jueves, 19 de junio de 2008

MATRIMONIO XV


XV. MATRIMONIO Y SEXUALIDAD

Frente a la concepción negativa de la sexualidad heredada de San Agustín, el Concilio presenta un aspecto positivo de la sexualidad; Este Amor por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y, por lo tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlos como elementos y señales especificas de la amistad conyugal. (GS.49).
Cristo ha sanado, perfeccionado y elevado el amor humano por el sacramento: El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y de la caridad, Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de si mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura e impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad crece y se perfecciona. Supera por tanto mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo de egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente (GS. 49)
El Concilio expresa la dignidad de las relaciones carnales y consumación de esta forma: El amor se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen intima y castamente entre sí son honestos y dignos, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud (GS.49 ).
La iglesia, por influjo de san Agustín ha tenido siempre ciertas reticencias a la sexualidad.
La sexualidad tiene dos fines o metas: La vía unitiva y la procreativa.
La antropología actual ha superado los dualismos tradicionales: El cuerpo es malo, sólo el espíritu es bueno o en otra versión el cuerpo es bueno, pero el espíritu es superior. Esta desconfianza ha perdurado casi hasta nuestros días por el jansenismo. La sexualidad no es algo puramente biológico, ya que mira al núcleo íntimo de la persona. La sexualidad es una expresión de la persona en su integridad. En la relación carnal se produce una comunicación de los cuerpos y de los espíritus. Abarca las diversas esferas de la persona: la inteligencia, la afectividad, los sentimientos, la genitalidad, y la espiritual.
Dar el cuerpo al otro, sin haber donado antes la vida en su totalidad sería un fraude, ya que falta la profundidad del amor.
Por esta donación mutua el hombre se trasforma en padre y la mujer en madre
Por el influjo de las filosofías personalistas y otras concepciones antropológicas conocemos que el hombre es una unidad maravillosa y que tanto la corporeidad como el espíritu están fundidos en una unidad, en la que tan importante es el cuerpo como es espíritu. Ambos son criaturas de Dios y por lo tanto son buenas. El cuerpo, en virtud de la redención es templo de Dios. Esta nueva concepción, ya existente antes del concilio, fue asumida por el, como vimos anteriormente, y últimamente el Papa Juan Pablo II ha vuelto sobre el tema en unas catequesis, que tituló teología del cuerpo y en la Encíclica Familiaris consortio.[1]
El Papa en la audiencia general dijo estas palabras: El cuerpo de hecho, y sólo éste, es capaz de hacer visible, lo que es invisible, lo espiritual y lo divino (Audiencia General, 20, 21, 1980)
El concepto de sexualidad suele analizarse desde dos concepto griegos: eros y ágape.
Según Platón “El eros no es ni el dato puramente físico o biológico, ni la simple realidad espiritual, aunque participe en alguna medida en los dos campos. Su nivel parece más bien coincidir con lo psicológico, siendo por una parte la resonancia de los físico genital en el mundo de nuestros sentimientos, y, por otra la consecuencia de la plenitud espiritual en nuestras aspiraciones y deseos más profundos El eros es un fuerza del hombre, que arranca de la atracción de los sexos, y que nos impulsa al encuentro con el otro como realidad capaz de saciar nuestra apetencia. El Eros incluye la complacencia en el otro, el deseo de un encuentro corporal y carnal, la voluntad de acercamiento y contacto físico, el anhelo de fusión completa.. En sí mismo el eros es, pues, una apertura al otro, posibilidad de encuentro personal, fuerza y dinamismo para la relación con la otra persona diferenciada sexualmente.[2]
La sexualidad fue querida por Dios en el acto de la creación. Es buena. El hombre la puede deformar por egoísmo y cuando se queda en la pura genitalidad. La sexualidad tiene sus riesgos y su ambigüedad. El transformar la relación en pura animalidad, ya que no se trata de un relación personal recreada por el amor. Es fácil transformar al otro en un puro objeto.
En el nuevo testamento no aparece la palabra eros. En muy pocas ocasiones se usa la palabra philia o philein (amor-amar). Se usa con mucha frecuencia la palabra ágape, que hace referencia al mandamiento del amor fraterno (Mt. 22, 34-40), en el samaritano (Lc.10, 39-37). El ágape cristiano, frente al eros, tiene unas resonancias especiales, ya que Dios es amor, Dios se hace hombre por amor a los hombres, se comunica con ellos por amor, y les da sus dones y sus gracias; el amor de Dios es gratuito. Este amor tiene resonancias divinas. Jesús nos invita a vivir este amor.
