17. Jesús no ha venido a abolir la ley, sino a cumplirla (Mt. 5, 17-20).
No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Si, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán, antes que pasa una i o un ápice de la ley en que todo se haya cumplido. Por tanto el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ese será grande en el reino de los cielos (Mt. 5, 17).
1. Vigencia de la ley
Mateo afirma que Jesús no ha venido a abolir la ley o los profetas.
No pretendió abolir la antigua ley o los profetas, ya que cumplió como buen judío las normas de la ley. Iba a la sinagoga (Mt. 1, 21), subía a Jerusalén (Lc. 2, 41), visitaba el templo (Mc. 1, 29), y pagaba el tributo al Cesar (Mc. 1724).
La comunidad judeo–cristiana, dirigida por Santiago, era una cumplidora ejemplar de las normas judías. Los nuevos conversos vivían las normas judías y habían aceptado las enseñanzas de Jesús, que las vivían con gran ilusión.
Los primeros conflictos empezaron a plantearse, cuando los judíos quisieron imponer a los gentiles las normas judías que ellos vivían, ya que el nuevo pueblo de Dios era una continuación de la antigua alianza. Los primeros
2. Interrogantes
Otro texto de Lucas, comienza a plantear interrogantes en las comunidades cristianas, ya que Lucas afirma que la ley llega hasta Juan el Bautista, pero a partir de Cristo se anuncia el reino de Dios: La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la Buena Nueva del Reino, y todos se esfuerzan por entrar en él (Lc. 6, 16).
Con dichas palabras da a entender que la ley antigua ha desaparecido con la venida de Jesús, lo cual está en contradicción con el texto enunciado al principio.
El primer conflicto se presenta, cuando los judíos conversos intentan imponer la circuncisión a los gentiles.
Los apóstoles y los presbíteros se reunieron para deliberar y después de la larga discusión, Pedro se levantó y dijo: Por qué ahora tentáis a Dios, queriendo imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos (HH. 15, 6 s.). Con estas palabras de Pedro la cuestión quedó zanjada.
Jesús en el pasaje del joven rico, sigue manteniendo la vigencia de la ley antigua. Maestro bueno ¿Qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna? Jesús le respondió; ¿por qué me llamas bueno?. Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. Él entonces le contestó: Maestro todo eso lo he guardado desde mi juventud. Jesús fijando en él la mirada, lo amó y le dijo: Sólo una cosa te falta, ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme. Pero él al oír estas palabras, se entristeció y se marchó apenado, porque tenía muchos bienes (Lc. 10, 17-22).
El joven se entristeció al oír las palabras de Jesús, le dio la espalda y se marchó, porque era muy rico. Nos dice Mateo que Jesús le amó, porque vio en él un cumplidor de la ley. Le dio pena porque no fue capaz de dar un paso adelante renunciando a los bienes. En esta escena, se da la impresión, que la llamada al seguimiento no es obligatoria.
En la misma línea se encuentra la respuesta de Jesús a uno de los escribas. El escriba pregunta a Jesús, cual es el principal mandamiento y Jesús responde: El primero es, Escucha Israel, el Señor nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que estos. El escriba contestó: Muy bien maestro. Tienes razón al decir que Él es el único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia, con todas las fuerzas y amar al prójimo como así mismo vale más que todos los sacrificios y holocaustos. Y Jesús viendo que le había respondido con sensatez, le dijo: No estás lejos del reino de Dios (Mc. 12, 28-35).
La actitud del escriba se centra en el corazón de la misma ley de Moisés. Añade un elemento nuevo en la respuesta, esto es, que el amar a Dios y al prójimo están muy por encima de los sacrificios y los holocaustos.
Jesús alaba la actitud del joven rico y del escriba, ya que también una de las categorías más importantes de su reino va a ser el amor.
No obstante, en el texto que estamos comentando hay una palabra que nos puede dar un poco de luz para conocer la postura de Jesús, a pesar de la rotundidad aparente de sus declaraciones: No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Si, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán, antes que pase una i o un ápice de la ley en que todo se haya cumplido. Por tanto el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ese será grande en el reino de los cielos (Mt. 5, 17).
3. ¿Qué quiere decir dar cumplimiento a la ley?
La palabra griega plerosai puede significar completar, colmar, perfeccionar, ahondar en el significado o simplemente que se cumpla la ley antigua. En las primeras acepciones, sería evidente que, aunque Jesús no cambia la ley, introduce nuevos matices y nuevas exigencias, profundizando en la ley antigua. Estos retoques perfeccionan la antigua ley, sin abolirla. Esta actitud perfeccionista de Jesús ante la ley, para Mateo, se explicaría, porque Jesús es el Maestro que enseña con autoridad y puede perfeccionar la ley (Lc. 23, 8-10). Esta interpretación, aunque con diversos matices, es admitida por los exegetas.
Jesús, sin embargo, mantiene una actitud muy negativa frente a las normas rituales y ceremoniales. Su postura es especialmente rígida frente al trabajo en el sábado, ya que los judíos habían llegado a una casuística, que se apartaba del corazón de la misma ley. Dirigiéndose a los fariseos, les dice: Habéis anulado la palabra de Dios de vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó Isaías de vosotros, cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que sólo son preceptos de hombres (Mt. 13, 7-9).
La crítica de Jesús no puede ser más radical. El judaísmo ha quedado fosilizado, ya que sus normas se han quedado en la cáscara y en la periferia. Sólo luce el ropaje externo, las incensaciones y reverencias. En la adoración a Dios lo que cuenta es el corazón, no el simple bisbiseo mecánico de los labios. Si a la norma le falta esto, se trasforma en un precepto humano. Esta actitud la va a repetir Jesús en muchas ocasiones.
Jesús condena también la reforma que los rabinos habían hecho de la ley: Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre y el que maldiga a su padre o a su madre, morirá. Pero vosotros decís: Si uno dice a su padre o a su madre: Declaro corbán, es decir, ofrenda, todo aquello con que yo pudiera ayudarte, ya no le dejáis hacer nada por su padre o por su madre, anulando así la palabra de Dios por vuestra tradición, que os habéis trasmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a esta (Mc. 7, 9-13).
Jesús no ha venido a abolir el precepto de honrar y ayudar a los padres. Condena esta tradición del corbán,[1] que impedía ayudar a los padres con bienes dados en ofrenda. Para Jesús es más importe ayudar a los padres que la ofrenda. Los rabinos han anulado la palabra de Dios, por una tradición, que les favorecía, ya que ellos se aprovechaban de estas ofrendas.
Las normas de la Torah no hay que entenderlas en sentido puramente normativo. El amor y la misericordia, que nace del corazón, no puede quedarse encerrado en la simple enunciación del decálogo. Jesús intenta, frente a la interpretación estricta judía, hacer una interpretación originaria de la voluntad de Dios, frente al concepto ritualista y puramente formalista de la ley. Jesús no cambia la ley, la reinterpreta.
Esto se ve mejor en la actitud de Jesús ante el sábado.
Donde más se clarifica esta postura negativa ante la ley, es en los muchos textos que Mateo nos presenta sobre las curaciones de Cristo en el sábado.
