viernes, 7 de septiembre de 2007

TEOLOGIA DE LA MUERTE


Introducción

En la predicación se habla muy poco de la muerte. No pretendo hacer un tratado sobre la teología de la muerte. Sólo presentar unas ideas sencillas y fáciles, que puedan ayudar a los párrocos en su predicación sobre el tema, especialmente en los entierros, donde acuden tantos cristianos no practicantes. Cito muchos textos de la sagrada escritura, sin comentarios, ya que cada uno puede ampliar su contendo.. Es un momento muy bueno, para explicarles el significado de la muerte y resurrección de Cristo y el sentido, que desde la fe, tenemos que dar a nuestra vida y a nuestra muerte.

1. La muerte en el pueblo de Israel

El Catecismo de la Iglesia católica, lo explica de la siguiente manera:
La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquél que mantiene fielmente su alianza entre Abraham y su descendencia.

El Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna (2 M 7, 9). Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él (M 7, 14; cf. 7, 29; Dn. 12,1-13) (992)
En otros libros del Antiguo testamento aparece la inmortalidad del hombre y la acogida que Dios da a sus hijos.
En el libro de los Macabeos (12, 43-46) Judas, jefe de Israel, que esperaba la resurrección de los muertos, hizo una ofrenda de expiación por ellos, para que Dios los liberara de su pecado.
El sufrido Job se sentía aliviado, pensando en su dolor en la resurrección de los muertos. Con estas bellas palabras exclama: Ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán (19, 1-23-27).

El libro de la Sabiduría nos presenta la actitud desesperada del impío ante la muerte. Para el creyente: Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser (2, 1-23)
El profeta Daniel nos habla de la salvación y de la condenación, en función de nuestras obras: Muchos de los que duermen en el polvo, despertarán: Unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas por toda la eternidad (12, 1.3)


2. La muerte en la filosofía griega

Platón en el Fedón afirmaba que la filosofía es el ejercicio de la muerte. Séneca aconseja meditar en la muerte. Ambos creían en la inmortalidad del alma. Para Platón la muerte es la separación del alma y del cuerpo. Con la muerte el hombre recupera su propio ser. Para Aristóteles el hombre es un compuesto de alma y cuerpo. Por la muerte se desgarra la persona, al desintegrase esta unidad sustancial. La muerte es destrucción. El hombre no termina en la nada, porque cree en la inmortalidad.

Homero decía: Como las hojas del monte son las generaciones humanas; el viento se lleva las hojas y nuevos capullos echa de nuevo el rosal, cuando renace la primavera. Son así las generaciones humanas, ésta crece y aquella se va (Illiada VI, 147-149)

3. La muerte en los primeros años del cristianismo

Los cristianos en el primer siglo vivían la misma vida de los paganos, pero esperaban la resurrección de los muertos. Se enterraban en los mismos cementerios que los paganos San Pedro y San Pablo fueron enterrados en Roma en sitios comunes. Es a principios del siglo II, cuando empiezan a hacer sus enterramientos en lugares específicos para los cristianos. Estos enterramientos los solían hacer en lo que se ha llamado catacumbas, que eran grandes galerías debajo de la tierra. Dentro de ellas se colocaban las tumbas y se construían unos altares, en la que se hacía inscripciones alusivas a signos cristianos.. Estos enterramientos se llamaban cementerios (koimenteria), que literalmente quieren decir dormitorios, ya que el cristiano en su sepultura esperaba la resurrección de los muertos. Su muerte en este sentido, no era muerte, sino una espera. Un cristiano ponía en su sepultura la siguiente inscripción. He vivido provisionalmente como en una tienda durante cuarenta años, ahora vivo en la eternidad.

En la sepultura el difunto estaba en depósito (depositio), ya que su destino era el cielo. La comunidad cristiana garantizaba la tumba y el entierro a todos, ya que vivían el sentido profundo de la fraternidad
Un Texto del siglo II nos explica su actitud ante la muerte: Mientras estamos en este mundo, hagamos penitencia de todo corazón de los pecados que hemos cometido en nuestra vida carnal, para que seamos salvados por Dios, mientras tenemos tiempo de penitencia. Después que hayamos salido de este mundo, no podemos ya arrepentirnos y hacer penitencia (2ª Clementes, en Funk, Patres Apostolici, 1.921, 92

Un siciliano fallecido en Roma ponía en su tumba estas bellas palabras: "He vivido como debajo de una tienda por cuarenta años; ahora habito la eternidad".
3. La muerte en la edad media.

La vida en la edad media era muy pobre y corta. Por este motivo el concepto de la vida en esta época era totalmente distinto, ya que la vida se consideraba un valle de lágrimas y de sufrimientos. La medicina había avanzado muy poco y el hombre encontraba la muerte en todos los rincones de su historia. Los novísimos estaban muy presentes, especialmente el purgatorio y el infierno. Los predicadores de la época presentaban el infierno con tintes negros en su predicación. En su conciencia estaba muy metida la necesidad de prepararse para la muerte, ya que se jugaba uno el destino para el futuro. Nunca se escribieron tantos libros sobre el arte bien morir.

En los testamentos se detallaban minuciosamente los sufragios que se debían celebrar por el alma del difunto, especialmente de misas. La razón por la que dejaban estos bienes por el eterno descanso del alma, era, porque el alma es la principal heredera de estos bienes:
En el trance de la muerte el hombre se juega su destino eterno: el infierno, la gloria o el purgatorio.
Por este motivo la muerte no se ocultaba, ya que el enfermo debía saber la inminencia de la muerte, con el fin de que se preparara para afrontarla. El enfermo moría siempre acompañado de su familia: Mujer, hijos, padres, abuelos, familiares etc. Se nacía en público y se moría en público.

El enfermo tenía muy presente que la muerte era un reflejo de la vida: Mors sicut vita.
Al Viático asistía todo el pueblo, acompañando al Santísimo con velas encendidas. Tocaban las campanas y todo el pueblo se ponía en camino hacia la casa del enfermo
El dar el pésame tenía no sólo el aspecto religioso de pedir por el difunto, sino un aspecto social de condolencia con los familiares del difunto, a los que acompañaban en este acto de dolor y pena.
Los enterramientos se hacían en las mismas iglesias, ya que de esta manera estaban más cerca del Señor, esperando la resurrección de los muertos
La muerte no era un acto solitario, ya que las campanas de la torre de la Iglesia convocaban al pueblo para este evento.
Cantaba un poeta a la muerte de esta manera:


4. La muerte en la filosofía

El existencialismo afronta de cara la existencia de la muerte. La perspectiva va ser distinta, según se analice desde la creencia o la increencia. Para el existencialismo la muerte es dolor, angustia, lágrimas y sufrimiento. Es el gran drama de la historia humana y la mayor tragedia que el hombre terrenal tiene que vivir en el presente.

El hombre, desde que nace, es un proyecto para la muerte. Su contingencia le abre a la temporalidad.

Para Hiederger el hombre es un ser para la muerte. Con la muerte se comprende mejor el sentido del presente, ya que la muerte es la consumación de la vida. Cada día morimos un poco La muerte rompe todos nuestros proyectos e ilusiones, ya que el futuro se esfuma como una burbuja de aire. Se expresa textualmente de esta manera: La muerte como fin del ser aquí, es la posibilidad más propia del ser aquí, la más incondicionada e insuperable. La muerte, como fin del ser aquí, está en el ser de este ente, , en cuanto que es para el fin.
Es más duro asumir la muerte, que padecerla.

