SEXTA PARTE
OBJECCION DE CONCIENCIA
La objeción de conciencia está íntimamente ligada a la libertad religiosa y libertad de conciencia, de la que hemos hablado anteriormente
Consiste en que una persona o un grupo no estén dispuestos a cumplir una norma dada o por el poder legislativo en forma de ley o por el poder administrativo en forma de mandato por razones de conciencia. Esta libertad de conciencia se fundamenta en la misma dignidad del hombre como dice el Concilio Vaticano II: Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado o en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos (DH. N.2).
La razón es la misma dignidad de la conciencia, tal como la define en el Concilio en uno de los más bellos textos: En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a si mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal,haz esto y evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consista la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente-La conciencia es el núcleo más secreto. Y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella. …Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanta mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad No rara vez, sin embargo, ocurre que yerre la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello supóngala perdida de su dignidad (GS. 16)
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La conciencia ayuda al hombre a descubrir qué es lo que debe de hacer. Gracias a la conciencia el hombre descubre los valores, a los que aceptar y cumplir. La conciencia es el santuario, en el que hombre se encuentra con Dios. La conciencia, aunque se equivoque, en la búsqueda de la verdad, no por eso pierde su dignidad. Dios respeta s u libertad y nadie puede coaccionar al hombre a que actúe contra su voluntad. Por esto, el mismo Concilio dice a continuación: La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa (GS.n.17)
El catecismo de la iglesia católica resume con brevedad esta doctrina: El hombre tiene derecho a actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales. No debe ser obligado a actuar contra su conciencia. No se le debe impedir que actúe según la conciencia, sobre todo en materia religiosa (art.6).
La objeción de conciencia no pretende cambiar la ley. Sólo intenta no someterse a ella. Un médico, al hacer la objeción de conciencia para no intervenir en un aborto, no pretende cambiar la ley del aborto, aunque lo desearía. La ley para él no tiene valor moral, porque entra en conflicto con la propia conciencia.
La potestad civil, incluso en un sistema democrático puede pasar los límites de lo justo y en conciencia sería inmoral el cumplimiento de la norma
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No obstante se plantea un interrogante ¿Es necesario obedecer a las layes legítimamente dadas en un democracia? En toda la tradición cristiana se aconsejado obedecer a las autoridad civiles. Sin embargo, la Iglesia desde los principios ha admitido el rechazo de las leyes injustas. Los cristianos prefirieron la muerte a adorar a los emperadores romanos. El mismo Santo Tomas afirma que se ha de obedecer a Dios antes que a los hombres. No se puede aceptar una ley que imponga una conducta contraria a la ley divina o la ley moral. Cuando se trate actos intrínsecamente malos, no se puede admitir ni la excepción.
En ocasiones en la misma ley civil, se admite la posibilidad de la objeción de conciencia. Cuando la ley es abiertamente injusta o porque conculca uno de los derechos inviolables del hombre, como sería el derecho a la vida en el aborto o la eutanasia o porque la ley sería inconstitucional al conculcar uno de los derechos proclamados por la Naciones Unidas en 1945, como sería la objeción a la enseñanza de la ciudadanía, aunque la ley no admita la objeción, es un derecho de la persona que el estado ni puede ni debe rechazar,
No obstante el objetor debe sopesar muy seriamente el poner la objeción de conciencia en el plano individual. Otras muchas personas o grupos pueden unirse a esta objeción, si hay un rechazo social a esta ley e incluso intentar por procedimientos también democráticos anular la ley.
En este mundo globalizado, en el que se mezclan las culturas, en algunos regímenes democráticos, de tipo laicista y relativista, en la medida en que quiere imponer sus nuevos principios de que no hay valores absolutos y de que todas las culturas son iguales, se irán aprobando una serie de normas, que está en contra de nuestra cultura: El Aborto, la eutanasia, la poligamia, supresión de símbolos religiosos, el matrimonio homosexual etc.
Vamos a intentar hacer un resumen de los argumentos a favor y en contra de la objeción de conciencia, aunque ya lo hemos apuntado anteriormente.
La objeción de conciencia.
La admisión o rechazo de la objeción de conciencia responde a la concepción ideológica que cada uno tenga. Este trasfondo ideológico está presente en el rechazo o en la admisión.
