IX. EN LOS SANTOS PADRES
San Clemente nos presente el quehacer hacendoso de la mujer en aquella época que era el regocijo y alegría de los hijos y del esposo: "Es una cosa admirable una mujer cuidadosa de su casa; ella forma la alegría de todos, los hijos se regocijan en la madre, el esposo en la mujer, ésta en su esposo y en sus hijos, y todos en el Señor. (San Clemente, sent.9, lib. 3, c. 11, Tric. T. 1, p. 125.)"
San Basilio manifiesta, como San Agustín, sus reticencias hacia la vida matrimonial: "No debéis creer que, por haber elegido el estado del matrimonio, os es permitido seguir la vida del mundo y abandonaros a la ociosidad y a la pereza; pues por el contrario, eso mismo os obliga a trabajar con más esfuerzo, y velar con más cuidado por vuestra salvación, considerando que habéis establecido vuestra habitación en un lugar lleno de lazos, y que es de la dependencia de las potestades rebeldes y enemigas, en donde continuamente tenemos delante de los ojos mil objetos que irritan nuestras ansias, mueven nuestros sentidos y encienden el fuego de nuestras pasiones.[1]
San Ambrosio llama la atención sobre el autoritarismo y la tiranía de los esposos, tan extendido en esta época, como consecuencia del influjo de la tradición griega y romana:"El esposo debe dejar la arrogancia y el mal humor cuando ve que viene su esposa con sentimientos de afecto y de respeto. Sabéis que no sois dueño, sino marido. Dios ha querido que seáis el que gobierna el sexo más débil, pero no un tirano dominante. Corresponded a sus cuidados, y volved afecto por amor: pero alguno me dirá: yo soy de genio áspero: mas yo le responderé, que está obligado a reprimir el genio en favor del matrimonio.[2]
San Ambrosio llama la atención sobre el autoritarismo y la tiranía de los esposos, tan extendido en esta época, como consecuencia del influjo de la tradición griega y romana:"El esposo debe dejar la arrogancia y el mal humor cuando ve que viene su esposa con sentimientos de afecto y de respeto. Sabéis que no sois dueño, sino marido. Dios ha querido que seáis el que gobierna el sexo más débil, pero no un tirano dominante. Corresponded a sus cuidados, y volved afecto por amor: pero alguno me dirá: yo soy de genio áspero: mas yo le responderé, que está obligado a reprimir el genio en favor del matrimonio.[2]
San Juan Crisóstomo se apunta a la supremacía del celibato sobre el matrimonio:"Si perdéis una mujer buena, no dejéis de dar gracias a Dios porque os la quita para llevaros a la continencia, y con el fin de atraeros a una virtud más perfecta y celebrada, y de romper los lazos que os pudieran detener en una vida regular y común. [3]
"La esposa debe tratar al esposo con respeto y veneración, como lo hicieron Sara con Abraham, Rebeca con Isaac, y la madre de Samuel y de Tobías con sus maridos. Una esposa debe profesar a su esposo un amor espiritual y santo, que con él le incline a piedad, excitándole con el buen ejemplo y la dulzura en sus palabras. Desde, en todo lo que se no oponga a Dios y a la honestidad, ser sumisa a su esposo, como la Iglesia lo es a Jesucristo. Debe calmar las incomodidades de su marido, y jamás excitarle a la impaciencia, ni con dicterios, ni palabras provocadoras, maldicientes y escandalosas, porque entonces gobernará la casa el demonio, debiéndola regir la paz y gracia de Dios. [4]"El esposo debe tolerar todo lo que no se oponga al servicio de Dios, para que se conserve la paz; apartarla de la vanidad mundana e inclinarla a la práctica de las virtudes, con el ejemplo, mayormente. Antes de emprender cualquier asunto doméstico, consúltense; que los hijos nada vean en ellos de censurable, antes todo lo contrario, que reine el amor y temor de Dios en la casa, y serán felices.[5]
[1] San Basilio, de Abdic. rer., sent. 32, Tric. T. 3, p. 196.
[2] S. Ambrosio, lib. 5, c. 7, n. 19, sent. 3, Tric. T. 4, p. 312.
[3] S. Juan Crisóst., Homl. 41, sent. 322, Tric. T. 6, p. 370.
[4] (Barbier., T. 3, p. 349 y 350.)"
[5] Barbier., T. 2, ibid., ibid.
"La esposa debe tratar al esposo con respeto y veneración, como lo hicieron Sara con Abraham, Rebeca con Isaac, y la madre de Samuel y de Tobías con sus maridos. Una esposa debe profesar a su esposo un amor espiritual y santo, que con él le incline a piedad, excitándole con el buen ejemplo y la dulzura en sus palabras. Desde, en todo lo que se no oponga a Dios y a la honestidad, ser sumisa a su esposo, como la Iglesia lo es a Jesucristo. Debe calmar las incomodidades de su marido, y jamás excitarle a la impaciencia, ni con dicterios, ni palabras provocadoras, maldicientes y escandalosas, porque entonces gobernará la casa el demonio, debiéndola regir la paz y gracia de Dios. [4]"El esposo debe tolerar todo lo que no se oponga al servicio de Dios, para que se conserve la paz; apartarla de la vanidad mundana e inclinarla a la práctica de las virtudes, con el ejemplo, mayormente. Antes de emprender cualquier asunto doméstico, consúltense; que los hijos nada vean en ellos de censurable, antes todo lo contrario, que reine el amor y temor de Dios en la casa, y serán felices.[5]
[1] San Basilio, de Abdic. rer., sent. 32, Tric. T. 3, p. 196.
[2] S. Ambrosio, lib. 5, c. 7, n. 19, sent. 3, Tric. T. 4, p. 312.
[3] S. Juan Crisóst., Homl. 41, sent. 322, Tric. T. 6, p. 370.
[4] (Barbier., T. 3, p. 349 y 350.)"
[5] Barbier., T. 2, ibid., ibid.