QUINTA PARTE
Ciertos sectores radicales desean firmemente que la libertad religiosa quede reducida a ámbitos meramente privados. La Iglesia no tiene derecho, dicen, a intervenir en el debate público, ya que hay en las democracias unas instituciones en las que se realizan y discuten los asuntos públicos. Postura evidentemente falsa, ya que una institución, que lleva veinte siglos en el mundo puede aportar muchas ideas, ya que tiene una cosmovisión del mundo elaborada desde sus orígenes y que hay son base de nuestra cultura. Pero no solo la Iglesia, sino cualquier asociación e incluso cualquier persona tiene derecho a dar su opinión en el debate público, por medio de la prensa o de cualquier otro medio dentro de los ámbitos del orden público.
Los poderes públicos han tenido demasiadas veces la tentación de intervenir en los asuntos de la Iglesia Católica y siempre les ha molestado que hablara. Parece que uno de los grandes deseos de los laicistas radicales es decirle a la Iglesia lo que se debe predicar en los ambones, como, si su discurso y doctrina debieran ser aprobadas por los gobiernos de turno. Es curioso que quienes se escandalizan, porque un Obispo critique una ley, no reconozcan que como ciudadano tiene pleno derecho a dar su opinión. No soportan que una confesión religiosa considere perversas ciertas conductas, como sería el aborto, que llegan a elevarlo a la categoría de derecho de la mujer y camuflar el asesinato con un nuevo lenguaje no científico.
Les molesta que la Iglesia condene una y otra vez los nuevos conceptos de los derechos llamados reproductivos y sexuales procedentes de las corrientes que salieron a la luz en la revolución de mayo de 1968. Desean a toda costa introducir estos conceptos en el tráfico jurídico, pero observan que la oposición de la iglesia ello le es más difícil..
Para este momento estaba completo el cuadro de declaraciones internacionales de derechos humanos, con la Declaración Universal aprobada por las Naciones Unidas en 1948 en primer término. Por lo que los promotores de estos supuestos derechos lo que están intentando es redefinir el contenido de los nuevos derechos humanos de acuerdo con su ideología y sin tener en cuenta lo que pasa en la sociedad y paso en la historia pasada.
El Papa dijo: «Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que por el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia», predicó ante grandes figuras de la política británica como Tony Blair, John Major, Margaret Thatcher y Gordon Brown.
El Papa en su camino a Santiago dijo estas palabas que ha levantado ampollas: Es igualmente verdad que en España nació un laicismo, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo, como hemos visto en los años treinta, y esta disputa, este enfrentamiento entre la fe y la modernidad, muy vivaces los dos, se realiza hoy de nuevo en España. Por eso el futuro de la fe y del encuentro- no del desencuentro, sino del encuentro, entre fe y laicidad, tiene un punto central también en la postura española. En este sentido he pensado en todos los grandes países de occidente, pero sobe todo también en España.
Zapatero responde que no pude permitir que el Papa dicte las leyes que se debe dar el parlamento. Nunca la Iglesia ha pretendido eso. Lo que si ha rechazado y lo ha dicho públicamente es que rechaza rotundamente las leyes que quiere imponer a la sociedad un grupo laicista, que olvida lo que piensa la sociedad. Hace una llamada al dialogo y al consenso, que nos está haciendo mucha falta en España.
Me acuerdo, a propósito, de unas palabras dichas por Oriana Fallaci: La izquierda ya no existe desde hace medio siglo…Pues. aún siendo hija del laicismo, de un laicismo parido por el liberalismo y por lo tanto no conforme con él, la izquierda no es laica. Por mucho que se vista de rojo o de blanco o de arco iris, la izquierda es confesional, eclesiástica. Lo es por derivarse de una ideología de cuño religioso, es decir de una ideología que se acoge a la Verdad Absoluta. De una parte el bien y de otra el mal. De una parte el sol del futuro y de otra la mayor oscuridad. De una parte sus fieles y de la otras los infieles, más bien los perros infieles. La izquierda es una Iglesia. Y no una iglesia similar a las surgidas del cristianismo y por lo tanto en cierto modo abierta al libre albedrío, sino una iglesia similar al Islán. De hecho al igual que el Islán se considera besado por un dios guardián del bien y de la verdad. Como el Islán nunca conoce sus culpas y errores. Se considera infalible, nunca pide perdón. Como el Islán pretende crear un mundo a su imagen y semejanza, una sociedad construida sobre los versículos de Karl Marx (Fuerza de la Razón, p. 252).
