martes, 24 de julio de 2007

TEOLOGÍA DE LA CRUZ

La teología medieval trasformó la cruz en signo ornamental. La cruz, sin Cristo, era un aditamento de gloria y de triunfo, la llevaban los cruzados en su lucha, las damas en sus pechos. La cruz coronaba las torres de nuestras catedrales.

A finales del siglo catorce comienza a aparecer la representación de la pasión del Señor en el teatro religioso.
Nace una devoción a la cruz y un amor a la pasión de Jesús. Surge el fenómeno­ de las cofradías de fragelantes, que aún perduran en muchos pueblos, especialmente en Italia.
En el museo de Amberes se conserva el Calvario del maestro Hendrik van Rijn, (1363)) en el que aparece un maravilloso Cristo crucificado, acompañado por su madre y San Juan y de rodillas un persona suplicante, que tal vez fuera el mismo pintor. (Fliche, Hª de la Iglesia, XVI, p. 176).

El arte, dice un historiador, va a satisfacer esta devoción a la pasión de Cristo: Una producción a buen precio va a multiplicar los crucifi­jos de todas clases: pequeños retablos portátiles, cuadros de cabecera, y cruces talladas por los imagineros de toda Europa.

Este amor a la pasión del Señor en esta época hace resurgir la devoción por los viacrucis propuesta por la devotio moderna. Un historiador explica este cambio de esta forma: La religión del final de la edad media apela al cuerpo como a un medio natural de expresión; el cristiano no puede solamente imitar la pasión de Cristo, sino reproducirla; de la misma manera que los flagelantes reproducían la fragelación del Señor, los fieles pretenden caminar como él caminó, caer como él cayó- de hecho la costumbre consistía en dejarse caer por tierra a lo largo del viacrucis para conmemorar cada caída de Cristo.

Desde hacía tiempo los franciscanos de Jerusalem habían adquirido la costumbre de hacer seguir a los peregrinos el camino que Cristo hizo el día de viernes santo; el camino estaba jalonado de estaciones, en las que se paraba para meditar éste o aquel episodio del día con toda naturalidad, los peregrinos dieron a conocer estas prácticas a su vuelta de tierra santa. Se organizan, por fragmentos, devociones sobre estos modelos: devoción a las siete caídas, devoción a las llagas, meditación de las palabras de Cristo.

En esta concepción medieval, se produce un cambio de perspectiva, que es explicado por un teólogo de esta forma:
"Los orígenes históricos de esta sistematización teológica son bien conocidos: se trata de una cristología sistematizada a comienzos del segundo milenio por San Anselmo de Canterbury, que llegó a ser preponderante en gran parte del medioevo. Es una cristología centrada en la teoría de la satisfacción: la encarna­ción significa el aniquilamiento de la divinidad y es el presupues­to necesario para la pasión, que es la que expresa la significación y finalidad de la encarnación. La muerte de Jesús es la que nos salva, y en segundo plano queda su vida y su obra, que sólo tienen un interés secundario, comparados con la pasión y muerte. La obra por antonomasia de Jesús es la de su muerte y ésta es la que tiene un valor soteriológico. De ahí que se separe la soteriología de la vida pública.
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La cruz pierde su sentido trágico y salvífico y se trasforma en signo de triunfo y gloria.
Cristo en la cruz es glorificado, sublimado. Se pierde el sentido originario de la cruz.
Será Francisco de Asís el que nos haga volver, en la simplicidad de sus Cristos, al Cristo sufriente y doloroso.

Para Francisco y sus frailes la cruz va a estar en el centro de su vida. La muerte de Cristo se abre a una nueva perspectiva. La muerte y resurrección empiezan a estar en el centro y culmen de la vida de Jesús. Nuestra muerte a la luz de Cristo deja de trasformarse en agonía y tiene resonancias de eternidad.

Para Francisco no hay cristianismo sin cruz, ni Cristo sin cruz. Cristo murió en la cruz, pero toda la vida de Cristo esta tejida de cruces: Es el Cristo pobre, siervo, escondido, humillado, abierto al dolor, abatido, servidor y compasivo ante la miseria humana. La cruz fue algo permanente en su vida. Siempre prefirió lo que era necio e ignominioso a los ojos del mundo.

Decía San Pablo: El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de condenación; pero para los que están en vías de salvación es fuerza de Dios…Los judíos exigen signos, los griegos buscan la sabiduría; nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos. pero para nosotros fuerza y sabiduría de Dios ( Cor. 1, 18)

Este es el camino que elige Francisco y lo que van a predicar por el mundo esa legión casi infinita de predicadores franciscanos.