Para Sartre la muerte es la contradicción suprema de la vida. Es absurdo que hayamos nacido y que muramos. Todo lo que existe, nace sin razón, se prolonga en la debilidad y muere por casualidad.
Por este motivo es ruptura, quiebra y vacío.
El hombre es un ser para la nada, una pasión inútil.

Para Jasper: Lo que el hombre destruye es la apariencia y no el ser mismo. Lo importante es que el hombre es un ser trascendente y que dé sentido a la vida.

Para Albert Camus: En el centro de la vida está el hombre, con su vida sin sentido, llena de dolor y asediada por la muerte. Después de la muerte la nada y el silencio infinito y eterno.

Para Kierkegaars la muerte es un fracaso, aunque deja un espacio para su apertura a Dios.

El existencialismo, en resumen, insiste en que la muerte es una ruptura con las cosas y las personas, que amábamos y con las que hemos compartido la ruta de nuestra vida. El romper ese hilo que nos une a ellos, supone un profundo desgarro. Por eso lloramos y nuestros ojos se cargan de lágrimas. La muerte es la última posibilidad por la que se realiza la existencia humana. Más allá de la muerte no hay ningún horizonte. El fin es la nada. El existencialismo ha influido mucho en que se escriba sobre el tema de la muerte en los años 60 al 70.

Para Fuerbach, desde una concepción materialista, niega el dualismo alma y cuerpo, ya que para él solo existe lo terreno. La inmortalidad es una quimera, un invento humano. El hombre tiene que dejar de pensar en el cielo, y dedicarse a forjar su futuro en la tierra. La religión aliena al hombre y le impide dedicar todos sus esfuerzos a la realización de un mundo más humano y justo. No hay nada más allá de nuestros ojos.

Para los creyentes, la muerte esta abierta a una esperanza, aunque tengamos que vivir abrumados por la sombra de la muerte.
Juan Ramón Jiménez la describe así: Yo me iré y seguirán los pájaros cantando.
El poeta Horacio había descubierto esta perspectiva de la muerte: La pálida muerte lo mismo llama a las cabañas de los humildes que a las torres de los Reyes
Para San agustín: Todo es incierto, sólo la muerte es cierta,

Tomas de Aquino: El hombre muere y el alma, dada su corruptibilidad, vive por un tiempo separada del cuerpo en espera de recuperar un día su cuerpo en la plenitud definitiva de la persona,
La necesidad de morir partin ex natura, partin ex peccato.

J. Maritain: La muerte es una realidad dolorosa, aunque no es una liberación

Jesús también se conmovió ante la muerte de la hija de Jairo (Mc. 5, 22, 24) y la viuda de Nahin (Lc. 7, 11, 17)) , y lloró ante la muerte de Lázaro (Jo. 11, 1, 46). Dejamos tantas cosas queridas, amadas, y soñadas, ya que nuestro ser se quedó prendido en ellas

5. La muerte hoy.

En la edad media la muerte era lo cotidiano, ya que se tenía ante los ojos. La muerte acechaba al hombre en todos los rincones de la vida. La edad media del hombre eran unos cuarenta años. Desde que la ciencia ha ido avanzado, hemos dado la espalda a la muerte. La muerte es trágica, indeseada, y oscura como la noche El sesenta por ciento mueren en los Hospitales. Antes el hombre moría en su cama, acompañado por sus hijos, familiares y amigos. Hoy se muere casi en la soledad, Para el hombre moderno la tierra no es un valle de lágrimas, sino el lugar del goce y de la felicidad. Está tan plegado sobre sí mismo, que no tiene añoranza de la vida eterna, ya que pretende hacer de la tierra un cielo. La técnica le ayuda en este quehacer. Cierra los ojos a la muerte, ya que el mirarla cara a cara le da verdadero pavor.

Por este motivo se silencia. Desaparecen los lutos. Al agonizante no se le deja vivir su propia muerte, con los fármacos actuales. El enfermo ignora que su muerte se acerca. Entra de forma clandestina en la habitación del difunto, aturdido de tanta medicación.

El hombre moderno muere desacralizado, medicamentado, deshumanizado en la soledad de un hospital, acompañado sólo por una persona.

Decía el Concilio en la Gaudium et Spes: Es ante la muerte, donde alcanza su cima el enigma de la condición humana (GS. 8)


6. La muerte de Jesús

La muerte de Jesús es una prueba de su amor, ya que nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jo. 15, 14).
Cristo fue enviado por el Padre, como un gesto del amor de Dios a los hombres, para que su hijo viviera entre nosotros y terminara dando su vida por la salvación de estos.

Jesús tenía conciencia de que iba a morir. A los discípulos les hizo en varias ocasiones el anuncio de su muerte y resurrección. Desde el principio, aunque no llegaron a comprenderlo plenamente, comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar a los tres días (Mc.8, 31, 9, 31; 10, 32, 34 y par.)

En otra ocasión dice a sus discípulos: Os aseguro que Elías ya vino y ellos no lo reconocieron, sino que lo maltrataron cuanto quisieron. Y el hijo del hombre va a sufrir de la misma manera a manos de ellos (Mt. 17, 12)
Ello no quiere decir que Jesús fuera insensible a la muerte de Lázaro, ya que se conmovió interiormente, se turbó y se echó a llorar (Jo. 11, 33, 35, 36)
La muerte de Jesús responde a unos planes divinos.
Lo vemos abandonarse a la voluntad del Padre en el huerto de los olivos. Su naturaleza humana se rebela contra el sufrimiento: Aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres ti. (Mc. 14, 35; Lc. 22, 42; Mt. 26, 36)

En la misma antesala de la muerte Jesús en el huerto de los olivos se dirige a sus discípulos y les dice: Mirad que el hijo del hombre va ser entregado en la manos de los pecadores.¡Levantáos! ¡Vámonos! Ya está aquí el que me entrega.
Jesús es consciente que camina hacia la muerte y que su muerte tiene un sentido salvador.
En la cruz pronuncia estas palabras: “Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado (Mc. 15, 34).Vuelve a aparecer el hombre-Dios, que se siente inmerso en el terrible horror de los tormentos de la cruz.
Jesús termina con estas palabras: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu .Es su confianza plena en el Padre.

La voluntad de Padre era morir por nosotros y Jesús ha cumplido con este mandato. Todo está consumado.
Voy a preparar un lugar para vosotros y……vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde estoy yo, vosotros también estéis (Jo. 14, 2-3)
“ El que cree en mí, aunque muera, vivirá (Jo. 11, 25)

7. La vida de Jesús

No podemos disociar la muerte de Cristo de su vida. La vida de Jesús se consumó en la cruz. Pero su vida en la tierra, tanto la pública como la privada, tiene para los cristianos un sentido muy profundo, ya que nos abrió un nuevo camino con sus actitudes y sus enseñanzas y nos llamó para que le siguiéramos por el mismo camino. Nuestro camino hasta la culminación del reino, tiene que seguir sus mismas huellas.