Es evidente que la situación entre ayer y hoy es distinta, pero las modulaciones son parecidas.
Igualmente es verdad que por Europa corren aires parecidos. Battiglione al presentar su candidatura como comisario de justicia, libertad y seguridad en la Comisión Europea fue rechazado porque como católico. Dijo que para él la homosexualidad es pecado, pero no un delito. Pero nunca antes y nunca después había discriminado a un homosexual, ya que distinguía perfectamente la diferencia que había ante moral y derecho. Pero esto no era políticamente correcto y le arrojaron al patio de los leones.
El Papa ha denunciado, además, muchas veces que la mera razón no protege de la barbarie. Por ejemplo, el «abuso de la razón fue lo que provocó la trata de esclavos en primer lugar y otros muchos males sociales, en particular la difusión de las ideologías totalitarias del siglo XX». Por el contrario, la religión y la razón se ayudan mutuamente a evitar excesos y defender la dignidad del hombre Por eso afirmó «no puedo menos que manifestar mi preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, incluso en países que otorgan un gran énfasis a la tolerancia». La voz de Benedicto XVI despertó ecos potentes cuando, después de evocar la figura de Tomás Moro en la sala donde fue injustamente condenado, afirmó: -hay quienes sostienen –paradójicamente, con la intención de suprimir la discriminación– que a los cristianos que desempeñan un papel público se les debería pedir a veces que actúen contra su conciencia».
Hay un laicismo radical, que quiere reducir la religión al ámbito de lo privado. Les molesta que la iglesia manifieste su opinión en aspectos morales que puedan entrar en conflicto con las leyes civiles basadas sólo en el consenso parlamentario. Te podrían denunciar si manifiestas que no estás de acuerdo con el matrimonio entre homosexuales, si te niegas a realizar un aborto al negar el derecho de la abortista.. etc. Para ellos al no existir principios absolutos y al defender un relativismo moral, les molesta que en la discusión pública pueda haber otras cosmovisiones, no sólo católicas o cristianas, sino también laicas. La única visión laica es la del Estado. Por supuesto se resisten a admitir la objeción de conciencia. La opinión laicista cae sobre los oponentes como una apisonadora, que destruye con todas las parafernalias del poder absoluto las opiniones divergentes, que no se oyen más lejos de los ámbitos de tu despacho.
Se ha publicado que en el mismo momento en que el Papa estaba en Barcelona unos grupos radicales, financiados por el Gobierno y la Generalidad de Barcelona se reunían y sacaban estas concusiones: “Es necesaria una crítica fuerte del viaje del Papa. Es urgente ir a la conquista de los derechos sexuales y reproductivos, a la libertad de la opción sexual, al derecho a una muerte digna, a la defensa de la igualdad de género en todos los extremos, y a la lucha contra el clericalismo, defensa del aborto, expulsión de los crucifijos en las escuelas y defensa del matrimonio homosexual Se hablaba de un lenguaje combativo, militante y laico con el objeto de sembrar el odio y choques violentos y que se viera que era imposible la convivencia”..
Concluyen de esta maneta: “ Ante los constantes ataques de las jerarquías eclesiásticas a la legitimidad de las instituciones democráticas y a la misma idea de democracia, reafirmamos una perspectiva humanista y abierta, que es la libertad de conciencia y la no sumisión al dogmatismo la base ética para la construcción de una sociedad abierta”
Olvidan que la jerarquía y los cristianos, en el debate público, tienen derecho como cualquier ciudadano a exponer sus puntos de vista. La Iglesia católica tiene una tradición milenaria, recibida de Grecia y Roma, que fue la base de una Europa, que tanto ayudó a su progreso. En su último viaje del Papa a Inglaterra decía a propósito de lo que acabo de decir: Si los principios morales que sostienen el proceso democrático sólo están definidos por el consenso social, la fragilidad del consenso se transforma en algo demasiado evidente (ABC, 11-11-10, p.54-55.).
En ocasiones, el laicismo radical se trasforma en una ideología sin Dios y, aunque no lo digan expresamente, con la fuerza del poder político, la influencia de la Iglesia se intenta reducir a las catacumbas y se silencian, desvirtúan o tergiversan las posturas de la Iglesia. El poder de un régimen y su propaganda es terrible, sobre todo cuando la mayor parte de los medios están en su poder. Con ello hay evidentemente una disminución y amenaza a la libertad personal. Imponen el silencio y la mordaza.
