lunes, 19 de noviembre de 2007

SERMÓN DE LA MONTAÑA (IV). PRIMERA BIENAVENTURANZA. LOS POBRES DE ESPÍRITU.


Primera bienaventuranza
7. POBRES DE ESPÍRITU (Mt. 5, 3)

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt. 5, 3).

1. Quienes son los pobres?
Jesús vino a traer la buena noticia a los pobres (Is. 61, 1). Pobres son los que no teniendo nada, ponen su confianza en el Señor; los desposeídos, los vagabundos, los que no tienen un mendrugo de pan para llevárselo a la boca.
Ser pobres de espíritu es no tener apetencias, ambiciones, orgullo; no estar en el candelero, vivir en el olvido, saber siempre ser el último, no tocar la campanilla. Estar dispuesto a servir antes que a que te sirvan. Este es el ethos cristiano de la pobreza y esto obliga a todos los cristianos.
2. Los pobres de Espíritu
Son los que tienen el corazón desprendido de las riquezas. Los pobres a la fuerza o por necesidad no son pobres de espíritu. Los auténticos pobres ponen su confianza en el Señor, al no encontrar apoyo en la tierra. A éstos Jesús los llama dichosos, porque están más abiertos al reino de Dios. Son los que tienen alma de pobre.
Los humildes en su sencillez son pobres, ya que no buscan el poder, ni la grandeza, ni el dinero, ni la vanidad. Tienen su corazón vacío de avaricia y codicia. Su corazón rebosa humanidad. Son como los llama Sinfonías. los anawin, los pobres de Yavéh.
Jesús vino a traerles la buena nueva (Is. 61, 1) , el reino de Dios, su justicia y las demás cosas (Mt. 6,33).
Los pobres de espíritu son bienaventurados, porque rebosan de alegría, ya que pasan por mundo con los ojos llenos de Dios
Los pobres de espíritu no son débiles, ya que tienen una fortaleza interior para aceptar las exigencias del reino
La pobreza debe tener una razón que la explique y le dé sentido. Sin el seguimiento de Cristo, no se podría explicar
La actitud ante la pobreza no debe ser sólo externa, sino que debe salir del interior de la persona, como una actitud de desasimiento, como dice Pablo: Tened como si no tuviereis (1 Cor. 7, 29). Ello no quiere decir que pueda haber pobres reales, que se cierren a la conversión y a la llamada de Cristo y solo piensen y ambicionen los bienes materiales.

Pues, ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero , si arruina su vida (Mc. 8, 36).
Los pobres están abiertos al mensaje de Jesús mejor que los ricos.
Pobre de espíritu es el que no tiene el corazón apegado al dinero y no tienen ambiciones. Los cristianos tienen que seguir este ethos de la pobreza de Cristo con el desasimiento de los bienes terrenos, dispuestos siempre a compartir su pan con el que llama a su puerta. Es mejor dar que recibir (AA. 20, 35)
Jesús no condena en si la riqueza, aunque su actitud en el evangelio es crítica. Es admirable la actitud de Jesús ante la viuda, que ha depositado en el cepillo de templo, todo lo que tenía, sin pensar en el futuro y confiando plenamente en la providencia divina (Mc. 12.41; Lc. 21, 1-4).