El misterio de la cruz se sitúa en el acontecimiento más importante y fundamental de la vida de Jesús, ya que de la cruz hemos recibido la salvación. Los demás hechos de la vida de Jesús no tienen sentido sin la cruz. Su vida pública fue una preparación para el gólgota.

Por este motivo la cruz es centro y arranque de toda la teología y de toda la moral.

Los grandes valores cristianos no se entienden sin referencia a la cruz. Las grandes líneas de las bienaventuranzas: La misericordia, el dolor, el gemido de los pobres, las ansias de paz, la abnegación, la mansedumbre, la transparencia del corazón, y la fraternidad.. El esfuerzo humano, el trabajo, la acogida al solitario, el acercamiento al que sufre sólo se puede entender desde la cruz. La comodidad, el egoísmo, el silencio, el individualismo, el materialismo son los antagonismos de la cruz
En la actualidad la teología está intentando recobrar el sentido Franciscano de la cruz
Decía Duquoz en su célebre Cristología: Se pone como objetivo precisar el carácter histórico, totalmente singular de la muerte de Cristo, de poner en evidencia, su significado a diversos niveles de comprensión, de establecer un esquema de ligamen entre la muerte y resurrección para reasumir, por último de modo crítico y particular los datos precedentes, las nociones públicas, rituales y mortales utilizadas por la teología. Sólo dentro de este cuadro las realidades sacramentales y litúrgicas adquieren significado para el hombre de nuestros días: En particular el concepto y el término liberación que hoy se ha convertido en un slogán, es criticado a la luz de la estaurología.
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Pablo VI afirmaba que una Iglesia que camina lejos de la cruz, y va en busca de la apoteosis y del triunfo, y olvida el silencio, el testimonio, la cercanía, el diálogo, ha perdido su camino.La Iglesia nació de la cruz. La cruz no se entiende sin Cristo.

Si la iglesia no es capaz de besar la cruz en su camino y colocarla en lo alto de sus campanarios, es que anda desorientada.

La muerte del cristiano recibe una nueva luz a través del misterio de la muerte de Cristo en la cruz.

La muerte en la antigüedad era lo cotidiano, ya que su guadaña estaba acechando al hombre en cualquier rincón de su existencia. Las miles de enfermedades segaban las vidas de los niños y los jóvenes. La supervivencia era mínima. No llegaba a los 40 años de media. Por esto la muerte era lo normal, lo cotidiano. El hombre medieval vivía permanentemente ante el espectro de la muerte.

Hoy la técnica ha luchado contra la muerte, y ha conseguido una victoria relativa. En esta sociedad del bienestar el hombre ama la vida y huye de la muerte como algo macabro.
Los escritores hablan del silencio de la muerte. Un velo cubre la muerte y al hombre moderno, le cuesta mirar a la muerte. Ahora la agonía sedada ya no es agonía. Se ha perdido la dignidad de morir.
La muerte se cuela de rondón y clandestinamente sin esperarla. Al moribundo se le oculta su muerte. Los vivos quieren olvidar pronto a sus seres queridos. Desaparecen los lutos, usados en nuestros pueblos hasta hace poco. Los cementerios llenos de cruces nos recordaban la muerte de nuestros seres queridos. Hoy las cremaciones han suprimido las cruces, y diría que el olvido se hace más fácil.
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En una teología de la cruz, lo importante es comprender que vamos caminando sin remisión hacia la muerte, aunque es mucho más importante el compromiso que adquiramos hacia la vida y sus valores. Por este motivo cada vez que la muerte pasa delante de nosotros, nos invita a examinarnos sobre el sentido que damos a nuestra vida. Es verdad que la muerte es trágica, como dicen los existencialistas, pero la muerte y resurrección de Cristo, nos abre a la esperanza de nuestra propia resurrección. Vivimos para morir, pero morimos para vivir una vida nueva.

La fe cristiana es escatología desde el principio hasta el fin, ya que el hombre siempre está abierto a la caridad, como tarea primaria pero sin perder de su vista la esperanza y el final de su camino. Vivimos el presente, pero el futuro está en función del hoy. No estamos instalados en el aquí, ya que nuestra vida es un peregrinaje desde que nacemos. Somos peregrinos y no podemos mirar sólo al suelo, sino a las estrellas Esta es la lección que debemos aprender, cuando acompañamos al cementerio a las personas que queremos y amamos. Nos cuesta trabajo despedirnos de ellas.
En esta sociedad de la prisa, en la que el hombre se rebela contra el morir, es muy difícil hacer comprender el sentido que tienen estas palabras: Cristo murió y resucitó por nosotros.