Según el Papa, “no se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social. (Benedicto XVI, Discurso en la Asamblea General de las Naciones unidas del 18 de abril de 2008).
Juan Pablo II hace estas precisiones: "No obstante, hoy haremos bien a tener en cuenta otra forma de limitación de la libertad religiosa, menos evidente de la abierta persecución. Me refiero a la pretensión que una sociedad democrática deba relegar al puro ámbito de las opiniones personales las creencias religiosas de sus miembros y las convicciones morales consecuencia de la fe. A primera vista, ello aparenta ser una actitud de debida imparcialidad y "neutralidad" por parte de la sociedad hacia aquellos miembros que sigan tradiciones religiosas distintas o ninguna. Y es una opinión extendida que ésta sea la única aproximación iluminada posible en un moderno Estado pluralista. Pero, pedir a los ciudadanos en la participación a la vida pública, de poner a un lado sus convicciones religiosas ¿no significa quizás decir que la sociedad, además de excluir la contribución de la religión a su vida institucional, promueve una cultura que del hombre ofrece una definición que rebaja su verdadera esencia?" (Juan Pablo II, discurso de 7 de diciembre de 1995).
Habernas en una discusión tan citada con el Papa actual, vindicó esta relevancia pública de la religión en varios textos que presento al lector a continuación recogidos de su libro El discurso filosófico de la modernidad, Madrid, Taurus, 1989.
En el siglo XX,-dice Hebernas- la fundamentación postkantiana de los principios constitucionales liberales ha tenido que confrontarse no tanto con las secuelas de un derecho natural objetivo (así como con las derivaciones de una ética material de valores) como con formas de crítica de índole historicista y empiricista. Desde mi perspectiva, basta con ciertos supuestos débiles acerca del contenido normativo de la constitución comunicativa de las formas de vida socioculturales para poder defender, frente al contextualismo, un concepto de razón no deflacionista y, frente al positivismo jurídico, un concepto no decisionista de la validez jurídica (108)
Reconoce Habernas las dificultades que tuvo la iglesia en su devenir histórico de acercarse a la modernidad: Aunque para la tradición católica el escepticismo frente a la razón es de por sí algo extraño, lo cierto es que el catolicismo tuvo dificultades por los menos hasta los años sesenta del siglo pasado para asumir el pensamiento secular del humanismo, la ilustración y el liberalismo político. Por eso en nuestros días vuelve a encontrar resonancia el teorema, según el cual, únicamente la orientación religiosa hacia un punto de referencia trascendente puede sacar del callejón sin salida a una modernidad arrepentida (114)
Percibe, que una concepción religiosa, como sería que el hombre es imagen de Dios, pueda potenciar la misma dignidad humana traducida a una concepción estrictamente humana: La traducción de que el ser humano es imagen de Dios en la idea de la igualdad dignidad de todos los seres humanos-dignidad que ha de ser respetada incondicionalmente, es un ejemplo de ese tipo de traducciones redentoras (116).
Urge la necesidad de que el Estado permanezca neutral y no intente imponer su cosmovisión con los poderes imponentes de sus medios coactivos: La neutralidad del poder estatal en lo que respecta a las cosmovisiones, neutralidad que garantiza iguales libertades éticas a todos los ciudadanos, no es compatible con la generalización política de una visión del mundo secularista. En principio, los ciudadanos secularizados, en la medida en que actúen en su papel de ciudadanos de un Estado, no deben negarles a las imágenes del mundo religiosas un potencial de verdad, ni deben cuestionarles a los ciudadanos creyentes el derecho a hacer aportaciones en lenguaje religioso a las discusiones políticas. Una cultura política liberal incluso puede esperar de los ciudadanos secularizados que participen en los esfuerzos de traducir las contribuciones relevantes desde un lenguaje religioso a un lenguaje públicamente asequible (Habernas, 119)
Un día este filósofo alemán y el entonces Cardenal Raztzinger decidieron tener un amplio dialogo sobre la relación entre razón y fe.
Me han impresionado la respuesta e interpretación que da a esta entrevista el profesor Manuel Jiménez Redondo sobre el dialogo mantenido entre Habernas y Benedcito XVI..
