jueves, 23 de octubre de 2008

BODAS DE ORO



HOMILIA PARA UNAS BODAS DE ORO


Cincuenta años es una dimensión muy importante en la vida de una persona. El tiempo nos invade, nos llena, nos configura y en ocasiones nos abruma. Nuestra vida es una historia en el tiempo y en el espacio.
El tiempo pasa y nosotros con él. Aún recordáis aquellos años de juventud, cuando, con los ojos recién abiertos al mundo, os mirabais con esa profundidad del amor que en vosotros empezó prender.
Vivir juntos, por amor, comienza a ser la dimensión más importante de la vida del hombre.

Vivir juntos hasta la eternidad. Vivir juntos con luces y sombras, con sonrisas y lágrimas, con silencios y estrépito. Dicen los filósofos que el tiempo no existe, pero para vosotros el tiempo no dejó de correr, jugando con vuestras vidas. Siempre fue continuo y radiante. En los primeros años, cargado de ilusiones, y de proyectos de vida. Vivir juntos fue compartir infinidad de palabras, miles de miradas y sonrisas, millones de silencios uno junto a otro. Vivir juntos fue compartir y saborear la existencia hasta la plenitud.

En aquel correr de vuestra historia muchos días y muchas noches soñasteis un futuro lleno de ilusiones. Unos sueños fueron utopías lejanas, inalcanzables, fueron sueños de juventud. Otros sueños fueron una realidad, atados a lo cotidiano de vuestras vidas: El pasear juntos, el viajar juntos, el tomar el coche, juntos. Lo ordinario, lo de cada día, en su monotonía, lo habéis vivido juntos con una profundidad, que no se vive en la soledad.

El tiempo era vuestro tiempo. Corría al unísono y al compás de los dos. El tiempo no se podría concebir sin el otro. Por eso el tiempo es paz, armonía, calor, y luz. Sin el otro el tiempo es soledad, que mata y nos destruye..
El tiempo se desgrana en años, semanas, días, minutos y segundos.
Los días y las noches han dejado muchas huellas en vuestras vidas: Arrugas en la cara, heridas en el corazón, gozo en vuestros ojos,
plata en vuestras cabezas, y pesadez en vuestros pasos.

No obstante, el tiempo, en su paso ineludible, no ha podido con vuestras ilusiones, con vuestras esperanzas, que siguen vidas como en los años de la juventud.

Hasta aquellos minutos y segundos de felicidad compartida dejaron en vuestra alma casi un cielo anticipado de luminosidad.

Hoy hace cincuenta años que tu NN. y tú NN. abrísteis un nuevo surco en el tiempo y escribisteis una larga historia de amor.

¡Cuantos baches en el camino, cuantos sueños, cuantas alegrías quedaron colgadas en el tiempo . Aquel día Cristo se asoció a vosotros en un gesto de amor por medio del sacramento, e hizo que aquel sí, repetido pos dos veces, se hiciera sacramento y comunidad de vida y de amor para la eternidad.

A partir de aquel momento Dios estuvo en el centro de vuestro amor.
De vuestra casa hicisteis un templo y un altar en el que ofrecisteis al Señor oro, incienso y mirra.
Como buenos sembradores empezasteis a sembrar amor, sonrisas, entrega y acogida. Cincuenta años son muchos minutos y segundos para desgranar un rosario de palabras y silencios.

Juntos empezasteis esa nueva aventura, en la que hubo tiempos de juventud, y tiempos de madurez.
Los primeros años fueron un raudal de luz y de proyectos; juntos vivisteis esa nueva plenitud de la vida en dos. Ya no erais uno, sino dos. Ya no declinabais el yo, sino el nosotros. Siempre juntos comunicándoos la riqueza que llevabais dentro. En vuestra comunidad no había aristas, ni espinas, ni inquietudes. Todo era claridad, refulgencia y luz. Y así día tras días, hora tras hora, minuto tras minuto, sin cansaros, sin dudas, con ilusiones y sueños.

Pasaron los años y siempre juntos, como dos líneas paralelas, que se pierden en el horizonte azul. Siempre caminando en busca de las estrellas, de lo más alto, de lo más sublime, siempre cogidos de la mano. Muchas veces la cruz se asomó a vuestra ventana, la cogisteis en las manos, la besasteis y cargasteis con ella. El compartir el dolor y la cruz os hice más fuertes y clarividentes.

A pesar de tanto camino, y del mucho polvo que levantaron vuestros pies, seguisteis caminando sin desalentaros; aunque vuestros pasos fueran más vacilantes y vuestra frente se cubrió de arrugas, seguisteis juntos, con un amor más maduro, más profundo, menos ruidoso, más silencioso y eterno.