No la admiten
No la admiten los que defienden el positivismo jurídico, que afirma que las leyes dadas en los parlamentos democráticos obligan a todos los que se integran en esa democracia. Nadie puede librarse de esta obligación, ya que si fiera así, se terminaría con las democracias. Lo argumentan en que no es posible oponer objeciones a las leyes propuestas por la mayoría. No hay principios absolutos previos a la legislación del Estado. Esto nos lleva a un relativismo jurídico y moral, que tiene consecuencias muy serias, esto es, sólo existe una moral pública y cívica, la que el gobierno de turno vota en los parlamentos. El legislador sólo no puede traspasar el límite de la Constitución, elaborada en el consenso, que por supuesto puede cambiarse, si existe un nuevo consenso para cambiarla. Sólo se admiten los derechos humanos de ámbito internacional, con tal de que hayan sido firmados por las respectivas naciones, a veces con interpretaciones sesgadas, ya que estas normas se relativizan y no se consideran inviolables. Al rechazar el derecho natural y quedarse al descubierto sólo con el derecho positivo, ello trae consigo muchos problemas, por ejemplo el nazismo llegó a las urnas de una manera legal; ello dio lugar al holocausto.
Hay una cierta verdad en esta afirmación, ya que la objeción podría poner en la picota a una sociedad. Por este motivo la objeción de conciencia a una norma estatal, tiene que tener un fundamento, esto es, que se haga contra una ley que sea manifiestamente injusta. Se pasa del principio standum est pro legislatore a standum est pro conscientia.
La ley injusta no obliga. El criterio de la verdad no está en la mayoría.
La admiten
Existe otra concepción distinta que empieza en Grecia y Roma, que da más importancia a la dignidad de la persona y a su libertad religiosa y de conciencia. En la medida en que el Estado respecte la libertad religiosa y de conciencia la sociedad es más democrática. Los totalitarismos han pisoteado los derechos humanos.
Sófocles, hace 2.400 nos presenta este diálogo entre Antígona y su tío Cleonte. Ante la no aceptación de una ley de su tío, le responde, que existe un derecho previo al derecho positivo, que es al que ella debe obedecer: Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que sólo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: Su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien: ya veía, ya, mi muerte –y cómo no?—, aunque tú no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quien, como yo, entre tantos males vive, ¿no sale acaso ganando con su muerte? Y así, no es, no desgracia, para mi tener este destino; y en cambio, si el cadáver de un hijo de mi madre estuviera insepulto y yo lo aguantara, entonces, eso si me sería doloroso; lo otro, en cambio, no me es doloroso: puede que a ti te parezca que obré como una loca, pero, poco más o menos, es a un loco a quien doy cuenta de mi locura.
Esta concepción fue asumida por la primitiva iglesia En el Nuevo Testamento también se presenta esta actitud de los apóstoles para defender la libertad de conciencia. Los judíos prohibieron a los apóstoles el anuncio del evangelio: Juan y Pedro respondieron: Juzgad por vosotros mismos, si es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros antes que a Él, porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. (HH.4, 19-20).
El Concilio Vaticano II afirma rotundamente que cada uno está obligado a seguir su conciencia. Al igual que los apóstoles se consagraron a dar testimonio de la verdad de Dios /DH. 11).
En la iglesia primitiva muchos cristianos fueron al martirio por defender su conciencia. No se hablaba de objeción de conciencia, aunque el fondo es igual, ya que se trataba de oponerse a un paganismo totalitario y sin escrúpulos, que quería imponerles el culto al Emperador Me voy a limitar a poner un ejemplo narrado por el historiador Eusebio (HE. 7,15): Por aquellos años fue decapitado por haber dado testimonio de Cristo un tal Mariano, que pertenecía a los altos cargos del ejército y se distinguía por su linaje y sus riquezas. La causa fue la siguiente. Habiendo quedado vacante una plaza, el escalafón designaba a Mariano para este ascenso. Ya estaba a punto de recibir el honor, cuando se presentó ante el tribunal otro soldado, afirmando que, según las leyes antiguas, puesto que era cristiano y no sacrificaba a los Emperadores, que el cargo le pertenecía a él. Ante esto el juez Aqueo se sintió turbado y empezó a preguntar a Mariano qué pensaba él, pero cuando vio que él le insistía en que era cristiano, le concedió el plazo de tres horas para que reflexionare.
Hallándose fuera del tribunal, se acercó Teotecno, el obispo del lugar, y le apartó para conversar con él y tomándole de la mano lo condujo a una iglesia; una vez dentro, lo plantó frente al mismo santuario y levantándole un poco la clámide, le señaló la espada que le colgaba, a la vez que le presentaba y contraponía la Escritura de los Evangelios, mandándole que eligiera entre las dos cosas. Él sin vacilar extendió la derecha y tomó la Sagrada Escritura. Mantente firme, le dijo el Obispo y ojalá alcances, fortalecido por Él, lo que has escogido. Vete en paz.