.Cuando contemplamos el calvario, en el que Cristo agoniza, acompañado de su Madre María y del discípulo Juan. Cuando vemos que Cristo muere fracasado como un criminal, que perdona a sus enemigos y que abre las puertas de la eternidad al buen ladrón, quedamos admirados de su grandeza..

El Calvario nos invita a que profundicemos en el sentido de la muerte y resurrección de Jesús

Es verdad que Jesús pasó por mundo haciendo el bien, pero el centro del mensaje de Cristo se centra en Jerusalem, donde Cristo murió, descendió a los infiernos y resucitó al tercer día para abrirnos a los hombres unos horizontes nuevos de salvación. Cristo nos ha traído la salvación, la reconciliación de los hombres con Dios (2 Cor. 5, 18-21). Gracias a la cruz podemos sentirnos amigos e hijos de Dios. Es la victoria de la vida sobre la muerte.
La sangre de Cristo, como agua fecunda, ha corrido desde el calvario como un río de gracia y de vida, fecundando todos los valles y colinas.
La cruz de Cristo ha dado un sentido a nuestra vida: El dolor, el esfuerzo, el servicio, el sufrimiento, la desesperanza, la angustia, la lágrimas se ven desde un óptica nueva.

La muerte de Jesús ilumina nuestra vida, nos trae la salvación y nos invita a convertirnos y cambiar nuestra vida
Dicen los evangelios que al morir Jesús se oyó un fuerte grito y hubo oscuridad sobre la tierra hasta la hora nona. El velo del templo se rasgó en dos, tembló la tierra, las rocas se rompieron, se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron (Mt.27, 45; 50-52)-
Son sobrecogedoras estas palabras que nos indican la importancia que Dios quiso dar a la muerte de su Hijo. La creación entera se estremece en sus cimientos, la humanidad se siente sacudida y los habitantes de la ciudad quedan paralizados.

Con la muerte de Cristo en la cruz empieza a nacer un mundo nuevo. Cristo nos ha liberado de la esclavitud del pecado y ha abierto una nueva luz de esperanza y de amor. Nuestra vida, gracias a la muerte de Cristo, tiene un nuevo sentido.
La muerte y la cruz pertenecen a la condición humana. Ya San Pablo había dicho: La tribulación engendra paciencia, la paciencia virtud probada y la virtud esperanza. El dolor tiene un sentido: Unirnos al acto redentivo de Jesucristo, puniendo lo que falta a cruz de Cristo, como decía San Pablo

La cruz nos abre las puertas a un Dios cercano y humano, que por amor de los hombres es capaz de sufrir y compartir la fragilidad humana.

De la cruz de Cristo nace la iglesia y los sacramentos, que aplican los frutos de la redención.

La cruz desde un punto de vista sociológico es un fracaso, ya que Cristo es degradado a la categoría de un criminal.
En la cruz encontramos a un Cristo que perdona, que nos da como madre a María, en la figura de Juan a su madre,

El cristiano identificado con Cristo lo juzga todo a través de la sabiduría de la cruz. La cruz abre al hombre al sufrimiento y al amor. Si alguien quiere venir en pos de mi, que cargue con su cruz y me siga. El amor a la cruz, como algo específicamente cristiano, nos libera de nuestras pretensiones y nos hace entrar en el dinamismo del servicio, de la entrega, de la austeridad. Nos ayuda a huir de los demonios de la fascinación del poder y nos cimienta en la humildad y en la abnegación. La cruz nos ayuda a comprender el dolor de los demás, a acercarnos a los que lloran y secar sus lágrimas.

La cruz en esta sociedad del bienestar nos ayuda a huir de los grandes ídolos del presente: La riqueza, el despilfarro, el hedonismo, el egoísmo. La cruz relativiza el tener y nos ayuda a ser cada vez más nosotros mismos y a vivir sin dependencias y ligaduras.
La cruz nos hace comprender que en nuestro mundo sigue habiendo muchos nazarenos crucificados, que mueren de hambre o son perseguidos por las instancias de los poderes de este mundo.
En la eucaristía se celebra el valor de la cruz, ya que ella es el memorial de la muerte y resurrección de Cristo.
En la eucaristía que celebramos los domingos, estamos reproduciendo de una manera incruenta el misterio de la cruz. En la eucaristía el Cristo sufriente se hace presente y se sigue ofreciendo al Padre como sacrificio y victima. Cristo quiso que la eucaristía fuera el centro de toda la vida cristiana. Por esto la misa de los domingos es el momento en que celebramos la memoria de la pasión de Cristo, su muerte y resurrección.

[1] J. A. Estrada, La transformación de la religiosidad popular, Sígueme,1986, p. 58.
[2] Cristología, Sígueme, Salamanca, 1972, v- 2. 303 ss.