La vida de Jesús fue un servicio: Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve (Lc. 22, 27).
El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por todos (Mt. 20, 28; Lc. 22, 24-27),
Jesús en la última cena anuncia el don de si mismo, de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por todos (Mc. 14, 22-29; 1 Cor. 11, 24-25)
La vida de Jesús es un entrega, ya que pasó por el mundo haciendo el bien y predicando el Reino de Dios.

8. La muerte nos enseña a descubrir el sentido de la vida.

Cuando se presenta a nuestros ojos la muerte, en todas las esquinas de la vida, deberíamos plantearnos el sentido que tiene la vida del hombre sobre la tierra.
Cristo no vino a ensañarnos a morir, sino a enseñarnos la manera de vivir la vida cristiana.
La vida de Cristo debe también dar sentido a nuestra vida para poder dar la razón de nuestra existencia.
Si yo soy fiel a la vida, me enfrentaré a la muerte con la mayor tranquilidad
Es necesario configurar la propia vida para configurar la muerte: Mors sicut vita.
Es necesario tomar una postura coherente con la vida.
Jesús refiriéndose de una manera velada a su muerte, con la comparación del grano de trigo, intenta explicar el sentido de su vida y de muerte: En verdad en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda sólo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida la pierde; el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. El que sirva, que me siga y donde yo esté, allí estará mi servidor; al que sirva, el Padre le honrará. Ahora mi alma está turbada..Y ¿Qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero, ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu nombre, Jo. 12, 24

El que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que dé su vida por mi causa, ese la salvará: Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame,.porque quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de que le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si el mismo se pierde o se arruina? (Lc. 9, 24).

En esta sociedad del bienestar acogerse a la cruz y al sacrificio nos purifica.

Jesús nos da un amplio programa de vida aquí en la tierra: Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de caridad (Col. 3, 14)

Jesús dijo: Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros; sino el que quiera llegar ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos; que tampoco el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate para muchos (Mc. 10. 42; Mt. 20, 28;

Tenemos que identificarnos con Cristo en esta vida: Ahora vivo para Dios, crucificado con Cristo. Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí (Gal. 2, 19).

Nuestra vida es un peregrinaje hacia Dios: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba. Donde está Cristo sentado a la diestra del Padre. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios (Col, 3, 1)

Quiero conocer a Cristo, experimentar sus padecimientos y morir su misma muerte. Espero así alcanzar en la resurrección el triunfo sobre la muerte (Fil. 3, 10). Pablo quiere identificarse con la cruz de Cristo y sus sufrimientos, ya que estos son el crisol, que le purifica.

Amando a nuestros hermanos, hemos pasado de la muerte a la vida. En cambio el que no ama, sigue muerto (1 Jo. 3, 14). L amor es la dimensión más importante de la vida del cristiano.

Yo soy el camino la verdad y la vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre (Jo. 6, 35.) El cristiano tiene que identificarse con Cristo, siguiendo la senda que Cristo le ha marcado, la verdad a que debe abrazarse y la vida en Cristo que tiene que vivir.
Lo principal es nuestra actitud ante la vida
Vosotros sabéis que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos (1 Jo. 3, 14)
Quien cree tiene la vida eterna (Jo. 4, 47). La adhesión a Jesús por la fe es fuente de vida en el presente y un salto a la eternidad. El programa es muy sencillo: Servicio, oblación, entrega a Dios, y al prójimo.

Jesús asumió la muerte como voluntad del Padre y trasformó la maldición de la muerte en bendición (Rom. 5, 19-21)
Jesús nos invita a que estemos vigilantes ante la muerte: Mt. 24, 42-44; 25, 13; Mc. 13, 35-37; Lc. 22, 40.


9. Itinerario de la muerte de Cristo.

En nuestra predicación, es muy conveniente que muchos de los alejados que asisten a los entierros oigan el itinerario de Cristo hacia la muerte y el sentido de su muerte. Los principales pasos son estos:
Los judíos lo condenan a muerte.
Judas lo traiciona.
La negación de Pedro
La oración del huerto: Padre, si es posible que pase de mí este cáliz.
Traición de Judas: Al que yo bese, ese es, prendedlo.
Ante Caifás: Lo condenan a muerte.
Ante Pilatos: Mi reino no es de este mundo.
Lo prefieren a Barrabás. Los azotes.
Simón de Cirene.
Carga con la cruz por la calle de la amargura.
Lo crucifican entre dos ladrones..
Crucifixión. Terremoto. Este era el Hijo de Dios
Palabras de Cristo en la cruz

Hijo, ahí tienes a tu madre
Mujer ahí tienes a tu hijo
Perdónalos, porque no saben lo que hacen
Hoy estarás conmigo en el paraíso
Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado
Al buen ladrón, te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el reino
Tengo sed
La muerte de Cristo, impregnada de dolores y sufrimientos es para nosotros satisfacción.

La muerte de Cristo es la coronación de su existencia
La resurrección es la coronación de su muerte: El resucitado no está aquí: Ha resucitado, tal como había dicho. Anunciad a los discípulos, que Jesús ha resucitado, tal como había dicho. Anunciad a los discípulos que Jesús ha resucitado, que va delante de ellos, camino de Galilea. Allí lo veréis (Mt. 28, 61)

10. Significado de la muerte de Cristo

La muerte y resurrección de Cristo es el núcleo de la predicación apostólica.
La resurrección de Jesús es el fundamento de nuestra fe: Si Cristo, no ha resucitado, nuestra fe es vana (1 Cor. 15, 17)
El sentido de la vida de Jesús está íntimamente ligado a su muerte. Cristo vino a servir. Toda su vida fue un servicio de amor a los hombres y su muerte rescate para muchos

San Marcos en la institución de la eucaristía nos dice que la sangre ha sido derramada por muchos: Mientras estaban comiendo, tomó pan, y, pronunciada la bendición, lo partió, se lo dio y dijo: Tomad este es mi cuerpo. Tomó luego un cáliz y, dadas las gracias, se lo dio, y bebieron todos de él y les dijo: Esta es mi sangre de la alianza, que va ser derramada por muchos. (Mc.14, 22-25.

San Mateo en la institución de la eucaristía añade un nuevo matiz: Que va ser derramada por muchos para la remisión de los pecados ( Mt. 26, 28).

El sentido redentor de la muerte de Cristo es expresado igualmente por San Pablo en estos términos: Porque os trasmití, en primero lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados (1ª Cor, 15, 3).