En toda la tradición occidental se produce una exaltación del ser personal, frente al poder omnímodo de los Estados, que han reducido al silencio más absoluto a los seres humanos. Pensad en el marxismo y el nazismo. Su capacidad de adoctrinamiento fue impresionante, a costa de suprimir la democracia y la libertad de conciencia. Aún hoy en día existe la tentación de los gobiernos de imponer su ideología, y hacerlo por medio de la enseñanza de una manera más o menos camuflada. Esta lucha se viene produciendo en Europa desde la revolución francesa, como ha dicho el actual Presidente francés.. Contra esta actitud están no sólo los católicos, sino muchos demócratas no creyentes. El seguir el dictamen de una conciencia recta, en las democracias se debe admitir, si no quieren caer en un absolutismo. Dónde hay más respeto a la persona en su intimidad moral e ideológica hay democracia auténtica. De la libertad de conciencia nacieron en Europa la mayor parte de los derechos humanos. Los auténticos demócratas están convencidos que la objeción de conciencia no es un peligro para el ordenamiento jurídico, sino que ayuda a que la sociedad no camine por ámbitos absolutistas.
En la actualidad el filósofo alemán Habernas sostiene que el Estado debe ser neutral y abstenerse de imponer sus cosmovisiones. El único derecho innato del hombre es la libertad, que termina en la libertad del otro. El sentido del mundo y de la vida pertenece al hombre en su subjetividad. Cuando se limita la libertad, crece la tiranía. La teoría liberal defendió la libertad del individuo frente al poder omnímodo del Estado. Para Montesquieu si no hay división de poderes, no hay libertad y para Torqueville en la medida en que crece la libertad del hombre, crece la democracia. En su viaje a Norteamérica quedó admirado de aquella sociedad, en la que dentro del pluralismo religioso que descubría, había un respeto a la libertad de conciencia del otro y a la libertad religiosa. Es una pena que aún tengamos en nuestras democracias estos resabios de totalitarismo más o menos camuflados, como decía Tocqueville. Aún en las democracias, de una manera más sutil, se sigue adoctrinado y persiguiendo de una manera caso infernal, a los que no piensan o discrepan del régimen constituido. Con una gran visión, ya lo veía el así hace dos siglos: :O piensas como yo o mueres. Le dice, elige. Eres libre de pensar o de no pensar como yo. Y si piensas de una manera diferente a la mía, no te castigaré con un auto de fe. No tocaré tu cuerpo, no confiscaré tus bienes, no lesionaré tus derechos políticos. Incluso podrás votar. Pero no podrás ser votado porque yo sostendré que eres un ser impuro, un loco o un delincuente. Te condenaré a la muerte civil, te convertiré en un delincuente y la gente no te escuchará. Más aún , los que piensan como tú también te abandonarán para no sufrir a su vez el mismo castigo,.
Un moralista moderno resume este proceso con estos términos: Por ello, si bien la ley (natural o positiva) es la regla objetiva o extrínseca de la moralidad, el juicio de la razón individual, que se refiere a los actos a realizar, constituye la regla subjetiva e intrínseca de la moralidad. Esta razón individual, en el desempeño de este papel regulador, se llama conciencia moral e interioriza la ley en virtud de adherirse a ella libremente ( p-131Jean-Marie Aubert, Compendio de moral católica).
Es evidente que para oponerse a una ley legalmente dada, es necesario que esta objeción o desobediencia a la ley esté justificada. Por esto dice a continuación el mismo moralista: La conciencia moral….para evitar caer en un relativismo moral, en la ilusión o en la anarquía, debe basar su acto de juicio en datos objetivos, que le muestran la conformidad de su elección con la ley moral (Idem. 132).
Aunque una norma esté votada `por la mayoría, no es criterio absoluto, ya que puede ir en contra de los principios de derecho natural
Por este motivo, razón y verdad están tan íntimamente unidos. El hombre descubre que hay unos valores, que se le imponen por sí mismos y a los que la conciencia tiene que seguir. En toda la tradición cristiana la objeción de conciencia se ha aplicado a la oposición a una ley que se considera racionalmente injusta. Un hombre, racionalmente pensando, no puede adherirse al aborto, si su conciencia lo rechaza con argumentos científicos o por razones religiosas.
