miércoles, 26 de diciembre de 2007

SERMON DE LA MONTAÑA (XVII). LA ORACIÓN (Mt. 7, 7-11)

9. La oración (Mt. 7, 7-11).
1. La crisis actual de la oración.

Uno de los temas más candentes en el nuevo testamento es la necesidad de la oración. El hombre actual está tan enfrascado en los quehaceres humanos, que no encuentra un momento para encontrase con Dios. En las sociedades primitivas, el hombre, acuciado por las necesidades vitales necesitaba acudir a Dios, para que le enviara la lluvia, le curara los animales y le librara de las miles de enfermedades que rondaban en su existencia. Para el hombre actual la penicilina es el dios, que lo cura todo. Mira más a la tierra que a Dios. Aunque no haya perdido la fe, Dios apenas cuenta en su vida. Es un ser lejano, del que sólo se acuerda en los momentos más trágicos de su vida. Si Dios existe, no necesita acudir a él, porque ya sabe lo que necesitamos.

La mentalidad de hombre actual está incidiendo en esta crisis de la oración. El hombre, como ser autónomo, está explicando el mundo sin necesidad de Dios. La cultura moderna ha secularizado el mundo. Su mentalidad racionalista y científica hace que sólo le interese lo que palpa, lo que está cercano, lo que es objeto de experiencia. Dios no es experimentable y no le interesa. El mismo hombre se ha trasformado en dios y ya no lo necesita.


2. Jesús nos invita a orar de esta manera.

. Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas, y en las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su recompensa. Tú en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te lo recompensará. Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis ante de pedírselo (Mt. 5-8).
Jesús nos invita a buscar los silencios. Estamos tan ocupados que no tenemos tiempo para buscar un rato de tranquilidad para hablar con nuestro Padre, que está en el cielo. Hoy más que nunca, en el trajín de la modernidad, necesitamos el desierto. Recogernos en el silencio de nuestro cuarto, al margen del tumulto y del estruendo de la calle. Jesús oraba en cualquier sitio: En la montaña, en el mar, en el valle, en el templo; se refugió en las tinieblas de la noche, donde sólo se oye el tintineo de las estrellas y el agudo silbido de los mochuelos. Jesús como buen judío acudía con frecuencia al templo y a la Sinagoga a orar o se apartada de sus discípulos para ponerse en contacto con su Padre.

3. Dimensión bíblica y teológica de la oración.

a. La Fe y la oración están íntimamente unidas. La oración es una exigencia irrenunciable de la propia fe. Para orar es necesario creer y para creer es necesario orar. No es posible vivir la fe sin alimentarla con la oración.
Dios es Padre y el hombre es imagen e hijo de Dios. Dios le llama y el hombre debe responder a esa llamada. La oración es respuesta, llamada, encuentro, diálogo y apertura a Dios

Cuando se ama, se desea hablar constantemente con el amado, o, al menos, contemplarlo incesantemente. En esto consiste la oración (Charles Foucauld).

b. Dios nos habla personalmente, llegando al fondo de nuestra alma, penetrándonos con su silencio.
Dios nos habla a través de su palabra escrita, cuando la actualizados y la hacemos palabra viva para el mundo de hoy.
La oración aumenta la fe, la esperanza y la caridad.
La oración es una exigencia vital, Dice Kart Rahner: Cuando huyo de la oración, del silencio, no quiero huir de Ti, sino de mi.

4. Oración en Israel.

a. La oración en el pueblo de Israel hay que comprenderla en el contexto de la alianza.

En virtud de este pacto, Dios habla a su pueblo y éste le escucha, le responde y guarda sus palabras en lo más profundo de su corazón.
Jahvé ha hecho una alianza con su pueblo, lo llama, lo conduce, y sale a su encuentro,

Israel es el pueblo de Dios y llega a ser su pueblo, con su propia identidad, cuando descubre que está cercano y le alienta en su camino frente a la tiranía de los pueblos cercanos.

