martes, 8 de enero de 2008

SERMON DE LA MONTAÑA (XIX). AMOR, MISERICORDIA, COMPASIÓN Y PERDÓN (Mt. 7, 12)


15. Amor, misericordia, compasión y perdón (Mt.7, 12).

Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas.(Mt.7,12).
Introducción. En el mundo actual se habla de solidaridad, de justicia social, de promoción humana, de ayuda al desarrollo de los pueblos. Todas estas palabras tienen una profundidad especial y una radicalización, cuando entramos de lleno a comprender el mensaje de Cristo sobre el amor en las múltiples facetas, que vamos a contemplar en estos textos. Jesús habla más de fraternidad que de solidaridad, como hizo la Revolución francesa. Habla más de hermano que camarada. El hombre no es sólo un ser que pertenece a nuestra especie, es hijo de Dios. Decía Karl Rhaner en su diálogo con los marxistas, que los cristianos tenemos no sólo motivos humanos para creer, sino también divinos, por la radicalidad del texto de Mateo. Occidente, a pesar de su secularismo, quiera o no quiera. está impregnado de esta herencia.

1. Antropología del amor

Una de las dimensiones esenciales del hombre es el amor (Gs.12, 13). El hombre es un ser para la relación y la comunión. Un hombre sin diálogo sería es un ser solitario, Nacemos para vivir en compañía. La soledad y el silencio terminan, mordiendo nuestra alma.
Es tan importante esta dimensión del amor que dice K. Rahner: Cuando la persona se posee totalmente, se implica `por entero y por completo en su libertad, es cuando ama, porque todo ello puede hacerse únicamente por medio del amor.[1]

El infierno decía Dostoievskiij es no poder amar. El aislamiento es angustia, zozobra y terror. El Individualismo lleva al egoísmo, ya que solo me miro a mi mismo y mi yo es siempre el centro de mi vivir.
Cuando el otro me responde y mi yo se sumerge en el tú, nace un mundo nuevo, un nosotros y una comunión de palabras, de sonrisas, de gestos, que se abren como el perfume de una rosa.
En el interior de la persona esta el amor y de su corazón nace éste. Amar y conocer, la verdad y el amor son las grandes aventuras del hombre.


2. Origen etimológico

Los griegos lo llamaban Philein y agapán. El sustantivo ágape también significa banquete. La palabra ágape indica el amor que viene de Dios y vuelve a Dios por parte del hombre, el amor redentor de Cristo en la cruz, el amor de los hombres entre sí, que buscan la fraternidad y la comunión de unos con otros.

Las palabras griegas eros y philia indican el amor humano y la amistad.

Dice Häring: Puesto que Jesucristo es la encarnación del ágape, es también el redentor del eros y el que lleva la philia a su realización. Aún a cuentas, el crecimiento del amor redimido y redentor, es la encarnación permanente de este mismo ágape…..Cuando el creyente en respuesta a este mismo amor de Dios (ágape), se compromete en la opción fundamental con el Dios del amor, todas las disposiciones previas, especialmente el eros y la amistad, se trasforman gradualmente, se purifican y se elevan a un nivel más alto. Esto no quiere decir que pierdan su carácter peculiar; por el contrario encuentran entonces su plenitud y su autenticidad mayores.[2] Dicho de otra manera el amor de Dios, inserto en nosotros purifica, sacraliza y sana el amor humano de sus falsas aristas, llenas de egolatrías.


3. Antecedentes en el antiguo testamento.

El precepto de amor a Dios es muy central en todo el antiguo testamento, ya que en virtud de la alianza, Israel es su Pueblo. yhaveh el Dios, que los libró de los egipcios: Escucha, Israel, Yhavéh es nuestro Dios, sólo Yhavéh. Amarás a Yhavéh tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente y con toda tu fuerza. Queden grabadas en tu corazón estas palabras que yo te mando hoy. Se las repetirás a tus hijos, se las dirás tanto si estás en casa como si vas de viaje, cuando te acuestes y cundo te levantes; las atarás a tus manos como una señal, como un recordatorio ante tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en las puertas (Deut. 6, 4).

El amor al prójimo también estuvo muy arraigado en el Pueblo Judío: No oprimirás a tu prójimo, ni lo despojarás. No retendrás el salario del jornalero hasta el día siguiente. No maldecirás a un mudo, ni pondrás tropiezo a un ciego, sino que temerás a tu Dios. Yo, Yhavéh. Siendo juez no hagas injusticias. Ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo. No odies en tu corazón a tu prójimo, pero corrige a tu prójimo, para que no te cargues con pecado por su causa. No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lev. 19, 13-19

En el primer texto se respira un infinito amor del pueblo de Israel a Dios, como nos refiere el Deuteronomio. Los Israelitas debían repetir este mandamiento (A esto lo llamaban la Semá), repetirlo todos los días y recordar de esta manera las indinitas gracias que Dios le había concedido a su pueblo en virtud de la alianza del Sinaí (Deut. 5, 6,; Ex. 20, 1-17).