La objeción de conciencia irá tomando fuerza en los años sucesivos, ya que en las democracias actuales el hombre cada vez se siente más persona y desea que muchas de las actuaciones gubernamentales sean reflejo de lo que quiere la sociedad y no del parecer de los partidos políticos mediatizados por unos pocos. Con la facilidad que hay hoy, vía internet, para consultar a la sociedad en las cuestiones fundamentales, se impondrá en un futuro muy próximo el conocimiento de lo que opina la sociedad sobre unos temas concretos. Podríamos incluso afirmar que la objeción de conciencia corta los totalitarismo, ya que prohíbe a los Estados entrar en el ámbito sagrado de la conciencia. Los derechos humanos están insertos en el mismo hombre y no en la soberanía de los Estados. El Estado tiene que respetarlos. Por esto la fe estorba a la moral nueva y pública que se pretende implantar.
Ni la objeción de conciencia se puede decir que sea peligrosa para un Estado, ya que en una democracia, la disensión basada en serias razones, evitará una tiranía impositiva y ayudará a progresar la democracia.
La objeción de conciencia puede estar basada, o porque la ley se considera injusta, o porque se considere inconstitucional, al no respetar un derecho fundamental, o porque va contra la libertad religiosa o ideológica, que repugna a la conciencia individual etc. También se puede imponer contra las obligaciones inherentes a la ley (En el aborto por parte de los médicos). La objeción de conciencia, en el caso del servicio militar, se puso, aunque la ley no se considera injusta, porque hubo muchos ciudadanos que consideraban que el servicio militar era injusto en una sociedad democrática por el rechazo a la guerra.. Aunque se trata de una ley justa casi todas las democracias la han admitido, después de que muchos objetores hayan ido a la cárcel.
Desobediencia civil y libertad religiosa.
Aunque son dos conceptos distintos, ambos tienen su fundamento en la libertad ideológica y religiosa. El hindú Mahama Gandhi usó en la India, entonces colonia del imperio británico, con el fin de lograr la independencia de una manera no violenta. Boicoteó a los ingleses, mediante huelgas, movilizaciones y violando la autoridad impuesta con el convencimiento de que conseguirían sus propósitos mejor que con la violencia, que sería aplastada por gobierno inglés. Su actitud no violenta de hecho surtió sus efectos. Algo parecido hizo Martín Luther King que se opuso a las leyes racistas impuestas en su país contra los afroamericanos.
La mentalidad de Benedicto XVI
En el Discurso al Congreso Internacional de los Farmacéuticos Católicos, el 29 de octubre de 2007, afirmó: “En el campo moral, vuestra Federación tiene que afrontar la cuestión de la objeción de conciencia, que es un derecho y que debe ser reconocido a vuestra profesión, para que no tengáis que colaborar, directa o indirectamente, en el suministro de productos que tienen por objetivo opciones claramente inmorales, como por ejemplo, el aborto y la eutanasia.
Apunta Benedicto XVI: Donde la Iglesia queda suprimida como instancia pública o públicamente irrelevante, la libertad decae, porque allí el Estado reclama para sí, de nuevo la función ética. En el mundo profano, postcristiano, el Estado presenta esta instancia, no bajo la forma de autoridad sagrada, sino como autoridad ideológica; el Estado se convierte en partido y puesto que no se le puede oponer otra instancia con cometido propio, el Estado termina haciéndose totalitario. El Estado ideológico es totalitario: pero se hace ideológico cuando no existe frente a él, ninguna autoridad libre, ni públicamente reconocida (Iglesia, 180)
Con ocasión del 50 aniversario de los tratados de Roma fue categórico al criticar la construcción de una comunidad sin respetar la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que cada persona está creada a imagen de Dios"; advirtió que el abandono de los valores cristianos ha llevado a Europa a una forma singular de "apostasía" de sí misma. Una comunidad que se construye sin respetar la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que toda persona ha sido creada a imagen de Dios, acaba por no beneficiar a nadie… “Ese pragmatismo niega la dimensión de valor e ideal, que es inherente a la naturaleza humana. Además, cuando en ese pragmatismo se insertan tendencias y corrientes laicistas y relativistas, se acaba por negar a los cristianos el derecho mismo de intervenir como tales en el debate público o, por lo menos, se descalifica su contribución acusándolos de querer defender privilegios injustificados. “En el actual momento histórico y ante los numerosos desafíos que lo caracterizan, la Unión europea, para ser garante efectiva del estado de derecho y promotora eficaz de valores universales, no puede menos de reconocer con claridad la existencia cierta de una naturaleza humana estable y permanente, fuente de derecho