miércoles, 3 de abril de 2013

SALIR A LA PERIFERIA


.                  SALIR A LA PERIFERIA

Me fascinó la primera vez que el Papa dijo que teníamos que salir a la periferia. Era una palabra sugerente. Periferia era lo que está fuera del centro. Para el diccionario de la real academia es “un espacio que rodea un núcleo cualquiera. Quedaba claro que había que salir del núcleo hacia fuera. Rastreando el pensamiento del papa en otro escrito antes de ser Papa (el Jesuita) decía: “Creo que una Iglesia que se reduce a lo administrativo, a conservar su pequeño rebaño, es una Iglesia que, a la larga, se enferma. El pastor que se encierra no es un auténtico pastor de ovejas, sino un "peinador" de ovejas, que se pasa haciéndole rulitos, en lugar de ir a buscar otras”. El mismo Papa, entonces Jorge Badoglio en el mismo libro cuenta esta escena del entonces Cardenal Roncalli: “Siendo patriarca de Venecia, solía bajar a las 11 a la plaza de San Marcos a cumplir con el llamado "rito de la sombra", que consiste en ponerse a la sombra de un árbol o de un tabique de los bares y tomarse un vasito de vino blanco y conversar unos minutos con los parroquianos”. Vivir en la periferia, por tanto,  es salir de la sacristía,  de los despachos y de las Iglesias. Salir a la periferia donde está la pobreza y la miseria. Salir a las calles, donde todo son navajazos y sangre. Buscar a los que no creen y darles la mano. Abrazar a los que no piensan como nosotros.  Visitar a los enfermos que sufren y lloran, y limpiarle sus lágrimas. Visitar a los viejos solitarios, que nadie los quiere. Ir por el mundo como Francisco de Asís deseando la paz a todos los hombres de buena voluntad. Anunciar en todas las esquinas, que todos los hombres sin diferencia de raza y religión somos hermanos. Es anunciar al Cristo sufriente, que aún está con nosotros y vive entre nosotros. Salir a la periferia es decirles que Cristo nos ha traído el "amor, misericordia, perdón y justicia”. Es “cargar con sus penas y alegrías y esperanzas”. Ser tolerantes con los que viven en un mundo distinto del nuestro. “Hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora y acercarse a  “periferias donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones”.

 Es difícil salir de nuestro mundo interior. Nos sentimos muy a gusto en nuestro sillón, estamos muy instalados en nuestras rutinas y en nuestro confort. Nuestro trabajo es sentir como Cristo.” El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja», pastores en medio de su rebaño, y pescadores de hombres”. Que bella la frase con olor a oveja, ya que el pastor que está al frente de ellas, las acompaña y defiende y huele como ellas.

“El Buen pastor “sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema... son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en petición. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales - pero lo son sólo en apariencia - el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos - futuros sacerdotes - todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto”.
         "Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor”…

“El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco - no digo «nada» porque nuestra gente nos roba la unción, gracias a Dios - se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga”,

Para terminar quiero citar unas palabras de Benedicto XVI, que me impresionaron cuando las leí hace tiempo y tienen relación con lo dicho: “En la Iglesia la atmósfera resulta irrespirable si los portadores del misterio olvidan que el sacramento no es un reparto de poderes, sino una expropiación de sí mismo a favor de Aquel en nombre del cual debo hablar y obrar. Donde a la mayor responsabilidad corresponde la mayor autoexpropiación, allí nadie es esclavo de los demás, allí domina el Señor, y por eso vige el principio de que “el Señor es el espíritu, y donde está el espíritu allí está el Señor”(La Iglesia, Paulinas, 91, 87).