4. Dios es amor

Dios es amor (1 Jn. 4, 5). Dios se define, porque no sólo es capaz de amar, sino porque de hecho ama. Ama al mundo creado, pero de una manera especial al hombre, hecho a su imagen y semejanza. Jesús nos va a describir al Dios de la misericordia y del perdón, al Dios cercano. Al Dios que nos envía a su hijo, porque nos ama, ya que nadie es bueno, sino Dios (Mc. 10, 8).

A ese Dios tan lleno de bondad, que le entregó a Hijo Unigénito (Jn. 3, 16).

La afirmación de que Dios es amor, nos lleva a esta consecuencia: El amor cristiano es una consecuencia lógica, un impulso y una fuerza, que nace de Dios, de quien se deriva.
Nos dice Juan: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros (1 Jn. 4, 11).
Dios es rico en misericordia ( 2 Cor.13, 11).

5. El amor a Jesús

El amor a Jesús es una consecuencia del amor a Dios. Jesús, por su encarnación, es cercanía. Nos mostró su amor de muchas maneras, principalmente, dando su vida por nosotros. Cada minuto de la vida de Jesús fue un gesto de amor y de servicio. Pasó por el mundo haciendo el bien y predicando el amor. Con los discípulos convivió durante tres años y en esta convivencia, se crearon unos lazos de simpatía, de amistad y de comunicación. Los discípulos quedaron prendidos en este amor de Jesús y correspondieron a él (Jn 8, 42) .


6. El nuevo testamento

El evangelista San Marcos, citando al Deut, 6, 4. ss y Lev. 19, 19, responde a un escribano que le pregunta, cuál es el mandamiento primero, de esta manera: El primero es: Escucha Israel; el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe un mandamiento mayor que éstos (Mc. 12, 28 ss.).

Marcos no unifica los dos mandamientos, aunque indirectamente los reagrupa, cuando dice no existe una mandamiento mayor que éstos.

En Mt. 22, 34 se dice que el segundo mandamiento es semejante al primero. Repite literalmente lo mismo con un añadido del fariseo, que dice que se trata del mandamiento mayor y que de estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas.
El escriba ratifica el pensamiento de Jesús, añadiendo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

El Evangelio de Lucas trasmite el mismo texto con notables diferencias por boca de un doctor de la ley: Se levantó un legista y dijo para tentarle: Maestro, ¿Qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna? El le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees? Respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo (Lc. 10, 25 ss.).

Es de advertir que el doctor de la ley no le pregunta cual es el principal mandamiento, sino qué debe hacer para conseguir la vida eterna.
En Lucas los dos se refunden en uno.

7. Características de este amor

Amar es entregarse (Jn. 3, 16). Amar es darse gratuitamente (Lc. 6, 30, 38). Es abrirse; encontrarse, comunicarse, darse, compartirlo todo, estar siempre junto al otro, compartir, recibir. El amor es una presencia, un gesto, una sonrisa; saber acoger, compartir, darse sin esperar, esperar siempre y sacrificarse por el otro; el amor es oblativo; amar es extender la mano sin orgullo al que nos pide; es saber escuchar El otro no es un objeto del que me sirvo, sino una persona, a la que respeto en su plena libertad. El yo y el tú no se funde en uno, sino en un nosotros con nuestros propios ritmos y tiempos. El otro es imagen de Dios, es el mismo Jesús.

Este amor tiene que abarcar a todos los hombres y a todos los continentes. Dice el Concilio: En nuestra época, principalmente, urge la obligación de acercarnos a todos y de servirlos con eficacia, cuando llegue el caso, ya se trate de ese anciano abandonado de todo o de ese trabajador extranjero despreciado injustamente, o de ese desterrado, o de ese niño nacido de unión ilegítima, que debe aguantar sin razón el pecado que él no cometió o de ese hambriento que recrimina nuestra conciencia, recordando la palabra del Señor. Cuantas veces hicisteis esto a uno de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt. 25 40).

8. El samaritano y la misericordia (Lc. 10. 25)

Un doctor de la ley para justificarse preguntó a Jesús: ¿y quien es mi prójimo?
Esta palabra en hebreo (Rea) equivale a compañero, camarada, amigo. La traducción de los setenta usan la palabra (plesión), que quiere decir el que está cerca.

Los judíos extendían este amor a los de misma tribu, aunque con posterioridad se fue ampliando a todos los hombres por influencias helenísticas. Por este motivo la pregunta es tendenciosa.

