domingo, 13 de julio de 2008

MATRIMONIO XVII

FELICIDAD Y CRUZ

El matrimonio como sacramento está relacionado con el misterio de Cristo, que muere y se da en un gesto maravilloso de amor. Para Pablo la relación Cristo e Iglesia, es el simbolismo del Matrimonio. La redención se realiza por el misterio de la cruz. El sacrificio, la abnegación, el compartir las cruces ayudan en el largo camino de la convivencia matrimonial.

Hace tiempo leía esta historia, que me gustó. En el pueblo de Sirki Brijeg (Croacia), de unos 13.000 habitantes no había habido ningún divorcio. ¿Cuál era la forma mágica? Este pueblo oprimido por los turcos y el marxismo, tenía muy metido en su corazón que la salvación nos viene de la cruz. Cuando una joven se dirigía a la Iglesia para contraer matrimonio llevaba consigo un crucifico. Al terminar la ceremonia, la novia pone la mano derecha sobre el crucifijo y a continuación el marido pone su mano sobre la de ella. Ambas manos se funden sobre la cruz. El sacerdote les da su bendición y les recuerda que el matrimonio cristiano viene de la cruz, que es fuente de amor y felicidad. Terminada la ceremonia se llevan la cruz a su casa, para que presida el hogar. Todos los días la besan al entrar y salir, ya que para ellos la cruz es símbolo de salvación, de entrega y sobre todo de perdón.
Cuando leí esta bella historia, me acordé de aquella frase de un teólogo que decía que no había cristianismo sin cruz.
Nuestra sociedad del bienestar, en la que el hombre tiene como meta el pasarlo bien, el gozar, el sexo, la comodidad, rehúye de la cruz y el sacrificio. La felicidad tiene un tinte puramente materialista, olvidando otros valores tanto religiosos como espirituales. La felicidad es un mito, una utopía, que nunca se atrapa plenamente y que se esfuma como una burbuja de jabón. La felicidad necesita conquistarse. El sufrimiento y el esfuerzo la nutren y la restauran. Los hogares dichosos y felices son aquellos que se esfuerzan, que se comprenden, que se sacrifican, que se vacían de sus egoísmos y egolatrías propias. Saben besar las cruces que cada día salen a su encuentro. En ese largo periodo de acoplamiento, que dura toda la vida, es necesario armonizar las historia de cada uno, tan diversa y tan dispar. Ello no se hace sin esfuerzo y sin sufrir. El armonizar los pequeños enfrentamientos, los roces, las divergencias, las incomprensiones, los despechos, supone esfuerzo, flexibilidad, paciencia, coraje, abnegación, lucidez.
El cristianismo es un misterio de muerte y resurrección. Morir y resucitar es la gran proclamación cristiana. Renunciar a uno mismo, sufrir por el otro, estar a su lado, servir siempre, tender la mano es morir y resucitar. Para que el amor sea más trasparente y sacrificial es necesario que pase por el viernes santo. No todo es la alegría de la resurrección.
En este camino hacia el amor nadie puede escapar de esta ascesis y purificación, ya que por naturaleza somos pecadores. No se puede haber felicidad sin esfuerzo y humildad. Esa felicidad está llena de gestos, de entrega sacrificial, de sonrisas abiertas, de gozo y de paz. La felicidad es una montaña que hay que ascender con esfuerzo, con sudor y a veces con lágrimas. El amor que ha madurado en el sufrimiento y en la cruz, entiende mejor lo que es la felicidad, ya que no hay cáscaras envolventes.
En la vejez, el amor se ha purificado en las difíciles encrucijadas de la vida y se hace más sereno, menos impetuoso, pero más profundo, ya que desaparece la embriaguez del amor, ya que juntos, durante muchos años, han compartido todas las aristas de la vida.
El compartir las cruces que vienen de fuera, las enfermedades, las dificultades económicas, los problemas de los hijos o de la familias les hace más fuertes.
La felicidad no puede quedar reducida a lo sexualidad, ya que abarca a todo la persona, por muy importante que sea para el matrimonio.