con su vocación. No sería una herejía decir que una madre de familia puede estar más cerca de Dios que un Romano Pontífice.
¿En qué consiste esta santidad?
Con el matrimonio ambos esposos empiezan un camino nuevo. En ese largo camino de la vida, por el sacramento, el Señor está presente en ellos y ellos en el Señor. El matrimonio es una relación de amor a tres. El amor es núcleo de ese camino en dos direccines: Amor mutuo y amor a Cristo. En esto consiste la santidad en ir desbrozando juntos ese camino del amor, siendo conscientes de que Cristo santifica el amor y de que ellos deben estar llenos de ese amor a Cristo, para que su amor crezca cada día. Unidos entre sí y unidos a Cristo, es crecer en gracia.
Este camino es difícil, y hay que tener el firme propósito de emprenderlo con tesón, con dificultades, y con caídas,
En los momentos difíciles y sombríos, en las horas altas y bajas, tienen que comprender que ese camino lo hacen juntos y son corresponsables el uno del otro.
Esa presencia de Dios es necesario cultivarla, especialmente con la eucaristía, ya que el amor hay que ir fortaleciéndolo cada día con esfuerzo y tesón.
La santidad fundamentada en el amor es a la vez fuente de alegría y gozo, ya que todo es más relativo.