Mire al cielo y busque a Dios.
Pensé en el big-ban, del que habla la ciencia, los infinitos agujeros negros
y en los millones de estrellas que nacen y mueren,
cada día,
rodando por los espacios infinitos.
El universo se expande, y camina en la curvatura del
espacio.
Es un placer mirar por un telescopio los millones de
galaxias inflamadas en el cielo a millones de años luz.
En la bóveda celeste miles de luceros brillan con
esplendor.
Por el espacio corrían los planetas a velocidades
de la luz
y más cerca el sol dorado calentaba la tierra y la
luna blanca recorría la bóveda del cielo. Era como un duende que sigilosa pasa y pasa y me
saludaba en el horizonte.
Millones de puntos luminosos brillaban en la altura.
Todo es belleza deslumbrante, todo es inmensidad en la lejanía y en la noche se
palpa el silencio y el brillo de las estrellas. Latierra, la madre tierra,
rodando por los espacios. Las nubes como madejas de lana blanca,corrían por
encima de la montaña y la nieve blanca, dormía sentada en su vientre.
Aristóteles mirando a la tierra madre y al
universo, pensaba que la razón de su ser se debe a un tercer “algo” anterior, al que le debía su
fundamento y concluyó, que debe existir
un ser que sea necesario por él mismo, que no sea contingente. Para él ese era
Dios.
Entonces le hice una pregunta a mi amigo Aristóteles
¿Dónde está Dios? El me respondió el mundo es contingente. Existe, pero pudo no
existir. Debe por lo tanto haber un algo exterior que sea necesario por sí
mismo y sea a su vez fundamento de lo
contingente. ¿No ves que el mundo es una
obra de Dios?. Mira los espacios infinitos, los millones de galaxias y estrellas,
que tintinean en el espacio. Allí está Dios, como un ser, que ordena los
espacios infinitos. Ese es su trono,
desde el que contempla las maravillas que hizo.
Dios no les importa. Sólo les interesa el ahora, el
aquí. No les interesa ni el cómo ni el qué ni el por qué de las cosas. Ya no miran
al cielo, sino a la tierra. No preguntan por nada. Son dioses de sí mismos,
adoradores de su yo. No tienen ojos para sondear los horizontes. Ya la tierra no es su madre. Con
las gigantescas máquinas la maltratan, la destruyen, rasgan su piel, penetran
en lo más profundo de sus entrañas y la sangran. ¡Pobre madre tierra! ¡No te
mueras! ¡Quieren matarte! Yo te amo, te acaricio, te mimo. Me gusta hincarme de
rodillas y besarte. Secar tus lagrimas, limpiar tu cara, restaurar tu pie ajado
por tanto veneno, tanto plástico, tanta técnica cruel, tanto coche humeante y
contaminante.
Admiro la
grandeza del cosmos, pero más misterioso
es el microcosmos. Ese mundo en miniatura, que no lo vemos, pero lo palpamos. En su pequeñez es un mundo deslumbrante. El macrocosmos
es belleza y armonía, pero mucho más insondable es el microcosmos, los científicos
nos van describiendo cada día. El mismo hombre es un milagro: 100 millones de
células en el cerebro, que se mueven al ritmo de millones de conexiones, para poder
conocer, movernos, saltar o reír.
Cada vez que penetramos en estos misterios rebosamos de admiración y encantamiento. En la biología descubrimos parásitos,
bacterias, hongos y virus que cohabitan con todos los animales y plantas. Para
la química, el microcosmos son las moléculas, aproximadamente el 95% de la
materia viviente está constituida por hidrógeno, carbón, nitrógeno y oxígeno, que
con muchos otros elementos se encuentran, organizan, y forman las proteínas,
los ácidos nucleícos, los carbohidratos y muchas otras moléculas
complejas. Para la Física el microcosmos está representado a nivel atómico,
subatómico y nuclear. Es bella la tierra y el cosmos. Pero este mundo tan
imperceptible y misterioso, está tan bien o más organizado que el macro cosmos.
En él descubrimos el sentido, el orden, la finalidad y su belleza interior, que nos deslumbra al
verlo en el microscopio.
Buscando
un lugar a Dios y abierto a la Omnipotencia, tiene que ver con la coherencia
del concepto Dios como Espíritu incorpóreo y omnipresente y cómo el camino recorrido
le ha llevado a aceptar la existencia de un Ser autoexistente, inmutable,
inmaterial, omnipotente y omnisciente.
Lo
buscaba como Sócrates y lo encontró. Encontró al Dios de la filosofía, no
plenamente al Dios de la fe.