domingo, 25 de noviembre de 2007

SERMON DE LA MONTAÑA (VI). TERCERA BIENAVENTURANZA. BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN.


TERCERA BIENAVENTURANZA
10. Los que lloran (Mt.5,5).
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt. 5, 5).

Son los que sufren, los que padecen, los afligidos, los desengañados, y los atribulados.
Son los sometidos a los poderosos, porque lo han perdido todo.
Sus ojos están abiertos al dolor, porque aman a Dios y a su prójimo y ellos ha derramado muchas lágrimas por sus ojos.
No lloran por llorar, sino, porque su corazón compasivo, sufre ante el dolor, que contemplan en los caminos del mundo.
Son los que la pena ha entrado en sus vidas, y comprenden que la cruz es escuela de amor y servicio.
El hombre nace llorando y sigue llorando hasta que va a la tumba, En nuestro mundo hay dolor, tristeza y sufrimientos. Hay lágrimas amargas, pero también gozos. El evangelio está lleno de lágrimas. Lloró Pedro ante su traición Mt. 26, 75), Lloró Jesús ante la muerte de Lázaro (Jo. 11, 35; y las mujeres en el camino del Calvario (Lc. 23, 28.-31). Jesús lloró sobre la ciudad de Jerusalén. Jesús en su paso por el mundo mostró su compasión a raudales ante los paralíticos, lo ciegos, los lisiados, lo muertos etc..
Muchos que fueron un saco de vanidades y de poder, cuando el fracaso se asomó a su puerta, comprendieron que lo importante no es el triunfo, el poder o la grandeza, sino entrar dentro de si y comprender que la vanidad y la grandeza se esfuman, como los globitos de jabón que hacen los niños. El hombre se hace grande en su interior al encontrarse consigo mismo.

En nuestro mundo lloran los solitarios, los hambrientos, los ancianos, y los abandonados.
¡Cuantos mártires en la historia del cristianismo se murieron llorando sangre! ¡Cuanta sangre roja regó los valles y las montañas! ¡Cuantas lágrimas surcaron la tierra? Los discípulos de Jesús se acordaban de lo que había dicho Jesús: Seréis odiados por causa de mi nombre (Mc. 13,13).
Jesús les advirtió, cuál tenía que ser su actitud ante las persecuciones: Pero cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis de qué vais a decir; hablad lo que se os comunique. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo (Mc, 13,11).

Me gustaría tener un pañuelo muy grande para secar tantas lágrimas, tanto dolor, tanta pena como hay en el mundo. Si juntaros todas las lágrimas derramadas en la historia de la humanidad, podríamos formar un océano. Se necesitaríamos muchos Juanes de Dios y Teresas de Calcuta.
Jesús dijo: Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os daré descanso (Mt. 11,25-30.
Nuestro mundo está siendo insensible ante las lágrimas. Pasamos ante los que lloran y volvemos la espalda, como nos cuenta la parábola del samaritano.
Hay afligidos que han perdido la esperanza en Cristo y siguen llorando en el rincón de la historia. Otros lloran y lloran, aún en la más profundo de su sequedad interior, como Juan de la Cruz o Teresa de Calcuta, pero Jesús sigue siendo una mano extendida y una luz irradiante para los que lloran, los que sufren, los abandonados en las cunetas de los caminos. Los que lloran serán consolados por el mismo Cristo. Dice el Apocalipsis: Enjugarán toda lágrima de sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni llanto, ni lamentos, ni trabajos existirán ya (Ap. 21, 4).

El dolor purifica, la cruz nos hace fuertes, el sacrificio nos une al Cristo doliente: Si quieres servir al Señor, prepara tu alma para la purificación, porque en el fuego se purifica el oro y los que aman a Dios en el horno de la purificación (Eccles.2,1-5).