Una hermosa tarde pasaba Jesús con sus discípulos por unos sembrados y al pasar, arrancaron unas espigas y empezaron a comérselas. Unos fariseos, que vieron la escena, no pudieron callarse y empezaron a quejarse de los discípulos: Mira cómo hacen en sábado lo que no está permitido. Jesús les dice: ¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad y él y los que le acompañaban sintieron hambre, y cómo entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar y comió los panes de la proposición, que sólo a los sacerdotes es lícito comer y dio también a los que estaban con él?. Y les dijo: El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el hijo del hombre es el Señor del sábado.
Este acto tan trivial de los apóstoles de recoger unas espigas maduras para comérselas y el escándalo de los fariseos van a ser la ocasión, de que oigamos unos de los mensajes más sublimes de Cristo. En el mensaje de Jesús la centralidad está en la persona. Jesús amó a todos los hombres, que encontró en su camino y a todos les fue dando la mano o se acercó a limpiar sus lágrimas. Por esto el sábado no es tan importante como la persona, porque la persona está muy por encima de la ley. Jesús no ha venido a abolir el sábado en su significado más profundo de dar culto a Dios. Ha venido a romper las interpretaciones farisaicas, que apartan al precepto de la verdadera voluntad de Dios, que es amar a las personas y saber que cada uno tiene su nombre.
Otro día Jesús estaba enseñando el sábado en la sinagoga. Vio una mujer encorvada, que llevaba a cuestas esta enfermedad durante dieciocho años. Su vida había sido un tejido de dolores y penas. Al verla Jesús la llamó y dijo: Mujer quedas libre de la enfermedad. Y al instante se enderezó, quedó curada y glorificaba a Dios (Lc.13, 10).
El jefe de la sinagoga se indignó de que Jesús curase en sábado, y decía a las gentes: Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues esos días a curaros, y no en el día del sábado. El Señor replicó: ¡Hipócritas! ¿No desatáis de vuestro pesebre todos lo sábados a vuestro buey y a vuestro asno para llevárselo a abrevar? (Lc. 13, 10 ss.)
Ante la actitud indignada del jefe de la sinagoga, Jesús les replica. ¡Hipócritas! ¿No desatáis de vuestro pesebre todos lo sábados a vuestro buey y a vuestro asno para llevárselo a abrevar? Y a esta que es hija de Abrahan, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿No estaba bien desatarla de esta cadena en día de sábado. (Lc. 13, 10 ss.)
Se repite la misma historia que comentábamos anteriormente. Una mujer que sufre. Un Jesús que percibe su dolor y le devuelve a la normalidad. Puede andar erguida y sin dolores, como hacía dieciocho años no había hecho. La hipocresía y ceguera del Jefe la sinagoga impiden que comprenda el milagro. No le importa el dolor de una mujer encorvada, sus dieciocho años de quebranto, sus ríos de lágrimas derramadas; sólo le importa el sábado vaciado de amor y misericordia. Termina el texto diciendo que el jefe la Sinagoga quedó confundido y que la muchedumbre quedaba admirada de las maravillas que Jesús hacía. Para Jesús la persona vale más que el sábado.
La misma escena, con protagonistas distintos, se produce en otro caso. Jesús había entrado a comer en casa de uno de los fariseos más importantes de la ciudad. Había allí un hidrópico. y Jesús lo curó. Entonces preguntó a unos legalistas y fariseos presentes, ¿ Es lícito curar en el sábado? . Ellos se callaron y Jesús les interrogó, ¿A quien de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en sábado y no lo saca de momento ( Lc. 14, 1 ss.) Entonces le tomó, le curó y le despidió.
Los legalistas y fariseos en este caso se callaron o por respeto al fariseo, que había invitado a Jesús a comer en su casa o simplemente, porque conocían la respuesta. Jesús reconoció por su hinchazón, y por la deformación de su miembros lo muchos dolores que este hombre tenía por la hidropesía. Se compadeció de él y lo curó. Los fariseos en este caso callaron y no replicaron ni con una palabra.
Estaban ya cansados de que Jesús no dejara de humillarles con motivo de las curaciones en sábado
La nueva escena que nos narra Marcos es más viva. Tiene lugar de nuevo en la Sinagoga. Allí Jesús encuentra a un hombre con la mano paralizada. Los fariseos estaban al acecho de si Jesús curaba en sábado para acusarle. Jesús le dijo al enfermo que se colocara delante de ellos. Y les pregunta ¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en lugar de destruirla. Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su cabeza, le dice al hombre: Extiende la mano. Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos para ver como eliminarle (Mc. 03, 1),
La nueva narración introduce matices nuevos. Jesús ha descubierto las intenciones perversas de los escribas y de los fariseos. El dilema que plantea Jesús es también distinto: Hacer el bien o el mal en sábado o salvar una vida y destruirla. Jesús verdaderamente pasó por el mundo, haciendo el bien, resucitó a muchos muertos y pasó por él curando a muchos paralíticos, cojos y ciegos. El bien de la persona está en el epicentro de su vida y el amor a la vida en la plenitud de su mensaje.,
No podían soportar por más tiempo que Jesús rompiera sus tradiciones sabáticas y decidieron matarlo.
Jesús con esta provocación a los judíos da a entender que el amor de Dios y su misericordia son infinitos y que el salvar a la persona está muy por encima del sábado. Descubre el sentido original de la Ley. El hacer el bien y el salvar una vida es más importante que el sábado.
Sin embargo Jesús tiene poco aprecio de las leyes rituales. Entra en casas de los pecadores. Para Jesús la ley del amor y de la misericordia estaban por encima de estas leyes. El verdadero amor nace de dentro.
Jesús predica un ethos nuevo: Tiene la pretensión de anunciar de forma pura y absoluta la voluntad divina, porque con él se inicia el reino de Dios.[2]
4. Dos formas distintas de entender esta confrontación.
Llegados a este punto podemos preguntarnos ¿Cómo entendió la Iglesia primitiva esta relación de la ley antigua con la nueva. Hay dos formas de filtrar el tema. En el cristianismo primitivo existen las comunidades judeocristinas y la comunidades del mundo gentil.
Cada una de ellas mantiene una relación distinta con la ley antigua. Con este motivo van a surgir confrontaciones como vamos a ver posteriormente. El primer encuentro se produce entre Pedro y entre Pablo por la cuestión de los alimentos. Pablo se ha dedicado a la evangelización del mundo gentil, mientras que Pedro está más cercano a los conversos judíos.
Pablo nos narra este desencuentro de esta manera: Se enfrentó con Pedro: ya que comía en el grupo de los gentiles, pero una vez que aquellos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor a los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. Pero en cuanto ví que no procedía, según la verdad del evangelio, dije a Cefas en presencia de todos. Si tú, siendo judío, vives como un gentil y no como un judío ¿Cómo fuerzas a los gentiles a Judaizar (Gal. 11 ss.).
La razón de la confrontación era que Pedro tomaba en relación a los alimentos impuros formas de actuar distintas, según estuviera o con los judíos o con los gentiles.
La cuestión queda zanjada, ya que los gentiles pueden seguir con sus normas.