Jesús le respondió con una de las más bellas parábolas del evangelio. Intervienen tres personajes. Un sacerdote y un levita que despreciaron la ley o no quisieron complicarse la vida y un pobre samaritano, que se consideraba extranjero y era odiado por los Judíos (Jn. 4, 9; Lc. 9, 52). La escena la cuenta Jesús de esta manera. Bajaba un hombre de Jericó a Jerusalén y unos salteadores, lo robaron y lo asaltaron, dejándole medio muerto. Pasó junto al herido un sacerdote y al verlo, dio un rodeo y se marchó. A continuación, un levita, contempló al hombre tendido en la cuneta e hizo lo mismo.

Jesús quiere recalcar, que estos dos personajes, que debían conocer la ley antigua, se habían apartado del espíritu de la ley y en su egoísmo cerraron los ojos al dolor del herido.

Pasó un samaritano, se bajó de su caballo, tuvo compasión y misericordia de él; se acercó, vendó sus heridas, echándole aceite y vino; lo montó en su caballo, lo llevó a una posada y con mucho mimo lo cuidó.

Aquella noche el de Samaría, se quedó a dormir en la fonda y al marcharse al día siguiente, le entregó dos denarios al posadero, y le dijo: Si gastas algo más, te lo pagaré, cuando vuelva.

Dirigiéndose al Doctor de la ley, le pregunta: Quien de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores. Él le dijo: El que tuvo misericordia.. Jesús se volvió hacia El y le dijo: Verte y haz tú lo mismo,

Jesús universaliza este amor, ya que se extiende a todo hombre. El herido no tiene ni nombre ni apellidos. Es un desconocido, una persona sin relieve social. El samaritano, ni siquiera le pregunta el nombre.

La compasión y la misericordia brillan como dos grandes estrellas en el firmamento cristiano. Es de advertir que en el samaritano no hay motivaciones religiosas

9. El amor en el juicio final (Mt. 25, 31-44)

Uno de los pasajes más bellos del nuevo testamento lo describe Mateo en la escena del juicio final, El amor de Dios al hombre es tan grande que Jesús se identifica con el que tiene hambre, con el que tiene sed, con el peregrino, con el desnudo, con el enfermo: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; peregriné y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis; preso y vinisteis a verme…En verdad os sigo que cuantas veces hicisteis eso a uno de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt. 25, 31- 44).

Es una invitación a compartir con los abandonados del mundo, con los que no tienen ni pan ni agua, con los que están tendidos a la vera del camino o se mueren de frío.

Es una invitación a acercarnos a los que sufren en la soledad, a estar cerca de los lloran, a compartir nuestro tiempo con los que están depresivos; a visitar a los ancianos, a los que nadie hace caso de ellos en su soledad.
Lo que hacemos con uno de ellos es como si lo hiciéramos con Jesús


10. El Perdón en la parábola del hijo pródigo (Lc. 15, 11-31)

El perdón y la reconciliación están íntimamente unidos en las enseñazas de Jesús. En el Padre nuestro decimos: Perdona, nuestras deudas (Mt. 6, 12). En la parábola del siervo, sin entrañas, que no perdona a sus deudores, a pesar de haber sido perdonado por su Señor, Jesús termina: Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo los que les debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre, si no perdonáis de corazón a cada uno de vuestros hermanos (Mt. 18, 23-35).

Jesús nos invita a no juzgar ((Mt. 7, 2-5), a corregir a nuestro hermano (Mt. 18, 15-17. No obstante no perdonó las tropelías de los vendedores del tempo. Estando comiendo en casa del Fariseo Simón, vino una mujer, besó sus pies y derramó un frasco de perfume. Ante el escándalo del fariseo, Jesús le propuso la parábola de los dos deudores y le preguntó a Simón: Quien de los dos lo amará más. Respondió: Aquel a quien perdonó más (Lc. 7, 36 ss.

Jesús perdona a Zaqueo por su arrepentimiento y éste responde a Jesús de esta manera: Daré la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo (Mt. 19, 1ss).

Sin embargo donde se ve mejor la bondad de Dios que nos perdona es en la parábola del hijo pródigo (Lc. 15, 11-31)..

En la parábola intervienen tres personajes: El Padre y sus dos hijos.
El menor de ellos acudió al Padre y le pidió que le diera la herencia que le correspondía. Quería irse a conocer el mundo y el padre no se opuso.
El hijo dejó la casa paterna y marcha a un país lejano. Allí, con mucho dinero en el bolsillo, despilfarra el dinero y lo gasta en mujeres, en el vicio, en el gozar, en las juergas. La única norma es gozar de la vida en su plenitud y ser libre, sin la vigilancia de su padre.