Israel le obedece, escucha su palabra y su llamada, y le sigue (Deut. 4,1). Su oración es un reconocimiento continuo de la obra de Dios en la historia de la salvación.

Pero a pesar de esta cercanía, Jahvé, el Dios todo poderoso, le inspira también miedo y terror. Ver a Jahvé es morir. Es un Dios cercano y lejano, amoroso y terrible. La lejanía de Dios le inspira miedo y su cercanía amor y reverencia.
Jesús es el ser cercano y humanizado. Hay una diferencia en oración del antiguo y nuevo testamento.


5. Oración y abandono.

En la medida que el hombre transciende lo humano y se entrega al Absoluto, nace en él una intensa experiencia religiosa y una relación tan profunda con el Otro, que ni la muerte puede romper.
A partir de este momento Dios es para él su refugio, su confianza, su felicidad, su esperanza, su todo.

Sólo le interesa una cosa: La certeza de un Dios cercano que le ama (Salm. 130).
El abandono es fruto del amor, en la medida que el hombre profundiza en el amor, vive con más intensidad el amor de los místicos. El hombre se sumerge en la nada de si mismo.

Toda la oración de los salmos es una toma de conciencia de nuestra pobreza y finitud y de que estamos puestos en las manos de Dios. Fueron sobre todo los místicos, los que sintieron, los que se abandonaron a Dios, como un niño se abandona en los brazos de su Madre. Ellos, como nadie sintieron sus limitaciones, su nada, su sumisión y amor a Dios. Dios es la luz, que iluminaba sus vida en su finitud, Estaban inmersos en Dios, como el pez en el agua. El sentido de su vida, se lo daba esa presencia divina, la sentían en todos los momentos de la vida.
Ese fiat voluntas tua les despojaba de sus egoísmos y les sumergía en Dios
.
6. El Dios de los profetas.

En la literatura profética la oración nace de lo más profundo del corazón. Los profetas desprecian los ritualismos. La oración se interioriza en lo más profundo de su corazón. Por ese denuncian muchas veces que Israel le adora con los labios y no con el corazón. Su culto está vacío, sus palabras huecas y sus pensamientos podridos.

Los profetas ponen su confianza en un Dios, que viene a salvar al pueblo de Israel; Ellos son los mensajeros, que denuncian las tropelías de su pueblo y les invitan a lanzarse a la aventura de hacer realidad entre los hombres el amor y la justicia.
Para los profetas la oración y la conversión deben ser permanentes para que el hombre, renovado y cambiado, pueda construir un mundo, donde no reine el odio, el terror o el miedo.

Denuncian que no puede haber fisura entre oración y vida, entre culto y promoción de los valores éticos, entre adoración a un Dios santo y el trabajo para liberar al mundo de su pecado.


7. La oración de petición.

No hay que orar para tener, sino para ser.
Dios no es un Dios tapaagujeros, ni la explicación teórica de nuestras ignorancias, ni el vengador de los desórdenes humanos, ni le fontanero que arregla nuestras averías.
Debemos pedir a Dios, pero es necesario que nuestra oración se purifique como la de Job.
Pedir, sí, pero con el fiat voluntas tua en los labios.

La oración no nos exime de la lucha de cada día, del conflicto o de la dialéctica de la vida con sus contradicciones.
La oración, como Jesús en el huerto, hay que vivirla en la oscuridad o en la tensión y en la más absoluta gratuidad, con el corazón puesto en Dios, en cuyas manos debemos ponernos.
Los discípulos le pidieron a Jesús, que les enseñara una oración. Jesús le enseñó la oración del Padre Nuestro, que se ha repetido continuamente en los veinte siglos de cristianismo y que es la mejor oración de petición que los cristianos podemos hacer. En esta oración Jesús nos invita a que pidamos la venida del reino, a que se haga la voluntad de Dios, a que nos dé el pan de cada día, a que sea santificado su nombre, a que el Señor nos perdone nuestros pecados y ofensas, y a que no nos deje caer en la tentación (Mt. 6, 5-15)
Jesús nos invita a ser perseverantes y constantes en la oración. Dios es misericordioso y ello nos estimula a acudir al Señor con más fe y esperanza: No deis a los puercos lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas y después, volviéndose os despedacen. Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque solo el que pide, recibe; el que busca halla, y al que le llama, se abrirá ¿O hay entre vosotros alguno que al hijo le da una piedra; o si le pide un pescado, le da una culebra?. Si, pues vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡Cuánto más vuestro Padre celestial que está en los cielos, dará cosas buenas a los que se la pidan (Mt. 7, 6. -1; Mt. 21,22).