5. El primer comunismo de la historia
Los hechos de los apóstoles nos presentan la vida de la primera comunidad judeo-cristiana, que vive, cumpliendo con normalidad las normas de la Torá, ya que siguen asistiendo al templo y viviendo en sus comunidades el espíritu de Cristo. La comunidad cristiana de Jerusalén celebra la eucarística en las casas, y ponen en común de todos los bienes. Su irradiación y testimonio era tan fuerte, que muchos judíos, fariseos y sacerdotes se convertían (HH. 6, 7; 15, 2).
Los Hechos lo cuentan de esta manera:
Acudía asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión y a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderó de ellos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. (HH. 2, 42 ss.). Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar.
5. Apertura a los gentiles
Un nuevo acontecimiento va a abrir el cristianismo al mundo de la gentilidad. Después de una visión que tuvo Pedro, ampliamente contada en HH. 10, 16). Pedro fue a casa de Cornelio, el cual estaba acompañado de otros gentiles. Pronunció un largo discurso (HH. 10, 34) y cuando estaba hablando, quedó sorprendido de que el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la palabra. Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro dijo: ¿Acoso puede alguno negar el agua del bautismo a estos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. (HH. 10, 44).
A partir de este momento la iglesia se va abrir a los gentiles y van surgir nuevos problemas con las comunidades nuevas ante la divergencia de dos mentalidades distintas.
Pedro se ve obligado a justificar ante los judíos su postura, ya que los cristianos de Jerusalén inculpaban a Pedro de que había entrado en casa de incircuncisos. Pedro les explicó su visión y lo sucedido en la casa de Cornelio. Termina el texto diciendo Al oír esto se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: Así, pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida (HH. 11, 1 ss).
A partir de este momento se van a plantear nuevos problemas sobre la vigencia de muchas normas judías en el ámbito cristiano, como hemos apuntado anteriormente
Algunos de la secta de los fariseos, convertidos al cristianismo piden que es necesario circuncidar a los gentiles y mandarles guardar la Ley de Moisés (HH. 15, 5).
Los apóstoles se reunieron para reflexionar sobre el asunto, y Pedro levantándose, dijo este hermoso discurso:
Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles las palabras de la buena nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor, comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones en la fe ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios, queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni vuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos.
La visión, desde Pablo de este Concilio de Jerusalén es vista por Pablo en Gal.2, 1-14: El primer choque lo describe Pablo en la carta a los Gálatas en estos términos, como dijimos anteriormente. Más cuando vino Cefas a Antioquia, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de represión. Pues antes que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquellos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos.
Toda la asamblea calló y oyeron a Pablo y a Bernabé los prodigios que el Señor había obrado por medio de ellos entre los gentiles.
El helenista Felipe había bautizado también a un eunuco. Este era un alto funcionario de la Reina de los etiopes. Después de acompañarle en su carro y explicarle las antiguas escrituras y comentarle que estas se referían a Jesús de Nazaret, se pararon junto a un arroyo y lo bautizó. En ese momento el Espíritu arrebató a Felipe y el eunuco, no volvió a verle. (HH. 8, 26)
Comienzan a producirse los primeros conflictos entre las comunidades, formadas por judíos y gentiles. La acusación viene motivada, porque los helenistas se quejan de los hebreos de que sus viudas son desatendidas en la asistencia cotidiana. La comunidad, a instancias de los apóstoles, elige siete varones, a los que imponen las manos, para que se dedicaran a este servicio. Nace un nuevo servicio, la diaconía. Los apóstoles lo explican, porque deben dedicarse al anuncio de la palabra y a la oración. Entre ellos se encontraban Esteban y Felipe, que tanto protagonismo van a tener en la iglesia primitiva.
Acusan a Esteban de que non cumple la ley. Unos falsos testigos declaran que no habla bien del lugar santo y de que intentaba cambiar las costumbres, que Moisés nos había trasmitido (HH. 6, 14). Esteban se defendió pronunciando un largo discurso. A pesar de su defensa, terminó en la cárcel y posteriormente apedreado y asesinado (HH. 6, 8:7, 55).
Una fuerte persecución se levantó en Jerusalén contra este grupo, dirigido por Esteban. Se vieron obligados a dispersarse por las regiones de Samaria y Galilea, no siendo perseguidos los apóstoles.
No terminaban de arreglarse los problemas. Pablo se dedicó a los gentiles y Pedro a los circuncisos.
Es necesario anotar que a la partida de Pedro, Santiago se hace cargo de la comunidad de Jerusalén,
Después del tumulto de la revuelta de los orfebres en Efeso, Pablo se dirigió a Macedonia. Después a Grecia, donde estuvo tres meses.
De nuevo vuelve a Jerusalén, para reunirse con Santiago. Éste le dijo: Ya ves, hermano, cuantos miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la ley. Algunos han oído decir que enseñas a todos los judíos que viven entre los gentiles, que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las tradiciones (21, 21)
Para evitar las habladurías, le aconsejaron que rescatara por una suma de dinero, del voto nazireato de cuatro hombres, que no había podido hacerlo por su pobreza.
En las comunidades mixtas Pablo había defendido la libertad de conciencia para comer carne sacrificada a los dioses, a nos ser en caso de escándalo en contra de las normas judías (1 Cor. 9, 11 y Rom. 1, 14.; 1 Cor. 8, 7-14) y había empezado a distanciarse de la ley judía, ya que para él la justificación nos viene por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley..Yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy crucificado y, vivo, pero no yo, sino es Cristo quien vive en mí. (Gal. 2, 15, ss)
6. La justificación por la fe
Pablo como acabamos de ver hizo juicios muy negativos sobre la ley judía. Da más importancia a la fe, sin ir contra la ley, ya que la justicia viene por la fe en Jesucristo, que es la única que salva al hombre. Pablo dice a este propósito: Entones, ¿Para que la ley?. Fue añadida en razón de las transgresiones, a quien iba destinada la promesa, la ley que fue promulgada por los ángeles y con la intervención de un mediador. Ahora bien, cuando hay uno solo no hay mediador, y Dios no es uno solo. Según esto ¿La ley se opone a las promesas de Dios? ¡De ningún modo! Si de hecho se nos hubiera otorgado una ley capaz de vivificar, en este caso la justicia vendría igualmente de la ley. Pero de hecho, la Escritura encerró todo bajo el pecado, a fin de que la promesa fuera otorgada a los creyentes mediante la fe en Jesucristo (Gal. 3, 23 ss.).
Para Pablo la fe es la que salva al hombre. La relación entre fe y ley, no obstante no sigue siendo clara.[3]
El principio general que anuncia es que no existe la justificación por las obras, sino por la fe (Gal. 2, 16; Rom. 3, 20-28; Fil. 3, 9), aunque la justificación por la fe obliga al cristiano a cumplir las exigencias de la ley con el poder del Espíritu Santo, ya que, por el bautismo fuimos bautizados en su muerte y empezamos a vivir una vida nueva.[4] Gracias al Espíritu debemos hacer que mueran en nosotros las obras del cuerpo. Los cristianos ya no viven en la carne, sino que es el Espíritu que habita en ellos, es El que les da la vida.[5]
Pablo dice a los Gálatas que han sido llamados a la libertad, y que el camino de la libertad es el amor al Prójimo, ya que la alianza adquiere su plenitud en el amor y no en el libertinaje.[6]
Pablo afirma que la nueva ley tuvo vigencia para los creyentes bajo una forma nueva (Rom. 3, 31, bajo una alianza nueva que se realiza en el Espíritu, no en la letra (2 Cor.2,6) y que nos lleva a la libertad dada por la fuerza del Espíritu Santo (2, Cor. 3. 17). La fe debe demostrar toda su eficiencia en el amor.