Cuando se quedó sin dinero, no podía ni llevar a su boca un mendrugo de pan y el hambre asolaba aquellas tierras. A las puertas que acudía, se lo negaban todo y se vio obligado a colocarse como porquero. El dueño era tan avaro, que ni siquiera le permitía que se llenara su estómago, con las algarrobas de los cerdos.

Ante tanta hambre, tanta miseria, tanto sufrimiento y tanto dolor, el joven volvió en sí, y se da cuenta del mal paso que había dado, dejando la casa paterna en busca de libertad. La libertad o mejor el libertinaje había arruinado su vida, ya que había echado por la borda todos los valores que le había enseñado su Padre. En su casa tenía pan en abundancia; un padre que le quería y un hermano con el que compartía su vida.

Esa vuelta en sí le lleva a la conversión y dice en su interior: Me levantaré e iré a mi Padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como uno de tus jornaleros.

En el joven se produce un cambio interior, una auténtica conversión. Reconoce que ha pecado contra Dios (contra el cielo) y contra su padre. Este arrepentimiento es tan profundo, que reconoce con humildad, que no debe el padre llamarle hijo y suplica que le trate como a uno de sus jornaleros.

El dar este paso, desde un punto de vista psicológico es muy difícil, ya que pensaría que su padre lo rechazaría y que su hermano no permitiría que entrara a formar parte de su herencia, ya que él había dilapidado la suya. Pensaría que tal vez hubiera sido mejor morir.

Con estas ideas en su mente, sin más dilaciones, se levantó y volvió al padre.
El padre todas las tardes daba su paseo por el campo y a lo lejos vio una silueta, que le pareció la de su hijo y compadecido, corrió hacia el hijo y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos.

El Padre no dijo una palabra, pero sus lágrimas y sus gestos descubrían su interior.
El hijo emocionado y de rodillas, dijo al padre, estas palabras que ya había rumiado en su interior: Padre he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser hijo tuyo.

Ante esta confesión tan sincera de dolor y arrepentimiento, el padre mandó a los criados que le trajeran una túnica no tan andrajosa y se la pusieran, que colocaran un anillo en sus manos y unas sandalias nuevas en sus pies. Una vez en la casa mandó matar un becerro cebado y organizó un gran banquete y todos se alegraron, porque su hijo había muerto y vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado.

La enseñanza de la parábola es muy clara. El Padre es Dios (implícitamente Jesús), que es un Dios de misericordia y perdón dispuesto a perdonar, al que arrepentido acude a él.

La segunda parte de la parábola nos presenta la actitud del hijo mayor, que se encontraba en el campo, cuando vino su hermano. Ante la celebración tan suntuosa y la alegría que se desbordaba en el ambiente, preguntó a los criados a qué era debido todo ese regocijo. Ellos le respondieron: Ha vuelto tu hermano, y tu Padre ha matado un becerro cebado, porque lo ha encontrado sano.

La queja brotó de sus labios y dijo a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin haber traspasado tus mandatos, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.

El padre, molesto por esta actitud de envidia y de poca generosidad para con su hermano, le respondió: Hijo tú estas siempre conmigo, y todos mis bienes son tuyos; más era preciso hacer fiesta y alegrarse, porque éste tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado.

La actitud del hermano era lógica en cierto sentido. Jesús quiere enseñarnos que la radicalidad del amor a Dios y a los hermanos tiene que estar por encima de la menor sombra de envidia y rencor. Debe ser un amor de compasión y perdón, porque frente a nosotros tenemos a un pecador arrepentido, al que perdonamos de todo corazón. Jesús perdonó, hasta en el momento más decisivo de la cruz. Por esto el amor no puede tener ni los límites de la envidia, ni las propias conveniencias, ni las quejas por muy justas que puedan ser.

11. Relación entre el amor a Dios y al prójimo,

En la literatura primitiva no estaban unidos el amor a Dios y el prójimo, ya que los israelitas daban más importancia al amor a Dios. La unificación en un mandamiento parece ser que se realiza en el mundo judeo- helenista. Jesús los unifica de tal manera, que si no amamos al Prójimo, no amamos a Dios. Une los dos mandamientos en uno: Si alguno dice: Yo amo a Dios y odia a su hermano, es mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (1 Jn. 4, 20 ss. Si nos falla uno de los raíles, descarrila el tren.

No podemos decir que amamos a Dios, si sólo amamos al prójimo, Ello sería pura filantropía.
El amor a Dios y al prójimo son las grandes exigencias de Jesús para entrar en el reino de los cielos.
El amor a Dios hace que amemos al prójimo sin interés ninguno.

