CHIRCALES Y SU CRISTO
Tenía una gran curiosidad por conocer el proceso del nacimiento de una
devoción determinada en un pueblo y presentar los personajes, que aparecen en
la el cuadro del Cristo de Chircales. He tenido que ampliarlos con el fin de
que sea perciban mejor los detalles.
Esta estaba estudiando la Historia de
Valdepeñas de Jaén y en este estudio no
podía faltar la Historia de la devoción
al Cristo de Chircales, que identifica
la religiosidad al Cristo con Valdepeñas. Entonces me pregunté cómo empezó y
cómo vino este cuadro a Valdepeñas. Había dos versiones, una que los ermitaños
de la Ermita lo compraron a unos mercaderes y la más admitida era que el Cristo
se apareció en la cueva de las apariciones
a los ermitaños y les dejó esta joya.
Poco a poco fui descubriendo que el cuadro había sido mandado pintar por
el ermitaño Ginés de Nápoles, que vivía
con otros ermitaños, algunos sacerdotes, al principio, en unas cuevas y después
en una ermita y viviendas anejas, que con mucha paciencia y estrechez
económica, fueron construyendo con sus
manos. En el cuadro Ginés aparece arrodillado en el mismo lienzo, como podéis
contemplar más claramente en la imagen aportada. No pude saber quien fue el
autor, aunque parece ser como demostró Carlos Ortz en su estudio sobre el
cuadro, que pudo hacerse en Granada. Yo no descarto que pudiera haberse hecho
por alguno de los sacerdotes, que acompañaban a Ginés en su retiro. Las otros
imágenes son la Virgen y san Juan, que tan unidos estuvieron a Jesús en su
muerte. Al verse por separado se ve la mirada, llena de lágrimas de los tres
con una mirada fija en un Jesús que expira.
El origen del cuadro lo había descubierto, descartando
la aparición milagrosa del lienzo. Pero tenía el interrogante, cómo surgió en
el pueblo la devoción en los siglos siguientes. Husmeando en la historia,
descubrí que los ermitaños tenían una gran devoción a Cristo crucificado.
Estamos a principios del XVI, en el que esta devoción era muy frecuente. Estos
ermitaños, recogidos en el silencio, rodeados de abundantes arroyos de agua
viven dedicados a la contemplación y al trabajo en el campo para poder sobrevivir.
Valdepeñas, entonces una humilde aldea, siente fascinación por estos hombres
apartados del mundo. Los aldeanos los visitan, oyen sus consejos y aprenden sus
enseñanzas. En sus visitas se postran ante este Cristo, que es tan querido por
los ermitaños. El Santuario de Chircales, pobre y humilde, comienza a ser un
lugar de peregrinación, con la carga simbólica que tiene esta palabra. El
peregrinaje se hace más frecuente y muchos valdepeñeros acuden al Cristo a
suplicar, a depositar a sus pies sus anhelos y esperanzas. También le traen sus
ofrendas o exvotos. Ha nacido una nueva devoción, que es ratificada en los
siglos siguientes, ya que los ermitaños
recibieron millares de
donaciones, la mayoría en especie o dinero, para que el santuario subsistiera.
Me extrañó que llegaran a
regalarles hasta un toro. El Santuario
en la desamortización llegó a tener cinco mil olivos En todo este paso por la
historia, no dejó de aparecer el
milagro. En un momento en que con motivo de una peste mueren muchos habitantes
de la aldea, sólo se libran de ella los que pertenecían a una incipiente
cofradía, que vivía en la calle Sisehace. Todos querían pertenecer a este grupo,
ya que el misterio de la muerte a todos nos estremece. En un año de una sequía
pertinaz, traen al Cristo de la ermita al pueblo “ad petendam pluviam” y llueve
al día siguiente. El milagro estaba cantado. En los años siguientes, los
pueblos cercanos, cuando no llovía, les piden que saquen al Cristo y siempre llovía.
Los pueblos cercanos se suman a esta devoción y peregrinan a Chircales a
postrase ante el Cristo.
Los ermitaños construyen estancias para
albergar a los peregrinos que vienen de fuera, en unas viviendas hoy
desaparecidas, en las que había cuadras para las caballerias . La devoción ha
quedado consagrada y nace la romería, con su carácter festivo, de un pueblo que
combina el fervor a su Cristo con el solar de compartir unas chuletas, unas
cervezas o unos vasos de vino.
Ello trae consigo un proceso de identificación
del Cristo con el pueblo y del pueblo con el Cristo, ya que no hay nadie ni de
izquierdas ni de derechas, que no lleve una estampa en su cartera. Las madres
le llevan a sus hijos recién nacidos, el camino de Chircales es corrido por
peregrinantes con píes desnudos, que van a postrarse ante él o a ofrecerle sus
exvotos, que no son las figuras de
bronce o barro de los santuarios ibéricos. Son figuras de lata, de mala
calidad. También llevan cuadros con pinturas populares de escasa calidad artística,
pero de un gran valor histórico para estudiar la pintura popular en estos
siglos. Por ignorancia, se quemaron la mayoría de ellos y sólo quedan como
muestra unos diez, que se conservan en la casa de la cofradía. Esta
religiosidad es de admirar y para mí fue un honor, recoger esta breve historia
en un libro, que podéis ver en internet, marcando FELIX MARCA. Para terminar os cuento una anécdota. Un Obispo de Jaén, que vino a
Valdepeñas el día de la procesión del
Cristo en las ferias de septiembre, vio desde mi balcón la procesión y quedó
admirado del fervor, del silencio de los
devotos, que caminaban con una unción y recogimiento, que él no había visto nunca,
según me dijo.
Con paramentos parecidos han ido
naciendo estas devociones en nuestros pueblos. En Jaén, que es la tierra de
María Santísima, los santuarios marianos están presentes en toda nuestra geografía.
Nadie discute que estas devociones necesitan purificación. Son los párrocos y
las cofradías las que deben trabajar en esta línea.