Pablo se pregunta si la ley ha perdido su valor. La ley sigue existiendo, nos afianza, pero es la fe la que nos justifica.[7]
El cristiano gracias a la fe se va trasformando en una imagen cada vez más gloriosa conforme a la acción del Señor, que es el Espíritu. [8]
Para Pablo, lo repite insistentemente, es la fe la que justifica al hombre (Rom. 3, 24), La ley fue dada al hombre, desde Moisés hasta Cristo, es divina y buena, (Rom. 7, 9), Fue dada en un periodo de condenación para que abundara el delito (Rom. 5, 20 y para dar conocimiento del pecado (Rom. 3, 20)).
El valor de la ley desaparece con la venida de Cristo. Después de su venida la fe santifica al hombre, ya que nos hace hijos de Dios y hemos sido revestidos de Cristo. La fe nos ha hecho hermanos en un sentido global, ya que todos somos hermanos: judíos o griegos, esclavos o libres, hombres o mujeres. Con estas palabras se produce la gran revolución en Cristo, que va a socavar los mismos cimientos de la civilización humana. Y termina presentando la continuidad de la nueva y la antigua promesa afirmando que el reino de Cristo es el heredero de la promesa hecha a Abrahan.[9]
El camino de la salvación, tanto para judíos como para gentiles es Jesucristo (Gal.2, 16; Rom. 3, 20-28), porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo creyente (Rom. 10, 4; Gal.3, 24). Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahan, herederos según la promesa ((Ga., 3, 29).
En la carta de Pablo a los efesios 3, 1-13, escrita a los pagamos hacia el año 80, van desapareciendo las aristas que encontramos entre ley y fe. Los gentiles como los judíos son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa, ya que por la fe se han acercado confiadamente a Dios.[10]
Hemos sido salvados por la gracia mediante la fe. La salvación nos viene de las obras para que nadie se gloríe.[11]
8. la ley del Espíritu y de la gracia
Por consiguiente ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús, te liberó de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne a fin de que la justicia de la ley, se cumpla en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el Espíritu (Rom., 1,6.).
A la exigencia cristiana del amor la llama también la ley de Cristo (Gal. 3, 14).
Esta ley del Espíritu es un impulso hacia el bien, más que una norma.
La preocupación de Pablo es que los cristianos se dejen arrastrar por el mismo Espíritu y se revistan del hombre nuevo, creado según Dios, en justicia y santidad de la verdad.
Habéis sido enseñados a despojaros, en cuanto a vuestra vida interior, del hombre viejo que se corrompe, siguiendo la seducción de las concupiscencias a renovar el espíritu de vuestra mente y a revestiros del hombre nuevo, creado, según Dios, en la justicia y la santidad de la verdad (Ef. 4, 22).
En Ef. 4, 17-19 y 5, 6, 13 incita a los Efesios a que huyan de las malas costumbres de los judíos:
En la 1ª carta de San Pedro se expresa de una manera admirable esta salvación de Cristo por medio de la fe:
Después de explicar de una la manera muy bella el sacerdocio de los fieles, termina con estas palabras: Pero vosotros sois un lenguaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las alabanzas del Señor que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz; vosotros que otro tiempo no erais pueblo, y que ahora sois el pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son compadecidos. (1ª carta de San Pedro 2, 8).
Lucas en los Hechos se adhirió a la teoría de Pablo en estos términos:
Tened pues entendido, hermanos, que por medio de este os es anunciado el perdón de los pecados; la total justificación que no pudisteis obtener por la ley de Moisés la obtiene todo el que cree. Cuidad, pues, de que no sobrevenga lo que dieron los profetas. (HH. 13, 38
9. Concepción de Santiago
La carta de Santiago, dirigida a comunidades judeocristianas, aparece el tema de la piedad legal judía. En el cap. 2, 14-26 el autor se inclina claramente a favor de las obras. La fe en si está muerta, si no se acredita con las obras (12, 17). Para aducir que la fe sin obras no sirve, aduce el ejemplo de Abrahan (2, 21.23) citando el mismo texto de la sagrada escritura (Gen. 15, 6) que Pablo interpreta y valora justamente con valor de la tesis de la justificación por las obras (Gal. 3, 6; Rom. 4, 33): Dice ya creéis como el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe (2, 24).
9. Evolución del concepto de ley en la nueva iglesia
La concepción de la ley está ya plenamente cristianizada en los Padres apostólicos. Hay un distanciamiento de la ley antigua. Se insiste en la moral y en el decálogo. Se habla de la purificación interior, es, decir de lo que nace dentro de corazón (Mt. 7, 15-23; Mt. 15, 10-20; Mac. 7, 21; Mt. 15, 19).
Mateo inculpa a los judíos de que pagáis el diezmo de la menta, del aneto, y del comino, y descuidáis lo más importante de la ley: La justicia, la misericordia, y la fe. Esto es lo que había que p‘raticar, sin descuidar aquello. En la medida en que el cristianismo se fue distanciando del judaísmo, se fue centrando solo en los preceptos morales, abandonando todo el ritualismo y formalismo judío (Mt. 23, 23).
[1] Números 6.
[2]R. Schnackemburg,o.c., p. 87
[3] Rom. 7, 7-12; en Rom. 3, 31 sigue defendiendo la ley: Entonces, por la fe ¿Privamos a la ley de su valor? De ningún modo, antes la afianzamos,
[4] (Rom. 8, 4-12). O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte. Fuimos, pues, con el sepultados en su muerte a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rom. 6 3-5).´
[5] Más vosotros ya no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene Espíritu de Cristo, no le pertenece, más si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya causa del pecado, el Espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros. Aquel que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros. [5]
[6] Porque hermanos habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos con amor los unos a los otros. Pues toda la ley alianza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros (Gal. 5, 13.16.)
[7] Entonces ¿Por la fe privamos a la ley de su valor? De ningún modo. Más bien, la afianzamos (Rom. 3, 3).
[8] Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Cuando se hayan convertido hacia el Señor, entonces caerá el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Más todos nosotros que con el rastro descubierto, reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos trasformando en una misma imagen, cada vez más gloriosos, conforme a la acción del Señor que es el Espíritu (Rom. 3, 15)
[9] Y así antes que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la vigilancia de la ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo, para ser justificados por la fe. Más una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el pecado. Pues todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo; y no hay judío, ni griego, ni esclavo, ni libre; ni hombre, ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahan, herederos según las promesas. Gal. 3, 23 ss.
[10] los gentiles sois coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio de evangelio del que he llegado a ser ministro, conforme al don de la gracia de Dios a mí concedida por la fuerza de su poder…….Quien, mediante la fe en él, nos da valor para acercarnos confiadamente a Dios (Ef- 3, 1-13)
[11] Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto hechura suya somos; creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras, que de antemano dispuso Dios que practicáramos. Ef. 2, 8 ss.