12. El amor en Pablo

Amar y amor. Las palabras más repetidas en nuestro tiempo. Palabras que han resonado desde principio del mundo. Las dos grandes aventuras de la humanidad: Conocer y amar. Conocer la verdad y sentir la profundidad del amor.
El amor de Dios se nos manifiesta especialmente por Jesucristo, muerto por nosotros en la cruz: No perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros (Rom. 8, 32). Dios por amor lo entregó por nuestros pecados (Gal. 22). El amor a Dios, como en el pueblo judío, estaá en el centro del mensaje de Pablo, como algo natural que sale de la intima relación que la criatura tiene con Dios y por la correspondencia con la que el hombre salvado debe responder a Dios.

Pero al mismo tiempo: Toda la ley alcanza su plenitud en este sólo precepto. Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gal. 5, 14).
Les exhorta a las comunidades, que se ayuden en sus necesidades, que se alegren, que lloren con los que se gozan y con los que sufren, que renuncien a la venganza, que no se dejen vencer por el mal (Rom. 12, 13-21).

13. Cualidades del amor (1. Cor. 13).

Este bello himno de los Corintios es una continuación de los capítulos XI y XII, donde Pablo habla de los carismas. Es la apología más bella del amor de todos los tiempos, por su estructura poética, por su profundad moral y teológica. Es un canto divino, con notas de comunión, hermandad y de eternidad

Para Pablo la caridad es más importante que los carismas, aunque, dice a los Corintios, que busquen el amor, les recuerda que deben también aspirar a los dones espirituales (14, 1). La fe desparece, cuando contemplemos a Dios. La esperanza desaparece cuando consigamos lo esperado. La caridad siempre nos acompañará.

El Espíritu siembra en la comunidad los carismas, pero por su mediación recibimos el fuego de la caridad, (Rom. 5, 5), ya que el amor es fruto del Espíritu, que vive en nosotros (Gal. 5, 22). No se olvida que el amor construye la comunidad y la comunión.

Pablo comienza, diciéndonos que si no tenemos caridad, somos como la campana, que sólo da repiques o sonidos. Si no tengo caridad, de nada me sirve la ciencia, la sabiduría, el conocer los misterios del mundo, el hacer milagros, o el repartir mis bienes a los pobres.
La misma fe sin caridad es incompleta. Ambas juntas justifican al hombre.
Por esto la fe es paciente y sufrida; sabe aguantar las impertinencias. No se irrita, ni pierde la calma; es tolerante.
No tiene envidia, ni es jactanciosa, vanidosa, o petulante

No es descortés, insolente o irrespetuosa, sino afable; no es interesada, porque da siempre sin esperar nada en contra partida.
Nunca piensa mal, porque su corazón no está torcido, ni lleno de intrigas.

No se alegra de las injusticias, porque desea un mundo más humano, más justo y fraternal.
Se complace en la verdad, ya que la verdad es su lema, su seña y su norte.
Todo lo excusa, porque comprende la debilidad del otro y su propia debilidad.

Todo lo cree y todo lo espera, porque el que ama tiene sueños de esperanza. El creyente nunca pierde la esperanza, porque el que cree en Dios, siempre está convencido que para Éste todo es posible.

14. El amor en San Juan

Para Juan, Dios está en la fuente del amor, que se encarna en Jesucristo, que ha sido enviado por el Padre (Jn. 16, 27) y que por amor se encarnó y murió en la cruz.

Jesús, en el marco de la última cena, dijo a sus discípulos: Os doy un precepto nuevo: Que os améis unos a otros: que así como yo os he amado, vosotros también os améis los unos a los otros. En esto se conocerá que sois discípulos míos (Jn. 13, 34 ss)..

El mandamiento de Jesús es nuevo en cuanto a la radicalidad. Es mutuo, en cuanto se está refiriendo, al amor que debe reinar entre ellos. Este amor mutuo, efectivo, y gratuito es el signo de los discípulos del maestro. Los paganos quedaban admirados del amor que reinaba entre ellos, como decía Tertuliano: Mirad, decían admirados los paganos como se aman entre si (Tertuliano (Apol. 39).

No se trata de una norma, de una ley, sino del ethos cristiano por excelencia, reflejado en la vida de Jesús, al que el cristiano tiene que responder con el mismo radicalismo, ya que no puede encerrase en el puro formalismo de un mandato. Es un don, una respuesta, una actitud, que se lleva en el corazón y no emana de letra escrita.

Cristo ha venido a revelar el amor del Padre, para que éste habite en sus discípulos: Yo les he dado a conocer tu nombre y se los seguiré, dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn. 17, 26).
Dice Juan: Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él, no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3. 16; 1 Jn. 4, 9).