En la muerte de Cristo ha sido aniquilado el poder de la muerte (1 Cor. 15, 26).
Lo mortal se ha revestido de inmortalidad (1 Cor. 15, 54).
Cristo muere por los impíos: Cristo murió por los impíos; es verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; más la prueba de que Dios nos ama es, que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros ¡Con cuanta más razón, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera!. Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados por Dios por la muerte de su Hijo ¡Con cuanta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvados por su vida! Rom. 5, 6-9)
Nuestra resurrección está ligada a la de Cristo.
Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: Yo soy la resurrección y la vida (Jo. 11, 25) Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en él (cf. Jo. 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (Jo. 6, 54) (C.994)

La muerte de Cristo es un sacrificio personal y existencial (Rom. 3, 23, 25)
Hemos sido rescatados por la sangre de Cristo. Jo. 1, 29; Rom. 2, 26; Ef. 1, 7; 1 Petr. 1, 18-19; Rom. 5, 8-9).
En el Nuevo Testamento por la muerte de Cristo hemos encontrado la reconciliación, el perdón y la salvación


11. Muerte de Cristo y liberación. Efectos de la muerte de Cristo

Nos libera de la ley (Gal. 5, 1; Rom. 8, 2.
Nos ha liberado del pecado (Rom. 6, 18-20; 8, 2-21; 2 Cor. 3, 17; Gal. 2, 4; 5, 1-13).
Nos ha sustraído del mundo malvado (Gal. 1, 4).
Nos ha comprado a un precio muy caro (1 Cor.7, 23).
Nos ha justificado (Rom. 6, 3-11).
Nos ha reconciliado con Dios (1 Cor. 5, 18-19): Todos fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de su hijo (Rom. 5, 10)-.
La muerte de Cristo es nuestra Pascua (1 Cor. 5, 7).
Lo decisivo es estar con Cristo (1 Cor. 3, 22; Fil. 1, 20-25).
Cristo murió por nosotros (1 Tes. 5, 10) Rom. 5, 8; Gal, 2, 20; Ef. 5, 25.
Por nuestros pecados (Cor. 13, 5; 1).
Murió en lugar nuestro (Jo. 11, 50; 14, 14).
Murió por todos (1ª Cor. 5, 14).


11. La muerte de Cristo es el tipo de nuestra muerte y resurrección

Pablo desarrolla esta misma idea desde distintos ángulos. La resurrección de Cristo es el modelo de nuestra resurrección. La presencia de Dios en nosotros es un anticipo de nuestra resurrección futura. Por el bautismo resucitamos a una nueva vida. El Espíritu que vive en nosotros, vivifica nuestros cuerpos, y es germen de nuestra futura resurrección. La eucaristía nos une a Cristo y es semilla de resurrección. Para Pablo la muerte y resurrección de Cristo está íntimamente unidas.
San Pablo desarrolla una mística de nuestra muerte, siempre unida a la muerte y resurrección de Cristo, prototipo de nuestra muerte y resurrección.

Esta resurrección se produce por la presencia de Dios en nosotros que es un anticipo de la resurrección en la tierra. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo habitan en nosotros.
Por el bautismo morimos al pecado y resucitamos a una nueva vida, ya que podemos llamarnos hijos de Dios y miembros de la Iglesia.
Vamos a ver algunos de los textos, entre otros muchos que hay sobre el particular.

La resurrección de Cristo es fundamento de nuestra resurrección. Dios que resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará a nosotros con Él (2ª Cor. 4, 15)
Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos vive en nosotros, el que resucitó a Jesús de entre los muertos, vivificará también nuestros cuerpos mortales por el Espíritu que habita en nosotros (Rom. 8, 19.)

San pablo refiriéndose al bautismo dice a los Romanos: Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte ya no tiene señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; más su vida es un vivir para Dios. Así también nosotros como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo (Rom. 6, 8)

Por el bautismo morimos místicamente al pecado, y nos consagra para poder participar en la resurrección de Cristo (Rom. 6, 3).
La eucaristía es semilla de inmortalidad y de resurrección.

El Espíritu vive en nosotros: Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos, dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en nosotros (Rom.8, 11)

La unión a Cristo es prenda de nuestra resurrección futura.: Nosotros creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado; y así Dios ha de llevarse consigo igualmente a quienes han muerto unidos a Jesús (1 Tes. 4, 14)
Si morimos con Cristo, viviremos con Él (1 Tim. 2, 11)

Por la muerte el cristiano se incorpora a la muerte y resurrección de Cristo: San Pablo lo explica en varios textos: ¿Cómo entre vosotros hay algunos que dicen que no hay resurrección de los muertos? (1 Cor.15, 12). En otros textos insiste en la misma idea: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá (Jo.11, 21) También 1 Cor. 11, 25 y 2 Cor. 4, 14.
Morimos en el Señor (Apoc. 4, 13).
La muerte es una participación en el misterio pascual. Los sacramentos nos disponen a esa muerte. Este vivir empieza con morir al pecado (Rom. 6, 11), al hombre viejo (Rom. 6, 6; a la carne y al egoísmo (1 Petri 3, 1-8), al pecado (Rom. 6, 6; 8, 10; a la ley (Gal. 2, 19) ; y a las ideologías mundanas (Col. 2, 20)
Es pasar de la muerte a la vida (Jo. 5, 24)

Con la muerte de Cristo viviremos siempre con Cristo y nacerá “ un cielo nuevo y una tierra nueva (Apo. 21, 1) y no habrá más muerte, ni llanto, ni pena (Apo. 21, 4)

Para resucitar con Cristo es necesario morir con Él, es necesario dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor (2 Cor. 5, 8). En este partida (Fil.1, 22) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se unirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. SPF 28)(CIC.1005)
Para mí la vida es Cristo y morir una ganancia (Fil. 1, 21)

Para San Pablo el que cree en Cristo debe vivir ahora en comunión con él y morir luego en él. Este ideal de vida es posible gracias a la acción del Espíritu Santo, base y fundamento de la esperanza cristiana. San Pablo dice: Así, si habéis resucitado con Cristo, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre. Aspirad a las cosas de arriba. Porque si habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios, cuando aparezca Cristo en vuestra vida, entonces apareceréis gloriosos (Col. 3, 1-4)
También nosotros creemos y por eso estamos convencidos de que quien resucitó a Jesús, el Señor, también nos resucitará a nosotros con Jesús (2 Cor. 4, -13-14)

Para Juan la esperanza escatológica está más situada en el presente. La vida eterna se adelanta al presente, ya que el que cree en Jesús y le ama a él y al prójimo, camina en la luz, porque ha pasado de la muerte a la vida. La resurrección se anticipa al presente. No obstante alude en varias ocasiones a la resurrección de los muertos y a la segunda venida.

Estos dos textos son significativos: Tu hermano resucitará. Le respondió Marta. Ya sé que resucitará en el último día. Jesús le respondió: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá Jamás (Jo. 11. 23-27)
En verdad en verdad os digo: El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida (Jn. 5, 24-25)
Pablo está crucificado con Cristo y viviendo en unión con él (Gal. 2, 19-20) (CIC. 992)

12. Muerte y pecado

La muerte es consecuencia del pecado. El magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo a causa del pecado del hombre (Ds 1511). Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por esto la muerte fue contraria a los designios de Dios, creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado (CIC. 1008).
Por el pecado entró la muerte en el mundo (Rom. 5, 10)


13- Anhelo de la muerte. Finitud y plenitud

Para los santos, la muerte es un salto gozoso hacia Dios, Por eso anhelan la muerte.
Pablo decía Para mí la vida es Cristo y morir una ganancia (Fil. 1, 21)
Desea irse con Cristo, pero ama tanto a sus hermanos, que prefiere quedarse con ellos: Me siento apremiado por las dos partes, por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual ciertamente con mucho es lo mejor; más, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. (Fil. 1, 23)
Para San Ignacio de Antioquia: Para mí es mejor morir en Cristo Jesús que reinar de un extremo otro de la tierra. Lo busco a El, muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi partida se aproxima..Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre muevo (San Ignacio de Antioquia ( Rom. 6, 1.11).
Mi deseo terreno ha desaparecido…Hay en mí un agua viva que murmura y me dice desde dentro de mí, ven al Padre (San Ignacio de Antioquia, Rom. 7, 2)

