El retorno de la mística
La mística se
ha puesto de moda desde que A. Malraux, novelista francés, afirmó: “El siglo XXI o será místico o no será”. K.
Rahner lo predijo más explícitamente: El
hombre religioso de mañana será un místico, una persona que ha experimentado
algo, o no podrá seguir siendo cristiano... El cristiano de mañana será místico
o no será cristiano”.
En el siglo pasado Fr. Juan Arintero,
O.P. especializado en el estudio de la
mística[1], afirma citando a uno de
los autores espirituales de su época ( P.Weis) algo parecido: “La Mística es verdaderamente la flor y el
término de la vida cristiana. Es el cristianismo en su entero desenvolvimiento.
Por eso concierne a todos a todos cuantos quieren aceptar el cristianismo
entero”.
La mística en la actualidad se ha convertido, sobre todo para la juventud en
un centro de atención. Los motivos son múltiples. Tal vez el principal sea que
el mundo actual vive en el frenesí de la prisa y el estrépito de los coches, el
ruido de una televisión y, en una palabra, está siempre aprisionado, por tanta
multitud incomunicada, con la que no habla. Decía Chesterton estoy en el metro
de París, rodeado de millones de
personas, y jamás he estado tan solo. Para los más inquietos, esta farándula,
no les atrae, y necesitan retirarse a su desierto.
Para unos será el yoga, el zen o la montaña, para otros la filosofía hindú
o budista, para un cristiano la mística
cristiana en un sentido amplio. En esta soledad el hombre se encuentra consigo
mismo y con Dios y descubre el sentido de su vida. Frente a la superficialidad,
se necesita la profundidad de la contemplación; frente al estrépito el hombre
busca el silencio. En este mundo en el que Dios ha muerto, es necesario que
pongamos en su mismo corazón al Dios vivo, que despierte en nosotros un sueño de lo
eterno.
Los místicos nos ayudan a relativizar
nuestro presente. Estamos tan enfrascados en la temporalidad, que nos
hace descubrir el sentido de la vida. Los relatos de los místicos, sus gestos,
su austeridad, sus visiones, tal vez nos parezcan llenos de fantasías y
utopías, irrealizables en el presente. Es verdad que en nuestro tiempo suenan
nuevos acordes. Pero la palabra mística nos sumerge en mundo de contemplación,
de encuentro con lo trascendente y con nosotros mismos y nos ayuda a
humanizarnos, a domar a la bestia que hay en nosotros, a volar por encima de la
tierra. San Francisco de Asís ha sido el hombre más libre de la historia de la
humanidad, ya que lo relativiza todo y lo trasciende todo. En el místico hay
una capacidad de ensimismamiento y lejanía de la temporalidad, que ve la tierra
con una mirada distinta.
Si el “homo tecnicus” se hiciera místico, miraría a la tierra como Francisco
de Asís, no la destruiría y comprendería
que hay una hermandad universal entre todos los hombres, porque aprendería
a despojarse de sí mismo y de sus falsedades y en una apertura casi infinita sería
capaz de abrazar a la humanidad. No
tiene intereses, por se ha vaciado de sí mismo. Ama a la naturaleza y al otro
como así mismo.
Aprendería que frente a la prisa, es necesaria la quietud; que frente al
derroche es necesaria la austeridad; que frente al tumulto es enriquecedora la
soledad y el silencio; que frente a la dispersión de nuestra vida, hay un centro,
que lo hace más radiante. La espiritualidad cristiana ha ido tomando en el
tiempo, distintos matices, según se haya enmarcado en uno u otra aspecto la
vida y la obra de Jesús.
La Espiritualidad Benedictina, que domina
en el Occidente europeo, comienza con San Basilio. Prevalece una visión
dualista del hombre: cuerpo y alma y mundo y religión. Es propia de los monjes.
La espiritualidad dominicana no nace con santo Domingo, se va a ir perfilando,
en la medida, en que los nuevos intelectuales, especialmente santo Tomas, van
haciendo sus aportaciones. Santo Domingo entra en escena en una época de gran
despertar social, intelectual, moral y religioso. Los fundamentos de esta
escuela de espiritualidad los encontramos en la cultura escolástica, en la que
prima el entendimiento sobre la voluntad y el afecto, aunque sin excluir la
contemplación.
La
mística es menos afectica. Se sitúa más en el camino de la ascética, ya que lo
comunitario pasa a un segundo plano. El fraile se ha tirado al mundo a anunciar
el evangelio. Su espiritualidad se individualiza. El monje se quedaba en su monasterio, y
trabajaba dentro del monasterio. Partiendo de esta opción intelectualista, se orienta a la
contemplación, adquirida o infusa con una apariencia más teocéntrica que
cristocéntrica. Desarrolla la teoría y la acción de la gracia de Dios y de los
dones del Espíritu Santo, llegando casi a anular la participación activa del
hombre.