No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Si, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán, antes que pasa una i o un ápice de la ley en que todo se haya cumplido. Por tanto el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ese será grande en el reino de los cielos (Mt. 5, 17).
1. Vigencia de la ley
Mateo afirma que Jesús no ha venido a abolir la ley o los profetas.
No pretendió abolir la antigua ley o los profetas, ya que cumplió como buen judío las normas de la ley. Iba a la sinagoga (Mt. 1, 21), subía a Jerusalén (Lc. 2, 41), visitaba el templo (Mc. 1, 29), y pagaba el tributo al Cesar (Mc. 1724).
La comunidad judeo–cristiana, dirigida por Santiago, era una cumplidora ejemplar de las normas judías. Los nuevos conversos vivían las normas judías y habían aceptado las enseñanzas de Jesús, que las vivían con gran ilusión.
Los primeros conflictos empezaron a plantearse, cuando los judíos quisieron imponer a los gentiles las normas judías que ellos vivían, ya que el nuevo pueblo de Dios era una continuación de la antigua alianza. Los primeros
2. Interrogantes
Otro texto de Lucas, comienza a plantear interrogantes en las comunidades cristianas, ya que Lucas afirma que la ley llega hasta Juan el Bautista, pero a partir de Cristo se anuncia el reino de Dios: La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la Buena Nueva del Reino, y todos se esfuerzan por entrar en él (Lc. 6, 16).
Con dichas palabras da a entender que la ley antigua ha desaparecido con la venida de Jesús, lo cual está en contradicción con el texto enunciado al principio.
El primer conflicto se presenta, cuando los judíos conversos intentan imponer la circuncisión a los gentiles.
Los apóstoles y los presbíteros se reunieron para deliberar y después de la larga discusión, Pedro se levantó y dijo: Por qué ahora tentáis a Dios, queriendo imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos (HH. 15, 6 s.). Con estas palabras de Pedro la cuestión quedó zanjada.
Jesús en el pasaje del joven rico, sigue manteniendo la vigencia de la ley antigua. Maestro bueno ¿Qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna? Jesús le respondió; ¿por qué me llamas bueno?. Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. Él entonces le contestó: Maestro todo eso lo he guardado desde mi juventud. Jesús fijando en él la mirada, lo amó y le dijo: Sólo una cosa te falta, ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme. Pero él al oír estas palabras, se entristeció y se marchó apenado, porque tenía muchos bienes (Lc. 10, 17-22).
El joven se entristeció al oír las palabras de Jesús, le dio la espalda y se marchó, porque era muy rico. Nos dice Mateo que Jesús le amó, porque vio en él un cumplidor de la ley. Le dio pena porque no fue capaz de dar un paso adelante renunciando a los bienes. En esta escena, se da la impresión, que la llamada al seguimiento no es obligatoria.
En la misma línea se encuentra la respuesta de Jesús a uno de los escribas. El escriba pregunta a Jesús, cual es el principal mandamiento y Jesús responde: El primero es, Escucha Israel, el Señor nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que estos. El escriba contestó: Muy bien maestro. Tienes razón al decir que Él es el único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia, con todas las fuerzas y amar al prójimo como así mismo vale más que todos los sacrificios y holocaustos. Y Jesús viendo que le había respondido con sensatez, le dijo: No estás lejos del reino de Dios (Mc. 12, 28-35).
La actitud del escriba se centra en el corazón de la misma ley de Moisés. Añade un elemento nuevo en la respuesta, esto es, que el amar a Dios y al prójimo están muy por encima de los sacrificios y los holocaustos.
Jesús alaba la actitud del joven rico y del escriba, ya que también una de las categorías más importantes de su reino va a ser el amor.
No obstante, en el texto que estamos comentando hay una palabra que nos puede dar un poco de luz para conocer la postura de Jesús, a pesar de la rotundidad aparente de sus declaraciones: No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Si, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán, antes que pase una i o un ápice de la ley en que todo se haya cumplido. Por tanto el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ese será grande en el reino de los cielos (Mt. 5, 17).
3. ¿Qué quiere decir dar cumplimiento a la ley?
La palabra griega plerosai puede significar completar, colmar, perfeccionar, ahondar en el significado o simplemente que se cumpla la ley antigua. En las primeras acepciones, sería evidente que, aunque Jesús no cambia la ley, introduce nuevos matices y nuevas exigencias, profundizando en la ley antigua. Estos retoques perfeccionan la antigua ley, sin abolirla. Esta actitud perfeccionista de Jesús ante la ley, para Mateo, se explicaría, porque Jesús es el Maestro que enseña con autoridad y puede perfeccionar la ley (Lc. 23, 8-10). Esta interpretación, aunque con diversos matices, es admitida por los exegetas.
Jesús, sin embargo, mantiene una actitud muy negativa frente a las normas rituales y ceremoniales. Su postura es especialmente rígida frente al trabajo en el sábado, ya que los judíos habían llegado a una casuística, que se apartaba del corazón de la misma ley. Dirigiéndose a los fariseos, les dice: Habéis anulado la palabra de Dios de vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó Isaías de vosotros, cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que sólo son preceptos de hombres (Mt. 13, 7-9).
La crítica de Jesús no puede ser más radical. El judaísmo ha quedado fosilizado, ya que sus normas se han quedado en la cáscara y en la periferia. Sólo luce el ropaje externo, las incensaciones y reverencias. En la adoración a Dios lo que cuenta es el corazón, no el simple bisbiseo mecánico de los labios. Si a la norma le falta esto, se trasforma en un precepto humano. Esta actitud la va a repetir Jesús en muchas ocasiones.
Jesús condena también la reforma que los rabinos habían hecho de la ley: Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre y el que maldiga a su padre o a su madre, morirá. Pero vosotros decís: Si uno dice a su padre o a su madre: Declaro corbán, es decir, ofrenda, todo aquello con que yo pudiera ayudarte, ya no le dejáis hacer nada por su padre o por su madre, anulando así la palabra de Dios por vuestra tradición, que os habéis trasmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a esta (Mc. 7, 9-13).
Jesús no ha venido a abolir el precepto de honrar y ayudar a los padres. Condena esta tradición del corbán,[1] que impedía ayudar a los padres con bienes dados en ofrenda. Para Jesús es más importe ayudar a los padres que la ofrenda. Los rabinos han anulado la palabra de Dios, por una tradición, que les favorecía, ya que ellos se aprovechaban de estas ofrendas.
Las normas de la Torah no hay que entenderlas en sentido puramente normativo. El amor y la misericordia, que nace del corazón, no puede quedarse encerrado en la simple enunciación del decálogo. Jesús intenta, frente a la interpretación estricta judía, hacer una interpretación originaria de la voluntad de Dios, frente al concepto ritualista y puramente formalista de la ley. Jesús no cambia la ley, la reinterpreta.
Esto se ve mejor en la actitud de Jesús ante el sábado.
Donde más se clarifica esta postura negativa ante la ley, es en los muchos textos que Mateo nos presenta sobre las curaciones de Cristo en el sábado.