El sentido de la muerte se proyecta a la luz de la esperanza de la inmortalidad Si hemos muerto con él, también viviremos con Él. Juan Pablo II decía esta hermosa frase: Me voy al Padre.
La muerte para el cristiano es el encuentro con el Padre. Con la muerte se vislumbra la cercanía de Dios
La muerte es la coronación ansiada de la vida.
La muerte es la consumación de la historia de cada uno. (CIC, 1010)
No obstante es necesario advertir, que hasta los mismos santos, tenían verdadero pánico a la muerte, ya que el instinto de conservación es tan fuerte, que el hombre se resiste a morir.
En nuestros dos grandes místicos se expresa este deseo de encontrarse con Dios.
Vamos a leer lo que nos dice San Juan de la Cruz y Santa Teresa sobre el particular:
Coplas del alma que pena por ver a Dios.
Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero,que muero porque no muero.1. En mí yo no vivo ya,y sin Dios vivir no puedo;pues sin él y sin mí quedo,este vivir ¿qué será?Mil muertes se me hará,pues mi misma vida espero,muriendo porque no muero. 2. Esta vida que yo vivoes privación de vivir;y así, es continuo morirhasta que viva contigo.Oye, mi Dios, lo que digo:que esta vida no la quiero,que muero porque no muero. 3. Estando ausente de ti¿qué vida puedo tener,sino muerte padecerla mayor que nunca ví?Lástima tengo de mí,pues de suerte persevero,que muero, porque no muero. 4. El pez que del agua saleaun de alivio no carece,que en la muerte que padeceal fin la muerte le vale.¿Qué muerte habrá que se igualea mi vivir lastimero,pues si más vivo más muero?5. Cuando me pienso aliviarde verte en el Sacramento,háceme más sentimientoel no te poder gozar;todo es para más penarpor no verte como quiero,y muero porque no muero. 6. Y si me gozo, Señor,con esperanza de verte,en ver que puedo perdertese me dobla mi dolor;viviendo en tanto pavory esperando como espero,muérome porque no muero.7. ¡Sácame de aquesta muertemi Dios, y dame la vida;no me tengas impedidaen este lazo tan fuerte;mira que peno por verte,y mi mal es tan entero,que muero porque no muero. 8. Lloraré mi muerte yay lamentaré mi vida,en tanto que detenidapor mis pecados está.¡Oh mi Dios!, ¿cuándo serácuando yo diga de vero:vivo ya porque no muero

Muero porque no muero
Vivo sin vivir en mí y tan alta vida esperoQue muero porque no muero.Vivo ya fuera de míDespués que muero de amor,Porque vivo en el SeñorQue me quiso para Sí.Cuando el corazón le diPuso en él este letrero:Que muero porque no muero. Esta divina prisiónDel amor con que yo vivoHa hecho a Dios mi cautivoY libre mi corazón;Y causa en mí tal pasiónVer a Dios mi prisionero,Que muero porque no muero.¡Ay, que larga es esta vida,Qué duros estos destierros,Esta cárcel y estos hierrosEn que el alma esta metida!Sólo esperar la salidaMe causa dolor tan fiero,Que muero porque no muero. iAy, que vida tan amargaDo no se goza el Señor! Porque si es dulce el amor,No lo es la esperanza larga: Quíteme Dios esta cargaMás pesada que el acero,Que muero porque no muero.Sólo con la confianzaVivo de que he de morir,Porque muriendo el vivirMe asegura mi esperanza.Muerte do el vivir se alcanza,No te tardes, que te espero,Que muero porque no muero.Mira que el amor es fuerte;Vida, no me seas molesta,Mira que sólo te resta,Para ganarte, perderte;Venga ya la dulce muerte,Venga el morir muy ligero,Que muero porque no muero.Aquella vida de arriba,Que es la vida verdadera,Hasta que esta vida mueraNo se goza estando viva.Muerte, no seas esquiva;Viva muriendo primero,Que muero porque no muero.Vida, ¿que puedo yo darleA mi Dios que vive en mí,Si no es perderte a tiPara mejor a El gozarle?Quiero muriendo alcanzarle,Pues a El solo
Lúgubre es la vida,Amarga en estremo;Que no vive el almaQue está de ti lejos.¡Oh dulce bien mío,Que soy infeliz!Ansiosa de verteDeseo morir.


14. Creo en la resurrección de la carne

Dice el catecismo de la Iglesia Católica;
Creemos firmemente, así los esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que él los resucitará en el último día (cf. Jn. 6, 39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad;
Si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél que resucitó Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rom. 8,11; cf. 1 Tes. 4, 14; 2 Cor. 4, 14; Filp. 3, 10-11 (C.989))

El término carne designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad. La resurrección de la carne significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros cuerpos mortales, volverán a tener vida (Rom. 8, 11). (CIC. 990)
Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella (Tertuliano, res.1.1) :
¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe…¡Pero no !Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron (1 Co 15, 12-14-20).

15. Testigos de su muerte y resurrección

En los Hechos de los Apóstoles aparece que el centro de su predicación esta resumido en esta frase: Cristo ha muerto y ha resucitado, esto es, Cristo vive, y su mensaje sigue vivo. Precisamente por este motivo, nosotros anunciamos a Cristo crucificado (1 Cor. 1, 23; 2, 2; 2 Cor. 34; Gal. 3, 1; 6, 14; Fil. 2, 1)
Ellos eran los testigos presenciales de esta muerte y resurrección. Los cristianos tenemos que testificar esta verdad, que es fundamental en la vida cristiana, ya que de lo contrario nuestra fe sería vana.

El Catecismo dice. Ser testigo de Cristo es ser testigos de su resurrección (Hch 1, 22; 4, 33) Haber comido y bebido con Él después de su resurrección de entre los muertos, es la comprobación de esta verdad (Hch 10, 41).La misma esperanza cristiana en la resurrección está marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como El, con El, por El. (C. 995)


16. Cómo resucitan los muertos

El catecismo de la Iglesia Católica lo expresa de esta manera:
¿Qué es resucitar? En la muerte, separación de alma y cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndonos a nuestras almas, por virtud de la resurrección de Jesús.

¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación (Jo. 5, 29; cf. Dn 12, 2)

. ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo (lc. 24, 39; pero El no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo en El todos resucitarán con su propio cuerpo que tienen ahora (C. de Letrán; DS 801), pero este cuerpo será transfigurado en cuerpo de Gloria (fil. 3, 21) en cuerpo espiritual (1 Cor. 15, 44)

Pero alguno dirá: ¿Como resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano…, se siembra corrupción.., resucita incorrupción;.. los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor. 15, 35-37, 42. 53. (NN. 997-998-999)

17. La Inmortalidad

La huella del hombre queda impresa en su historia, Por esto los genios, los héroes, los santos perduran en la memoria del tiempo.
Para los cristianos el alma es inmortal. El hombre pervive más allá de su historia en el tiempo.
La eternidad es el ámbito de su futuro.
Por la muerte el cristiano se incorpora a la Pascua de Cristo, que murió y resucitó por nosotros..
Dios promete la participación perpetua en la vida trinitaria,
No todo termina con la muerte. El alma, que es inmortal, se separa del cuerpo, pero sigue viviendo y recibe de Dios el premio o el castigo eterno