Pablo pide a los Romanos que pidan por él, deseándoles la paz: Pero os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones, rogando a Dios por mí para que me vea libre de los incrédulos de Judea, y el socorro, que llevo a Jerusalén sea bien recibido por los santos y pueda también llegar con alegría a vosotros para disfrutar de algún reposo entre vosotros. El Dios de la paz esté con todos vosotros (Rom. 25, 30; Col. 4,12; Lc. 11,2,13; HH. 12, 5).

Con gran insistencia ruega a los Efesios que le encomienden a Dios con el fin de que le dé fuerzas y acierto para anunciar con valentía el misterio del evangelio: Tomad también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos y también por mí, para que me sea dada la palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el misterio del evangelio (Ef. 6, 18-20).

8. Diversas formas de oración

Dice el Catecismo de la Iglesia católica que en la tradición de la Iglesia hay diversas formas de Oración: El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús, la educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendición, petición, intercesión, acción de gracias y alabanza.( 2644).
Estas formas sencillas de oración fueron muy frecuentes en el monacato. Ya que los primeros ermitaños y monjes no eran hombres muy cultivados y la repetición de textos bíblicos, que se formulaban en forma de jaculatorias, eran muy frecuentes. Especialmente el Padre Nuestro y el ave María. Con el tiempo los fundadores fueron enseñando nuevas oraciones llenas de unción y fervor.
A. Oración de bendición y de adoración.
Son muy frecuentes en San Pablo. Podrían ponerse muchos ejemplos, pero no quiero ser reiterativo. Pablo, con un lenguaje, muy sencillo y espiritual pide por los Romanos para que el Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu santo (Rom. 15, 13).
En la carta a las efesios suplica que los colme de bendiciones y gracias: Bendito seas el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos e y en la tierra (Ef. 1, 3-4).
Pedro bendice a Dios Padre, porque ha derramado su misericordia sobre sus fieles: Bendito sea Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, quien por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza vida (1 Pedr.3-9).
B. Oración de acción de gracias y de alabanza
El hombre siente su finitud y se conmociona ante los mil avatares de su vida. Por esto se dirige a Dios, dándole gracias por los favores recibidos. Esta fórmula era muy querida para Pablo: Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser materia de la acción de gracias que, participando en la de Cristo, debe llenar toda la vida: "En todo dad gracias" (1 Ts 5, 18). Por la oración de alabanza nos dirigimos, para cantar su grandeza infinita y dar gracias por los favores recibidos
Pablo da gracias al Señor por el buen ejemplo y testimonio que dan los colosenses: Dad gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por vosotros en vuestras oraciones, al tener noticias de vuestra fe en Cristo Jesús y de la caridad que tenéis con todos los santos (Col. 1, 3:Efes. 1, 16-17).
C. Petición por cualquier necesidad.