En vuestras vidas el pasado, el presente y el futuro se juntan en un abanico de posibilidades, de preguntas y respuestas.
Hubo tiempos fuertes y tiempos débiles. Tiempos para amar, acoger y servir; tiempos para gozar y alegrarnos; tiempos para llorar y sufrir; tiempos de paz, de bonanza y de quietud; tiempos de luz, y gracia; tiempos de esperanza y desilusión; tiempos de incomprensión, de desgana y de frialdad; tiempos de perdón y de gracia; tiempos de largos silencios y de oscuridades; tiempos para soñar, y evocar,

Si el tiempo configura nuestras vidas, el espacio le da una dimensión cósmica. El primer espacio es la casa en que nacisteis. Esa casa os recuerda vuestros primeros pasos y a vuestros padres que hoy no nos acompañan.
En el espacio respiramos los olores de la tierra mojada y el perfume de los gladiolos y de las magnolias.
En el espacio están las calles por las discurrimos, el quejido de los campanarios de nuestro pueblo; en el espacio está el paisaje, que miles de veces quedó gravado en nuestra retina. En la tierra de nuestra campiña y la altura de nuestras montañas hemos palpado, como decía Machado, la frescura de las flores, el plateado nuestros olivos y la caída del sol en las tardes grises. El espacio se llevó con nosotros jirones de nuestras vidas. Sin espacio viviríamos a la intemperie. Vuestros espacios, vuestra casa, vuestro pueblo están llenos de recuerdos. Cada cuadro, cada rincón, cada florero es para nosotros un historia de recuerdos pasados.
El tiempo y el espacio han entretejido vuestra historia. Una historia sin grandes hazañas, diría que más bien silenciosa. Pero es vuestra historia escrito con letras de oro y sangre. Escrita con el esfuerzo, el sacrificio y la entrega. En ese devenir histórico os han acompañado muchos familiares amigos que os quieren y han sido protagonistas de vuestra historia. Ellos han dejado huella en vuestras vidas

En esta aventura, la más importante de vuestra vida, fue una aventura del amor.

A partir de ese momento empezasteis a comprender desde aquellas palabras de San Juan Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1ª Juan 4, 17)

Comprendisteis que el amor de Dios no es ajeno al amor humano. Dios por el sacramento se hace presente en el amor entre un hombre y una mujer.
Comprendisteis que. Dios está presente en el amor humano, lo potencia, lo ennoblece, lo purifica y eleva.

El amor no es un sentimiento, sino que crece y madura en la medida que el hombre la vive día a día.
Este amor vivido en Dios se hace más radical y se engrandece.


Para Jesús de Nazaret amar es darse, entregándolo todo, sin esperar nada, en el silencio de la profundidad de nuestro ser. Así lo hizo Él en la cruz y no mandó que amemos con la misma profundidad.
Amar es compartir lo que somos, lo que seremos, y lo que tenemos.
Amar es perdonar
En el matrimonio el amor es entre tres. Cristo que misteriosamente es el lazo del amor. Y un tú y un yo, que a partir de ese momento se transforman en un nosotros; es la renuncia más grande y maravillosa, que se puede concebir en la tierra.

El hombre ha nacido para el amor. El amor es la dimensión fundamental del ser personal. Por eso el matrimonio es entrega, servicio, donación, y fuente de enriquecimiento.

El amor es lo contrario de la soledad. Vivir aislados, sin comunicación, y encerrados en nuestro egoísmo lleva al hombre a la angustia, al tedio y al insomnio.

Cerrarse al otro es vivir en la soledad, en el aislamiento más total, en el abandono.
El aislamiento provoca angustia, tedio, e insomnio.
Jesús ha venido a librar al hombre de su soledad y aislamiento para constituir una nueva fraternidad y una iglesia. La iglesia doméstica.
Jesús pedía en la última cena: "Que todos sean una sola cosa, como nosotros somos una sola cosa"(Jo.l7, 21‑22)

En este largo camino por el tiempo tirasteis al rincón del olvido el egoísmo, el orgullo, la soberbia, la vanidad etc

Comprendisteis que el matrimonio es una comunidad de vida y amor y estuvisteis siempre abiertos a la esperanza.


Para terminar quiero recordaros que la Eucaristía es el sacramento del amor. Al recibir a Cristo, quedamos unidos al Señor y a los hermanos: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan (1ª Cor. 10, 17). Una Eucaristía que no comparte un ejercicio practico del amor es fragmentaria en si misma. Esta Eucaristía de hoy es la culminación de esa presencia de Cristo, que os ha guiado a través de estos cincuenta años.

Nuestra vida es un peregrinaje hacía Dios. Vamos marcando los pasos con la mirada puesta en Dios, que nos acompaña y guía en su infinita bondad.

Os felicito en nombre de todos.