18. La muerte y el bautismo.

Hemos sido bautizados en la muerte de Cristo. A la luz de los evangelios la muerte se convierte en un acto de gracia, que nos salva (2 Tim- 1, 10)
El rito del bautismo simboliza de una manera sensible el acontecimiento existencial de morir y resucitar con Cristo. Así se expresa en la carta a los Romanos: Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo ha resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. (Rom. 6, 24) (CIC 1002)

Si es verdad que Cristo nos resucitará en el último día, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la resurrección de Cristo: Sepultados con él en el bautismo, con Él también habéis resucitado por la fe en la acción de gracias, que le resucitó de entre los muertos…Así, pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col. 2, 12; 3, 1)

Unidos a Cristo por el bautismo, los creyentes participan ya realmente en en la vida celestial de Cristo resucitado (Flp. 3, 20), pero esta vida permanece escondida con Cristo en Dios (Col. 3, 3). (CIC. 1003)
Con El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús (Ef. 2, 6). Alimentados en la eucaristía con su cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último Día también nos manifestaremos con El llenos de gloria (Col. 3, 4)

Esperando ese día el cuerpo y alma del creyente participan ya de la dignidad de ser en Cristo; donde basa la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el ajeno, particularmente cuando sufre:
El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?..Glorificad, por tanto, a Dios en vuestros cuerpos (1 Cor. 6, 13-15. 19-20)
El estar bautizado es la actualización del morir con Cristo y resucitar con él (Rom. 3, 11)
Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, quedando asimilados a la muerte. Por tanto si Cristo venció a la muerte resucitando por el glorioso poder el Padre, preciso es que también nosotros emprendamos una vida nueva (Rom. 6, 4)

Karl Rhaner interpreta estos textos de esta manera:
Lo que llamamos fe, incorporación a Cristo, participación en su muerte, etc., no es sólo una conducta ética o un referirse intencional a Cristo, sino que es un abrirse a la gracia, que perdura en el mundo por la muerte de Cristo y sólo por ella; a la gracia que vence a la muerte y al pecado; a la gracia que justamente por lo que tiene de muerte se convirtió en realidad, que sólo por la libre afirmación de la persona espiritual es aceptada y apropiada de forma que se convierte en su salvación y no en su juicio y justicia reales. Pero como el hombre en su propia muerte toma inevitablemente posición ante la totalidad de su realidad -previamente dada y propuesta a decisión-, su muerte en cuanto acción también es necesariamente postura ante la realidad de la gracia de Cristo, que fue derramada por todo el mundo al quebrarse en la muerte el vaso de su cuerpo.

19. La muerte y la eucaristía

La eucaristía nos permite saborear las primicias de la vida eterna y es la fuente, donde se renueva constantemente la esperanza y el gozo de la vida cristiana. La eucaristía no se limita sólo a resucitar en nosotros el deseo de la gloria futura, sino que es de ella la prenda: El Señor Jesús la noche en que iba a ser entregado, tomó un pan, y, pronunció la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lo mismo hizo con la copa después de cenar, diciendo: Esta copa es la nueva alianza con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis en memoria mía. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva (1ª Cor. 11,13-26)

La eucaristía cada día que peregrinamos hacia Dios, alimentados por ella, es un anticipo de la vida eterna: Quien come mi carne y quien bebe mi sangre tiene la vida eterna y so lo resucitaré en el último día (Jo. 6, 54)
. El que come de esta pan, no muere (Jo.6, 49-50)
Jesús es el pan bajado del cielo, que da la vida al hombre para siempre: Yo soy el pan bajado del cielo, el que come de este pan vivirá para siempre (Jo 6, 51)
La eucaristía es un manantial de agua que salta a la vida eterna: El que beba de esta agua que yo quiero darle, se convertirá en su interior en una manantial capaz de dar la vida eterna (Jo. 14, 4)

La eucaristía es el memorial del sacrificio de Cristo Redentor hasta que él venga (1 Cor. 11, 26; Lc. 22, 16)
El bautismo y la eucaristía actualizan en nosotros la pasión y la muerte de Jesús; nos dan el Espíritu de Cristo para sufrir y morir como él y resucitar con él. La vida de Jesús se manifiesta también en nosotros (2 Cor. 4, 10)

Este cómo sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tiene la esperanza de la resurrección (San Ireneo de Lyon. Harae . 4, 18, 4-5). CIC 1000

20. Peregrinos de la esperanza

Hay dos posturas del hombre ante la muerte.
Para los no creyentes, la muerte es el fin de la vida. Después de la muerte, la nada, la destrucción total. La muerte rompe con todo.
Desde la fe, toda la vida del hombre, está cargada de esperanza. Hemos sido salvados en la esperanza. Dice San Pablo ((Rom. 8, 24) que se hacen realidad en su vida estas palabras: Vivimos para morir y morimos para vivir. Con lo cual la muerte nos abre las puertas de la eternidad. La eternidad da al mismo tiempo sentido a la vida del hombre.

El creyente descubre que su vida es un peregrinar, seguir un camino hacia una meta; descubrir a donde vamos, cual es nuestro destino y nuestro fin. Hay un sentido en nuestra mente y en nuestro corazón. El cristiano, desde la fe, sabe que su vida en la tierra es un peregrinaje hacia Dios y que un día vivirá en al eternidad. San Agustín, con gran profundidad, nos dice que el hombre camina hacia la Jerusalén celestial.

Es un hecho antropológicamente constatado que en todas las religiones el hombre es esencialmente peregrino, como algo constitutivo de su mismo ser. La historia del hombre comenzó por los pies, nos dicen los antropólogos.
La quietud, la instalación y el embeleso embotan el espíritu, ya que se cierran los horizontes. Un hombre sin camino y sin esperanza es un náufrago perdido en la noche de su ser. El que camina, rodeado de silencios, se abre al misterio infinito de Dios, que le ayuda a descubrir un mundo nuevo. Peregrinar es dejar la instalación y lanzarse a una aventura y a un mundo nuevo, que trasciende el presente. Es estar dispuestos como nuevo Abran a ir en busca de la tierra prometida y estar prontos a esperar contra toda esperanza (Hebr. 11, 8-10).

El peregrino es un ser errante, que descubre que todo es provisorio. En su camino el gran valor es la acogida, la hospitalidad y la cercanía. El peregrino descubre que no va solo: unos cantan y rezan y otros ríen y lloran. Va acompañado de una comunidad, que sostiene sus miserias. Siempre tiene cerca a alguien a quien mirar y sonreír. Peregrinar es cada día cambiar de horizontes, descubrir nuevos valles, escalar empinadas montañas y bajar y subir por senderos y veredas. En este caminar sus pies muchas veces sangran, pero va alegre, porque su meta son los horizontes eternos.
Su destino es Dios. Su horizonte esperar siempre. Su camino el amor. La muerte y la eternidad se dan la mano. Pablo vivía con el Señor (2 Cor. 5,8) y la vida de Cristo era su vida (FIl.1,21).