La entrega de Cristo es la prueba mayor que nos ha podido dar de su amor, ya que nos amó hasta el extremo (Jn. 13, 1). Para Juan el amor se manifiesta en el cumplimiento de los mandamientos y el que ama a Cristo ama también al Padre (Jn. 14, 20).

La consecuencia de ese amor es que entramos en comunión con el Padre y con el Hijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él (Jn. 14, 22).

La esencia de la vida cristiana está en el amor. El amor es el criterio, la norma, la pauta del cristiano: Quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en èl (Jn. 4, 16).

El amor a Dios y al prójimo están íntimamente unidos. Dios está en el mismo centro del amor humano, para deificarlo: Si alguno dice: Amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien, ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (1 Jn 4, 10.)

La razón de ello la pone en la misma esencia de Dios, que es amor. Por esto quien no ama, es que no ha conocido a Dios: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifiesta el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo Único para que vivamos por medio de él (Jn. 4, 7).

En otro texto: Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros (1 Jn. 1, 11).
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, en que amamos a Dios y cumplimos sus mandatos (1 Jn. 5, 2).
Son inseparables: Y hemos recibido de Él este mandamiento: que quien ama a Dios, ame también a su hermano (1 Jn. 2, 21).

El ágape no puede concebirse como una entidad independiente, un imperátivo categórico, una regla moral autónoma, por eminente que sea; sino que se identifica con el amor de Dios (Jn. 4, 7-6).[3]

Para Juan el amor humano no es malo, pero, cuando este amor está fundamentado no sólo en la pura racionalidad, sino que nos viene de Dios y está en nosotros se potencia y radicaliza: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros..Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud (Jn. 4, 11 ss).

Nuestros hermanos son hijos de Dios y hermanos nuestros (1 Jn. 5, 2).

El amor no se conjuga con el temor. El temor disminuye la tensión del amor, lo prostituye. El amar tiene que liberarse de escorias: No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor busca el castigo; quien teme, no ha llegado a la plenitud del amor (1 Jn. 4, 18).

Juan está hablando de amor entre los hermanos. De ese amor que crea comunión y les hace vivir en su plenitud unas relaciones de entrega, de ayuda y de servicio. No obstante no excluye el amor a los demás; Así que, mientras tenemos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe (Gal. 6, 10).

Quien no ama no es de Dios (1 Jn. 3, 10) y permanece en la muerte (1 Jn. 3, 14); el que odia es un homicida (1 Jn. 3, 15).

15. En las comunidades primitivas

Pablo, prisionero, pide a los filipenses, que entre sus miembros reine la armonía, la bondad, la humildad.,el amor, la comunión en el Espíritu, la misericordia, la comprensión mutua, la alegría, el mismo sentir, un mismo espíritu y los mimos sentimientos, Les exhorta a que desaparezca la rivalidad, la envidia, la vanagloria, las habladurías, y la intolerancia. Todo esto distorsiona la vida de la comunidad. (Ef. 2, 1 ss.; Col. 3, 12).

En la carta a los Efesios expone las razones teológicas para llegar a esa unidad. No hay lugar para las discordancias, ya que por el bautismo, la comunidad vive unida a la Trinidad, que infunde en ella la paz: Os exhorto…a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda paciencia, mansedumbre, y paciencia, soportándoos unos a otros con amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.
En la carta a los Corintios la unidad nace de la celebración eucarística: Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan ( Cor. 10, 17)
.
Pablo exhorta a los Corintios a que tengan un mismo sentir, porque han empezado a surgir divisiones entre ellos (1 Cor. 1, 10; 3, 5 ss).
Se queja de que en la cena que precede a la eucaristía, cada uno come su propia cena, mientras otros pasan hambre (1 Cor. 11, 17-34).

La diversidad de dones y carismas es también motivo de divisiones y disensiones entre ellos y Pablo los llama al orden, diciéndoles, que los diversos carismas y dones del Espíritu son necesarios en la Iglesia, y que todo converge en la unidad del cuerpo (Cor. 12, 12 ss).

En las asambleas comunitarias tenía un parte muy importante la corrección, el perdón y la reconciliación, que se solía hacer antes de la celebración eucarística. Por esto exhorta a la comunidad, que perdone a un cristiano, que había cometido una falta o un delito: Es mejor que le perdonéis, y le animéis, no sea que se vea hundido en una suma tristeza. Os suplico, pues que reavivéis la caridad para con él (2 Cor. 2, 7).

