lunes, 1 de abril de 2013

DOS PAPAS JUNTOS


El encuentro de dos Papas en Castel Gandolfo
          Dos viejos se encuentran. Uno dejó la Sixtina, rodeado de tanta belleza. Atrás quedaron sus sueños, sus ilusiones, parte de su ser gastado en el ajetreo de la Basílica vaticana y en el otro  su caminar por las periferias de Buenos Aires. Éste al cumplir los setenta y cinco años escribió al Papa la carta ritual para pasar a ser arzobispo emérito de Buenos aires. El obispo auxiliar comenta que  ya tenía preparada una habitación en la residencia sacerdotal de Buenos Aires, una vez que el Papa aceptara su dimisión. Benedicto, en su fragilidad, se retira a Castel Gandofo, para vivir en la oración y el silencio y después a un convento. Jorge viene a Roma, y en un viraje inesperado de los cardenales, lo eligen Papa y le preguntan el nombre que quiere ponerse. Me llamaré Francisco (de Asís).El nombre quería decir mucho y de verdad que en pocas horas nos sorprendió a todos.

Se abrazan en el helipuerto dos hermanos distintos. Uno es un intelectual, que ama y lleva en su corazón los libros y a la iglesia. El otro un pastor, con acentos de párroco de aldea, y cercano a sus ovejas. Francisco visita a Benedicto. Ambos se funden en un abrazo, sin palabras, sólo se oye decir que somos hermanos. Es el primer abrazo entre dos papas vivos. Nunca en la historia se había dada este acontecimiento.  Es la primera oración, que dos papas hacen juntos. Son los primeros dos papas que intercambias palabras en la historia. Es el primer Papa que le regala a su sucesor, una Virgen de la  humildad. Es curioso que Francisco dijo a su antecesor “gracias por su humildad durante su pontificado.” Es verdad que su sencillez y ternura (tenerezza) eran encantadoras. Me pareció oír esta palabra. Pero Benedicto le respondió con un gesto, no preparado, regalándole un icono de la Virgen de la humildad que le había regalado el Metropolita Hilarión, en nombre del Patriarca Kiril el 20 de marzo. Le devolvía la pelota, ya que él pedía a la Virgen que fuera también un papa humilde y sencillo. No era el Papa que nos habían descrito como cancerbero de la ortodoxia. Todo era ternura y timidez.
            Los dos papas y los dos secretarios comieron juntos durante cuarenta y cinco minutos en una comida entrañable. Son distintos en todo, pero ambos son humildes, sencillos, rebosantes en un gran amor a Cristo.  La conversación de hermanos fue sin profundidades. Los vaticanistas parece  que expiaron la conversación, ya que afirman que hablarían de los problemas de la Iglesia, de la reforma de la Curia, de los problemas de África y China etc..De momento se trata de una conversación entre dos ancianos, que aman mucho a la iglesia. No era el momento de hablar de altas teologías ni de problemas muy serios. Ello lo harán más tarde. Me impresionó el encuentro de los dos sólo con ver sus gestos, y su andar pausado del antiguo Papa. Vi a un Benedicto XVI muy envejecido, casi arrastrando los pies, y en un mes que llevo sin verlo, veía un Papa más torpe. En el Papa Francisco, a sus setenta y seis, veía un Papa más dinámico, más ligero, abriendo horizontes más amplios con su sonrisa. En la confluencia de estas dos personas veía en uno la sabiduría y ciencia. Yo sé, porque soy viejo, que la vejez es soledad y silencios, contemplación, sosiego y  paz. Sé que el viejo ama con el corazón cansado, pero su amor es infinito y fuerte, porque está sobre el tiempo. Sé que su mente es un arca de sabiduría y experiencia. Sé que los arboles viejos no los arrancan los huracanes, porque tienen raíces muy profundas. Sé que el viejo joven es capaz de sonreír, esperar, y estar con los brazos abiertos a la vida. Sé que el hombre se hace viejo, cuando deja de soñar y esperar.

Yo pido al Señor por los dos. A uno para que en su soledad, siga pidiendo por esa iglesia que tanto ama y siga besando sus libros. A Papa Francisco para que como pastor siga alimentando a sus ovejas. Yo soñaba un papa joven. Pero he cambiado de opinión. Ya no existe diferencia entre la juventud y la vejez para gobernar la Iglesia, porque así lo ha querido el Espíritu Santo. Me dio pena, cuando el Papa Francisco se montó en el helicóptero, y el Papa Benedicto levantaba su mano trémula, despidiéndose de él. Su quedaba sólo sin su amigo Francisco, pero en la compañía de Jesús, del que ha escrito tres libros.