21. Contenido de la promesa:

Es imposible describir cual será nuestra vivencia en el cielo.
El contenido de esta promesa es ambiguo, ya que en la tradición de la Iglesia se nos habla de la resurrección de la carne. Pablo nos habla de la Gloria (Fil.3, 20-21; Rom. 6, 1). Para él los resucitados será cómo los ángeles (Mc. 12, 25). Pablo nos dice que ni ojo vio, ni oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman. Cosas que ojo no vio ni oído oyó…son las que Dios ha preparado para los suyos (1 Cor. 2, 9)
El encuentro definitivo con Dios Padre no se puede explicar con palabras humanas (Jo. 13, 1)
Esta es la vida eterna; que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien has enviado (Jo. 17, 3)
Poco más podemos decir de ello.

22. Resurrección y parusía

El catecismo de la Iglesia Católica, se pregunta cuando será la resurrección de los muertos y responde:
Sin duda en el último día (Jo. 6, 39-40; 44.54; 11, 24); al fin del mundo (Lg. 48). En efecto la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo: El Señor mismo, a la orden dada por la voz del arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar (1 Tes. 4, 16) (1001)
La interpretación de estos textos muy polémica. No entro en esta discusión, ya que la finalidad de este trabajo no es esa.

23. Algunas máximas sobre la muerte del cristiano

Morir con Jesús y y vicir como Jesús
La fe nos une a Cristo y por la fe Cristo habita en nosotros
Si vivimos para el Señor y si morimos para el Señor, morimos. Así que ya vivamos, ya muramos, del Señor somos (Rom. 14, 8)
El hombre no es un ser para la muerte, sino para la vida.
La muerte tiene un sentido, si la vida lo ha tenido
Dios ha hecho de la muerte del hombre el misterio del amor del Padre a Cristo y a través de Cristo a los hombres.
Cristo da a la muerte un sentido mucho más profundo.
Por la fe el hombre encuentra en su fondo a Dios. La realidad del más allá invade el presente.
La muerte es un misterio
Es peregrinación, el hombre vive en la mortalidad. Los padres decían; el nacimiento es el comienzo de la muerte
No se haga mi voluntad sino al tuya (Mt. 26, 39)
La muerte es el final y la coronación de nuestro camino.
La muerte nos hace entrar en la plenitud del ser y de la luz.
Aprende a vivir y morirás bien.
Los que temen a la vida, ya están casi muertos.
Al nacer, emprendemos el camino de la muerte.
La muerte llama, sin excepción, a las puertas de los humildes y de los sabios.
La muerte es silencio y eternidad.
Todo lo que no se da, se pierde (Péguy)
No somos, sino que esperamos ser (Pascal)
Nada es tan cierto como la muerte (Séneca)
La muerte está presente en cada acto de nuestra vida (Sciacca)
Cada día vamos excavando nuestra tumba.
La muerte de cada hombre me disminuye, pues forma parte de la humanidad. Por eso no me preguntes por quien suenan las campanas, suenan siempre por ti (John Donne).

24. Sentido de la cruz

Nos dice el catecismo de la Iglesia católica
La muerte fue trasformada por Cristo. Jesús, hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición humana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb. 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús trasformó la maldición de la muerte en bendición y salvación cf. Rom 5, 19-21)

El dolor, la enfermedad, el esfuerzo, el sacrificio, las lágrimas nos hacen participar de la pasión y la cruz de Jesucristo, según el dicho de San Pablo, completando en nuestra carne lo que falta de la pasión de las tribulaciones del Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia (Col. 1, 24). (109)
Al asociarnos a la pasión de Jesús llevamos en nuestro cuerpo de acá para allá, la situación de la muerte de Jesús que se manifiesta en nuestro cuerpo (2 Cor. 4, 10).
Por este motivo el cristianismo no puede entenderse sin cruz.

25. Extremaunción y el viático

Es de fe divina, definida por el Concilio de Trento, que la unción de los enfermos es un sacramento instituido por Cristo y promulgado por el apóstol santiago para conferir la gracia, personar los pecados y aliviar a los enfermos (ses. XIV, c. 1. c.2).
El Concilio de Trento continúa: Esta realidad es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia las culpas, si alguna queda aún por expiar, y las reliquias del pecado y alivia y fortalece el alma del enfermo (c. 2), excitando en él una grande confianza en la divina misericordia, por la que, animado el enfermo, soporta con mayor facilidad las incomodidades y trabajos de la enfermedad, resiste mejor a las tentaciones del demonio, que acecha a su calcañar (Gen.3, 15) y a veces, cuando conviniere a la salvación del alma, recobra la salud del cuerpo (Ds.909).

Las palabras de Santiago son esas: La plegaria de la fe salvará al enfermo y el Señor lo curará; si ha cometido pecado, le será perdonado (Sant. 5, 15).
La gracia del sacramento es una gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias de la enfermedad grave o la fragilidad de la vejez. Es un don del Espíritu Santo, que renueva en nosotros la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente la tentación de desaliento y de angustia ante la muerte (Heb. 2, 15). Además, si hubiera cometido pecados, se le perdonarán (CIC. 1520).
El enfermo se une más íntimamente a la pasión de Cristo por su configuración con la pasión redentora del Salvador El sufrimiento es una participación en la obra salvadora de Jesús (CIC. 1521).
Uniéndose libremente a la pasión y muerte de de Cristo, contribuyen al bien del pueblo de Dios (LG. 11)

La extremaunción consagra para morir y para dominar la muerte, haciéndose semejante a Cristo, ya que éste fue consagrado por la muerte para el cielo. (Schmaus)
La iglesia les afrece además de la Unción de Enfermos, el viático. La eucaristía es la semilla de la vida eterna y el paso de la muerte a la vida al encuentro con el Padre: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día (Jn. 6, 54.
La penitencia, la unción de enfermos, y la eucaristía son los sacramentos que cierran nuestro peregrinaje.

26. El juicio final

Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después de esta el juicio (Heb. 9, 27
Según la fe cristiana, al morir los justos irán al paraíso y los impíos al infierno. Al purgatorio irán los que necesiten purificarse antes de entrar en el cielo.
Los evangelios nos describen el juicio final de esta forma: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas todas las naciones, y él separará unos de los otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a las izquierda. Entonces dirá a los de su derecha: Venid benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, en la cárcel, y acudisteis a verme.

Entonces dirá también a los de la izquierda: Pastaos de mí malditos, al fuero eterno preparado para le diablo y a su ángeles…..Entonces dirá también éstos: Señor…,¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?. Y El entonces les responderá: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer con uno de éstos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo. E irán éstos a un castigo eterno y los justos a la vida eterna.

La resurrección del cuerpo quiere decir la resurrección de la vida vivida, con todo el bien y todo el mal…, la historia del hombre (Guardini)

27. El infierno

La discusión entre los teólogos en cuanto al lugar del juicio, sigue siendo objeto de controversia, ya que para unos se trata de un lugar físico y para otros de unos estados el alma. Los lugares de la sagrada escritura hay que interpretarlos correctamente: En la parábola del rico epulón es el lugar de la pena definitiva. (Lc.16, 19-34)

La principal pena del infierno es la separación de Dios. Para Juan Pablo II es la situación en la que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia divina, inicuo en el último instante de su vida.

Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse, quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033).

Por eso, la «condenación» no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La «condenación» consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado. (Catequesis de Juan Pablo II del 28 de junio 1999)

28. El purgatorio
El Catecismo de la Iglesia católica dice:
El hombre se encuentra ante una alternativa: o vive con el Señor en la bienaventuranza eterna, o permanece alejado de su presencia.
Para cuantos se encuentran en la condición de apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, el camino hacia la bienaventuranza plena requiere una purificación, que la fe de la Iglesia ilustra mediante la doctrina del «purgatorio» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1030‑1032).