Pablo se queja de que alguno de los cristianos lleven sus pleitos ante los gentiles: ¿Cuándo alguno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿Se atreve a llevar la causa ante los injustos?..Para vuestra vergüenza os digo ¿No hay entre vosotros algún sabio que pueda juzgar entre los hermanos? ¡No vais a pleitear, hermano contra hermano! ¡Y eso entre infieles! De todos modos ya es un fallo que haya pleitos entre vosotros. ¿Por qué no preferís soportar la injusticia? ¿Por qué no dejaros más bien despojar? (1 Cor. 6, 1).

En las primitivas comunidades cristianas, los pleitos se solucionaban entre los mismos cristianos, por medio de unos mediadores. He visto restos de esta costumbre en los estatutos de una cofradía del siglo XV.

Hay un intercambio de bienes entre comunidades y otras, como nos cuenta Pablo: Macedonia y Acya tuvieron a bien hacer un colecta a favor de los pobres de entre los santos de Jerusalén…Una vez entregado el fruto de esta colecta, partiré para España ( Rom. 15, 22 ss).

16. Vivir en comunión

El hombre no ha nacido para estar sólo. Es un ser social. La soledad le carcome, hasta le puede llevar a la locura. La comunión con Dios en el silencio llena su alma, pero necesita mirar a los hermanos. Entre cristianos esta vivencia, se llama comunión. Por ella me relaciono con el otro. Por la fe los hermanos deben vivir en comunidad. Es la comunión del cuerpo místico. Esta comunión o koinonia llevaba a los cristianos a compartir sus bienes materiales y espirituales (2 Cor., 6).

Cristo está presente en esta comunidad y el Espíritu Santo la guía: Por lo demás, hermanos, alegraos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros (2 Cor. 13, 11).

Por los hechos conocemos esa intercomunión de la primitiva Iglesia: Acudían asidamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión y a la fracción del pan (HH. 2, 42).

Ponían en común todos sus bienes: La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llama suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común…No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según sus necesidades (HH. 4, 32 ss.).

Al paso del tiempo, en nuestra sociedad del bienestar y del egoísmo, nos cuesta trabajo comprender lo que se ha dado en llamar el primer comunismo cristiano. Fue ciertamente una utopía, que sólo se dio en la comunidad de Jerusalén. Pero el ethos de la primera bienaventuranza, prendíó en aquella comunidad, de tal suerte que renunciaron a sus bienes, lo pusieron todo en común y se lo repartían según sus necesidades.
Es muy difícil compartir hoy en día.

Todas las comunidades cristianas estaban dispuestas a compartir y dar: Si alguno posee bienes de la tierra, y ve a su hermano padecer necesidad y cierra su corazón ¿Cómo puede permanecer en él el amor de Dios?. Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad (1 Jn. 3, 17).

Esta comunión se expresa de una manera especial en la eucaristía, cuando compartimos el mismo pan y el mismo cáliz.
Jesús pedía al Padre: Que todos sean una misma cosa, como tú y yo somos uno (Jn. 17, 21).

Otro signo testimonial de las primitivas comunidades cristianas era la hospitalidad o la acogida, ya que el cambio de lugar de trabajo era muy frecuente. Al ir los cristianos de un sitio a otro los apóstoles daban cartas de comunión para que fueran bien recibidos en otras comunidades. (Rom. 12, 13; HH. 27, 3; 28, 2).

17. Precepto único

Después de todo lo dicho, podemos preguntarnos ¿Toda la ética cristiana queda reducida al mandamiento del amor? ¿No sería aplicable el dicho de San Agustín: Ama y haz lo que quieras, ya que, si nuestras acciones, están empapadas de amor, siempre son buenas, pues el amor lo sublima y purifica todo. Llevado a su extremo, ello nos llevaría a un relativismo moral, tal como propone la ética de situación. El amor no anula los otros preceptos. El nuevo testamento habla del primer mandamiento (Mt. 12, 28), el más importante, ya que de él cuelga toda la ley (Mt. 22, 40). El mandamiento del amor es el principio, el criterio supremo, a cuya luz se debe valorar la actividad ética. Santo Tomas [4] nos dice que la caridad es la forma de todas las virtudes, o, dicho de otra manera, es el alma de todas ellas. También la define como mater et radix de todas las virtudes. Otros prefieren llamarla el motor y fin de todas ellas. La caridad está en el corazón de todos los preceptos. Si el respeto que debemos a los padres no está animado por el amor, quedaría reducido al simple cumplimiento formal de una obligación. Si a la justicia le falta el amor, el hombre habría adquirido un bien con la justicia, pero sería un témpano de hielo, porque se necesita que el amor dinamice las relaciones humanas y los sentimientos de unos para con otros. A la caridad se le atribuye ser la reina de todas las virtudes. Gilleman la llama la mediadora de todas ellas.

