domingo, 25 de noviembre de 2007

SERMÓN DE LA MONTAÑA (V). SEGUNDA BIENAVENTURANZA. LA MANSEDUMBRE.


Segunda bienaventuranza
9. Mansedumbre (Mt. 5, 4)
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra (Mt. 5,4) .
Son los oprimidos.
Los mansos heredarán la tierra (sal. 36, 11)
Su corazón rebosa esperanza. No oprimen, no explotan, no se vengan, y no son violentos. Su corazón rebosa sencillez, humildad y apertura al prójimo.
Jesús es su modelo: Aprended de mí que soy manso y humilde corazón (Mt. 11, 29).
Jesús vivió la bondad, la tranquilidad, la mansedumbre, la sumisión, la serenidad, y la paciencia
Rechaza la violencia: A Pedro le dijo: Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñan la espada, a espada morirán ( Mt. 26, 52.)
El hombre manso no es un apocado, sino el que tiene puesta su confianza en el Señor. Es inflexible ante la verdad y no admite componendas. La mansedumbre exige una fuerza interior, que no la tienen los débiles.
El manso pasa por el mundo sembrando sonrisas. Su gesto siempre es afable, sus palabras de consuelo, sus pasos reposados, su corazón un volcán de amor.
Pasa por el mundo haciendo el bien, como Jesús. Odia las reyertas y las luchas. Quisiera que el mundo fuera un oasis de paz. Sólo se exalta ante las injusticias. Sus ojos reflejan confianza, acogida, seguridad y cordialidad.
Su corazón está hecho de miel, ya que respira dulzura y ternura.
Los humildes heredarán la tierra (Salmo 37, 11). Los mansos y humildes de corazón, según la Biblia, son los anawim, cuya traducción literal son los pobres de Jhavé. De ahí que esta bienaventuranza y la primera sea muy parecidas, aunque con distintos matices.