El encuentro de dos Papas en Castel
Gandolfo
Dos
viejos se encuentran. Uno dejó la Sixtina, rodeado de tanta belleza. Atrás
quedaron sus sueños, sus ilusiones, parte de su ser gastado en el ajetreo de la
Basílica vaticana y en el otro su
caminar por las periferias de Buenos Aires. Éste al cumplir los setenta y cinco
años escribió al Papa la carta ritual para pasar a ser arzobispo emérito de
Buenos aires. El obispo auxiliar comenta que
ya tenía preparada una habitación en la residencia sacerdotal de Buenos
Aires, una vez que el Papa aceptara su dimisión. Benedicto, en su fragilidad,
se retira a Castel Gandofo, para vivir en la oración y el silencio y después a
un convento. Jorge viene a Roma, y en un viraje inesperado de los cardenales,
lo eligen Papa y le preguntan el nombre que quiere ponerse. Me llamaré
Francisco (de Asís).El nombre quería decir mucho y de verdad que en pocas horas
nos sorprendió a todos.
Se
abrazan en el helipuerto dos hermanos distintos. Uno es un intelectual, que ama
y lleva en su corazón los libros y a la iglesia. El otro un pastor, con acentos
de párroco de aldea, y cercano a sus ovejas. Francisco visita a Benedicto.
Ambos se funden en un abrazo, sin palabras, sólo se oye decir que somos
hermanos. Es el primer abrazo entre dos papas vivos. Nunca en la historia se
había dada este acontecimiento. Es la
primera oración, que dos papas hacen juntos. Son los primeros dos papas que
intercambias palabras en la historia. Es el primer Papa que le regala a su
sucesor, una Virgen de la humildad. Es
curioso que Francisco dijo a su antecesor “gracias por su humildad durante su
pontificado.” Es verdad que su sencillez y ternura (tenerezza) eran
encantadoras. Me pareció oír esta palabra. Pero Benedicto le respondió con un
gesto, no preparado, regalándole un icono de la Virgen de la humildad que le
había regalado el Metropolita Hilarión, en nombre del Patriarca Kiril el 20 de
marzo. Le devolvía la pelota, ya que él pedía a la Virgen que fuera también un
papa humilde y sencillo. No era el Papa que nos habían descrito como cancerbero
de la ortodoxia. Todo era ternura y timidez.
Los dos papas y los dos secretarios comieron
juntos durante cuarenta y cinco minutos en una comida entrañable. Son distintos
en todo, pero ambos son humildes, sencillos, rebosantes en un gran amor a
Cristo. La conversación de hermanos fue
sin profundidades. Los vaticanistas parece
que expiaron la conversación, ya que afirman que hablarían de los
problemas de la Iglesia, de la reforma de la Curia, de los problemas de África
y China etc..De momento se trata de una conversación entre dos ancianos, que
aman mucho a la iglesia. No era el momento de hablar de altas teologías ni de
problemas muy serios. Ello lo harán más tarde. Me impresionó el encuentro de
los dos sólo con ver sus gestos, y su andar pausado del antiguo Papa. Vi a un
Benedicto XVI muy envejecido, casi arrastrando los pies, y en un mes que llevo
sin verlo, veía un Papa más torpe. En el Papa Francisco, a sus setenta y seis,
veía un Papa más dinámico, más ligero, abriendo horizontes más amplios con su
sonrisa. En la confluencia de estas dos personas veía en uno la sabiduría y
ciencia. Yo sé, porque soy viejo, que la vejez es soledad y silencios,
contemplación, sosiego y paz. Sé que el
viejo ama con el corazón cansado, pero su amor es infinito y fuerte, porque
está sobre el tiempo. Sé que su mente es un arca de sabiduría y experiencia. Sé
que los arboles viejos no los arrancan los huracanes, porque tienen raíces muy
profundas. Sé que el viejo joven es capaz de sonreír, esperar, y estar con los
brazos abiertos a la vida. Sé que el hombre se hace viejo, cuando deja de soñar
y esperar.
Yo
pido al Señor por los dos. A uno para que en su soledad, siga pidiendo por esa
iglesia que tanto ama y siga besando sus libros. A Papa Francisco para que como
pastor siga alimentando a sus ovejas. Yo soñaba un papa joven. Pero he cambiado
de opinión. Ya no existe diferencia entre la juventud y la vejez para gobernar
la Iglesia, porque así lo ha querido el Espíritu Santo. Me dio pena, cuando el
Papa Francisco se montó en el helicóptero, y el Papa Benedicto levantaba su
mano trémula, despidiéndose de él. Su quedaba sólo sin su amigo Francisco, pero
en la compañía de Jesús, del que ha escrito tres libros.