Comienza diciendo que por el lado de Habernas una razón autónoma, que es consciente de que puede descarriar, y de que puede no quedar a su altura. Para evitar lo cual no tiene más remedio que entenderse, también desde su lugar de nacimiento que es también el lugar en que está la religión. Por el otro lado Ratzinger, un creyente que recuerda eso a la razón autónoma
Añade a continuación: Es necesario no sólo para que no descarríe la razón moderna sino también para que las formas de la fe cobren conciencia de su lugar.
Para que este dialogo sea posible habría que integrar
a las facultades de teología en el sistema universitario. Si esto no se hace es que no se confía en el dialogo y por tanto que no hay tal diálogo, todo queda en los buenos deseos de tenerlo,
Diálogos del calado de la discusión de Habernas-Ratzinger sólo son posibles donde las facultades de teología pertenecen al sistema universitario general. Es en este contexto donde salen nombres como Schellllermacher, o Feuerbach o como Barth o Bulmann o como Guardini, Rahner, von Balthasar o el propio Ratzinger. Y es en tal contexto donde esos nombres pueden ejercer sobre la cultura General la irradiación que merecen ejercer y que estarían llamados a ejercer.
Habernas, dice Jiménez Redondo, sostiene que el Estado debe ser neutral en lo que se refiere a las cosmovisiones y por tanto abstenerse de cualquier intento de generalizar políticamente una visión secularista del mundo ..La política tiene que quedar un peldaño por debajo de eso.. El único derecho innato que asiste al hombre en virtud de su humanidad, decía Kant, es la libertad. Y ser libre significa que sobre mi existencia en conjunto decido últimamente yo sin más limitación que el reconocer ese mismo derecho a los demás.
También, como he dicho, en lo que se refiere al sentido de la vida y del mundo decide cada cual, sin necesidad de pedir autorización y permiso a nadie…..Estas son ideas de Locke y de Kant, que me parecen básicas.
El Estado liberal- como decía Rawls-, ni siquiera tiene por misión predicar una cosmovisión liberal como sentido de la vida y del mundo, menos el laicismo. El Estado está como medio de organizar la convivencia entre individuos que se han encontrado con que no comparten el mismo sentido de la vida y del mundo.
En Occidente se está difundiendo una doctrina laicista radical que pretende desterrar la fe cristiana -o cualquier otra creencia religiosa- de la vida pública. En nombre del laicismo se intenta prohibir cualquier manifestación pública de fe. Se expulsan crucifijos de lugares públicos, se prohíben celebraciones religiosas en las calles, o lo que es peor, se censura la opinión de obispos con el único argumento de que es un obispo y debe callar. Se ha llegado a límites que parecen ridículos, como la denuncia en la FIFA contra la selección de Brasil en julio de este año porque después de ganar un trofeo hicieron una oración de acción de gracias a Dios o, porque se signan con la cruz en su frente al salir al campo. Se intentan suprimir todos los signos religiosos en la milicia. O el intento en Cataluña de cambar el nombre de vacaciones de Navidad o de Semana Santa por vacaciones de invierno u otoño en este curso académico.
Desde el punto de vista de la libertad religiosa, parece claro que es una falacia que se intente limitar la libertad de los creyentes de expresar sus convicciones en asuntos de moral, que es un derecho reconocido por el art. 18 de la Declaración universal de los derechos Humanos y los Tratados internacionales en la materia para tutelar un derecho que ni siquiera está reconocido.
Benedicto XVI resume esta larga digresión con estas palabras:
“También hoy, en una sociedad cada vez más globalizada, los cristianos están llamados a dar su aportación preciosa al fatigoso y apasionante compromiso por la justicia, al desarrollo humano integral y a la recta ordenación de las realidades humanas, no sólo con un compromiso civil, económico y político responsable sino también con el testimonio de la propia fe y caridad. La exclusión de la religión en la vida pública priva a esta de un espacio vital que abre a la trascendencia. Sin esta experiencia primaria, resulta difícil orientar la sociedad hacia principios éticos universales, así como al establecimiento de ordenamientos nacionales e internacionales en los que los derechos y libertades fundamentales puedan ser reconocidos y realizados plenamente, conforme a lo propuesto en los objetivos de la Declaración universal de los derechos del hombre de 1948, aún hoy, por desgracia, incumplidos o negados ( Jornada mundial de la paz 1910)