Una hermosa tarde pasaba Jesús con sus discípulos por unos sembrados y al pasar, arrancaron unas espigas y empezaron a comérselas. Unos fariseos, que vieron la escena, no pudieron callarse y empezaron a quejarse de los discípulos: Mira cómo hacen en sábado lo que no está permitido. Jesús les dice: ¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad y él y los que le acompañaban sintieron hambre, y cómo entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar y comió los panes de la proposición, que sólo a los sacerdotes es lícito comer y dio también a los que estaban con él?. Y les dijo: El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el hijo del hombre es el Señor del sábado.
Este acto tan trivial de los apóstoles de recoger unas espigas maduras para comérselas y el escándalo de los fariseos van a ser la ocasión, de que oigamos unos de los mensajes más sublimes de Cristo. En el mensaje de Jesús la centralidad está en la persona. Jesús amó a todos los hombres, que encontró en su camino y a todos les fue dando la mano o se acercó a limpiar sus lágrimas. Por esto el sábado no es tan importante como la persona, porque la persona está muy por encima de la ley. Jesús no ha venido a abolir el sábado en su significado más profundo de dar culto a Dios. Ha venido a romper las interpretaciones farisaicas, que apartan al precepto de la verdadera voluntad de Dios, que es amar a las personas y saber que cada uno tiene su nombre.
Otro día Jesús estaba enseñando el sábado en la sinagoga. Vio una mujer encorvada, que llevaba a cuestas esta enfermedad durante dieciocho años. Su vida había sido un tejido de dolores y penas. Al verla Jesús la llamó y dijo: Mujer quedas libre de la enfermedad. Y al instante se enderezó, quedó curada y glorificaba a Dios (Lc.13, 10).
El jefe de la sinagoga se indignó de que Jesús curase en sábado, y decía a las gentes: Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues esos días a curaros, y no en el día del sábado. El Señor replicó: ¡Hipócritas! ¿No desatáis de vuestro pesebre todos lo sábados a vuestro buey y a vuestro asno para llevárselo a abrevar? (Lc. 13, 10 ss.)
Ante la actitud indignada del jefe de la sinagoga, Jesús les replica. ¡Hipócritas! ¿No desatáis de vuestro pesebre todos lo sábados a vuestro buey y a vuestro asno para llevárselo a abrevar? Y a esta que es hija de Abrahan, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿No estaba bien desatarla de esta cadena en día de sábado. (Lc. 13, 10 ss.)
Se repite la misma historia que comentábamos anteriormente. Una mujer que sufre. Un Jesús que percibe su dolor y le devuelve a la normalidad. Puede andar erguida y sin dolores, como hacía dieciocho años no había hecho. La hipocresía y ceguera del Jefe la sinagoga impiden que comprenda el milagro. No le importa el dolor de una mujer encorvada, sus dieciocho años de quebranto, sus ríos de lágrimas derramadas; sólo le importa el sábado vaciado de amor y misericordia. Termina el texto diciendo que el jefe la Sinagoga quedó confundido y que la muchedumbre quedaba admirada de las maravillas que Jesús hacía. Para Jesús la persona vale más que el sábado.
La misma escena, con protagonistas distintos, se produce en otro caso. Jesús había entrado a comer en casa de uno de los fariseos más importantes de la ciudad. Había allí un hidrópico. y Jesús lo curó. Entonces preguntó a unos legalistas y fariseos presentes, ¿ Es lícito curar en el sábado? . Ellos se callaron y Jesús les interrogó, ¿A quien de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en sábado y no lo saca de momento ( Lc. 14, 1 ss.) Entonces le tomó, le curó y le despidió.
Los legalistas y fariseos en este caso se callaron o por respeto al fariseo, que había invitado a Jesús a comer en su casa o simplemente, porque conocían la respuesta. Jesús reconoció por su hinchazón, y por la deformación de su miembros lo muchos dolores que este hombre tenía por la hidropesía. Se compadeció de él y lo curó. Los fariseos en este caso callaron y no replicaron ni con una palabra.
Estaban ya cansados de que Jesús no dejara de humillarles con motivo de las curaciones en sábado
La nueva escena que nos narra Marcos es más viva. Tiene lugar de nuevo en la Sinagoga. Allí Jesús encuentra a un hombre con la mano paralizada. Los fariseos estaban al acecho de si Jesús curaba en sábado para acusarle. Jesús le dijo al enfermo que se colocara delante de ellos. Y les pregunta ¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en lugar de destruirla. Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su cabeza, le dice al hombre: Extiende la mano. Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos para ver como eliminarle (Mc. 03, 1),
La nueva narración introduce matices nuevos. Jesús ha descubierto las intenciones perversas de los escribas y de los fariseos. El dilema que plantea Jesús es también distinto: Hacer el bien o el mal en sábado o salvar una vida y destruirla. Jesús verdaderamente pasó por el mundo, haciendo el bien, resucitó a muchos muertos y pasó por él curando a muchos paralíticos, cojos y ciegos. El bien de la persona está en el epicentro de su vida y el amor a la vida en la plenitud de su mensaje.,
No podían soportar por más tiempo que Jesús rompiera sus tradiciones sabáticas y decidieron matarlo.
Jesús con esta provocación a los judíos da a entender que el amor de Dios y su misericordia son infinitos y que el salvar a la persona está muy por encima del sábado. Descubre el sentido original de la Ley. El hacer el bien y el salvar una vida es más importante que el sábado.
Sin embargo Jesús tiene poco aprecio de las leyes rituales. Entra en casas de los pecadores. Para Jesús la ley del amor y de la misericordia estaban por encima de estas leyes. El verdadero amor nace de dentro.
Jesús predica un ethos nuevo: Tiene la pretensión de anunciar de forma pura y absoluta la voluntad divina, porque con él se inicia el reino de Dios.[2]
4. Dos formas distintas de entender esta confrontación.
Llegados a este punto podemos preguntarnos ¿Cómo entendió la Iglesia primitiva esta relación de la ley antigua con la nueva. Hay dos formas de filtrar el tema. En el cristianismo primitivo existen las comunidades judeocristinas y la comunidades del mundo gentil.
Cada una de ellas mantiene una relación distinta con la ley antigua. Con este motivo van a surgir confrontaciones como vamos a ver posteriormente. El primer encuentro se produce entre Pedro y entre Pablo por la cuestión de los alimentos. Pablo se ha dedicado a la evangelización del mundo gentil, mientras que Pedro está más cercano a los conversos judíos.
Pablo nos narra este desencuentro de esta manera: Se enfrentó con Pedro: ya que comía en el grupo de los gentiles, pero una vez que aquellos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor a los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. Pero en cuanto ví que no procedía, según la verdad del evangelio, dije a Cefas en presencia de todos. Si tú, siendo judío, vives como un gentil y no como un judío ¿Cómo fuerzas a los gentiles a Judaizar (Gal. 11 ss.).
La razón de la confrontación era que Pedro tomaba en relación a los alimentos impuros formas de actuar distintas, según estuviera o con los judíos o con los gentiles.
La cuestión queda zanjada, ya que los gentiles pueden seguir con sus normas.