Esta nueva revelación del amor invade el eros humano y se hace más gratuito, más oblativo, menos egoísta, y más dinámico; Dios está presente en él y se hace más expansivo. Las fragilidades de la carne son curadas y salvadas por la clarividencia del ágape, que no devora al otro como objeto. Unidos los dos se transforman con tintes nuevos de penetración, y de relación, que abarca a toda la persona en su integridad, cuerpo y espíritu. Ya no son antagónicos e irreconciliables, sino complementarios. Los hijos son el complemento necesario de ese amor total e integrador y la respuesta a una llamada divina “creced y multiplicáos”.
El Papa Benedicto XVI ha descrito esta relación de esta forma: El hombre es realmente el mismo, cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; el desafío del eros puede considerarse superado, cuando se logra una unificación. Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne, como si fuera una herencia meramente animal, el espíritu y el cuerpo perderían su dignidad. Si por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza. Pero ni la carne ni el espíritu aman: Es el hombre, la persona, la que ama, como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo. Únicamente de este modo el amor, el eros, puede madurar hasta la verdadera grandeza.[3]
La realidad sexual es un acto de amor. Dice Caffaret: “Una tal unión, cuando es expresión de amor, cuando sirve al amor, constituye verdaderamente una alabanza a Dios. La intimidad es buena, la fecundidad es buena, porque Dios ha dado al amor esa vocación y porque él ha querido darle esas dos caras inseparables. Pero si no hay amor…¡Que caricatura del amor!....La gracia del sacramento, permanente, no hace más que curar a la naturaleza caída.[4]
Estos dos elementos son materia integrante o elementos esenciales del matrimonio. Cuando esa integración entre el eros y el ágape no es posible, no habría matrimonio, o bien, porque fuera imposible esa integración por incapacidad psicológica o física, dada la unidad del ser humano o bien porque existe una exclusión positiva de esa totalidad.
En esa integración Dios está presente como creador del hombre y Cristo como salvador en virtud del sacramento, El amor es fuente de gracia y santificación; es una llamada al acto creativo, y simultáneamente una comunicación de gracia, porque Dios es la fuente del amor cristiano.
Esta relación, para que quede purificada de egoísmos, necesita renuncias, sacrificios, abnegación, morir a uno mismo, perdón..La gracia renueva, recrea, refuerza el amor humano y la hacen más fuerte y alegre.
Que bellas son estas palabras de Van der Meersch en la novela cuerpos y almas: ¡Te amo¡ Por encima de las tristezas, y de las miserias de la humanidad, por encima de tus debilidades y de tu indigencia, por tus mismas debilidades y por tu misma indigencia, por tus renunciamientos, las servidumbres, los sufrimientos, los sudores, las lágrimas, que me habrás costado, te amo.
E. Cafaret, fundador de los equipos de Nuestra Señora define esta relación de esta manera: El amor es una donación generosa y recíproca, más que un fervor compartido; es el compromiso de dos personas que se entregan la una a la otra totalmente, exclusivamente, definitivamente. Es una anhelo, que surgiendo lo más profundo del alma, traspasa el ser, haciéndolo vibrar en su totalidad, y alcanza a otro corazón, a través de su envoltura de carne; pero ese vibrante fervor no es siempre igual a sí mismo; puede conocer horas de fracaso sin que, sin embargo, sufra menoscabo….es una melodía pura que no requiere necesariamente la compañía del fervor sensible, aunque éste último le da a menudo un soporte y un útil medio de expresión.[5] Juan Pablo II lo explica así: En cuanto a espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo, informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en esta totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo humano se hace partícipe del amor espiritual (FC. 11).
El cuerpo es redimido por la gracia del sacramento y la nueva alianza.
Juan Pablo II: El amor conyugal comparte una totalidad, en la que entran todos los elementos de la persona: Reclamo del cuerpo, fuerza del sentimiento y afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad. Mira a una unidad profundamente personal, que va más allá de la unión en una sola carne, y conduce a no ser más que un solo corazón y una sola alma (FC. 13)

[1] (vide Ivest Semen, La sexualidad según Juan Pablo II, Desclée de Brouwer, Bilbao) y Benedicto XVI en la encíclica Deus est caritas, 5)

[2] Barobio D, La celebración en la Iglesia 2, Sígueme, 1980, p. 566.

[3] Benedicto XVI, Enc. Deus est Caritas, n. 5
[4] H. Caffaret, Matrimonio. Nuevas perspectivas, p. 72.

[5] H. Caffaret. Matrimonio. Nuevas Perspectivas, Edito. Litúrgica Española S.A. 1962, 20