jueves, 26 de septiembre de 2013

MIRÉ AL CIELO Y LA LUNA




Mire al cielo y busque a Dios.
Pensé en el big-ban, del que habla la ciencia,   los infinitos agujeros negros
y en los millones de estrellas que nacen y mueren, cada día,
rodando por los espacios infinitos.
El universo se expande, y camina en la curvatura del espacio.
Es un placer mirar por un telescopio los millones de galaxias inflamadas en el cielo a millones de años luz.
En la bóveda celeste miles de luceros brillan con esplendor.
Por el espacio corrían los planetas a velocidades de la luz
y más cerca el sol dorado calentaba la tierra y la luna blanca recorría la bóveda del cielo. Era  como un duende que sigilosa pasa y pasa y me saludaba en el horizonte.
           Millones de puntos luminosos brillaban en la altura. Todo es belleza deslumbrante, todo es inmensidad en la lejanía y en la noche se palpa el silencio y el brillo de las estrellas. Latierra, la madre tierra, rodando por los espacios. Las nubes como madejas de lana blanca,corrían por encima de la montaña y la nieve blanca, dormía sentada en su vientre.
Aristóteles mirando a la tierra madre y al universo, pensaba que la razón de su ser se debe a un tercer “algo” anterior, al que le debía su fundamento y concluyó,  que debe existir un ser que sea necesario por él mismo, que no sea contingente. Para él ese era Dios.   
Entonces le hice una pregunta a mi amigo Aristóteles ¿Dónde está Dios? El me respondió el mundo es contingente. Existe, pero pudo no existir. Debe por lo tanto haber un algo exterior que sea necesario por sí mismo y  sea a su vez fundamento de lo contingente. ¿No ves que el mundo  es una obra de Dios?. Mira los espacios infinitos, los millones de galaxias y estrellas, que tintinean en el espacio. Allí está Dios, como un ser, que ordena los espacios infinitos. Ese es su  trono, desde el que contempla las maravillas que hizo.
 Los hombres que miran con buena voluntad, lo encuentran. Los hombres, me responden: no lo buscan y por eso no lo encuentran. No saben que está arriba en el espacio curvo o  abajo entre el olor  de los jazmines, capullos y las rosas.
Dios no les importa. Sólo les interesa el ahora, el aquí. No les interesa ni el cómo ni el qué ni el por qué de las cosas. Ya no miran al cielo, sino a la tierra. No preguntan por nada. Son dioses de sí mismos, adoradores de su yo. No tienen ojos para sondear  los horizontes. Ya la tierra no es su madre. Con las gigantescas máquinas la maltratan, la destruyen, rasgan su piel, penetran en lo más profundo de sus entrañas y la sangran. ¡Pobre madre tierra! ¡No te mueras! ¡Quieren matarte! Yo te amo, te acaricio, te mimo. Me gusta hincarme de rodillas y besarte. Secar tus lagrimas, limpiar tu cara, restaurar tu pie ajado por tanto veneno, tanto plástico, tanta técnica cruel, tanto coche humeante y contaminante.
 
  Admiro la grandeza del  cosmos, pero más misterioso es el microcosmos. Ese mundo en miniatura, que no lo vemos, pero lo palpamos.  En su pequeñez es un mundo deslumbrante.  El macrocosmos es belleza y armonía, pero mucho más insondable es el microcosmos, los científicos nos van describiendo cada día. El mismo hombre es un milagro: 100 millones de células en el cerebro, que se mueven al ritmo de millones de conexiones, para poder conocer, movernos, saltar o reír.
Cada vez que penetramos en estos misterios  rebosamos de admiración y encantamiento.  En la biología descubrimos parásitos, bacterias, hongos y virus que cohabitan con todos los animales y plantas. Para la química, el microcosmos son las moléculas, aproximadamente el 95% de la materia viviente está constituida por hidrógeno, carbón, nitrógeno y oxígeno, que con muchos otros elementos se encuentran, organizan, y forman las proteínas, los  ácidos nucleícos, los  carbohidratos y muchas otras moléculas complejas. Para la Física el microcosmos está representado a nivel atómico, subatómico y nuclear. Es bella la tierra y el cosmos. Pero este mundo tan imperceptible y misterioso, está tan bien o más organizado que el macro cosmos. En él descubrimos el sentido, el orden, la finalidad y  su belleza interior, que nos deslumbra al verlo en el microscopio.
  El Filosofo Antony flew, que murió el año pasado era ateo, pero había seguido en su investigación filosófica, aquella frase de Sócrates: “Sigamos la argumentación a donde quiera que nos lleve”. Aristóteles descubrió a Dios en el macrocosmos, Flew  en el microcosmos. Llego a la conclusión de que el universo fue traído a la existencia por una inteligencia infinita, a quien los científicos llamaban la Mente de Dios. Por eso él repetía: “Creo que la vida y la reproducción  tienen su origen en una fuente divina. ¿Por qué creo ahora esto, después de haber expuesto y defendido el ateísmo durante más de medio siglo? La breve respuesta es la siguiente: “Tal es la imagen del mundo que, en mi opinión, Dios ha emergido de la ciencia moderna” .
           En su evolución intelectual descubrió un concepto de Dios lógicamente asumible y una serie de hechos que hacían factible que ese Dios existiera, más aún, que ese Dios era el marco que encuadraba perfectamente el mundo que descubría y describían las ciencias. Quizás algún día, decía él,  pueda oír una Voz que dice: “¿Me oyes ahora?”
Buscando un lugar a Dios y abierto a la Omnipotencia, tiene que ver con la coherencia del concepto Dios como Espíritu incorpóreo y omnipresente y cómo el camino recorrido le ha llevado a aceptar la existencia de un Ser autoexistente, inmutable, inmaterial, omnipotente y omnisciente.
Lo buscaba como Sócrates y lo encontró. Encontró al Dios de la filosofía, no plenamente al Dios de la fe.