Juan Pablo II explica su realidad de esta forma:
La exigencia de integridad se impone evidentemente después de la muerte, para entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios. Quien no tiene esta integridad debe pasar por la purificación. Un texto de san Pablo lo sugiere.
El Apóstol habla del valor de la obra de cada uno, que se revelará el día del juicio, v dice: «Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento (Cristo), resista, recibirá la recompensa. Más aquel, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego» ( 1 Co 3, 14‑15).

Para alcanzar un estado de integridad perfecta es necesaria, a veces, la intercesión o la mediación de una persona.

El Nuevo Testamento presenta a Cristo como el intercesor, que desempeña las funciones del sumo sacerdote el día de la expiación (cf. Hb 5, 7; 7, 25). Pero en él el sacerdocio presenta una configuración nueva y definitiva. Él entra una sola vez en el santuario celestial para interceder ante Dios en favor nuestro (cf. Hb 9, 23‑26, especialmente el v. 24). Es Sacerdote y, al mismo tiempo, «víctima de propiciación» por los pecados de todo el mundo (cf. 1 Jn 2, 2).
Jesús, como el gran intercesor que expía por nosotros, se revelará plenamente al final de nuestra vida, cuando se manifieste con el ofrecimiento de misericordia, pero también con el juicio inevitable para quien rechaza el amor y el perdón del Padre.

El ofrecimiento de misericordia no excluye el deber de presentarnos puros o íntegros ante Dios, ricos de esa caridad que Pablo llama «vínculo de la perfección» (Col 3, 14).

Durante nuestra vida terrena, siguiendo la exhortación evangélica a ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5, 48), estamos llamados a crecer en el amor, para hallarnos firmes e irreprensibles en presencia de Dios Padre, en el momento de «la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos» (1Ts 3, 12 s). Por otra parte, estamos invitados a «purificamos de toda mancha de la carne y del espíritu» (2 Co 7, 1; cf. 1 Jn 3, 3), porque el encuentro con Dios requiere una pureza absoluta.

Hay que eliminar todo vestigio de apego al mal y corregir toda imperfección del alma. La purificación debe ser completa, y precisamente esto es lo que enseña la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio. Este término no indica un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación, ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección (cf. Concilio Ecuménico de Florencia, Decretum pro Graecis: Denzinger‑Schönmetzer, 1304; Concilio ecuménico de Trento, Decretum de justificatione y Decretum de purgatorio: ib., 1580 y 1820).

Hay que precisar que el estado de purificación no es una prolongación de la situación terrena, como si después de la muerte se diera una ulterior posibilidad de cambiar el propio destino. La enseñanza de la Iglesia a este propósito es inequívoca, y ha sido reafirmada por el concilio Vaticano II, que enseña: «Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra (cf. Hb 9, 27), mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 22, 13 y 25, 30)» (Lumen gentium, 48) y Catequesis de Juan Pablo II, miércoles 4 agosto 1999.

Hay que proponer hoy de nuevo un último aspecto importante, que la tradición de la Iglesia siempre ha puesto de relieve: la dimensión comunitaria. En efecto, quienes se encuentran en la condición de purificación están unidos tanto a los bienaventurados, que ya gozan plenamente de la vida eterna, como a nosotros, que caminamos en este mundo hacia la casa del Padre (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1032).

Así como en la vida terrena los creyentes están unidos entre sí en el único Cuerpo místico, así también después de la muerte los que viven en estado de purificación experimentan la misma solidaridad eclesial, que actúa en la oración, en los sufragios y en la caridad de los demás hermanos en la fe. La purificación se realiza en el vínculo esencial, que se crea entre quienes viven la vida del tiempo presente y quienes ya gozan de la bienaventuranza eterna.

Al Padre Cándido Pozo le hicieron esta pregunta. ¿Tiene el Papa una nueva perspectiva sobre el purgatorio?

Respondió:
Quizás pueda señalarse un desplazamiento de la idea del purgatorio como castigo a la del purgatorio como purificación, pero éste es un tema absolutamente tradicional. Por otra parte, la más profunda explicación de la teología del purgatorio se debe a una mujer, a santa Catalina de Génova (no se la debe confundir con la Doctora de la Iglesia, santa Catalina de Siena). Para ella, el purgatorio se refiere a almas que han muerto en gracia y que, por tanto, aman a Cristo. Ese amor se hace plenamente consciente al morir. Pero las manchas veniales o de pecados mortales perdonados y no plenamente purificados, impiden el encuentro con el Señor, la persona amada. Quien ama y se ve retardado de poseer a la persona amada, sufre. Y ese sufrimiento lo purifica. El purgatorio puede definirse como la purificación en el amor y por el amor. Este pensamiento es además frecuente en los místicos (por ejemplo, en san Juan de la Cruz) cuando establecen un paralelismo entre la purificación del purgatorio y ciertas purificaciones que tienen lugar en experiencias místicas, llenas de amor entre el alma y Cristo
Karl Rhaner, en Escritos de teología IV, Taurus, 1963, p. 446 expresa la misma idea.
29. La resurrección de la carne
Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo, transformándolo y reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día (CIC, n.1016.
Existe una «resurrección espiritual», que es el paso de la muerte del pecado a la vida de la gracia, pero habrá también una resurrección corporal, gracias a la cual las «almas se unirán con sus cuerpos»
[1][1] y en esta última consiste propiamente la verdad de fe expresada en el Credo. Por eso, para evitar equívocos, se dice resurrección «de la carne» para dar a entender que lo que resucitará será un cuerpo de naturaleza humana, el mismo cuerpo que murió, no otro.
Dios «dará vida a nuestros cuerpos mortales» (Rom. 8, 11) y ese cuerpo resucitado será «de la misma naturaleza pero de distinta gloria».
[2][2] De distinta gloria porque ese cuerpo resucitado «ya no puede morir» (Lc 20, 36), ni padecer ni sufrir; porque será completamente obediente al espíritu: «se levanta un cuerpo espiritual» (1 Co 15, 44); porque en nada se opondrá a cualquier moción del alma.
El mismo mundo material se transformará ya que «habrá cielos nuevos y tierra nueva» (2 Pe 3, 13).
«Creer en la resurrección de la carne ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella”
[3][3]».[4][4]

30. Las exequias

La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico por los difuntos y por los familiares el consuelo de la esperanza. Las exequias presentan nuestra fe pascual, siendo la muerte de Cristo nuestro modelo a imitar. Las exequias son la última despedida del difunto, siempre llena de dolor y lágrimas. Por esto la esperanza tiene un lugar muy importante en la celebración. Creo que no aprovechamos suficientemente este gran momento, para instruir a tantos hermanos, que sólo frecuentan la iglesia en estos momentos.

Bibliografía
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M. Samaus, Teología Dogmática, VII, Los novísimos. Rialp S.A., Madrid 1961
Schürmann, ¿Cómo entendió y vivió Jesús su muerte? Salamanca, Sígueme, 1982.
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Pastor Ramos, La salvación del cristiano en la muerte y resurrección de Cristo. Estudio de teología Paulina. Verbo Divino, Estella, 1991.
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