Kart Rahner dice de una manera muy profunda: El amor lo es todo y sin embargo no lo es; sí él está dado, lo está todo ya; pero hay también algo más que él, que no es lícito excluir del ámbito de la virtud…La esencia plena de cada virtud se da primariarmente en cuanto tal al consumarse a sí misma en el amor y al suspenderse en él. Y sin embargo existe ya sin y antes del amor.[5]

Spic describe muy bellamente el dinamismo del amor en la vida de la persona: El ágape es la causa eficiente, formal y final de de la vida moral hasta el punto de que casi siempre es posible poner el nombre de Jesucristo en los lugares en que el nuevo testamento se escribe: caridad…Así como Cristo es la regla a la vez objetiva y subjetiva de la vida moral, del mismo modo el ágape impone su ley en cuanto que actúa y se manifiesta en los demás detalles de la vida moral.[6]

18. Corrección fraterna

Jesús es muy tajante con los juicios que demos del prójimo. Al mismo tiempo nos invita antes de corregir a otro que miremos a nuestro interior para ver lo que somos. Muchas veces criticamos al prójimo y los mismos defectos que criticamos los tenemos nosotros. Jesús nos dice:
No juzguéis y no seréis juzgados, porque con el juicio con que juzguéis, seréis juzgados, y con la medida con midiereis, se os medirá. ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? ¿O cómo osas decir a tu hermano: Deja que te quite la paja del ojo, teniendo tú una viga en el tuyo? ¡Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo y entonces verás de quitar la paja del ojo de tu hermano (Mt. 7, 1-6).

Las primitivas comunidades cristianas tuvieron muy presentes lo que llamaban la correctio fraterna, ya que eran conscientes de que debían ayudarse y corregirse para cumplir las exigencias del maestro y ser testigos, en aquel mundo pagano, del evangelio. Para ello tenían en cuenta, que había que hacerlo con mucha humildad y caridad y que la corrección no respondiera a motivos personales. Esta costumbre siguió viviendo mucho tiempo en la Iglesia y hoy ha quedado reducida a algunas comunidades religiosas.


19. Dimensión social del amor

El hombre no puede vivir en una isla; encerrado sobre sí mismo o en un grupo más o menos reducido. Tiene necesidad de abrirse al mundo y colaborar con otros para que reine la justicia ¿Qué parte puede tener el amor en la lucha por la justicia social?
La caridad no es alienante, como decía Marx, ya que puede ayudar a que nuestro mundo sea no sólo justo, sino más humano y fraternal.

Dice un moralista: La justicia es la mediación ética totalizadora del dinamismo de la caridad. Aunque el cristiano formula las exigencias éticas a través del amor al prójimo, no por ello pierden la fuerza, que caracteriza a la justicia. Es evidente que el amor cristiano debe abrirse a su dimensión social para ayudar a desterrar el hambre, la guerra, y el subdesarrollo. Ayudar, por medio de la política y otras estructuras sociales, a superar los egoísmos colectivos de los países ricos en este mundo globalizado. Ayudar a desterrar la violencia y trabajar por la paz. A trabajar para que los organismos internacionales tomen conciencia de que hay que defender el bien común de la humanidad, antes que a las élites políticas o económicas.[7]

El amor debe ser el alma de la justicia social. La caridad nos obliga a cooperar con aquellos hermanos nuestros, que quieren un mundo más justo. La justicia es la primera exigencia del amor. Una caridad que lesionara la justicia, no seria caridad. La caridad mira a la persona, la justicia a los derechos de la persona. Si ambas estuvieran unidas el mundo sería un mundo de paz, ya que cuando reina la justicia, el amor y la paz florecen en el corazón de los hombres.

Dice el Concilio: La aceptación de las relaciones sociales y su observancia deben ser consideradas por todos como uno de los principales deberes del hombre contemporáneo. Porque cuanto mas se unifica el mundo, tanto más los deberes del hombre rebasan los límites de los grupos particulares y se extienden poco a poco al universo entero. Ello es imposible si los individuos y los grupos sociales no cultivan en si mismos y difunden en la sociedad las virtudes morales y sociales, de modo que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la divina gracia (GS.30 final)
16. Los falsos profetas. La hipocresía
[1] Kart Rahner, Escritos de Teología, V, Taurus, 1966.
[2] B. Häring, Libertad y fidelidad en Cristo, II, Herder, 1978, p.463).

[3] Cestas Spic, Teología moral del nuevo testamento. T.I, Eunsa, 1970, 393.

[4] Suma teológica, II-II q. 23.1.8
[5] Kart Rahner, Escritos de Teología V, Taurus, 1964, p. 486.

[6] (Cestas Spic, Teología moral del nuevo Testamento. T.I, Eunsa, 1970, 393.

[7] M. Vidal, Moral de actitudes, III, Ps, Madrid, 1979. p.86.