5. El primer comunismo de la historia
Los hechos de los apóstoles nos presentan la vida de la primera comunidad judeo-cristiana, que vive, cumpliendo con normalidad las normas de la Torá, ya que siguen asistiendo al templo y viviendo en sus comunidades el espíritu de Cristo. La comunidad cristiana de Jerusalén celebra la eucarística en las casas, y ponen en común de todos los bienes. Su irradiación y testimonio era tan fuerte, que muchos judíos, fariseos y sacerdotes se convertían (HH. 6, 7; 15, 2).
Los Hechos lo cuentan de esta manera:
Acudía asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión y a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderó de ellos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. (HH. 2, 42 ss.). Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar.
5. Apertura a los gentiles
Un nuevo acontecimiento va a abrir el cristianismo al mundo de la gentilidad. Después de una visión que tuvo Pedro, ampliamente contada en HH. 10, 16). Pedro fue a casa de Cornelio, el cual estaba acompañado de otros gentiles. Pronunció un largo discurso (HH. 10, 34) y cuando estaba hablando, quedó sorprendido de que el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la palabra. Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro dijo: ¿Acoso puede alguno negar el agua del bautismo a estos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. (HH. 10, 44).
A partir de este momento la iglesia se va abrir a los gentiles y van surgir nuevos problemas con las comunidades nuevas ante la divergencia de dos mentalidades distintas.
Pedro se ve obligado a justificar ante los judíos su postura, ya que los cristianos de Jerusalén inculpaban a Pedro de que había entrado en casa de incircuncisos. Pedro les explicó su visión y lo sucedido en la casa de Cornelio. Termina el texto diciendo Al oír esto se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: Así, pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida (HH. 11, 1 ss).
A partir de este momento se van a plantear nuevos problemas sobre la vigencia de muchas normas judías en el ámbito cristiano, como hemos apuntado anteriormente
Algunos de la secta de los fariseos, convertidos al cristianismo piden que es necesario circuncidar a los gentiles y mandarles guardar la Ley de Moisés (HH. 15, 5).
Los apóstoles se reunieron para reflexionar sobre el asunto, y Pedro levantándose, dijo este hermoso discurso:
Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles las palabras de la buena nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor, comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones en la fe ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios, queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni vuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos.
La visión, desde Pablo de este Concilio de Jerusalén es vista por Pablo en Gal.2, 1-14: El primer choque lo describe Pablo en la carta a los Gálatas en estos términos, como dijimos anteriormente. Más cuando vino Cefas a Antioquia, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de represión. Pues antes que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquellos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos.
Toda la asamblea calló y oyeron a Pablo y a Bernabé los prodigios que el Señor había obrado por medio de ellos entre los gentiles.
El helenista Felipe había bautizado también a un eunuco. Este era un alto funcionario de la Reina de los etiopes. Después de acompañarle en su carro y explicarle las antiguas escrituras y comentarle que estas se referían a Jesús de Nazaret, se pararon junto a un arroyo y lo bautizó. En ese momento el Espíritu arrebató a Felipe y el eunuco, no volvió a verle. (HH. 8, 26)
Comienzan a producirse los primeros conflictos entre las comunidades, formadas por judíos y gentiles. La acusación viene motivada, porque los helenistas se quejan de los hebreos de que sus viudas son desatendidas en la asistencia cotidiana. La comunidad, a instancias de los apóstoles, elige siete varones, a los que imponen las manos, para que se dedicaran a este servicio. Nace un nuevo servicio, la diaconía. Los apóstoles lo explican, porque deben dedicarse al anuncio de la palabra y a la oración. Entre ellos se encontraban Esteban y Felipe, que tanto protagonismo van a tener en la iglesia primitiva.
Acusan a Esteban de que non cumple la ley. Unos falsos testigos declaran que no habla bien del lugar santo y de que intentaba cambiar las costumbres, que Moisés nos había trasmitido (HH. 6, 14). Esteban se defendió pronunciando un largo discurso. A pesar de su defensa, terminó en la cárcel y posteriormente apedreado y asesinado (HH. 6, 8:7, 55).
Una fuerte persecución se levantó en Jerusalén contra este grupo, dirigido por Esteban. Se vieron obligados a dispersarse por las regiones de Samaria y Galilea, no siendo perseguidos los apóstoles.
No terminaban de arreglarse los problemas. Pablo se dedicó a los gentiles y Pedro a los circuncisos.
Es necesario anotar que a la partida de Pedro, Santiago se hace cargo de la comunidad de Jerusalén,
Después del tumulto de la revuelta de los orfebres en Efeso, Pablo se dirigió a Macedonia. Después a Grecia, donde estuvo tres meses.
De nuevo vuelve a Jerusalén, para reunirse con Santiago. Éste le dijo: Ya ves, hermano, cuantos miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la ley. Algunos han oído decir que enseñas a todos los judíos que viven entre los gentiles, que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las tradiciones (21, 21)
Para evitar las habladurías, le aconsejaron que rescatara por una suma de dinero, del voto nazireato de cuatro hombres, que no había podido hacerlo por su pobreza.
En las comunidades mixtas Pablo había defendido la libertad de conciencia para comer carne sacrificada a los dioses, a nos ser en caso de escándalo en contra de las normas judías (1 Cor. 9, 11 y Rom. 1, 14.; 1 Cor. 8, 7-14) y había empezado a distanciarse de la ley judía, ya que para él la justificación nos viene por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley..Yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy crucificado y, vivo, pero no yo, sino es Cristo quien vive en mí. (Gal. 2, 15, ss)
6. La justificación por la fe
Pablo como acabamos de ver hizo juicios muy negativos sobre la ley judía. Da más importancia a la fe, sin ir contra la ley, ya que la justicia viene por la fe en Jesucristo, que es la única que salva al hombre. Pablo dice a este propósito: Entones, ¿Para que la ley?. Fue añadida en razón de las transgresiones, a quien iba destinada la promesa, la ley que fue promulgada por los ángeles y con la intervención de un mediador. Ahora bien, cuando hay uno solo no hay mediador, y Dios no es uno solo. Según esto ¿La ley se opone a las promesas de Dios? ¡De ningún modo! Si de hecho se nos hubiera otorgado una ley capaz de vivificar, en este caso la justicia vendría igualmente de la ley. Pero de hecho, la Escritura encerró todo bajo el pecado, a fin de que la promesa fuera otorgada a los creyentes mediante la fe en Jesucristo (Gal. 3, 23 ss.).
Para Pablo la fe es la que salva al hombre. La relación entre fe y ley, no obstante no sigue siendo clara.[3]
El principio general que anuncia es que no existe la justificación por las obras, sino por la fe (Gal. 2, 16; Rom. 3, 20-28; Fil. 3, 9), aunque la justificación por la fe obliga al cristiano a cumplir las exigencias de la ley con el poder del Espíritu Santo, ya que, por el bautismo fuimos bautizados en su muerte y empezamos a vivir una vida nueva.[4] Gracias al Espíritu debemos hacer que mueran en nosotros las obras del cuerpo. Los cristianos ya no viven en la carne, sino que es el Espíritu que habita en ellos, es El que les da la vida.[5]
Pablo dice a los Gálatas que han sido llamados a la libertad, y que el camino de la libertad es el amor al Prójimo, ya que la alianza adquiere su plenitud en el amor y no en el libertinaje.[6]
Pablo afirma que la nueva ley tuvo vigencia para los creyentes bajo una forma nueva (Rom. 3, 31, bajo una alianza nueva que se realiza en el Espíritu, no en la letra (2 Cor.2,6) y que nos lleva a la libertad dada por la fuerza del Espíritu Santo (2, Cor. 3. 17). La fe debe demostrar toda su eficiencia en el amor.