1. Jesús cuestiona las riquezas
Se ha dicho que Mateo ha espiritualizado la pobreza, y que Lucas, por el contrario, habla de los pobres en un sentido real. Lo cual no es cierto, ya que en el Nuevo Testamento hay una crítica a la riqueza en el sentido, que vamos a comentar posteriormente.
En el magnificat María cantada: A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos (Lc.1, 53).
Jesús condena el afán de almacenar riquezas: No os amontéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen. Amontonad más bien tesoros en el cielo ( Lc. 6, 19-20).
No se puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero, ya que ello supone tener el corazón dividido: No podéis servir a Dios y a Mamón (riqueza) (Mt. 6, 24). En Lucas 16, 9 se habla del mamón injusto.
Jesús ve el peligro de las riquezas (Mc. 10, 27).
Lo importante es que las riquezas estén al servicio del amor y la justicia.
Jesús explica el peligro de las riquezas en este sentido: Que difícil será que los tienen riquezas entren en el reino de Dios. Los discípulos quedaron sorprendidos de oírle estas palabras. Más Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo. Es más fácil que un camello entre por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el reino de los cielos. Pero ellos se asombraban aún más y se decían. Pues, ¿quien se podrá salvar? Jesús mirándolos fijamente dijo: Para los hombres es imposible, más no para Dios, porque todo es posible para Dios (Mc. 10, 23 ss.)
Es verdad que el camino de las bienaventuranzas es difícil, pero con la gracia de Dios, el discípulo puede entrar por esta vía
Lucas, que es más radical, que Mateo condena a lo ricos de esta manera: Pero ¡Ay de vosotros los ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de de vosotros los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora, porque lloraréis (Lc. 6, 24).
4. Jesús vive la pobreza
Jesús vive la pobreza, desde su nacimiento a su muerte, ya que el hogar de Nazaret era un hogar sencillo, humilde y pobre (Lc. 2, 7-24). Nació en un establo; vivió esa pobreza espiritual, en el desasimiento más total de si mismo en servicio a los demás. San Pablo, en el se ha dado en llamar el himno a la pobreza, se expresa de esta forma: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; sino que se despojó de si mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a si mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor (Fil. 2, 7)
Jesús fue pobre, el más pobre de los pobres (Fil. 2, 6), ya que siendo libre, se hizo esclavo de todos (1 Cor. 9, 15-18).
Jesús, en su predicación, mostró siempre su cercanía a los humildes, a los pecadores, a los samaritanos, a los fariseos y a los hambrientos. El mismo, en su predicación, se movió de un lugar para otro como un pobre (Lc. 9, 5 8) y pedía a sus discípulos que renunciaran a las riquezas (Mc. 10, 28).
Jesús ha venido a anunciar a los pobres la buena noticia (4, 5)
Fue un pobre real y de espíritu, ya que no tenía ni donde reclinar su cabeza.
Cuando envió a una misión a sus discípulos, les dijo que sólo se llevaran una túnica y una alforja (Mc. 6, 8-Lc. 10.4-9).
El mismo Pablo es pobre como Jesús (Fil. 4, 10-12).
Los apóstoles lo dejaron todo para seguir a Jesús (Lc. 5, 11).
Jesús dice a sus discípulos: Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído; los ciegos ven, los inválidos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena noticia. Jesús se despojó de su rango y de todas las cosas y también de su gloria (1 Cor. 9, 15-18).

5. Jesús no quiere la miseria
A simple vista puede parecer que Jesús alaba la pobreza y la miseria. Cristo ama a los pobres y está en contra de los que los sumen en la más estricta pobreza. Cristo quiere la liberación de los oprimidos y que todo hombre pueda llevar una vida digna y humana. Los pobres son explotados por la ambición de los poderosos. Jesús sigue la línea de los Profetas. La riqueza lleva al individualismo y al egoísmo, ya que la avaricia ronda su corazón. Jesús no condena en si la riqueza y la ganancia, sino la insolidaridad, que con frecuencia nace de ella y la incapacidad para compartir.
Las naciones ricas tampoco quieren compartir en este mundo globalizado. Los individualismos colectivos son más graves que los individuales. Nuestro mundo no quiere declinar la palabra compartir.
El hombre actual declina estas palabras: Ganar, gastar y gozar con un desenfreno casi histérico.
El dinero no es malo, porque lo necesitamos para vivir, pero la obsesión por el dinero nos hace avaros, violentos y nos impide comprender que los bienes de la tierra están al servicio de todos los hombres. Las naciones ricas no han llegad a entender, que tienen que dar la mano a los más pobres, para salir de la miseria y del hambre. Jesús siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos a nosotros con su pobreza (2 Cor. 8, 9).

6. La radicalidad de los santos
Hay otros cristianos, que como Cristo, viven la pobreza voluntaria de una manera más radical, como un Francisco de Asís, un Francisco Javier o un Juan la cruz. Esta llamada no es sin embargo para todos. La radicalidad de su renuncia, fue una llamada a muchos que desearon seguir su camino, Y ese desasimiento tan total por seguir a Cristo ha sido, si queremos una orientación metaética, que nos ayudaría a plantearnos un mundo distinto, donde no todo se centre en el tener y en el gozar o el bienestar.. Estas utopías han llevado a millones de hombres y mujeres en el mundo a dar aliento a muchos cristianos y hacerles entender que no todo está en el tener, sino más bien en el ser. Para muchos esta llamada es heroica, y lo han dejado todo y han marchado a todos foros del mundo para ser testigos de esa renuncia, que muchas veces la pagan con la muerte. A otros los han llamado por otros caminos, más sencillos, más humildes, menos relumbrantes, para que vayan por el mundo como la viuda del evangelio, compartiendo su amor y servicio.