El gran mediador en nuestras necesidades es Cristo y el Espíritu Santo, que se nos ha dado para que esté siempre con nosotros. Esta presencia nos tiene que ayudar a ser más providentes y confiados en el Señor: Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, porque el Padre sea glorificado en el hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre (Jn. 14, 13).
Para Santiago la mejor petición que podemos hacer al Señor es que nos conceda la sabiduría y nos aumente la fe, ya que de esta manera no seremos arrastrados por el fuerte oleaje de mar, a causa de nuestra inconstancia: Pero que pida la (sabiduría) con fe, sin vacilar; porque el vacila es semejante al oleaje del mar, movido por el viento y llevado de una parte a otra (Sant. 1, 5.8)
D. Oración de intercesión
La oración de intercesión es la más usada por San Pablo. En nuestra liturgia actual se sigue usando, ya que todo lo pedimos por mediación de Cristo o en el nombre de Cristo. Jesús es el gran intercesor (Rom. 8, 34).
Cristo ha sido victima de propiciación y tenemos que tener plena confianza en Él: Hijos míos os escribo para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que aboga ante el Padre, a Jesucristo, el justo. El es la victima de propiciación no sólo por nuestros pecados, sino también por los del mundo entero (1 Jn. 2, 1).
Timoteo ruega que se pida por las autoridades para que podamos disfrutar de paz y tranquilidad: Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes, y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad (Tim. 2, 1).
E. Oración para el perdón

Es muy frecuente en la Escritura que los fieles acudan al Señor pidiendo el perdón de nuestros pecados. Jesús recomienda perdonar a los que nos ofenden: Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos os perdone vuestras ofensas (Mc. 11, 26)
En el Padre nuestro pedimos al Señor que perdone nuestros pecados (Mc. 11, 26)).


8. La oración de Jesús

Jesús como Hijo de Dios está en relación permanente con el Padre.
Jesús escucha la voluntad del Padre y responde siempre a su llamada, aún en el dolor y la humillación de la pasión cercana. Jesús ha venido a hacer la voluntad del Padre. Todas sus peticiones están subordinadas a ello.
Jesús fue un hombre de oración y estuvo en contacto permanente con el Padre: De madrugada cuando todavía estaba todo oscuro, se levantó, salió, y fue a un lugar solitario, donde se puso a orar ( Mt. 14, 23; Mc. 1, 35; 6, 46).

En la curación de los enfermos siempre oraba. En la vera del camino se encontró con un tartamudo sordo y levantando los ojos al cielo, dio un gemido y dijo: Effetá, que quiere decir ábrete. Se abrieron sus oídos, y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente ( Mc. 7, 24; Mt. 9, 28).

Ante las dificultades que tuvieron los discípulos para curar a un endemoniado epiléptico, después de curarlo, dijo a sus discípulos: Esta clase no puede ser curada, si no es con la oración ( Mc. 9, 24).
Al recibir el bautismo en el Jordán, Jesús oró ( c. 3, 21).
En la resurrección de Lázaro se dirigió al padre y le dijo: ¡Padre, te doy gracias, porque me has oído!.

En los momentos más culminantes de su vida, Jesús se dedicaba a la oración
En la profesión de fe de Pedro: Mientras estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y les dijo. ¿Quién dice la gente que soy yo? ( Lc. 9, 18; 11, 1; Mt. 26, 36).

Cuando eligió a sus discípulos: Estuvo orando toda la noche (Lc. 6, 12).
En la transfiguración se retiró al monte Tabor a orar (Lc. 9, 28).

En Getsemaní: Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres
Antes de la pasión se dirigió a sus discípulos y les dijo: ¿Con que no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación; que el espíritu está pronto pera la carne es flaca (Mt. 26, 39)
En el momento de la cruz acude al Padre: Dios mío, Dios mío por qué he has abandonado (Mc. 12, 34).
Padre en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc. 23, 34)
Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen (Mt. 26, 39; Lc 23, 34.

La oración sacerdotal es un ejemplo de oración al Padre, pidiendo de una manera especial por sus discípulos, para que vivieran la exigencias del amor (Jn. 17, 1 ss.).

9. La oración de los cristianos.

Los cristianos se dirigen al Padre por medio de Jesucristo.
Jesús ha instaurado una nueva alianza y comunión entre los hombres.
La perseverancia: Entre otros consejos Pablo pide a los romanos que sean constantes en la oración (Rom. 12, 12). El mismo consejo da a los Tesalonicenses: Orad constantemente ( Tes. 5, 17)
La actitud del cristiano en la oración debe ser de humildad y sencillez: Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que llegada la ocasión, os ensalce, confiadle todas vuestras preocupaciones, pues el cuida de vosotros. Sed sobrios y velad (1 Pedro 5, 60.)
Jesús antes de ser prendido dijo a sus discípulos: Levantaos y orad para no caer en la tentación (Lc. 22, 46).