Pablo se pregunta si la ley ha perdido su valor. La ley sigue existiendo, nos afianza, pero es la fe la que nos justifica.[7]
El cristiano gracias a la fe se va trasformando en una imagen cada vez más gloriosa conforme a la acción del Señor, que es el Espíritu. [8]
Para Pablo, lo repite insistentemente, es la fe la que justifica al hombre (Rom. 3, 24), La ley fue dada al hombre, desde Moisés hasta Cristo, es divina y buena, (Rom. 7, 9), Fue dada en un periodo de condenación para que abundara el delito (Rom. 5, 20 y para dar conocimiento del pecado (Rom. 3, 20)).
El valor de la ley desaparece con la venida de Cristo. Después de su venida la fe santifica al hombre, ya que nos hace hijos de Dios y hemos sido revestidos de Cristo. La fe nos ha hecho hermanos en un sentido global, ya que todos somos hermanos: judíos o griegos, esclavos o libres, hombres o mujeres. Con estas palabras se produce la gran revolución en Cristo, que va a socavar los mismos cimientos de la civilización humana. Y termina presentando la continuidad de la nueva y la antigua promesa afirmando que el reino de Cristo es el heredero de la promesa hecha a Abrahan.[9]
El camino de la salvación, tanto para judíos como para gentiles es Jesucristo (Gal.2, 16; Rom. 3, 20-28), porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo creyente (Rom. 10, 4; Gal.3, 24). Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahan, herederos según la promesa ((Ga., 3, 29).
En la carta de Pablo a los efesios 3, 1-13, escrita a los pagamos hacia el año 80, van desapareciendo las aristas que encontramos entre ley y fe. Los gentiles como los judíos son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa, ya que por la fe se han acercado confiadamente a Dios.[10]
Hemos sido salvados por la gracia mediante la fe. La salvación nos viene de las obras para que nadie se gloríe.[11]
8. la ley del Espíritu y de la gracia
Por consiguiente ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús, te liberó de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne a fin de que la justicia de la ley, se cumpla en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el Espíritu (Rom., 1,6.).
A la exigencia cristiana del amor la llama también la ley de Cristo (Gal. 3, 14).
Esta ley del Espíritu es un impulso hacia el bien, más que una norma.
La preocupación de Pablo es que los cristianos se dejen arrastrar por el mismo Espíritu y se revistan del hombre nuevo, creado según Dios, en justicia y santidad de la verdad.
Habéis sido enseñados a despojaros, en cuanto a vuestra vida interior, del hombre viejo que se corrompe, siguiendo la seducción de las concupiscencias a renovar el espíritu de vuestra mente y a revestiros del hombre nuevo, creado, según Dios, en la justicia y la santidad de la verdad (Ef. 4, 22).
En Ef. 4, 17-19 y 5, 6, 13 incita a los Efesios a que huyan de las malas costumbres de los judíos:
En la 1ª carta de San Pedro se expresa de una manera admirable esta salvación de Cristo por medio de la fe:
Después de explicar de una la manera muy bella el sacerdocio de los fieles, termina con estas palabras: Pero vosotros sois un lenguaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las alabanzas del Señor que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz; vosotros que otro tiempo no erais pueblo, y que ahora sois el pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son compadecidos. (1ª carta de San Pedro 2, 8).
Lucas en los Hechos se adhirió a la teoría de Pablo en estos términos:
Tened pues entendido, hermanos, que por medio de este os es anunciado el perdón de los pecados; la total justificación que no pudisteis obtener por la ley de Moisés la obtiene todo el que cree. Cuidad, pues, de que no sobrevenga lo que dieron los profetas. (HH. 13, 38
9. Concepción de Santiago
La carta de Santiago, dirigida a comunidades judeocristianas, aparece el tema de la piedad legal judía. En el cap. 2, 14-26 el autor se inclina claramente a favor de las obras. La fe en si está muerta, si no se acredita con las obras (12, 17). Para aducir que la fe sin obras no sirve, aduce el ejemplo de Abrahan (2, 21.23) citando el mismo texto de la sagrada escritura (Gen. 15, 6) que Pablo interpreta y valora justamente con valor de la tesis de la justificación por las obras (Gal. 3, 6; Rom. 4, 33): Dice ya creéis como el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe (2, 24).
9. Evolución del concepto de ley en la nueva iglesia
La concepción de la ley está ya plenamente cristianizada en los Padres apostólicos. Hay un distanciamiento de la ley antigua. Se insiste en la moral y en el decálogo. Se habla de la purificación interior, es, decir de lo que nace dentro de corazón (Mt. 7, 15-23; Mt. 15, 10-20; Mac. 7, 21; Mt. 15, 19).
Mateo inculpa a los judíos de que pagáis el diezmo de la menta, del aneto, y del comino, y descuidáis lo más importante de la ley: La justicia, la misericordia, y la fe. Esto es lo que había que p‘raticar, sin descuidar aquello. En la medida en que el cristianismo se fue distanciando del judaísmo, se fue centrando solo en los preceptos morales, abandonando todo el ritualismo y formalismo judío (Mt. 23, 23).
[1] Números 6.
[2]R. Schnackemburg,o.c., p. 87
[3] Rom. 7, 7-12; en Rom. 3, 31 sigue defendiendo la ley: Entonces, por la fe ¿Privamos a la ley de su valor? De ningún modo, antes la afianzamos,
[4] (Rom. 8, 4-12). O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte. Fuimos, pues, con el sepultados en su muerte a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rom. 6 3-5).´
[5] Más vosotros ya no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene Espíritu de Cristo, no le pertenece, más si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya causa del pecado, el Espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros. Aquel que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros. [5]
[6] Porque hermanos habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos con amor los unos a los otros. Pues toda la ley alianza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros (Gal. 5, 13.16.)
[7] Entonces ¿Por la fe privamos a la ley de su valor? De ningún modo. Más bien, la afianzamos (Rom. 3, 3).
[8] Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Cuando se hayan convertido hacia el Señor, entonces caerá el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Más todos nosotros que con el rastro descubierto, reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos trasformando en una misma imagen, cada vez más gloriosos, conforme a la acción del Señor que es el Espíritu (Rom. 3, 15)
[9] Y así antes que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la vigilancia de la ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo, para ser justificados por la fe. Más una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el pecado. Pues todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo; y no hay judío, ni griego, ni esclavo, ni libre; ni hombre, ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahan, herederos según las promesas. Gal. 3, 23 ss.
[10] los gentiles sois coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio de evangelio del que he llegado a ser ministro, conforme al don de la gracia de Dios a mí concedida por la fuerza de su poder…….Quien, mediante la fe en él, nos da valor para acercarnos confiadamente a Dios (Ef- 3, 1-13)
[11] Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto hechura suya somos; creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras, que de antemano dispuso Dios que practicáramos. Ef. 2, 8 ss.