7. ¿Es malo ser rico?
Jesús alaba la actitud del samaritano, que comparte sus bienes con el pobre (Mr. 10, 21).
Benedicto XVI en la Vida de Jesús dice: Ahora precisamente en la pobreza, Israel se siente cercano a Dios; reconoce que precisamente los pobres, en su humildad, están cerca del corazón de Dios, al contrario que los ricos con su arrogancia sólo confían en si mismos.[1]
El mismo Papa al final de su comentario a las bienaventuranzas, se pregunta …¿Es realmente malo ser rico, estar satisfecho, reír, que hablen bien de nosotros? Friedrich Nietzsche se apoyó precisamente en este punto para su iracunda crítica al cristianismo, diciendo: Nosotros hemos llegado a ser hombres y por tanto queremos el reino de la tierra…El sermón de la montaña aparece una religión del resentimiento, como la envidia de los cobardes e incapaces, que no están a la altura de la vida y quieren vengarse con las bienaventuranzas, exaltando su fracaso e injuriando a los fuertes, a los que tienen éxito, a los que son afortunados.
Como hijos de nuestro tiempo sentimos la resistencia a esta opción…Después de la experiencia de los regímenes totalitarios, del modo brutal, en que han pisoteado a los hombres, humillado, avasallado, golpeado a los débiles, comprendemos también de nuevo a los que tienen hambre y sed de justicia…Ante el abuso del poder económico, de las crueldades del capitalismo, que degrada al hombre a la categoría de mercancía, hemos empezado a comprender mejor el peligro que supone la riqueza.[2]


8. Riquezas y providencia divina

En tres ocasiones habla Jesús de las riquezas en el sermón de la montaña, en la primera bienaventuranza y al hablar de la


1. Avaricia:

Jesús en su vida pública fue un hombre sencillo y pobre (Lc. 9, 58); no llevaba dinero en su cartera (Mc. 12, 15;Mt. 17, 24), y estuvo siempre cerca de pobres y de los que sufrían. Llama bienaventurados a los pobres y en su camino por la vida, les mostró siempre su cercanía y amor.

Condenó la avaricia de los que sólo viven para el dinero. Su corazón está manchado por la codicia, ya que, donde está el dinero, está su corazón. Por el dinero son capaces de robar, de matar o de asaltar en los barrios o calles de las ciudades populosas. Son esclavos y el dinero su dios. Jesús condena su avaricia: No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amonto naos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroa, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. (Mt. 19, 21).
La actitud de Jesús ante las riquezas fue negativa. (Mc.10, 23-28).
La actitud de Jesús sorprendió a los discípulos por su radicalidad. La frase de Jesús, todo es posible para Dios, ha tomado muchas interpretaciones. El rico apegado al dinero no puede soltar esa trampa, que le ata, si no confía en Dios.
Alaba a la viuda que deposita todo lo que tenía en el cepillo del templo (Mc. 12, 41-44; Lc. 21, 1.4).

A pesar de esta rigidez en su discurso, Jesús trato con mucho cariño a personas ricas. Le acogieron algunas mujeres ricas (Lc. 8, 2); una mujer de Betania derramó un frasco de perfume sobre sus pies, con el escándalo de los fariseos y la aprobación de Jesús (Mc. 14, 3); visitó con frecuencia a Lázaro, Marta y María (Lc. 10, 38-42); en la misión de los setenta y dos discípulos les dice : No llevéis balsa, alforja ni sandalias, desead la paz en las casa que entréis y comed y bebed lo que os pongan, curad a los enfermos etc.(Lc. 10, 1 ss.). No es rico el que más tiene, sino el que menos quiere.

Era amigo de Zaqueo, jefe de los publicanos (Lc. 19, 1-9); trató a Nicodemo y a José de Arimatea (Mt. 27, 57).
Jesús condena la codicia y el apego a las riquezas.
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La actitud de Pablo ante la pobreza es ejemplar, tal como aparece en la carta a los Filipenses. No lo digo por la necesidad, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo; a la saciedad y al hombre; a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta (Fil. 4, 10-12).

Marcos. nos presenta la versión opuesta a la avaricia, que San Ignacio de Loyola repetía a Francisco Javier: De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? (Mc. 8, 36).
2. La providencia.
Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero. Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal (Mt. 6, 24-34)
No podéis servir a Dios y las riquezas. Lucas 16, resalta el poder de la riqueza, que nubla los sentidos del hombre y sólo piensa en tener: Ningún criado puedes servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará a otro; o bien se entregará a uno y despreciará a otro. No podéis servir a Dios y al dinero (Lc. 16, 9 ss.).
Pero el aspecto que nos llena de alegría es la gran confianza, que el hombre de fe, pone en Dios. Dios alimenta a las aves del cielo, Dios viste a los lirios de unos colores tan bellos y resplandecientes, que ni el mismo Salomón pudo vestirse de ellos, Dios hace caer la lluvia del cielo y los campos son una alfombra de mil colores. Y si al conjuro de Dios el mundo se transforma en vida y las espigas se balancean al aire, Dios, que es amor ¿Se va a olvidar del hombre? Siempre estamos pensando en el mañana como sabios previsores, pensando qué vamos a comer o beber, pero no buscamos lo valores del reino. Es verdad que necesitamos alimentarnos y trabajar para ganarnos con el sudor de nuestra frente el pan de cada día, pero no sabemos descubrir las prioridades, porque tenemos los ojos cerrados y no descubrimos nuevos horizontes.

[1] Ratzinger-Benedicto Vida de Jesús, p.103.
[2] Benedicto XVI, o.c., p.126