La espiritualidad franciscana: Surge
en la baja Edad Media (Siglo XIII) y su precursor es San Francisco de Asís, que
se abraza a la pobreza radical. Hay una primacía de la voluntad sobre el
entendimiento. Predomina la afectividad, y el sentimiento. Su visión es
cristocentrica. En su vida hay tres focos: La pasión de Cristo, la encarnación
y el anuncio de Jesús (el evangelio). Como motor de esta espiritualidad está el
amor. Amor a Dios y amor a las criaturas.
En el
circuito aparece una fraternidad, que salta de lo humano a las criaturas (el
hermano sol). El optimismo, la alegría, y el gozo son la secuencia de su
vivencia mística. Francisco no quiere libros, sino testimonios. No busca las
teorías, sino la praxis. Predomina la experiencia mística de los carismas sobre
la teoría.
Espiritualidad Carmelitana: Como
escuela de espiritualidad se consolida en la Edad Moderna (Siglo XVI), aunque
tiene sus orígenes en el Siglo XII, como veremos. Nace esta espiritualidad de
la mano de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que plasmaron ambos en
sus libros las experiencias personales, tanto en el campo de la ascética como
de la mística. Su mística es vital y afectiva. No obstante ambos estuvieron muy
atentos por temor al santo oficio, en no caer en un puro iluminismo o panteísmo
místico (árabe). Se observa en la espiritualidad carmelitana cierta prevención
al saber.
Dos son los caminos para llegar a la unión con
Dios: la oración y la contemplación. Dios y el hombre, por la contemplación, se
funden en un éxtasis místico, que llama desposorio. Hay un lenguaje y una
simbología nueva, propia de la mística carmelitana, como después veremos. Pero
es sobre todo san Juan de la Cruz, en el que esta simbología, se hace poesía en
el Cántico Espiritual. Su mística escala las cimas de espiritualidad cristiana
y su poesía se coloca en la cubre de poesía castellana. A Ávila corresponde el
merito de habernos dado estos dos santos. A Jaén la gloria de que Juan muriera
aquí y a Beas de Segura, que Teresa recorriera sus calles y fundara un convento,
en el que sus monjas siguen aún cantando maitines.
Espiritualidad Ignaciana: Surge
en la Edad Moderna (Siglo XVI) por obra de San Ignacio de Loyola. Cambia el
paradigma de la tradición monástica.
Suprime el rezo comunitario de las horas, ya que el nuevo jesuita tiene que
estar más dispuesto a la lucha secular. El medio que usa para cristianizar a la
sociedad son los Ejercicios Espirituales. Su nuevo movimiento se llama compañía.
Con la cual nos indica, que el nuevo movimiento, está centralizado, como un
ejército.
No nos podemos
olvidar del ambiente renacentista y
humanista, que exalta la autonomía humana. Por esto no busca el tremendismo
monacal, rompiendo el dualismo de la primacía del espíritu sobre el cuerpo. Su
ascesis está fundamentada en la oración, en el examen, en la mortificación de
los sentidos. Su lema es que todo redunde “ad maiorem Dei gloriam”.
Insiste
en el ejercicio de las virtudes morales y teologales. Su espiritualidad centra
su atención en Cristo obediente. Ignacio en su estancia en Paris, centro del saber
en aquella hora, ha percibido el estruendo, que han producido los místicos, de
los siglos pasados y la influencia, que tuvo "tríada
mística renana", formada por el Maestro Eckhart y sus dos discípulos,
Taulero y Susón. Los tres fueron profesores universitarios. Los tres se
convirtieron, además, maestros de vida, y su influencia apenas podemos hoy
imaginarla. Ignacio, recociendo lo positivo del pasado, quiere abrir unos
horizontes nuevos, anclado en la ascesis. Ello no quiere decir que no fuera un
místico.
En Santa Teresa vamos a descubrir a una mujer castellana, rebosante de
humanidad y feminidad, que se encuentra con Dios y le fascina. En la mística
alemana del siglo XII, Hildegarda de
Bingen es una mujer visionaria, contemplativa, profetisa, abadesa,
teóloga, poeta, cosmóloga, boticaria, científica, miniaturista y música. Una
mujer intrépida, que llama al Obispo de Colonia azor de rapiña. Me impresionó,
cuando leí en la prensa, que la
periodista italiana no creyente Adriana
Fallaci tuviera un retrato suyo en el dormitorio.
En san Juan de la Cruz, el Cantico Espiritual,
es uno de los poemas, más sublimes de la lengua castellana. De su estudio se
ocupan las más plurales disciplinas: La psicología de la religión, la antropología
religiosa, la filosofía de la religión y fenomenología. Hasta hay estudiosos
del cerebro, que intentan explicar estos fenómenos por los cambios que se producen
y de filólogos, que estudian su poesía.