Oración ante la parusía: El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad la oración y la súplica, acompañadas de acción de gracias. Y la paz de Dios que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos (Fil. 4, 6).

Jesús nos enseñó a dirigirnos al Padre, en su nombre, ya que de esta forma nuestra oración será oída (Mc. 11, 24; Jo. 14, 13; 15, 7; 16, 23).
Orar con los sentimientos de Jesús: La venida del reino, el perdón de los pecados, la perseverancia, el pan de cada día.
El Espíritu Santo ora con nosotros y da testimonio de que somos hijos de Dios (Rom. 8, 16).

El mismo Espíritu asume nuestras debilidades e intercede por nosotros con gemidos inenarrables (Rom. 8, 26).
Es difícil sentirse pobres, en un mundo que lo tiene todo y lo explica todo.
La oración, como expresión de la fe, nos hace sentir la filiación divina.

Es necesario descubrir los silencios de Dios y nuestros silencios.
En la elección de los siete diáconos, los apóstoles nos hacen ver la necesidad de la oración: Mientras nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra (HH. 6, 4.).

La oración comunitaria de las primitivas comunidades cristianas las describe San Lucas de esta manera: Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María la Madre de Jesús y de sus hermanos ( HH. 1, 14).

La Asamblea acudía asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, y a la fracción del pan y a las oraciones HH, 2, 42.

10. Oración y compromiso.

La oración no puede quedarse en pura palabrería, desconectada de la vida. Dice San Juan: Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a la plenitud,. En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros (1 Jn. 4, 12-13).

Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino sólo la fe que actúa en la caridad Gal. 5, 6
La oración es una experiencia de Dios que nos posee y habita en nosotros.
Es la experiencia de un Dios que nos habla en el silencio.
La oración me pone en comunicación con Cristo, pero me abre también a otros, que son parte de su cuerpo místico.

Esta experiencia nos inserta en una experiencia con nosotros, con Dios, con los otros y con el mundo. Potencia también nuestra libertad, pues no hay libertad más grande que depender de Dios por amor, llevándolo en la inteligencia y en el corazón.

Pero al mismo tiempo potencia mi relación y el diálogo con los hombres, ya que nos hace menos egoístas y encerrados en nosotros mismos. El mundo no es mi yo, como epicentro, sino el nosotros de la solidaridad.

Me ayuda a escuchar a los otros, a percibir sus gemidos y sus gritos. MI comunión con ellos no es periférica, sino profunda, pues Dios está en medio.
Al hablar manifestamos lo que llevamos dentro; al escuchar acogemos al otro como es y al responder, lo aceptamos en su plenitud,
No podemos amar al Dios que no vemos, si no amamos a los hermanos que tenemos cerca.

Banhoeffer decía: La vida cristiana se puede parangonar con un coral para órgano de Bach: "En un coral, el "cantus firmus" es el amor de Dios, y el contrapunto el amor de las criaturas. La existencia reconciliada es una polifonía de la caridad.

11. La oración y el mundo.

Dios está en el mundo y en las cosas. El mundo como el hombre son criaturas de Dios. El universo es el gran templo de Dios, que nos descubre su grandeza. Cuando vamos por el mundo con los ojos de Francisco de Asís, descubrimos la grandeza de Dios. El silencio de los valles, y de las montañas, la profundidad del mar y sus aguas azules, los estrellas brillantes en la noche, y el sol que nos acompañan en el día, son hermanos nuestros, que nos sumergen en los misterios de Dios.

El cristiano en cuanto hombre está en el corazón de la historia de los hombres de su tiempo y debe empeñarse en la construcción de mundo más humano, más justo y más fraternal. Por eso el trabajo es también oración.

