jueves, 8 de mayo de 2008

MATRIMONIO X


X.-EL MATRIMONIO DE LOS CRISTIANOS EN LOS TRES PRIMEROS SIGLOS.

La concepción que había del matrimonio en aquel ambiente era degradante. El Pseudodemóstenes describe de esta manera el ambiente de la época: “Las heteras las tenemos para divertirnos, las concubinas para la cotidiana atención corporal, las esposas para engendrar hijos legítimos y para tener una fiel guardiana en los asuntos domésticos”.
La filosofía estoica tenía una concepción más acorde con la fe cristiana. Para Musonio “ambos cónyuges deben estar uno tan cerca del otro que deben vivir y actuar juntos, considerándolo todo en común y no teniendo nada como propio, ni siquiera el propio cuerpo”.
En Pablo, como vimos anteriormente hay ciertas reservas hacia el matrimonio, pero no tiene una actitud negativa hacia la sexualidad. Para Pablo el matrimonio es un remedio contra la concupiscencia, por esto dice que cada marido tenga su mujer y que cada mujer tenga su marido. Considera el matrimonio como una realidad normal dentro de la comunidad cristiana y de hecho fueron varios los matrimonios que colaboraron con él en la evangelización. La virginidad sin carisma y sin libertad interior también es condenada por Pablo.
El Matrimonio para Pablo es camino de santidad: La voluntad de Dios es vuestra santificación; que os abstengáis de la fornicación, que cada uno sepa tener a su mujer en santidad y honor, no con efecto libidinoso como los gentiles (1 Tes. 4, 3-5).
Para Pablo existe una comunidad matrimonial en la carne, ya que ambos se deben el débito /( 1 Cor. 7, 3-5).
El autor de la carta a Diogneto dice que los cristianos se casan como los demás hombres y engendran hijos, pero no se desbaratan de su descendencia (aborto).
Los cristianos se adaptaron totalmente a la manera que tenían de celebrar el matrimonio los paganos en la cuenca del mediterráneo. Sólo suprimieron del ritual aquellos aspectos que estaban en desacuerdo con su credo religioso. Se suprimió el sacrificio ofrecido a los dioses y la consulta a los augurios y se puso freno a las licencias y soeces del cortejo nupcial.
No tuvo inconveniente en aceptar que el elemento constitutivo del matrimonio era el consentimiento, ya que ello, gracias a la intuición de los jurisconsultos romanos, está fundado en la misma naturaleza de la persona, que es libre para realizar sus actos al margen del clan, como sucedía en otros ámbitos civiles.
Tertuliano de una manera poco clara en el libro escrito a su esposa habla de aquel matrimonio realizado por la Iglesia, confirmado por el santo sacrificio, proclamado por los ángeles y ratificado por nuestro Padre del cielo (ad uxorem, II, 11). En otro lugar habla de la corona, el velo y la unión de manos, que se encontraba en la forma romana de contraer matrimonio (De corona XIII, De Virg.vel. II).
Tertuliano, antes de ser montanista, en un libro dirigido a mujer, nos hace una descripción muy bonita, de lo que era su vida con su mujer y explica el itinerario de la vida matrimonial, de una manera tan precisa, que se podrían aplicar en el presente. El texto es éste::
“Qué hermosa es un pareja de creyentes que tienen una misma esperanza, un solo modo de vida, la misma liturgia. Ambos son hermanos, con-siervos, en nada separados ni por el cuerpo ni por el espíritu. Oran en común y en común se postran, en común ayunan; se adoctrinan y corrigen mutuamente y mutuamente se soportan. Uno con otro van a la Iglesia y juntos se encuentran en la mesa del Señor; se unen en las necesidades y en las persecuciones, se unen también en los días buenos. No tienen entre sí ningún secreto, no se desvían ni se molestan entre sí. Con gusto visitan a los enfermos y ayudan a los necesitados. Las limosnas se dan sin vacilación, se ofrece el sacrificio sin reparos, se hacen las prácticas religiosas diarias sin dificultades. No hace falta esconderse para hacer el signo de la cruz y se desea la paz sin miedo. No es necesario rezar la oración de bendición en secreto. Alternando cantan himnos y salmos y se animan recíprocamente a ver quien canta mejor a su Dios. Cristo ve y oye esto y es una alegría para Él. Entonces envía su paz. Donde hay dos, también está Él. Y donde Él está, no está el mal”.
Con posterioridad el montanismo le va a hacer mirar el matrimonio como una realidad más negativa.
San Ambrosio llegó a decir que el pacto conyugal realiza el matrimonio, siguiendo las huellas del derecho romano.
Para la primitiva comunidad cristiana esta realidad humana se realizaba por el encuentro de dos personas, que bautizadas, se prometían un amor indisoluble para siempre de acuerdo con el ritual civil.
Los obispos poco a poco intentaron controlar estos matrimonios, ya que en los primeros años no intervenía en ellos. San Ignacio de Antioquia, a principios del siglo II, ya decía Conviene que los hombres y mujeres que se casan contraigan su unión con el parecer del Obispo, a fin de que el matrimonio se haga según el Señor y no según la pasión (Ignacio de Antioquia, Carta a Policarpo 5, 2. Padres aspostólicos (BAC) Madrid, 1950, p. 500).
Carlo Magno en los Capitulares mandó que se celebre el matrimonio ante un sacerdote.
La autorización del Obispo se pedía para el matrimonio de los esclavos y de los clérigos. Los esclavos no podían casarse según las normas del derecho romano. Para los demás cristianos se considera matrimonio cristiano el que se realiza en virtud del consentimiento mutuo.
Aunque no hay un rito especial para el matrimonio cristiano, son conscientes, por la lectura de la carta a los efesios, que el matrimonio cristiano, en virtud del bautismo, entra a formar parte del misterio salvífico, por la relación que se establece entre él y entre Cristo y su iglesia..