Con su trabajo debe recrear el mundo. Es un mandato de Dios que trasformemos el mundo en un santuario de paz, de justicia, de hermandad y de libertad.
Me gusta leer con frecuencia el canto de Francisco de Asís a las criaturas, especialmente estos versos:

Alabado seas, mi Señor,
en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.


12. Oración y fidelidad.

La oración nos hace descubrir que Dios nos llama y tenemos que ser fieles a esa llamada. Esta fidelidad hecha, de silencios y renuncias, nos une cada vez más al Señor.
La fidelidad es recuerdo y memoria de lo que Dios ha hecho por nosotros y esto le entendemos en la oración. La infidelidad es traición, lejanía de Dios, apostasía. La infidelidad es romper con el amor absoluto, que nos tiene Dios. Es alejarnos de Dios, en busca de otros horizontes. Es caer en el pecado. El pueblo de Israel, rompió la alianza, que tenía con Dios en muchas ocasiones. Nosotros también.
En la medida que nos alejamos de Dios, nuestra fe disminuye y nuestra oración es una pequeña llama encendida, que puede terminar apagándose.



13. Meditación y contemplación

La meditación cristiana consiste en leer un libro de la sagrada escritura o una de las verdades de la fe. Reflexionar y profundizar sobre ellas. Descubrir la voluntad de Dios, para conformar nuestra vida con estas exigencias, entrando en dialogo con Dios. Después de la reflexión, viene la oración, ya que de lo contrario nos quedaríamos en un simple estudio más o menos profundo. Decía San Juan de la Cruz: Buscad leyendo y hallaréis, meditando.
En la contemplación el hombre no razona. Se sumerge en Dios en un estado de quietud, amor, paz y sosiego. Es la unión del alma con Dios. El contemplativo se queda a solas con Dios en el silencio más absoluto y en comunión con Dios uno y trino. Esa contemplación es un don de Dios y muy pocos la adquirieren. San Juan de la cruz fue un ejemplo admirable de contemplativo.
. Se habla de contemplación infusa, aunque haya que buscarla y practicarla Pedro Finkler decía: El contemplativo prefiere amar la maravilla que descubre en vez de tratar de comprenderla.
Otra forma de contemplación más sencilla consiste en sumergirse en los misterios cristianos. Pasar por ellos como en una película, contemplando los momentos y las escenas que presenta el misterio. Muchos santos, de esta manera imaginativa, contemplaban la pasión de Jesús y quedaban tan absortos en ella, que prácticamente no razonaban, sino que vivían los sufrimientos de Jesús en sus propias carnes. Recuerdo que en mis años de juventud fui a un pueblo, y veía a un hombre maduro, que estaba sentado muchas horas en un banco en la Iglesia. Creí que entraba a la iglesia para dormirse en el silencio del templo. Pero nunca lo encontré dormido. Un día me acerqué a él y le dije: ¡Juan, qué hace Vd. en la iglesia tanto tiempo! y me dijo: Yo miro al Señor y el me mira. No sé hablar, porque soy un analfabeto. Me siento muy a gusto con el Señor. Entonces pensé en el célebre pensamiento de Pedro Finkler: El contemplativo trabaja, lee, pasea, viaja, hace compras, reza, visita a sus amigos, etc. Más en el centro de todas sus actividades está siempre aquel sentimiento precioso de intima unión con su amado. Este viejo ignorante, pensé, era un contemplativo. [1]
Dice A. Hortelano: “Hoy el mundo necesita más que nunca de una vuelta a la contemplación. El verdadero profeta de la Iglesia del futuro será aquel que venga del "desierto" como Moisés, Elías, el Bautista, Pablo y sobre todo Jesús, cargados de mística y con ese brillo especial que sólo tienen los hombres acostumbrados a hablar con Dios cara a cara”.
[1] Tomas Merton, Meditación y contemplación, PPC, Madrid, 1997